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autoridad, que determina, en efecto, la existencia de un convento de aquella remota época en el eminente promontorio Ferrario de los romanos; pero lo que no está probado es su identidad con el que fundó el africano Donato.

Cuenta San Gregorio Turonense (1) que en el reinado de Leovigildo florecía á la orilla del mar, entre Sagunto y Cartagena, el monasterio de San Martín, el cual tenía enfrente una isla. Iba el monarca arriano, al frente de sus huestes, hacia Valencia, para castigar á los católicos, levantados á favor del príncipe Hermenegildo; temerosos de su crueldad, refugiáronse los monjes en la isla cercana, que sería la de Ibiza. Quedó solo el santo abad, anciano corvado por los años y que esperaba intrépido el martirio. Saquearon los soldados el monasterio, y cuando uno de ellos arremetió contra el inerme abad, murió en el acto. Escaparon despavoridos los demás; contaron el caso al rey, y éste mandó que devolviesen todo lo robado á aquella milagrosa casa. La situación y el nombre de cabo Martín, que lleva una de las puntas del antiguo promontorio Ferrario, apoyan la suposición de que allí estuvo el monasterio á que se refieren estos sucesos. Ni de él, ni del servitano, si acaso eran distintos, quedan restos ni vestigios: hundiéronse en el naufragio de la España cristiana.

Reinaba el gran Wamba, y había llegado á su mayor esplendor el trono de Recaredo, cuando vieron con asombro los pueblos costaneros del Mediterráneo dibujarse en el horizonte numerosa flota de buques enemigos; venían del África, y estaban tripulados por bizarras gentes de atezado rostro y vestimenta oriental, pregoneras de leyes y dogmas nuevos. Rechazada y destruída fué aquella escuadra, pero dejaba notificada su sentencia de muerte al reino de los godos. Podrida antes que madura, su civilización, medio bárbara, medio romana; mal fundidas la raza conquistadora y la conquistada; enflaquecido el poder real por su tumultuosa renovación, vicio del principio electivo; per

(1) Lib. De Glor. Confess. cap. 12 y 13.

turbada la Iglesia por el repentino paso de la proscripción á la supremacia política, que convirtió los concilios toledanos en asambleas legislativas, no pudo resistir la España gótica al impetuoso embate del pueblo árabe, que exaltado por la fe ciega del Corán, lanzábase rudo, sobrio, fanático y heroico á la conquista de la tierra, que era para él también la conquista del cielo. Cuando se derrumbó de súbito, en la batalla del Guadalete, la carcomida monarquía visigótica, y los árabes se derramaron con sorprendente facilidad por toda la Península, sólo encontraron, al pronto, empeñada oposición al entrar en tierras de Murcia y de Valencia. Regía en ellas una extensa comarca, comprensiva de siete condados, el prócer godo Teodomiro (Theudimer). Al verse Leovigildo en posesión de toda España, dividióla en ocho provincias ó ducados. Uno de ellos (que tuvo que someter por las armas, pues sus habitantes, menos sumisos que el resto de los hispano-romanos, rechazaban su yugo) fué el del Oróspeda, llamado también de Aurariola por su capital, la moderna Orihuela: <provincia reducida, pero fértil y hermosa» dice el Anónimo de Rávena. Extendíase por la costa de Alicante hasta Almería, y por el interior, de Chinchilla y Segura á la Sierra Mágina, fronteriza de Jaén. Gobernábalo con gloria Teodomiro, habiendo rechazado una invasión de los griegos-bizantinos, cuando entraron los árabes en España, como una ráfaga del simún. Hombre experto en la guerra, acudió al peligro Teodomiro, peleó como bueno en la infausta rota del ejército cristiano, recogió su tropa, salvándola del desastre, defendió, mientras pudo, la línea del Genil, y retirándose luego á las sierrras que separan la antigua Bética de la Bastitania, aguardó al invasor en sus ásperas gargantas. Cuando los árabes hubieron ocupado á Córdoba y Sevilla, Toledo y Mérida, un valiente mancebo, Abde-l-Aziz, hijo del generalísimo Muza, picado de noble ambición, quiso obrar por sí en aquella prodigiosa campaña, y pidió á su padre el mando de un cuerpo de ejército. Enviole Muza á las tierras de Tadmir», y se hallaron frente á frente el sesudo y

