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el sistema comercial de entonces, nos apartaron de las aventuras de América; que el apego á nuestra tierra nos alejó de las campañas de Flandes haciéndonos inservibles para la Corona española; que las pestes, las guerras y el malestar general de Europa por las cuestiones religiosas, así como la caida de Bizancio en Oriente, mataron nuestro comercio; y que por fin, el carácter estacionario que tomaron nuestras Constituciones cuando no fué posible la celebración de Cortes, no menos que el divorcio (por otra parte laudable) de nuestras ideas políticas con las cesaristas que universalmente dominaron después del Renacimiento, fueron las principales causas de nuestra decadencia y de la muerte de nuestra nacionalidad política.

Por otra parte, se ha de reconocer también que con el Compromiso y sin el Compromiso, es muy probable que hubiese llegado tarde o temprano á ser un hecho inevitable nuestra unión con Castilla. Por un lado la Providencia parecía amasar grandes nacionalidades para oponerlas en su día á la potente Reforma que como última etapa

del Renacimiento había de surgir en la vieja Europa. Por otro lado, iban desapareciendo los hijos varones de todas las ramas de la familia real catalana: mueren todos los hijos varones que hubo D. Martín, así como los legítimos de su primogénito; desaparecen sin sucesión, antes Juan I, más tarde Alfonso V; cuando Cataluña se separa de don Juan II, mueren los dos electos, el Condestable de Portugal, descendiente del de Urgel, y el Duque de Calabria; y por último, cuando se deshace la unión de Aragón y Castilla por la muerte de Isabel I, y se casa D. Fernando con D.a Germana de Foix, muere también el hijo que con ella tiene, dándose con este motivo el caso olvidado por nuestros catalanistas, de volver á aplicarse el criterio que prevaleció en el Compromiso de Caspe, y en su virtud vuelven á quedar unidos Castilla y Aragón con lazo indisoluble.

Si algo faltara para quitarles toda razón de abominar de unión semejante, á los modernos patricios que creen á ojos cerrados ser crimen de lesa patria unir la corona aragonesa á la no menos noble castellana,

y que nuestros antepasados también abominaron de ello; bastará recordarles que cuan-. do el rompimiento de Cataluña con don Juan II, ofrecieron nuestros Diputados y Concelleres la corona á Enrique IV, quien la ciñó cerca un año, mientras en voluntad. lo tuvo; y que con gran regocijo de sus prosélitos, los catalanes, aquel desdichado Príncipe de Viana, de la rama del de Antequera y no por ello menos idolatrado, perseguía esta misma unión, pues tenía concertado su matrimonio con la que fué después Isabel I de Castilla.

Ya entiendo que todo esto sonará á herejía en oídos de los que miden su amor à la tierra por el odio que profesan á Castilla, sin perjuicio de irse luego á Madrid á mendigar aplausos ó lo que es peor, un empleo lucrativo. Sin embargo, en lo dicho me afirmo, pues yo he entendido siempre que ha de ser la Historia espejo fiel de la verdad, y que el amor à la Patria nunca debe fomentarse con indignas mentiras que, al venir à ser descubiertas, empequeñecen á quien las ha propalado, y tornan escépticos á los que crédulamente las habían aceptado

con el candoroso entusiasmo del neófito. Por esto al considerar cómo están escritas las dos generales Historias modernas de Cataluña, he creido convenientísimo dar ejemplo, aunque humilde, de estudio crítico sobre ellas, para que animándose los amigos de la verdad se lancen á depurarlas de los apasionados errores de que están llenas, sin temor á la autoridad del oficial de la Corona de Aragón, que al escribir su Historia no procedió ciertamente con la lealtad de un Zurita, un Monfar ó del moderno D. Próspero, sino con toda la parcialidad de enemigo del nombre castellano; como tampoco demostró la erudición que podía esperarse de un discípulo de los Bofarulls, ni la sagacidad crítica de que tantas veces alardea en su enfático y autoritario estilo. Y no me arredra cargar con la responsabilidad de tales afirmaciones, ni tener que arrostrar las iras de los que entienden que reconocer sinceramente nuestros propios defectos es gravísimo pecado contra patriotismo. Estoy tranquilo porque no me mueve à proceder así rencor personal alguno, pues sólo de vista he conocido á Bofarull, y ni de vista

á Balaguer; y porque creo firmemente que si la verdad nos ha hecho espiritualmente salvos, socialmente nos hará respetables aún á los enemigos; que nos mostrará además los defectos de que debemos enmendarnos, si está ello en nuestra mano; y que nos restituirá aquel grave carácter que antes nos distinguía, cuya primera base era la sinceridad noble y altiva del fuerte que no teme nunca presentarse tal cual es ante amigos y adversarios.

Como no pienso haber dicho la última palabra en el asunto del presente libro, ni creo poder decirla en los que le sigan, no me desplacerá la discusión de mis juicios; lo que sí sentiría, y no he de ocultarlo, sería ver que se denigra mi trabajo presentándolo como obra antiregionalista, lo cual temen algunos amigos que conocen el modo de obrar de ciertos pseudo-catalanistas; mas en honor de la verdad he de decir también que no lo sentiría por la ofensa sino porque se haría patente á los ojos de los que no aman nuestro regionalismo, la ignorancia y malicia de aquellos, y se les daría argumento para desconceptuar á los buenos.

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