Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Véase el facsímil.

Citado en mi Bibliotheca Americana, bajo el número IISI.

B. M.

Las cuestiones que defendió Gutiérrez fueron cién, divididas en los temas siguientes: de la Sagrada Escritura, de las tradiciones, de la Iglesia, de los concilios, del Romano Pontífice, de los Santos Padres, de la historia, de los teólogos escolásticos, de la razón natural: todas. escritas en latín.

Haciendo caso omiso del examen de los temas contenidos en este libro, que, como es fácil verlo comparándolos con otros análogos, eran todos más o menos semejantes con los que se sustentaban en las várias universidades americanas, debemos insistir, como que reviste para nosotros mayor interés en el presente caso, en la parte material del libro. Cúmplenos también apuntar algunos rasgos biográficos de las personas que intervinieron en este primer ensayo del uso de los tipos de imprenta en Santiago y de las circunstancias en que se produjo un hecho que importaba una verdadera revolución en la vida literaria del país.

Por lo que respecta á la impresión misma, se ve desde luego que los tipos eran nuevos, y si no me equivoco, los de la primera línea de la portada, abiertos en madera. La tinta empleada no fué evidentemente la usada de ordinario, sino alguna preparada para el caso tomando como base el añil. El hecho es que el color es bastante azulado y que, colocada una de las páginas en una lijera disolución de ácido nítrico, aquel ha desaparecido casi completamente, lo que no sucede con la tinta corriente empleada, no sólo ahora, sino en aguellos años por los impresores de la Península y de otras partes del Continente Americano.

La impresión ha resultado, sin duda á causa de eso, muy desigual, no ya entre página y página, sino también en una misma, como podrá verse examinando la portada, cuyo facsímil doy. En la misma portada se nota también que el error del tipógrafo que puso fontidus por fontibus ha sido enmendado á pluma, existiendo como ésta algunas otras correcciones en el cuerpo de la obra.

Es sensible en extremo que hasta ahora se ignore, como lo decía en el prólogo, el nombre del impresor. Prescindiendo de que haya sido el primero que introdujera entre nosotros el arte de imprimir-título que por sí solo sería bastante para su fama-ha debido ser un hombre perito en la materia para realizar, sin duda con cortísimos elementos, un trabajo que aunque dista mucho de ser bueno, no es, con todo, inferior á algunos salidos aún años después de las prensas de Lima, donde el arte se hallaba infinitamente más adelantado y establecido desde hacía justamente dos siglos.

Nada sabemos tampoco del que grabó el

escudo con las armas de Jáuregui, trabajo que en nada desdice de los que en ese tiempo se producían en América.

Por fortuna, no estamos privados de los antecedentes biográficos necesarios para juzgar á los autores del libro, ya que como tales debemos considerar á don Miguel de Lastarria y á don José Ignacio Gutiérrez, al alumno y al maes

tro.

Lastarria había nacido en Arequipa, en Mayo de 1759. En Lima siguió los cursos mayores en la Universidad de San Marcos, y cuando contaba apénas dieziocho años, don Tomás Álvarez de Acevedo, nombrado regente de la Audiencia. que funcionaba en Santiago, le trajo en su compañía á fines de 1777.

Merced á la protección de aquel alto funcionario y á los talentos del joven arequipeño, luego fué nombrado catedrático del Colegio Carolino, fundado hacía muy poco, cuyas funciones desempeñaba, según hemos visto, cuando presentó á examen á su alumno don José Ignacio Gutiérrez.

Lastarria no había aún rendido sus pruebas en la Universidad de San Felipe, pues consta que sólo en Noviembre de 1782 corrió su expediente para graduarse de bachiller en leyes. En Enero del año siguiente era ya doctor en esa facultad y pocos meses más tarde se presentaba á hacer oposición á la cátedra de Prima, que perdió en concurso de los doctores don Francico Javier Errázuriz, don Ramón de Rosas, que más tarde había de desempeñar un alto puesto en la corte de los Vireyes, y de don Juan Antonio Zañartu, que fué el favorecido por el voto de los examinadores.

Tarea inoficiosa para el tema exclusivo de que tratamos sería entrar en todos los detalles de la larga y agitada vida de Lastarria, que ya ha sido hecha por su distinguidísimo nieto don José Victorino Lastarria. Oigamos, sin embargo, lo que éste cuenta respecto de la manera cómo el joven profesor se desempeñaba en el Colegio Carolino: «En él, refiere, no sólo explicó la teología, sino que dió lecciones de filosofía y de ciencias exactas, causando gran novedad. De varias declaraciones judiciales contestes que existen en un proceso sobre todos estos incidentes, permítasenos transladar aquí la del doctor don Lorenzo José de Villalón, la cual revela con especialidad lo sucedido en el Colegio Carolino. «Los padres de familia, dice el grave doctor, hablando de las pruebas de ciencia que daba el maestro, se estimularon á entrar sus hijos al colegio, como de facto se pobló de copioso número de jóvenes; pero esto en circunstancias de hallarse el colegio desolado, no sólo por el mal concepto que tenían los estudios, sino también por escasez de rentas y otras causas interiores que constan al declarante; pero, debido á las pruebas, los esmeros, empeño y aplicación del doctor Lastarria, se puso el co

[ocr errors][merged small][merged small]

Public & Tranquilitatis Au&tori. CAROLO, inquam nomine III. Scientiarum ME COE NATI. Hosce ribulos ex Foncibus Theologiæ de promptos, Per Manus.

