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siglo sensual y rastrero se dé mínima importancia al alimento del alma, ello es que verse libre del error será siempre la satisfaccion más alta del hombre. Pena da no detenerse á encarecer esa inefable felicidad, por no provocar la impía risa del grosero materialismo que nos ahoga. Pero áun en su condicion externa habia ganado mucho el azteca. Si pagaba tributo, como todo pueblo le paga, no era mayor que el antiguo: si trabajaba para los nuevos dominadores, tambien habia trabajado para los otros: si áun tenia abierta la llaga de la esclavitud, no era nueva: si obedecia á sus señores, otros peores le oprimian ántes. Lo que ahora tenia y nunca habia conocido era un poder que escuchaba sus quejas: era un misionero que le defendia y enseñaba: era una religion sin mancha ofrecia de preque ferencia la felicidad eterna á los pobres y no les pedia la sangre de sus hijos. La que se derramó por una vez en la conquista, y que tanto se deplora, no llegó con mucho á la que en unos cuantos años más de funesta independencia habrian hecho derramar estérilmente los hediondos tlamacazques.'

Cualesquiera que hayan sido los males que despues de la conquista sufrieron los indios, no pueden imputarse con justicia á los reyes de España; ántes causa profunda admiracion ver cómo aquellos monarcas absolutos buscaban el acierto, pidiendo consejo por todas partes; toleraban que en juntas públicas se discutieran hasta sus derechos al señorío de las Indias, y permitian que cualquiera de sus vasallos les dirigiera cartas, á veces irrespetuosas. Los frailes, en especial, escribian al rey sin mesura alguna, y áun con dureza, amenazándole cada hora con el castigo del cielo, si no proveia á la conversion y bienestar de los indios. El franciscano Mendieta, entre otros muchos, osaba decir

I Sacerdotes aztecas.-La abolicion de los sacrificios humanos bastaria para legitimar la conquista. Así lo afirma un escritor nada sospecho

so: D. Carlos María de Bustamante. Véase su nota al cap. 21 del lib. II de la Historia del P. Sahagun, tom. I, pág. 88.

á Felipe II: "Ninguna otra cosa me mueve á escribir lo que escribo, si no es el celo de la honra de nuestro Dios y de la salvacion de las almas redimidas con la sangre de Jesucristo su Hijo, y en especial del ánima de V. M., la cual, sin poderme engañar, me parece que la veo tan cargada en el gobierno de las Indias, que por cuanto Dios tiene criado debajo del cielo, ni por otros millones de mundos que de nuevo criase, yo no querria que esta pobre que me trae á cuestas tuviese la milésima parte de esta carga." Y Fr. Bartolomé de las Casas, simple clérigo entónces y agraciado despues con una mitra, ¿no se atrevió á decir en junta solemnísima al César Cárlos V, que no se moveria del lugar donde estaba á un rincon del aposento solo por servirle, si no entendiera que en ello servia tambien á Dios? Los reyes escuchaban todo con admirable paciencia, y jamas se vió que castigaran ni áun reprendieran á nadie por haber manifestado con entera libertad su parecer. Se les hablaba en nombre de la religion, freno de los monarcas lo mismo que de los súbditos, y los que no podian temer castigo en la tierra, temblaban al pensar que tenian á su cargo tantas almas, de que debian dar cuenta á un tribunal incorruptible.3 Cárlos V y sus sucesores nunca se cansaron de repetir que los indios eran libres é iguales á sus demas vasallos: siempre encargaron que se les señalaran tributos más moderados que los antiguos, que se les diera instruccion religiosa y civil, y que en todo fueran bien tratados y conservados. No vacilaron en dar providencias favorables á los indios, aunque fueran notoriamente perjudiciales á las rentas reales; y así, entre otras, el Emperador mandó en una de las leyes promulgadas con mayor solemnidad, que cesase la pesquería de las perlas, si no podia evitarse por algun

1 Carta inédita en mi poder, 8 de los III en el negocio del obispo de Octubre de 1565. Cuenca, desaprobada hasta por el más ardiente panegirista de aquel reinado, Ferrer del Rio.

2 REMESAL, lib. II, cap. 19, no 4. 3 Compárese esta conducta de los reyes del siglo XVI con la de Cár

medio el peligro de muerte en que se ponian los esclavos empleados en ella, "porque estimamos mucho más, como es razon, la conservacion de sus vidas, que el interes que nos puede venir de las perlas."

