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sostener vigorosamente y hasta con peligro de su vida, la defensa de sus desvalidas ovejas, sino que robando el tiempo al bien ganado descanso, tomaba la pluma y les dejaba saludables documentos para despues de sus dias. Pero sobre todo, la Iglesia Mexicana en los tiempos de su prosperidad, pudo y debió levantar un monumento imperecedero á la memoria de su primer prelado, reuniendo en un cuerpo los escritos que dejó. Me admira que el ilustradísimo Sr. Arzobispo Lorenzana, á quien debemos la edicion más usual de las Cartas del Conquistador, no hiciera en favor de un Padre de la Iglesia Mexicana lo que luego le debieron los de la Primada de Toledo. Hoy, despojada la Iglesia de sus bienes, urgida por gravísimas necesidades que no alcanza á satisfacer, no se halla en estado de acometer tal empresa: esperar de un gobierno su ejecucion, seria locura: las sociedades literarias, sobre ser pobres, en otro piensan que en conservar estos venerables monumentos: Mecenas generosos son milagro entre nosotros: un simple particular no puede echarse encima esa carga sobre las que le imponen las necesidades de

la vida. ¿Será, pues, mucho que hayamos consagrado algunas hojas de este libro á conservar siquiera la memoria de los escritos de tan gran varon, próximos ya á desaparecer de nuestra patria?

XXII

ECIAMOS al principio del presente Estudio, que uno de los mayores obstáculos para el esclarecimiento de la verdad histórica es la consistencia que llegan á adquirir ciertos errores, y encareciamos la necesidad de rectificarlos. Uno de los más arraigados es la creencia de que la destruccion de los manuscritos mexicanos fué obra exclusiva de los primeros misioneros, quienes, por puro fanatismo, acompañado de crasa ignorancia, acabaron indistintamente con todo. Dando por innegable el he

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cho, han venido luego amargas lamentaciones por la pérdida de tan gran tesoro, cuya conservacion nos hubiera proporcionado un perfecto conocimiento de la historia, leyes y costumbres de los pueblos conquistados: beneficio inestimable de que nos privaron aquellos frailes ignorantes. El cargo ha pesado principalmente sobre el Sr. Zumarraga, á quien se ha llegado á bautizar con el nombre de Omar del Nuevo Mundo, aludiendo á la quema (real ó supuesta) que aquel califa hizo de la gran biblioteca de Alejandría. Dícese entre otras cosas, que el señor obispo se apoderó de los ricos archivos de Tezcoco, y recogió ademas cuantas pinturas de los indios pudo haber á las manos, para formar con todo un gran monton, semejante á una montaña, que redujo luego á cenizas. Tanto se ha generalizado esta creencia, que un escritor, el último que ha tratado este punto, se expresa así: "Al afirmar en la primera página de estos Anales, que el primer obispo y arzobispo de México, Fr. Juan Zumárraga, y los conquistadores y misioneros en general destruyeron todas las escrituras y monumentos aztecas que pudieron haber á las manos, considerándolos como un obstáculo invencible para abolir la idolatría é inculcar el cristianismo á los pueblos subyugados, no creí que pesara sobre mí la responsabilidad de este aserto: suponia que era un hecho que habia pasado en autoridad de cosa juzgada, y que no necesitaba exponer las pruebas históricas que lo demuestran." Y todavía más recientemente, el redactor del Catálogo de la Biblioteca del Sr. Ramirez, que se muestra bastante entendido en nuestra historia y bibliografía, al hablar de un libro que perteneció al Sr. Zumárraga, puso la siguiente nota: "Es una interesante memoria del gran iconoclasta, á cuyo celo por la verdadera fe, semejante al de Omar, la literatura debe la pérdida de innumerables manuscritos mexicanos." 2

I D. JESUS SANCHEZ, Cuestion Histórica, apud Anales del Museo, tom. I, pág. 47.

2 «It is an interesting relic of the

great iconoclast, to whose Omar-like zeal for the true faith literature owes the loss of innumerable Mexican manuscripts. No 740.

Justo es decir que el hecho de quedarnos pocos papeles y monumentos aztecas da visos de verdad á la acusacion. Investigar cuáles han sido las causas de ese hecho, y la parte que en él hayan tenido el Sr. Zumárraga y los misioneros, es trabajo de sumo interes, porque no se trata de contentar una vana curiosidad, sino de dar á cada uno lo suyo, y de saber si realmente hubo tanta ignorancia y fanatismo en los primeros apóstoles de nuestro suelo. Ignoro por qué se ha querido convertir esa destruccion en una arma contra la Iglesia, que en ningun caso podria ser responsable de hechos individuales. Pero lo cierto es que los historiadores protestantes, y otros que sin serlo no ocultan su aversion á la jerarquía eclesiástica, se han complacido en abultar la destruccion y en atribuirla exclusivamente á los frailes, con el obispo al frente. Muy incompleta quedara la biografia del Sr. Zumárraga, si no dedicáramos un capítulo de ella á investigar hasta qué punto llegó la destruccion, y quiénes fueron los que la

causaron.