EXmi D.D. AUGUSTINI á JAUREGUI, Digniffimi Chilenfis Regui Supremi Dncis &c. &c.

V. D. O. C. Q.

D. Jofephus Ignacius Gutierrez, Regij
Collegij Carolini Alumnus ·
ópem ferente

D. Michaele Jofepho de Laftarria, ejusdem
Convictorij Magiftro.

legio en su antiguo floreciente estado. El doctor Lastarria dictando filosofía, enseñaba al mismo tiempo aritmética, geometría, estática, maquinaria, geografía, cosmografía, historia y cronología. En suma, como el declarante se le acercase más inmediatamente, por admirar sus singulares conocimientos y producciones, sabe y le consta que el doctor Lastarria, no sólo enseñaba con provecho y lucimiento todas las predichas facultades, sino que también reformó el plan completo de los estudios, llevándole el declarante la pluma, no desdeñándose del trabajo por aprender, pues era tal su sólida literatura y condición que las gentes por particular gusto y complacencia, corrían á oir sus lecciones.»> Uno de los jóvenes que se apresuró á asistir á los cursos que dictaba Lastarria, fué precisamente don José Ignacio Gutiérrez. Hijo de un acaudalado magnate santiaguino, don Lorenzo Gutiérrez de Mier, y de doña María Mercedes de los Ríos, señora de no menos elevada alcurnia, había nacido en esta ciudad el 28 de Mayo de 1759, y era, por consiguiente, unos cuantos días mayor que su distinguido catedrático.

El joven Gutiérrez había manifestado desde muy temprano gran inclinación al estudio. La mesada que le daba su padre, en lugar de gastarla en pasatiempos, como tantos otros mozos de su edad, la dedicaba á comprar libros. Su carácter, por lo demás, era tranquilo y su familia comenzaba á lisonjearse de que tan pronto como estuviese en situación de hacerlo, vestiría el traje sacerdotal. Su aplicación y sus buenas prendas le habían hecho el ídolo de su padre, que no escaseaba medios para fomentar su educación y mantenerlo hasta con lujo.

Concluídos por su hijo los estudios de gramática, filosofía y teología, quiso don Lorenzo Gutiérrez que la función en que iba á sostener la tesis de esta facultad, á que debían asistir, además de los doctores, de los principales vecinos de la ciudad, y de las comunidades religiosas, el mismo presidente del reino, don Agustín de Jáuregui, revistiese una solemnidad y pompa hasta entonces nunca vista en esta ciudad. Encargó para ello á don Santos Izquierdo, su amigo, que cuidase de hacer preparar á los asistentes un suntuoso refresco, y lo hasta aquellos días nunca se había visto, convidó á todos por esquelas de molde, «y en tafetán amarillo se estampó la dedicatoria y escudo de armas de dicho Excmo. señor Presidente, de que se sacaron varias copias.>>>

que

Ya se comprenderá la admiración que todo esto despertó en el vecindario y cuán satisfecho debió sentirse don Lorenzo Gutiérrez de Mier de aquella fiesta preparada á tanto costo y que tan alto puso su nombre y el de su hijo.

Luego obtuvo éste que su padre le permitiese continuar sus estudios en la Universidad, incorporándose al curso de leyes. Pero esto no había de bastarle. Corría el año de 1783 y un buen

día el joven Gutiérrez desapareció de su casa. Su afligido padre supo al fin el lugar en que se ocultaba y acompañado del subdelegado y de algunos de sus dependientes, fué á traerle en són de preso. Mediaron algunas explicaciones entre ámbos, y al fin se convino en que el prófugo hiciese viaje à Buenos-Ayres á cursar allí las Institutas de Justiniano. Al cabo de poco tiempo, supo, sin embargo, don Lorenzo, que el estudiante de leyes no llevaba una vida tan recogida como fuera de esperar de sus antecedentes y de los propósitos que á aquella ciudad le habían guíado, y que lejos de frecuentar las aulas, vestido con traje adecuado, pasaba sus días de «galán cortejante.»>

