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(el de Gandía era) hiciese la voluntad de ellos.—(Proceso, t. I, 125.)

Dado el carácter de semejante respuesta, ya se comprende ser imposible la escena de la leyenda. El Conde salió de su casa y su ciudad con su familia, acompañado del Duque de Gandía, el más alto personaje de la corte de D. Fernando y el más cercano pariente del vencedor y el vencido, con lo cual dicho se está que no hubo atropello de la esposa y las hijas del Conde, como La Fi relata y algunos historiadores admiten; sino que con todo el honor que à tan egregias personas se debía, fueron conducidos todos á la presencia del Rey, quien no podía menos que recibirles entre cortés y severo, como los recibió en efecto, pues por la misma madre del Conde sabemos que á ella, instigadora de la rebelión, la acogió y besó no como enemiga ni persona criminal sino como correspondía á tal señor como era él y á tal dama como ella, y que le había dicho (el Rey) que lo pasado por pasado se tuviese (que lo passat fos passat). Proceso, t. I, 403.

Tal es la verdad histórica; mas para que se vea la parte que toma la imaginación de

los pueblos y de los escritores en el relato de los hechos que la Historia consigna, será bien hacer notar que mientras el anónimo autor de La Fi, participando de la compasión que sentirían los catalanes por la suerte del último descendiente directo de sus Reyes, nos pintó la patética escena que he recordado antes, Lorenzo Valla, profesor de elocuencia en Italia, la pintó (conforme con sus gustos clásicos, que explican muchos yerros de su Historia), saliendo de su ciudad natal «montado á caballo, con rostro más >>bien triste que caido, ornado de barba y >>cabellera rubias, y con la espada, según >>costumbre de los héroes, pendiente del hom>>bro (lib. III).» No hay que decir cuan bien le hubiese parecido á Valla el cuadro de la despedida, y como lo hubiera aprovechado para su Historia á lo Balaguer, si en su tiempo se hubiese ya inventado tal leyenda, pues no desperdicia detalle para poner al de Urgel á la altura de los más famosos capitanes; por lo cual resulta testimonio, aunque negativo, contra La Fi del Compte; pudiendo añadirse á éste por su valor positivo, la relación que los Diputados de Catalu

ña hicieron á los Jurados de Gerona (dando cuenta de letras recibidas de embajadores que habían mandado al Rey y fueron testigos presenciales de los hechos): «El xxxi de »octubre, dicen, por la mañana después de >>hora de Tertia el Duque de Gandía D. En>>rique y monseñor Diego de Vedilla llega>>ron á parlamento y trato con D. Jaime de >> Urgel, quien salió fuera el portal de la »muralla de Balaguer, vestido de paño bur>>do, con sombrero negro á la cabeza, barba »larga, estoque ceñido y daga y botas (es>>tivales), quien ha llorado mucho al abra»zarse y acompañarse con ellos.»> No hubo, pues, arranques heroicos muy propios de situaciones parecidas.

La conducta de D. Jaime en el Proceso, acaba de poner el sello á su menguada figura.

Sacado de Balaguer y preso en Lérida mientras se substancía la causa que por delito de lesa majestad se le seguía desde Barcelona, encuéntrase, por vez primera en su vida, sin la dirección y apoyo de su madre, entregado á sus solas fuerzas; va á verse por entero su talento, su valor cívico, y su

carácter, sin influencias que lo desvien ni desfiguren. Y se ve, en efecto; mas lo que se ofrece á los ojos del historiador imparcial es un espectáculo el más deprimente que darse puede para la dignidad del Conde; en él se encuentra el testimonio más auténtico que se conoce, de su menguado juicio, de su ningún valor y entereza de carácter. ¡Quisiera uno rasgar aquellas páginas del Proceso en que constan las pruebas de la cobardía y necedad de D. Jaime! Juzgue el lector por sí mismo:

Constituido el Rey en el Castillo de Lérida, pro tribunali, pregunta al Conde de Urgel ante los escribanos que van á tomar nota de las respuestas y ante los jueces que por ellas han de juzgarle:

-¿Por qué hicisteis fortificar vuestras torres y castillos?

Contesta el Conde:-Por temer que la ciudad de Lérida se preparaba á echárseme encima.

-¿Por qué no obedecisteis á los oficiales del Rey al presentaros ciertas cartas de él?

-No he resistido jamás á ningún oficial ni se me han presentado tales cartas.

Continúa el Rey preguntándole, mas cansado de las tontas evasivas del Conde, le apremia con hechos en los que ya no cabe otra intención que aquella que por sí mismos descubren, como era el hecho innegable de haberse alzado en rebelión, al pretender D. Fernando entrar en Balaguer. La contestación debía de ser categórica ya que el hecho era evidente; la declaración, satisfactoria, ora afirmándose ora doliéndose de lo hecho. Pues, ¡nada de esto! El Conde negando la evidencia, esquivando la declaración de sus intentos, y rebajándose hasta el nivel de la mujerzuela mentirosa, niega la rebeldía y oposición á su Rey y dice «que sólo se puso en estado de defensa ya »>que el Rey se presentaba sin mandarle >>aviso, como en tiempo de paz es costum>>bre. >>

Mentía cobardemente el Conde, porque el Rey y el Parlamento le habían enviado al Gobernador general de Cataluña y lo había resistido; D. Fernando le había enviado sus nuncios, y no los había querido

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