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>>hizo tal penitencia y tal enmienda de su >> vida y reconoció tanto á Dios y murió tan »santamente, que ganó mayor corona» que la que perdió perecedera; con cuyo testimonio convienen perfectamente la carta consolatoria de la reina doña María á la penitente hermana del Conde doña Leonor (carta que ha descubierto en este Archivo de Aragón mi amigo el Sr. Giménez) participándole la piadosa muerte de su hermano en Játiva después de recibir los Sacramentos con grande y admirable devoción, digno remate de tan santa vida; y la alocución del Condestable de Portugal, don Pedro, nieto de D. Jaime de Urgel, y por tanto, testigo de mayor excepción, dirigida á los partidarios de D. Juan II, en la cual les dice ser él «net del cómte Durgell, »lanima del qual per son loable fi es cregut regna en los cels,» anulándose así para siempre, la luctuosa leyenda de La Fi del Compte, que vendrá á quedar reducida á la categoría de monumento literario digno de figurar en las antologías de escritores catalanes del siglo xv.

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D. DOMINGO Ram, Berenguer de Bardaxi
Y FRANCÉS DE ARANDA.

D. PEDRO DE ÇAGARRIGA, GUILLErmo de VallsecA
Y BERNARDO DE GUALBES.
D. BONIFACIO Ferrer, Giner Rabaça y
FR. VICENTE FERRER.

«Oh de cuanta consolación debe de ser para todos y cómo debe tranquilizar y aquietar su lealtad y entusiasmo, y como ha de ser parte á quitar de sus conciencias todo recelo, considerar que personas tales y de tanta autoridad, tal vida, ciencia y grande fama, hayan de declarar según Dios y justicia, quien sea nuestro verdadero rey y señor; considerando además con reflexión tranquila y piadosa, la gran probidad, lealtad, dignidad grande y sacros órdenes, antigua nobleza, buena vida y fama, profunda y clara ciencia, limpia é inmaculada conciencia,

experiencia en los negocios y no menos grande y singular aptitud, grande amor y devoción á Dios y á la verdad, gran reflexión y fortaleza, y otras muy grandes y singulares virtudes y dones de naturaleza que en las nueve dichas personas florecen y resplandecen maravillosamente, extendidas, públicas y notorias en todo el mundo».....

Con este magnífico y elocuentísimo elogio tributado á los Compromisarios por los Parlamentos de la Corona de Aragón en la Circular en que éstos notificaban al Reino la elección que acababan de hacer, he creido deber empezar este capítulo sobre los Compromisarios de Caspe, que podría muy bien llevar á cumplido término con sólo ir consignando cuantos encomios hicieron de ellos los más insignes escritores de todos tiempos, hasta llegar á la presente generación que, despreciando legítimas glorias, va anhelosa en busca de nuevos títulos que presentar á la admiración de las gentes, para sostener el inmortal renombre de la un día famosa nacionalidad catalana que, afortunadamente no necesita de tales panegiris

tas. Lo mismo Lorenzo Valla que Zurita, Blancas y Abarca que nuestros Monfar y Feliu de la Peña, convienen en tributar á los Jueces de Caspe el testimonio más alto de admiración y respeto que haya tributado la Historia á hombre alguno, por las prendas de ciencia y gran virtud que les adornaban, de todos en su edad reconocidas. Los mismos partidarios del de Urgel, como Boades, no tienen una palabra contra la integridad de vida que les reconocen los Parlamentos. Zurita hace notar las grandísimas y generales garantías de confianza que debían ofrecer á los tres reinos aragoneses los nueve individuos nombrados, cuando lograron calmar con sólo su nombre, aquel revuelto mar de pasiones que levantara la elección de heredero de la corona. Lumbreras de su siglo todos ellos; escogidos en todas ocasiones por sus respectivos países, para solucionar los más árduos problemas que ofreciera el gobierno de aquellos libres Estados; hombres de confianza de sus Reyes, Juan I y Martín el Humano, y al propio tiempo apoyo, unos, de los Concilios que en la paz de la Iglesia entendían; sostén,

otros, de los Parlamentos que cuidaban del buen régimen de la Corona; no es nada extraño que en ellos se fijaran los Brazos de los tres reinos, ni que al ser conocidos de los pueblos sus nombres como Compromisarios, se echasen las campanas al vuelo, se entonase general Te Deum y se sosegasen las turbulencias promovidas por los bandos enemistados; pues para todos eran garantía de 'imparcialidad la alta condición, la grandeza de ánimo y la reconocida ciencia de los nueve que debían dirimir la debatida cuestión de sucesión á la corona. Óigase como habla desde su fuerte castillo de Peralada, llevando la voz en nombre de Cataluña, el noble Vizconde de Rocabertí, dirigiéndose al Parlamento de Tortosa que le había notificado aquel nombramiento: «He recibido »vuestra carta, la cual del todo leida y termi»nada, inflamado de soberano gozo y consuelo, »en ninguna manera he podido hablar, sino que »con gran devoción, levantado mi corazón á »N. S. Dios, he cantado mentalmente-«gloria »in excelsis Deo et in terra pax hominibus bo»ne voluntatis»-tributándole gracias, loores y »bendiciones, ya que por su soberana é infinita

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