Alarmado con el rumbo que llevaban las cosas, le escribió varias cartas de consejo, se valió de algunos amigos para que vigilasen la conducta de su hijo, y al fin, según parece, comenzó por escasearle los recursos que tan próvidamente le había suministrado cuando vivía á su lado en Santiago. Don José Ignacio sostenía, por el contrario, que marchaba perfectamente en sus estudios, dedicando el resto del tiempo que le quedaba desocupado á la lectura de obras de mérito, y que habiendo agotado en Buenos-Ayres los elementos que había para un buen aprendizaje, deseaba continuar su carrera literaria haciendo viaje á España. Para ello tropezaba, sin embargo, con un inconveniente grave: sus recursos se habían hecho cada día más escasos y apenas si podía mantenerse en la capital del vireinato con los veinticinco pesos mensuales de que disponía. En esas circunstancias se acordó de que un deudo inmediato suyo, don Juan de los Ríos, había constituído á su favor una capellanía cuyos réditos debía él percibir una vez que recibiese las órdenes sagradas. Escribió luego á su padre diciéndole que deseaba ponerse pronto en camino para la Península para concluir el estudio de las leyes que había cursado en Santiago, y en seguida ordenarse. Pero su familia que, impuesta de la vida que allí llevaba, no creyó ni por un momento en tales propósitos continuó escaseándole los auxilios de dinero que pedía. En vista de esta negativa, el aspirante à clérigo resolvió nada menos que demandar judicialmente á su padre cobrándole los réditos de la capellanía instituída á su favor, pleito que inició por medio de apoderado, en Mayo de 1789 y que terminó un año más tarde por sentencia que le fué desfavorable.

á Chile muchos años después, según creo,
Don José Ignacio Gutiérrez sólo volvió
cuando ya su padre había muerto. En 1808
consta que se hallaba en Santiago, entendiendo
en las particiones de los bienes de aquél, y que,
dicaba á las tareas de la agricultura
sin haber logrado recibirse de abogado, se de-

Para vivir cual viven tantos otros
Laceando vacas y domando potros.

¡Así concluyó don José Ignació Gutiérrez su carrera literaria tan brillantemente empezada en su juventud! I

1. Las Noticias biográficas de D. Miguel J. de Lastarria, fueron publicadas primeramente en las pp. 491508 del tomo 11 de la Historia de Santiago de D. B. Vicuña Mackenna, y reímpresas en Montevideo, 1879, en folleto aparte. Pueden hallarse también algunos antecedentes sobre el mismo personaje, en nuestra Historia de la literatura colonial de Chile, 1, p. XLI, y II, P, 441 y sigts. y en nuestra Historia de la Inquisición en Chile, 11, p. 502.

· Casi todos los datos que preceden los he tomado de un expediente que existe en el volumen 96 del antiguo archivo de la Capitanía General, que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional.

Son tan curiosos y á la vez tan interesantes para nuestro tema algunos de los documentos que en él se registran, que he creído útil reproducirlos aquí. En ellos podrá ver el lector, juntamente con la comprobación de haber sido impresas en Santiago las dos primeras piezas de estas bibliografía, muchas circunstancias que pintan con bastante exactitud la vida social y literaria de Santiago en aquellos tiempos.

I

CUENTA INSTRUÍDA por don Lorenzo Gutiérrez con el arreglo pedido por el señor doctor don Juan de los Ríos y Therán, á nombre de don José Ignacio Gutiérrez, residente en Buenos Ayres desde el año pasado de 1784, en razón de la distribución de costos y gastos causados con el dicho en trece años, en estudios de colegio y Universidad en esta ciudad, su transportación y mansión en su residencia y su descuento de los réditos de cuatrocientos pesos anualmente producidos del principal de ocho mil pesos de un aniversario de legos, con pensión de cuarenta misas que mandó fundar su abuela con la indispensable calidad de si se ordenase de sacerdote, clérigo, presbitero; y que si nó, pasase á su madre doña Maria Mercedes de los Ríos; y con consideración á todo lo dicho, ha procedido el dicho don Lorenzo con el mayor esmero y atención en cuanto al dicho su hijo don José Ignacio se le ha ofrecido, y según se manifiesta en la razón de gastos siguientes:

17. Igualmente es constante la función teológica con su dedicatoria, estampada en tafetán amarillo y letra de molde, que, dedicada al señor presidente don Agustín de Jáuregui, y á su presencia sustentó el dicho don José Ignacio en esta Real Universidad, con asistencia de muchos doctores, colegiales y seglares convidados por esquelas de molde, cuyos costos y con refresco para todos pasaron de trescientos pesos.

II

Interrogatorio presentado por don Lorenzo Gutiérrez de Mier en la causa con su hijo don José Ignacio Gutiérrez.

