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Pocos años despues el concejo de Huete hubo de negar á la familia las esenciones y preeminencias de nobles; por lo que el nieto, Alonso de Montalvo, entabló demanda en la Chancillería de Granada á 2 de mayo de 1505, y probada la posesion de hidalguía con testigos ancianos y respetables de la ciudad, entre los que se cuentan Iñigo de la Torre, Rodrigo de Huepte, Alvaro del Castillo, el clérigo Luis Gonzalez, el cogedor de tributos Pedro Sanchez y el licenciado Juan del Castillo, vista la incontestacion por parte del concejo, se dió sentencia favorable à Montalvo y se expidió ejecutoria de posesion á 20 de Marzo de 1506. Es de creer que en Huete supusieran algunos que la nobleza habia sido personalísima del DoCTOR por sus grados, honores y cargos; mas no cabe duda en que los Montalvos de Arévalo eran hidalgos y caballeros distinguidos. Esta ejecutoria sin embargo se fundó en la posesion, ó por ser la manera mas breve de probarla, ó por no acudir á documentos antiguos, difíciles de traer ella sirvió á los sucesores para acreditar la hidalguía cuando se les disputaba en algun pueblo, como sucedió en el de Barajas en 1593 con el retataranieto Don Martin de Montalvo y sus parientes, vecinos de la villa.

Aunque por este documento se tienen las noticias mas minuciosas de la vida del protagonista de este escrito, debe advertirse, que los testigos informantes se fijaban con preferencia en el punto capital de la nobleza, y respecto á otros asuntos y á las fechas, hablaban al poco mas o menos, discordando diez años sobre el retraimiento del DOCTOR á Huete, y cinco acerca del de su muerte. Con todo, es la ejecutoria el papel mas apreciable, por los varios pormenores que nos conserva de la vida que analizamos: la inserto en el Apéndice.

Pero la ejecutoria mas honrosa, durable y de positiva nobleza, que dejó nuestro MONTALVO, fueron las obras que legó á la posteridad, y que durarán eternamente en la memoria de los letrados y literatos: de ellas voy á ocuparme en el capítulo que sigue.

II.

Noticias bibliográficas.

Las producciones del ingenio fecundo del DOCTOR DIAZ DE MONTALVO merecen un exámen detenido, así por parte de los jurisconsultos, como de los bibliografos; tanto en sus originales, cuanto en las estampaciones, que se dieron al público. El haber aparecido el arte prodigioso de Guttemberg en la virilidad de nuestro escritor y el haberse introducido las prensas en España cuando este letrado tenia dispuestos los manuscritos, dan á sus libros grandísimo interés, pues los mas de ellos son incunables, de los primeros que se compusieron en las nuevas oficinas tipográficas de Sevilla, Toledo, Zamora, Búrgos, Salamanca y otras ciudades de las que se apresuraron á honrarse con la posesion del nuevo invento.

Antes de ocuparse del mérito literario de estos escritos, se siente uno inclinado á decir algo del comienzo de la imprenta entre nosotros, convidado por las ediciones notables que se han de citar y describir en esta seccion. Obsérvase desde luego, que las primeras obras que reprodujeron los escribanos de molde venidos á la Península ibérica desde Alemania y Polonia, revelan lo vigoroso que se nos presentó el arte, desde que le hospedamos, en punto á fundicion de caractéres y al estampado. La limpieza y gallardía de aquella letra gótica y de Tortis, la escelente tinta y tirado de libros tan añejos no pueden examinarse sin admiracion; porque los pasos gigantescos, que el arte habia dado en pocos años, esceden á lo que caminó en los siglos subsiguientes, por mas que la vanidad sostenga otra cosa, apoyada en los adelantos generales de las

combinaciones mecánicas, de la subdivision del trabajo y de la perfeccion de la estética y del dibujo

correcto.

Es verdad, que al lado de esos brios se ven defectos, hijos de la infancia y de la inesperiencia; pero defectos que acusan mas á la gente escritora ó de bufete, no habituada á la publicidad, que á los operarios y artífices de la reciente invencion. Conviene indicar tambien, que nuestros naturales, de imaginacion viva y penetrante, se aficionaron muy luego á la nueva industria, dedicándose á imitar lo que de los extrangeros aprendian: los nombres de Alfonso del Puerto, Anton Martinez, Bartolomé Segura, Anton Centenera, Juan Vazquez, Pedro de Castro, Juan Canova, etc., justifican el aserto; así como es evidente, que tanto los tipógrafos alemanes, cuanto los españoles, cambiaban de residencia, llevando sus oficinas á donde las pedia el interés de las publicaciones, ó la demanda del comercio de libros. Por eso se ve, que un mismo impresor trabajaba en diferentes poblaciones, de que son buen ejemplo los Stanislao Polono, Meinardo Ungut, Juan de Junta, Pedro de Castro y otros.

Las primeras ediciones solian estar sin portada, ni título: carecian de foliatura en todo ó en parte: no expresaban el lugar, ni el año de su publicacion; y hasta les faltaba el nombre del tipógrafo. Poco duraron estas omisiones, aunque otras faltas continuaron por mas tiempo. Fuese por escasez de guarismos en cada fundicion, ó por descuido de los impresores, quedaban sin foliar muchas hojas, ó se interpolaban al hacerlo números romanos y arábigos arbitrariamente. Las erratas, siempre dificiles de evitar en un aglomerado de tantas piececitas, debian ser mas frecuentes cuando aun no se manejaban las cajas y el componedor con la destreza necesaria, y cuando la correccion

de pruebas no podia ser tan esmerada como se ha ido procurando, hasta llegar desde la xilografía á la estereótipa: así es que en los libros mismos de MONTALVO hay erratas esenciales, como cambiar Baza por Baeza y Palencia por Plasencia, sin otras muchas hasta en la portada, signaturas y foliacion, que entonces no se salvaban en la fé correspondiente, establecida despues. Hay que tener en cuenta en este punto, que los originales y códices eran entonces engorrosos de leer y que ciertos nombres propios semejantes en la asonancia, ó fáciles de equivocar en la escritura, darian no poco que hacer á los oficiales de caja y revisores, bastantes de ellos extrangeros.

Parece que al principio, reconociéndose débil en medios y en poder la industria advenediza, como que quiso transigir con los antiguos copistas de manuscritos, ó acallar sus clamorosas quejas; y á eso, sin duda, debe atribuirse la primitiva costumbre de dejar blancos en las cabezas de los tratados, de los títulos y capítulos, así como claros en el principio de los párrafos y apartes, para que despues se escribieran á mano, y con tintas de colores, los epígrafes, calderones y letras versales: y como al dibujar estas los escribientes, ó dudaban ó se equivocaban, se adoptó el medio de poner dentro del cuadro blanco una minúscula impresa, que advirtiese al pendolista la mayúscula floreada ó historiada, que tenia que pintar, ó que supliese la falta, en el caso, harto frecuente, de no manuscribirse.

Mas adelante se hubo de prescindir por completo de los escribientes, que se habrian ido dedicando á cajistas y otros trabajos, y la imprenta se proveyó de versales grandes, orlas, escudos y otros adornos grabados en madera, toscos al principio, perfeccionados luego, que llegaron á constituir uno de los primores

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