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recibir, ó mejor, los recibió con agravio; llegado el Rey á las puertas de Balaguer, volvió á instarle con nueva carta para que se sometiese, y la despreció....; sin embargo, D. Fernando no le quiso coger en tal mentira, y continuó preguntando, hasta llegar á interrogarle de porque tiraban ó hacía tirar con bombardas á dicho señor Rey, y á su real, á lo que el Conde contesta..... (¡la pluma se resiste á consignar tanta bajeza!....) que ¡nada sabe ni ha visto, ni él ha mandado tirar!

¡Tal es el hombre! ¡el héroe! ¡el descendiente directo de Vifredo, Jaime I y Pedro el Grande! ¡el que debemos llorar por no haberlo logrado por rey!

Tal debieron de verle aun los Compromisarios que se inclinaban á su derecho, pues, ninguno de los dos deja de declarar que <<creía que el infante D. Fernando por >>muchos conceptos era más útil para el go>>bierno de estos reinos, que cualquier otro >>competidor,» y aún Çagarriga, al comparar al Duque de Gandía con el Conde de Urgel, á quienes reconoce igual derecho, dice que debe ser preferido el más idóneo,

dejando indeterminado el candidato. A lo cual se debe añadir la prudente observación de Abarca, quien, al terminar la relación del destino del Conde, y su muerte en Játiva dice: «El tubo, ó mucha paciencia, ó »poco entendimiento; pues ni de la clemen>>cia de D. Alonso el Magnánimo fué capaz >>en tantos años su juizio.>>

¿Qué hubiese sido de nuestra nación si D. Martín hubiese otorgado testamento en favor del de Urgel? Sin dotes de gobierno, sin talentos, sin carácter, sin valor moral tan siquiera; sujeto á una mujer imprudente cual su madre; amigo de hombres relajados cual el turbulento D. Antonio de Luna en Aragón, R. Berenguer de Fluviá en Cataluña y D. Juan de Vilaregut en Valencia; y tan poco escrupuloso que no le repugna coligarse con un asesino sacrilego y excomulgado, y aparecer cómplice en la muerte violenta de un Arzobispo. ¡Qué bien debió conocerle el sabio rey D. Martín cuando no se atrevió, á pesar de verle casado con su hermana, á nombrarle heredero suyo en el trono de sus mayores!

Dividido Aragón por los dos bandos de

los Urreas y Lunas, como Valencia por los Vilaregudes y Centelles, y perturbada Cataluña por enconadas contiendas entre señores feudales; dividida la Iglesia por el Cisma; conmovidos los pueblos por doctrinas democráticas; preparadas Francia, Génova y Navarra á desmembrar más o menos extensas partidas de nuestro territorio ¿qué hubiese sido de nuestra potente Confederación, de caer en las manos débiles é inhábiles de un hombre tan sin consejo como lo fué el mal llorado D. Jaime?

Dejen, pues, los verdaderos amantes de Cataluña de entusiasmarse con el héroe de la antigua leyenda; agradezcan á la Providencia habernos librado por tan suave medio como el del Compromiso, de la desgracia de ver sentado en el glorioso trono de Jaime I, á quien no podía ser más que un segundo ejemplar de Rómulo Augústulo, y acepten los fallos de la Historia, quien tarde ó temprano, hace justicia á los hombres. Compadézcanse sí, de las desdichas del desgraciado Conde, que honda compasión inspira leer el remate de tales azarosas jornadas, elocuentemente descrito por el

aragonés Abarca (Segunda parte de los Anales, lib. XXVII, cap. I), quien dice así:

«El Rey juzgó, que para la quietud de >>sus Reynos convenía, que no se oyesen en >> ellos los suspiros del Conde, que joven, >>hermoso y galán, enternecía los corazones >>de los que no tenían causa para aborre>>cerle; assi le embió preso á Castilla, para >>que estuviese en Ureña, guardado de Pe>>dro Alonso de Escalante. Avía pensado el >>>Conde, que le dejarían en Zaragoza; y >>viendo que le passaban adelante, vencido >>de su tristeza desengañada, se dejaba el »>infeliz Príncipe caer de la acémila en que >>le llevaban, solo desatado para caer, y >>arrojarse, como desesperado, por el triste >> consuelo de morir de una vez enteramen>>te, por no verse morir á pedazos en tan >>prolija vida como imaginan y pasan los >>desdichados, y más los Señores despojados »y cautivos. Y fué sin duda espectáculo la>>mentable, digno de ocupar los ojos, y los >>corazones de las gentes, y más de la no>>ble Zaragoza; que miraba al que pudo ser, »y fué deseado, su Rey, entrar y passar de »largo por sus calles, arrebatado de Estran

CASPE

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»geros, atado á una vil cavallería, consumi>>do del Sitio, de la Prisión, y del Tribunal >>de un melancólico y ofendido Rey: man>>chada la barba de lágrimas, y polvo: el ca>> bello confuso y erizado: todo el hábito, y >>semblante de desvelos, espantos y manías: >>un Príncipe señalado por el Rey su Tío, >>para sucesor de la Corona, desterrado á >>Gentes desconocidas, y á cárceles sin fin..... >>Tan lastimosa fué la entrada, y tan otro fué >>el triunfo del Conde D. Jayme de Aragón »en la Corte de los Reynos de sus Abuelos, >>y que fueran suyos, si la mesura Aragonesa »>no pesara con tan delicado tiento los áto>>mos de la justicia; ó si la de Dios no qui»siera castigar la codicia ó la violencia de >>este trágico Príncipe; en cuya dura fortuna »se quebraron la palabra de Rey tan entero, »y la línea Real de los bravos Condes de >>Urgel.>>

Compadézcasele, repito; mas no por ello se deje de admirar la mano de Dios que por los ásperos caminos de las prisiones le llevó á inmortal gloria, pues fama es, atestiguada por el historiador Fr. Fabricio Gauberto, que en el tiempo que «estuvo en la cárcel

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