A lo que recuerdo, no he escrito hasta ahora nada acerca de esta materia; pero sí la he discutido en conversaciones con personas entendidas, sosteniendo NaDA MÁS, que no hay autoridad suficiente para creer que el Sr. Zumárraga consumió en una hoguera los archivos de Tezcoco. No habia apariencia de que llegara á tratarse la cuestion por la prensa; pero á mediados del año de 1877 salió el primer número de los Anales del Museo Nacional de México, á cuyo frente hay una Reseña histórica del establecimiento, escrita por el profesor de Zoología del mismo, Sr. D. Jesus Sanchez, quien dió principio á su trabajo con estas palabras: "Terminado el furor del primer arzobispo Zumárraga y de los conquistadores y misioneros para destruir todas las escrituras y monumentos aztecas, considerándolos como un obstáculo invencible para abolir la idolatría é inculcar el cristianismo á los pueblos subyugados, vino una época más ilustrada, y en

tónces se comprendió la pérdida irreparable que habia sufrido el Nuevo Mundo." Y poco más adelante añade, que "los reyes de España trataron de reparar, hasta donde fué posible, el mal causado por la ignorancia y el fanatismo."

No faltó quien me dijese entónces, que aquella era la ocasion de discutir públicamente el punto; pero me abstuve de ello, entre otras razones, porque ya trabajaba en la presente obra, donde naturalmente tendria. cabida la discusion. Mas un periódico de esta capital' atacó al Sr. Sanchez, poniendo en duda sus asertos; y aunque el párrafo apareció como de la redaccion, se supo que era de un conocido literato, autoridad en la materia. El Sr. Sanchez creyó, por lo mismo, que debia contestar, y lo verificó publicando en el 2o número de los Anales del Museo una meditada disertacion, con el título de "Cuestion histórica." Replicó el periódico2 y entre otras cosas dijo que en esa cuestion estaba de un lado el Sr. Orozco y Berra, atacando al arzobispo de México, y yo del otro defendiéndole. Anunciaba, por último, que yo iba á contestar al Sr. Sanchez.

Esto no era exacto, porque nunca tuve tal propósito. Lo que se dice de mi estimadísimo amigo el Sr. Orozco y de mí, podria hacer creer que habiamos sostenido alguna polémica pública, que no hubo. Lo que pasó fué que dos ó tres veces en la Academia Mexicana, despues de concluida la sesion, emprendimos plática acerca de esta materia, con la calma propia de nuestra vieja amistad, y los otros señores académicos tuvieron la bondad de quedarse á escucharnos. El Sr. Orozco sostenia en efecto lo que el periódico dijo, y era para mí un adversario temible. De aquellas conversaciones tuvo entera noticia el Sr. Sanchez, ántes de escribir su disertacion, y áun leyó una carta particular que en esos dias escribí al Sr. Orozco: todo lo

I «El Monitor Republicano,» 15 de Septiembre de 1877. 2 29 de Noviembre del mismo año.

cual fué con autorizacion mia, que el Sr. Orozco tuvo la delicadeza de pedirme, aunque no le era necesaria.

Nada importa tanto en una cuestion, como fijar bien los términos de ella. No niego que los misioneros destruyeran templos, ídolos y áun manuscritos, pues por su propio testimonio lo sabemos. Lo que niego es que el Sr. Zumarraga quemara los archivos de Tezcoco hacinados en forma de montaña, y persiguiera con furor los manuscritos. Podrá ser que destruyera alguno, aunque hasta ahora no me consta un solo caso; pero de un hecho aislado á la persecucion sistemática, á la destruccion casi completa del tesoro histórico de los aztecas, al ciego afan que se le atribuye de buscar y destruir hasta el último manuscrito, hay distancia inmensa. No sé que antes de ahora haya negado álguien formalmente que el señor obispo hiciera la tal quemazon: los más benignos, que son pocos, se han contentado con disculparle. El empeño es loable, pero inútil, si puede probarse que la acusacion es infundada. A este fin va encaminado el presente capítulo. No alcanzo medio de prestar atractivo á esta árida investigacion, y no será poco si consigo darle claridad. Para ello me fijaré en la disertacion del Sr. Sanchez, no porque sea mi ánimo dedicarme especialmente á impugnarla, sino porque allí ha reunido todos sus elementos la acusacion, y porque reconozco en ese escrito la importancia que le dan los propios conocimientos del Sr. Sanchez, y la poderosa colaboracion del Sr. Orozco. Mas no puedo ménos de hacer notar aquí el cambio de ideas que se verificó rápidamente en el autor. En su Reseña habia un furor del señor arzobispo y de los misioneros para destruir todas las escrituras y monumentos de los aztecas; y ese furor era hijo de la ignorancia y el fanatismo: luego aquel prelado y aquellos misioneros eran ignorantes y fanáticos. En la Cuestion Histórica nada hay de esto: los misioneros

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