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fratrum) et per eos deputati de fratribus suis, ut dictum est, judicaverint opportunam et expedientem pro conversione dictorum indorum.... et.... præfata auctoritas extendatur etiam quoad omnes actus episcopales exercendos qui non requirunt ordinem episcopalem. Todavía Paulo III, por breve de 15 de Febrero de 1 535, confirmó lo concedido en la Omnimoda, y autorizó á los religiosos para que usasen de aquellas facultades áun dentro del límite de las dos jornadas, con tal de que obtuviesen, en este caso, el consentimiento de los obispos.'

Privilegios tan extensos habian sido necesarios en los primeros tiempos, cuando los religiosos venian como tales misioneros, y áun no habia aquí Iglesia ni prelados ordinarios. De otra suerte habrian sido imposibles la conversion y administracion espiritual de los indios. Pero establecidas, una en pos de otra, varias sedes episcopales, la necesidad de los privilegios disminuyó en gran manera, y los obispos encontraban en ellos un gran tropiezo para la recta administracion de sus diócesis. Todo el ministerio parroquial estaba, por decirlo así, á merced de los religiosos, quienes, aunque en general mostraban el debido respeto á los obispos, se oponian vigorosamente á toda visita ó intervencion que menoscabara, áun en apariencia, sus exenciones. Algunos habia tan poco reportados, que en sermones se jactaban públicamente de que podian más que los obispos, pues estos no tenian como ellos la omnimoda autoridad apostólica, y hasta se atrevian á dispensar en lo que los obispos no osaban. Parecia muy mal, y con razon, á los venerables prelados de nuestra primitiva Iglesia, que los indios oyesen y viesen que los frailes tenian mayor poder que el diocesano. Decian tambien que ellos no podian ser responsables de unas ovejas que apénas conocian, y en realidad no guardaban, puesto que el obispo no nombraba los curas, ni los visitaba, ni les pedia cuenta de su administracion. En ninguna manera se oponian á I MENDIETA, lib. III, caps. 4, 5, 6.

que viniesen muchos misioneros de las órdenes religiosas, ántes los deseaban con ánsia y pedian al rey, hasta con importunidad, que enviase más; pero querian que se limitasen á su oficio de misioneros, sin ejercer el de párrocos, que decian ser ajeno de regulares sujetos á clausura, y muy ocasionado á relajacion, como en efecto lo era. Consentian en que los frailes tuvieran todas las facultades necesarias en aquellas circunstancias, con tal de que las recibieran de los obispos, para que la autoridad de estos no sufriera menoscabo, y en su mano estuviera modificarlas segun las personas y los casos.

El teson con que los regulares defendian sus privilegios no provenia entónces de motivos censurables. Creian sinceramente que así podrian adelantar más en la conversion, y administrar mejor á los convertidos, en una tierra tan ancha, donde el recurso á los obispos era siempre largo y dificultoso. Creian tambien que nada les era lícito ceder de lo que no les pertenecia á ellos en particular, sino á la órden entera. Aquellos varones santos de los primeros tiempos se imaginaban, con la sencillez propia de la virtud, que tan amplias facultades nunca se habian de emplear sino para el bien, y no conocian que sin una asistencia infalible del cielo, el poder excesivo al fin embriaga y corrompe á quien le ejerce. Tampoco temian que el ministerio parroquial, aunque daba mucha ocasion á los súbditos para andar derramados y fuera de la vista de sus superiores, llegaria á quebrantar el vigor de la regla. Por desgracia, tales peligros no eran imaginarios, y la prediccion de los obispos no tardó en cumplirse, porque antes de terminar aquel mismo siglo, las órdenes religiosas no eran ya en México lo que ántes habian sido.' Ni los hombres más eminentes, ni

1 Véase la Relacion breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre Fr. Alonso Ponce en las provincias de la Nueva España, siendo Comisario General de

aquellas partes. (Madrid, 1873, 2 tomos 4) Forma los tomos 57 y 58 de la Coleccion de Documentos Inéditos para la Historia de España, y se tiró tambien como obra separada.