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tenaz capitán godo, y el impetuoso y novel caudillo árabe. Había traído éste del África siete mil caballos, hijos del desierto, y esa sería su principal fuerza: el conde cristiano no podía resistir aquella avalancha en campo abierto, y apeló á la táctica propiamente española de todos los siglos, á la lucha de guerrillas, á la defensa de los desfiladeros, á las emboscadas y sospresas. Así defendió palmo á palmo los aproches del rico valle del Segura; pero la oleada de los sarracenos lo arrolló todo y se desbordó por el llano. Hubo que presentar batalla: los jinetes de AbdelAziz rompieron la hueste de Teodomiro, é hicieron horrible matanza, alanceando á los fugitivos. El impávido duque, con el resto de los suyos, se encerró en Aurariola. No le quedaban bastantes soldados para guarnecer sus muros; pero no se arredró por eso: armó con lanzas á las mujeres, las cuales, con los cabellos cruzados bajo la barba, parecían á lo lejos guerreros for midables, y fingiéndose mensajero, presentóse al triunfante Abde-l-Aziz. Tal maña empleó, que el mozo, convencido de la fortaleza de la plaza, aceptó un tratado de paz, por el cual, Teodomiro quedó con sus estados, comprensivos de las siete ciudades de Auriola (Orihuela), Valentila (Guadix), Lecanto Lucant (Alicante, la antigua Lucentum), Mola (la antigua Molibdana, á la desembocadura del Almanzora), Bukésaro (campo de Bujéjar), Eio (la antigua Elo, cuyos restos se han encontrado en el Cerro de los Santos), y Lorca, que aún conserva su nombre (1). En estos condados, dotados todos ellos de sede episcopal (2), ha

(1) Algunos historiadores, Romey entre ellos, han creído que Valentila (Valentola, Valentolat en otros textos), era Valencia; pero, ni se extendían tanto por esta parte las tierras de Teodomiro, ni se comprende que, entrando Valencia en aquel tratado, que fué exactamente cumplido al pronto, se apoderase de ella Tárik poco después. El Sr. Fernández-Guerra (D. Aureliano) que ha estudiado bien la geografía antigua de esta parte de España, cree que dieron los godos el nombre de Valentila á la alcazaba de Acci (Guadix). Véase su discurso, ya citado, de contestación al Sr. Rada y Delgado, y la Deitania y su Cátedra episcopal de Begastri. Madrid, 1879.

(2) Según el mismo Fernández-Guerra, el condado de Aurariola corresponde á la diócesis de Begastri, el de Lekant á la de Ilici, el de Eio á la del mismo nom

bían de conservar los cristianos sus príncipes, su religión, sus leyes y sus templos, pagando, por todo tributo, los nobles un dinar (moneda de oro) al año, y cuatro almudes (celemines) de trigo, cebada, mosto, vinagre, aceite y miel; los siervos ó pecheros, la mitad (1).

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Cuando Abde-l-Aziz vió que el fingido mensajero era el mismo Teodomiro, y tropel de mujeres la guarnición de la plaza, sorprendióse mucho, y admirando el ardid de su enemigo, aceptó caballerosamente su mesa y sus obsequios, marchándose á los tres días para proseguir su expedición por las sierras de Segura de Elvira, sin hacer daño, ni correr la tierra del noble godo. Vivió y reinó éste hasta el año 743, sucediéndole por elección otro prócer godo, famoso por sus riquezas y esplendidez, Atanaíldo, que reinaba respetado y en paz, en 754 (2). Y ya no se sabe más de él, ni del ducado-feudatario de la Aurariola, hasta que lo vemos destruído, en 779, con mengua de los tratados, por Abde-r-Rahmán el Humeya, cuando, estableciendo en Córdoba el califato arábigo español y rechazando en Navarra á los fran

cos, enseñoreóse de casi toda la Península.

