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sen que juntarse tres infantes reales y ahogarlo por sus propias manos, como si se hubiesen agotado ya en el mundo los venenos ó faltasen puñales de sicarios.

Basta la presente comparación para dejar desautorizada para siempre, la Scriptura privada, escrita quizá por el ardiente partidario del Condestable de Portugal, nieto del Conde de Urgel, Fray Cristóbal de Gualbes, quien pronunció la oración fúnebre de dicho Condestable y estuvo siempre enemistado con Juan II y Fernando el Católico. Como documento literario debe conservarse y también como muestra de los libelos de la Edad media.

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B

AL CAPÍTULO III

VIDICACIÓN DE SAN VICENTE FERRER

IEN merece una vindicación particular el gran Apóstol valenciano, ya que sobre él han descargado nuestros más obcecados catalanistas todas las mayores injurias que les ha sugerido la pasión más exaltada.

No voy a hacerme cargo de los anatemas que han lanzado sobre él mal avisados poetas, ciertamente irresponsables ante el tribunal de los hombres, aunque no tan en absoluto ante el de Dios; sino á responder á escritores de historia, y en particular manera á D. Antonio de Bofarull, el más culpable de todos ellos, ya que Balaguer no puede ser tomado en serio.

La inquina de Bofarull contra San Vicente es de aquellas que sólo pueden hallar explicación en el carácter atrabiliario de un autor; llega al rencor personal, al odio: la gloriosa Compañía de San Vicente, compuesta de gente distinguida que renunciaba á sus bienes y seguía al Santo en absoluta

pobreza y prácticas de penitencia, se convierte á los ojos de Bofarull en «una multitud »de pobres y mal arropados que movió la pie»dad del Concejo;» los milagros estupendos que obraba todos los días el Santo, y están auténticamente probados en el Proceso de canonización y admitidos por la Iglesia, son consignados irónicamente con letra bastarda y como dicho sólo de «nuestros historiadores;»> el éxito asombroso de su predicación maravillosa lo explica por la avidez con que la esperarían los catalanes, toda vez que se había educado en nuestras aulas y «se glo»riaba continuamente de ser catalán;» en fin, que nada de lo que se refiere á San Vicente le merece consideración alguna; parece que está dominado por una obsesión, que igualmente ha contagiado á sus recopiladores.

Para Bofarull, «resulta (de absoluta evi»>dencia) que fray Vicente Ferrer (según él >>>hasta entonces no santo) es el más culpable »en los sucesos que lamentamos, como instru»mento que fué de la política de su amo y se»ñor el Papa Benedicto XIII» (V. 207, 2.o); que al razonar su voto «lo hace de una ma»nera falsa ó hipócrita;» y que al emitirlo diciendo que el pretendiente considerado de mejor derecho debe ser acatado rey por los pueblos «según justicia, Dios y su conciencia, »>cree usó de fórmula jamás usada en país al

»guno ni en ningún tiempo y HASTA HERÉTICA, »porque aparte de sobrar la palabra concien»cia cuando hay la convicción de la justicia en »una cuestión de derecho, el atreverse á sentar »que aquel acto humano es según Dios, ó su»pone dar á entender que hay allí inspiración »del cielo y la conoce el frágil mortal que lo »publica, lo que es mucha presunción, ó es com»partir con Dios la responsabilidad de aquel >>acto meramente terrenal, lo que es igualar la »majestad divina al perecedero barro de su

»creación.»

Fijémonos por de pronto, en estos tres cargos y veamos sobre qué base de verdad descansan. Por lo que respecta al último, esto es, la fórmula del voto de San Vicente, que tanto subleva al historiador metido á teólogo, bastará decir (dejando aparte la tergiversación accidental con que la desfigura) que no sólo era el usado en todos los tribunales de justicia de entonces, más religiosos que los de ahora, sino que era exactamente la transcripción del mandato imperativo de la Concordia de Alcañiz, á saber, «que, según Dios, justicia y buena conciencia, »publicarían el verdadero rey y señor,» lo que con las mismas palabras juraron hacer los Compromisarios, antes de empezar el juicio, y con las mismas emitieron su voto, que no era sino el cumplimiento del mandato. Ya ven mis buenos lectores hasta que

punto le ofuscan á Bofarull los actos más. naturales de Fray Vicente.

La segunda acusación, de razonar el voto «de una manera falsa ó hipócrita,» está á la altura de la que acabamos de recusar, pues, dice que «huyendo de las principales circuns»tancias que se requerian (para ser elegido »rey), esto es, la descendencia legitima por la »linea varonil 6 en otro caso, la justificada » conveniencia de preferir un principe á otro por »el bien que ha de resultar al país, se alega »sólo como motivo el ser D. Fernando más pro»pincuo pariente de D. Martin;» como si ello no bastase para indicar al menos lince, que no se ha seguido la ley de sucesión feudal sino la Justiniánea, según en su lugar de

muestro.

Veamos ya el argumento más formidable que es á su vez el que ha hecho siempre más fuerza á los enemigos del Compromiso, á saber: haber sido San Vicente en el Compromiso, servil instrumento del Antipapa Luna ó como dice Bofarull, «instrumento que fué »de la política de su amo y señor el Papa » Benedicto XIII.»

El trabajo de investigación que tales señores se han tomado para formar una opinión tan firme, hay que decir que es completamente nulo. Bofarull, in cuius verba juran los demás, no se harta de llamar á San Vicente limosnero, secretario y confesor del

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