2. Si saben que yo me ví precisado por justas causas que me compelieron á ello á permitir que mi hijo don José Ignacio Gutiérrez pasase de esta ciudad á la capital de Buenos-Ayres por el mes de Mayo del año pasado de 1784, á completar el último libro que se Ilama el Cuarto de Instituta, por haber ido de aquí examinado en esta Real Universidad de todos los demás libros de dichas instituciones; digan.

3. Si saben que el predicho don José Ignacio tenía preparada fuga para irse sin mi voluntad á dicha capital de Buenos-Ayres; si para ello se había escondido saliéndose de mi casa con cama y baúl de ropa; y habiéndoseme noticiado su paradero, pasé con el subdelegado don Melchor de la Jara y don José Ramírez y algunos ayudantes, y habiéndolo encontrado donde se

hallaba escondido para hacer fuga, lo traje aquella noche al cuartel de Dragones, donde estuvo en custodia, y averiguados los motivos de denuncios y otras causas que habían contra él, hube de condescender en su remisión á Buenos-Ayres; digan.

4. Si saben que luego que se supo en esta ciudad la remisión y salida de dicho don José Ignacio, se pretendió sugetarlo y detenerlo en su viaje, y para que se verificase aquel destino me fué preciso costear un propio para participarle en Mendoza lo que sucedía, y que sin el menor retardo pasase á dicho Buenos-Ayres; y si el costo de este propio, con licencia de esta Administración de correos, fué el de treinta y seis pesos, y el del arriero que lo condujo á la ligera desde aquí hasta Mendoza, el de treinta; y los gastos que en dicha ciudad de Mendoza hizo los días que allí perma. neció fueron setenta y más pesos para poder proseguir el dicho viaje; digan lo que supieren, concibieren y tuvieren oído decir, etc.

5. Si saben que para avios y gastos del viaje de dicho don José Ignacio se impendieron en esta ciudad 350 pesos, los mismos que se le pagaron á don Patricio de Mier, y constan de su papel que presento en debida forma: digan, y en lo que no supieren, remítanse á dicho papel.

6. Si saben que dicho don José Ignacio pidió á don Joaquín Fernández 63 pesos en dinero y treinta pesos más para la compra de unos libros, y si por estar aquél viviendo en casa y corriendo con mis negocios, le hizo el dicho suplemento: digan, y en lo que no supieren remitanse á su papel que con igual solemnidad pre

sento.

7. Si saben que habiendo llegado dicho mi hijo á la expresada ciudad de Buenos-Ayres por Junio de dicho año de 84, en los seis meses primeros de su estadía alli recibió de don Joaquín Pinto ciento cincuenta pesos, á razón de veinticinco pesos mensuales.

8. Si saben que en el año de 85 se le dió por entero la misma mesada de veinticinco pesos en cada mes, que en los doce de dicho año ascendió á trescientos pesos, fuera de otra cantidad que pidió á dicho Pinto con pretexto de comprar libros: digan lo que supieren y hubieren oído decir,

9. Si saben que en el año siguiente de 86 recibió de dicho don Joaquín Pinto trescientos veinticinco pesos por razón de dichas mesadas, y en el año de 87 otros trescientos; digan, y en lo que no supieren, remítanse á los dos recibos de dicho don José Ignacio, que con igual solemnidad presento y pido los reconozca.

10. Si saben que en el mismo año de 87 pagué al Dr. don Ramón de Rozas cincuenta pesos del precio de unos libros que el dicho don José Ignacio le había enagenado, y por confesión de éste hice la dicha satisfacción.

11. Si saben que en el expresado año de 87 recibió de dicho mi apoderado don Joaquín Pinto, en 20 de Agosto, cien pesos y en 1o de Diciembre doscientos setenta y cinco, según los dos recibos de dicho don José Ignacio, que asimismo presento y pido su reconocimiento, etc.

12. Si saben que en el año corriente de 89, á 10 de Enero, recibió del predicho don Joaquín Pinto ciento cincuenta y cuatro pesos de mesada, correspondiente al año de 88, y si esta misma mesada le está corriendo en el presente año de 89: digan, y en lo que no supieren remítanse á su recibo, que también presento para que lo reconozca dicho don José Ignacio.

13. Si saben que desde el mes de Junio de dicho año de 84 hasta el propio mes de Junio de 89 ha recibido dicho don José Ignacio un doblón de á dieziseis cada mes, que en los dichos cinco años corresponden á setenta doblones y hacen novecientos sesenta pesos: digan, y en lo que no supieren, remítanse á las partidas del correo mayor de Buenos-Ayres, en la entrega hecha al susodicho. y á las del correo de esta ciudad en su remesa, cuyas certificaciones de administradores pido se manden dar para en parte á prueba, y cuyos doblones han ido por mano de mi mujer doňa Maria Mercedes Ríos, quien prosigue en las dichas remisiones; digan.

« AnteriorContinuar »