Mas ¿cómo es que si los indios de Nueva España mejoraron de condicion con la conquista, disminuyeron tan rápidamente? Objecion es esta que se ha repetido mucho, y de que se ha querido sacar fundamento para probar la tirana crueldad de los españoles. Pero aparte de esa ley misteriosa, en cuya virtud las razas puestas en contacto con otras superiores, se gastan y destruyen sin causa aparente, la diminucion de los indios, exajerada por cierto, se debió á otras varias, bien notorias. Entre las principales deben contarse las terribles pestes que los afligieron en el siglo primero de la conquista, y áun despues. No fué culpa de los españoles que aquellas enfermedades se cebasen en los indios, sin tocarlos á ellos, ántes hicieron prodigios de caridad en favor de los apestados. Parte de esas calamidades alcanzó á los españoles, si no en las personas, á lo menos en los bienes, porque los encomenderos sufrieron notable diminucion en sus rentas y el gobierno en sus tributos. Tambien perecian indios en las minas y en otros trabajos; pero siempre y en todas partes sucede y sucederá que los desgraciados que se ven en la necesidad de emplearse en ocupaciones peligrosas ó insalubres acorten el término de su existencia, sin que por eso se siga gran despoblacion. En la diminucion de los indios puros tuvo gran parte su mezcla con las otras razas. La descendencia que de eso resultaba no era ya de indios; y así se explica tambien, sin necesidad de achacarlo á perversa política del gobierno español, la decadencia de la raza indígena, y el estado de pobreza, ignorancia y abatimiento irremediable en que permanece. La sangre real, la gente noble y relativamente culta del imperio mexicano, el nervio de aquella sociedad, fué naturalmente lo que primero se mezcló con los españoles, apartándose del

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pueblo bajo, que perdió aquel apoyo, y sin él no pudo alzarse nunca de la postracion en que le habia puesto, no el yugo español, sino la dominacion despótica á que estaba habituado desde mucho ántes. La inferioridad de la gente vulgar mexicana fué notoria desde luego, y patente el peligro que corria de desaparecer del todo. Para evitarlo no halló el gobierno otro medio que el de aislarla casi por completo, tomándola bajo su inmediata proteccion. Error funesto, de orígen laudable, que junto con el de haber introducido los negros, nos ha traido los males consiguientes á la existencia simultánea de diversas razas en un mismo suelo. Aquella proteccion continua apartó á los indios del trato con los que habrian podido ilustrarlos, les quitó la energía que la necesidad de la propia conservacion despierta hasta en el más tímido, y aniquiló, por decirlo así, su ser individual, absorbiéndole en el de la comunidad: era un niño sujeto siempre á la patria potestad, y nada hacia por sí solo. Su legislacion especial le protegia y le sofocaba: á la sombra de ella se desarrolló ese espíritu tenaz y exclusivo de raza, que no desaparece, á despecho de leyes y de constituciones. El indio jamas aprendió á obrar por sí, y hasta hoy, nada sabe hacer sin juntarse con otros, dando á sus acciones, áun las más inocentes, un aire de motin. Si el gobierno le hubiera dejado entrar á tiempo en la circulacion general, y emprender la lucha por la vida, para la cual no es tan impropio como parece, en vez de conservar un sistema, bueno en los principios, malo despues, la raza habria tal vez desaparecido, desleida en la nacion, pero no los individuos, y otra seria hoy la constitucion de nuestra sociedad. Las leyes, lo mismo que los hombres, deben desaparecer de la escena cuando su papel ha terminado.

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XVI

As en la época á que nos vamos refiriendo estaban todavía muy lejos de constituirse las sociedades del Nuevo Mundo, y eran necesarias leyes que fueran dándoles forma. Dos corrientes opuestas predominaban alternativamente, ya lo hemos dicho, en los consejos del soberano. La fuerza misma de las cosas hacia que con frecuencia venciesen los hombres prácticos, entre los cuales se contaban no solamente aquellos que sin negar los princpios del derecho conocian el peligro de las innovaciones radicales, sino tambien los que buscaban ganancia sin curarse de doctrinas; pero solian sobreponérseles los teóricos, que tenian á su favor el derecho, y contaban con la simpatía que siempre gana el defensor del desvalido. Los reyes buscaban de buena fe el acierto, porque su conciencia no sosegaba, y con frecuencia convocaban juntas en que permitian discutir con entera libertad la inacabable materia de los indios.

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Una de las más célebres en la historia de América es la que se celebró en Valladolid en los años de 1541 y 42.' Dió motivo á ella la llegada de Fr. Bartolomé de las Casas á España en el de 1539, pues aunque iba principalmente a reclutar religiosos por encargo del obispo de Guatemala, aprovechó la ocasion de haber vuelto de Italia el cardenal Loaysa, presidente del Consejo de Indias, para pedirle que se pusiese remedio á los males que sufrian los naturales de América. Las palabras del P. Casas hicieron impresion en el ánimo del cardenal, y le ordenó que por ser muy importante su parecer, no saliera de España mientras no se resolviesen aquellos negocios. Para discutirlos de nuevo se hizo la junta, y ademas del cardenal la formaron el obispo de Cuenca D. Sebastian Ramirez de Fuenleal, anti1 REMESAL, lib. IV, cap. 10, no 4.

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