Volvamos atrás: poco después del tratado entre Abdel-Aziz y Teodomiro, rendían Muza y Tárik á Zaragoza; descendía este último por la cuenca del Ebro, tomaba á Tortosa, y siguiendo la costa valenciana, se apoderaba á la carrera de Murviedro, Valencia, Játiva y Denia, hasta dar con las fronteras de la tierra de Tadmir». En aquella precipitada ocupación militar, ofrecían los árabes á los españoles respetar sus creen

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bre, el de Lorca á la de Eliocrona, el de Bukesaro á la de Basti, el de Valentila á la de Acci, y el de Mola á la de Urci.

(1) Publicó este tratado Casiri en su Biblioteca Arábico-Hispana, tomo II, 105, y lo han copiado Conde y otros historiadores.

(2) Está mencionado este Atanaíldo (ó Atanagildo) en el Cronicón de Isidoro Pacense, que insertó el P. Flórez en el tomo VIII de su España Sagrada. En 1885 ha publicado en París el P. J. Tailhan este mismo cronicón con el título L'Anonyme de Cordove, cronique rimée des derniers rois de Tolède. El autor niega á Isidoro Pacense la paternidad de esta obra. Los versos 992 y siguientes hablan de nues

tro Atanaildo.

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cias y sus hábitos, pero no siempre lo cumplían. En Valencia, dicen los historiadores cristianos que convirtieron en mezquita la iglesia principal y destruyeron las demás, dejando solamente á los fieles la del Santo Sepulcro en la ciudad, y fuera de ella, el santuario de San Vicente de la Roqueta.

Más de quinientos años estuvo la hermosa Valencia en poder de los sarracenos. Mientras dependió la España musulmana de los califas de Damasco, y durante el Califato independiente de Córdoba, fué gobernada por walíes, conservándose la división entre las Tierras de Tadmir (Tudmir ó Tudemir, en otros textos) y las de Valencia. En la antigua versión castellana que se ha conservado en la catedral de Toledo, de la crónica de ErRazi (el moro Rasis, de nuestros escritores), la cual se remonta al siglo x, y cuya autenticidad ha probado el Sr. Gayangos (1), se habla así de esta parte de España :

<< Parte el término de Jaen con el de Tudemir. El Tudemir yace al sol levante de Córdoba. El Tudemir es muy presciado lugar, et de muy buenos árboles. Et toda su tierra riega el rio, assí como face el rio de Nil en la tierra de Promision (2). Et ha buena propiedad de tierra natural, que ha y veneros de que sale mucha plata. Et Tudemir ayuntó en sí todas las bondades de la mar et de la tierra, et ha y buenos campos et buenas villas et castillos, et mui defendidos, de los cuales es el uno Lorca, et el otro Morata (3) et el otro Auriela (4), que es mui antiguo lugar,

(1) Memoria sobre la autenticidad de la crónica denominada del moro Rasis, publicada en las Memorias de la Real Academia de la Historia, t. VIII.

2) Debió decir en tierra de Egipto. Tratando Al-Maccari de la provincia de Tudmir, dice: «Y la provincia de Tudmir se llamó también Misr por su mucha semejanza con aquella región, pues su tierra la inunda un río en ciertas y determinadas épocas del año (como hace el Nilo en Misr ó Egipto) y después se retiran las aguas y se siembra la tierra, como se hace en Egipto.»

(3) En el códice que fué de Ambrosio Morales, se lee Murcia y parece lección preferible.

(4) Orihuela, llamada también por los árabes Medina-Tadmir, porque fué capital de los Estados de Tadmir. Conservó la capitalidad hasta que Abde-r-Rhamán II la trasladó á Murcia, el año 210 de la Hégira.

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