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que habian echado aquellas constituciones antiguas, aunque por todos medios procuraban acrecentar su prerogativa, no se atrevian á dar por el pie unas instituciones aprobadas y defendidas por todas las clases del estado. Las de Castilla sin embargo mas débiles que las otras, y combatidas al un poder colosal, fueron las que sucumbieron mas pronto, segun se verá en el progreso de esta obra. Las de Aragon se sostuvieron aun despues de las ocurrencias de Antonio Perez, y del asesinato jurídico del Justicia mayor Lanuza ; pues aunque vulgarmente se cree que entonces perecieron las libertades de Aragon, no fue asi, como tambien demostraré en su lugar. Finalmente, las de Navarra se conservaron aun despues de la incorporacion de aquel reino al de Castilla, con las modificaciones que eran consiguientes á su diferente posicion social, y al aumento de poder que habia recibido la corona.

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CAPÍTULO XIV.

Estado social de los dominios musulmanes de España hasta principios del siglo XIII: situacion de los muzárabes y de los judios.

Enseñoread

nseñoreados los musulmanes de casi toda la península, trataron de captarse la voluntad de los españoles, permitiéndoles el culto público de su religion, y exigiéndoles por toda contribucion el diezmo (1). A pesar de esta afectada moderacion, que el señor Conde encarece con demasía en la introduccion á su Historia de los árabes, los cristianos se hallaban al principio de la conquista en un estado de triste cautiverio. Y no podia menos de ser asi. Los árabes que habian invadido la España no eran aquellos guerreros generosos, huma

(1) Los pueblos sometidos à la fuerza pagaban el quinto.

nos y caballerescos que aparecen en la historia y en los romances, despues de haberse civilizado con las luces orientales en los bellos climas de Andalucia, Murcia y Valencia.

Los primeros caudillos у soldados que impusieron el yugo á los míseros españoles, eran unos conquistadores fanáticos, ignorantes, sujetos á un déspota oriental, cuya voluntad y el Coran eran la ley suprema. Por eso fueron tantos los estragos que hicieron á su entrada en España. ¿Quién podrá referir, dice el Pacense, testigo ocular de aquellos desastres, tantos peligros y trastornos? Si todos los miembros del cuerpo humano se convirtiesen en lenguas, no bastarian á dar idea de las ruinas y calamidades que padeció España.

Todos los desastres acaecidos en Troya, en el sitio de Jerusalen y en Roma cuando se derramó la sangre de los mártires, se repitieron en esta nacion, tan deliciosa en otro tiempo, y en el dia tan desventurada (1). Quiero suponer que haya exageracion en estas espresiones tan sentidas é hiperbólicas; pero cuando menos resultará que los españoles se hallaban en un estado miserable.

Mejoró este mucho en tiempo de Abdalasis, hijo de Muza, que enamorado de la viuda de Rodrigo trató muy bien á los cristianos durante

(1) Isidori Pacens. Chronicon.

su gobierno; pero por esto mismo le asesinaron los suyos, obedeciendo las órdenes del califa de Damasco; y desde entonces volvió á ser muy precaria la suerte de los españoles vencidos. Dependia esta y la de los mismos musulmanes de las calidades personales del gobernador que á nombre del califa gobernaba la España. Algunos de estos fueron humanos y amantes del bien comun; si bien los menos, pues por lo general no pensaban mas que en enriquecerse y despojar á los pueblos para satisfacer su avaricia y la del déspota oriental.

Por otra parte entre los mismos mahometanos se suscitaban frecuentes alteraciones civiles con ocasion del mando y por las pretensiones de las diferentes tribus que componian el ejército musulman ( 1 ). Agregábase á esto la resistencia que hacian los cristiános de los paises septentrionales, y la derrota que sufrieron los árabes en Francia, todo lo cual los irritaba y hacia mirar con aversion á los cristianos, que les estaban sometidos. En tal estado de continua agitacion y falta de concordia no

(1) Para terminar las desavenencias consideró el gobernador Husam ben Dhirar como la primera y mas importante providencia de su gobierno hacer el repartimiento de tierras á las tribus de Arabia y de Siria, que eran las mas poderosas de España y competian entre sí, pretendiendo todas ellas apoderarse de las comarcas de la capital Córdoba. Verificóse en efecto este repartimiento en los términos que espresa la historia del Sr. Conde, parte 2.a, c. 33, p. 112.

podia establecerse un sistema de gobierno permanente, sosegado y benéfico, cual se necesitaba ra hacer floreciente á una nacion.

pa

La mudanza de dinastía en oriente, que alli causó tantos desastres y derramamiento de sangre, fué un acontecimiento favorable para los musulinanes de España, pues con esto se les presentó una ocasion propicia para establecer una monarquia independiente, reconociendo como su señor ó emir á Abderrahman, que pudo salvarse de la persecu ción de los abasidas, y en él continuó aqui la dinastia de los comiadas. Hasta entonces la mayor parte de los gobernadores ó tenientes de los califas orientales no habian hecho otra cosa que destruir los vestigios de la antigua civilizacion; pero luego que Abderrahman acabó de triunfar de sus adversarios, quedando en pacífica posesion del reino, se dedicó á reparar los males que en él habian' causado las pasadas revueltas, y á hermosear á Córdoba, que habia elegido para capital de su imperio. La nacion conservaba aun muchas de las obras magníficas hechas en tiempo de los romanos para facilitar la comunicacion interior, como puentes, grandes calzadas &c. Aunque estas habian padecido mucho desde la invasion, el último gobernador Jusuf (competidor de Abderrahman y vencido por este), las habia reparado de manera que desde Andalucia se caminaba por anchas vias militares à Toledo, Mérida, Lisboa, Astorga, Zaragoza y Tarragona.

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