las corporaciones más respetables se ven libres de la obcecacion de querer alargar su papel más allá del límite fijado por la mano de la Providencia. Nadie acierta á conocer cuál es el momento de cambiar de lugar, ó de abandonar del todo la escena; y una vez que este momento ha pasado, la gloria adquirida se empaña, las hazañas se empequeñecen al lado de los desaciertos, y lo que empezó grande y claro, acaba oscura y miserablemente. Colon, elegido para hallar un Nuevo Mundo, asombra al antiguo con la realizacion inmediata de sus escarnecidos ensueños; mas como si aquello no fuera bastante para la gloria de un hombre y de un siglo, se obstina en vagar por los mares de las Indias en busca de un imaginario estrecho, y abandonado ya de su inspiracion, consume su vida en vanos esfuerzos, para no recoger más que copiosa cosecha de amarguras. Cortés se presenta al mundo hollando las ruinas del gran imperio mexicano, derribado más con el poder de su inteligencia, que con la fuerza de su brazo, y tampoco abre los ojos para conocer que su carrera habia terminado. La sed de gloria y de riquezas le arrastra á nuevas expediciones, donde nada aumenta á la una, y menoscaba mucho las otras. Vive en perpetua inquietud, gasta sus portentosas facultades intelectuales en miserables luchas con sus émulos, y muere abrumado de desengaños, sin haber recobrado jamas el gobierno de la Nueva España, objeto de todas sus ansias. Iturbide pone fin á una lucha tan desastrosa como estéril: consuma de un golpe la independencia de su patria: el brillo de su propia gloria le ofusca, y en vez de retirarse majestuosamente, colmado de bendiciones, quiere subir más alto, y rueda ciego de precipicio en precipicio, hasta hundirse en la oscura huesa de Padilla..... Parece que la Providencia, para desengaño de todos, quiere hacer ver que los grandes hombres no son más que instrumentos elegidos por ella para la ejecucion de sus altos designios, y que los rompe y abandona luego que se ha servido de ellos; no

sea que el mundo se ensoberbezca pensando que era obra de hombres la que no era sino de Dios. Si los religiosos de Nueva España hubieran renunciado á tiempo y voluntariamente unos privilegios ya inútiles, su gloria seria más luciente, habrian evitado tristes discordias, y retardado la decadencia de las órdenes. Mas ¿cómo exigirles una perspicacia que casi excede á las facultades de la pobre humanidad?

Felizmente para el Sr. Zumárraga, no comenzó en su tiempo, aunque ya se anunciaba, la ardiente lucha para la secularizacion de los curatos. Lo reciente de la conversion, áun no terminada, no permitia pensar en ello. Á sus sucesores tocó esa tarea, tanto más dificil cuanto que por ambas partes habia razones de peso, hasta cierto punto inconciliables. Hemos visto ya las de los obispos: las de los frailes estaban léjos de ser despreciables. Ellos habian formado aquella grey cristiana; edificado con ayuda de los indios todas las iglesias, y provístolas de cuanto era menester para el culto. Repugnábales naturalmente que los clérigos, á quienes menospreciaban porque nunca los vieron compartir con ellos las penosas tareas del apostolado, vinieran ahora á arrojarlos de sus propias casas y á aprovecharse del fruto de sus fatigas: tampoco los consideraban como ministros idóneos para los indios, y en efecto, estos los recibian mal. Los clérigos mismos no podian ménos de reconocer la superioridad de los frailes en el conocimiento de la lengua y costumbres de los indios, y comprendian que sin ellos no podian con la carga. Y era tan cierto, que los obispos tuvieron que echar muchas veces á un lado sus opiniones, y apelar á las órdenes para conseguir ministros que rigieran las parroquias fundadas entre indios feroces y á medio convertir, por no querer servirlas los clérigos, de lo cual sacaban fuertes argumentos los religiosos para combatir á sus contrarios. No impedia eso que el clero secular aprovechara cuantas ocasiones se le presentaban para ocupar poco á poco los curatos. Lue

go que los religiosos dejaban alguno, por cualquier motivo, entraba inmediatamente el clérigo, y ya no salia de allí. Así era preciso proceder, porque la existencia de convento y curato en cada cabecera no parecia posible. El cura clérigo, si no habia de expeler á los frailes, no tenia habitacion ni iglesia: emprender la construccion de ambas en todas partes, era consumir las rentas del rey, si él costeaba las obras, ó acabar con los indios, si ellos habian de hacerlas. Aun vencido este obstáculo, faltaba encontrar arbitrio para la sustentacion del cura. Los indios no estaban acostumbrados á pagar derechos parroquiales: sus ofrendas voluntarias eran todas para los frailes, que se contentaban con bien poco. Los curas no tenian á quien apelar, si no era al erario público: carga enorme que el rey no se resolvia á aceptar. Mas no hubo otro camino para comenzar la secularizacion, y los párrocos recibieron del gobierno ó de los encomenderos un corto salario, mientras se establecian las obvenciones parroquiales, y es de justicia añadir que trabajaron con celo. A pesar de todos los esfuerzos del clero secular y del gobierno, el cambio era tan difícil que ni en dos siglos llegó á verificarse por completo, aunque la decadencia del espíritu de las órdenes y el engrandecimiento continuo del otro clero fueron facilitando cada dia más la ejecucion.'

Á

XII

PL año de 1537 es notable en nuestra historia eclesiástica porque en él vió México, por primera vez, la consagracion de un obispo, en la persona de D. Francisco Marroquin, electo de Guatemala, á quien el Sr. Zumárraga consagró con gran solemnidad el 8 de Abril, habiendo corrido

I Son innumerables los escritos que aun existen acerca de los privilegios de los regulares de América y

secularizacion de curatos. La lectura de estas piezas es lo único que puede dar idea de la acritud con que se tra

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