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proceso, y guardarles justicia." Con eso se consideraron autorizados para divulgar que no era culpa suya si la ciudad continuaba entredicha, pues habian pedido absolucion, y estaban dispuestos á pedirla de nuevo. Pero el Sr. Zumárraga les replicó, desde el púlpito, que si se les negaba era porque no la impetraban de quien correspondia: que no debian ocurrir á los religiosos, sino á él, como juez eclesiástico, y con mayor razon pues le tenian allí mismo en la ciudad.

La conducta de los oidores en este negocio basta para condenarlos. Si creian haber obrado legalmente al extraer del sagrado los reos, debieron sostener su derecho, y dejar que el caso fuera al rey, para lo cual no les faltaba, por cierto, audacia; pero con pedir absolucion cuando el daño irreparable estaba hecho, y con andar buscándola en todas partes, ménos donde únicamente podian hallarla, se mostraron tan bajos como rencorosos. Ni cabe decir que querian someterse no por creer ilegal su procedimiento, sino por temor que les ponia el entredicho, ó por deseo de evitar males á la ciudad; porque si tales consideraciones los movieran, habrian dado el último paso que les faltaba, demandando al obispo de México una absolucion que ponia término á todo, y que indudablemente no les hubiera negado, pues no deseaba otra cosa que apagar aquella discordia sin faltar á su deber. Llevó la condescendencia al extremo de rogar con el perdon á Delgadillo, por medio del custodio y del guardian de S. Francisco; pero el furibundo oidor los despidió con malas palabras, diciéndoles que "ántes iria al infierno, que pedir absolucion á frailes franciscos;" repugnancia que venia algo tarde, porque ya habia hecho lo que ahora rehusaba hacer. La resistencia no era, pues, de buena fe: por el hecho de querer absolverse, reconocian haber obrado mal; pero endurecidos en su odio contra el pobre obispo que inerme y solo les ponia tan

I Requerimiento, &c., Apénd., Documento no 56, pág. 247.

2 Descargos del SR. ZUMARRAGA, Apénd., Doc. no 10, pág. 66.

duro freno, rehusaban reconocer su legítima autoridad de juez eclesiástico, y se empeñaban en hacerle aparecer como fraile entrometido, que por su soberbia y terquedad impedia la deseada concordia. Y no persistieron poco tiempo en su obstinacion, porque casi un año despues, cuando ya no eran jueces sino acusados, áun permanecian con su excomunion.' Los miembros de la segunda Audiencia obtuvieron al fin que se les levantase, no sabemos con qué satisfaccion; pero no debió ser muy cumplida, porque un misionero contemporáneo, habla de aquella absolucion con cierto amargo desden.3

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VIII

ESPUES de los sucesos que acabamos de referir, no vemos que se turbara notablemente la paz. Era, sin duda, que como todos aguardaban con cierto recelo el resultado de los informes, públicos ó secretos, enviados á España, no querian que algun acontecimiento ruidoso viniera á dar motivo para nuevas acusaciones, y acaso para un cambio desfavorable en el ánimo de la corte. Así trascurrieron algunos meses, durante los cuales no faltaron de cuando en cuando anuncios de un cambio total en el gobierno. Y en efecto, los papeles que por los procuradores y por otras manos llegaron á España causaron gran perplejidad á los señores del Consejo de Indias, porque cuando creian haber puesto buen órden en todo con el nombramiento de la Audiencia, hallaban que el resultado habia sido enteramente al contrario. No fué poca fortuna para la Nueva España, que en aquel laberinto de informes contradictorios

1 Certificacion del notario Velazquez, Apénd., Doc. no 5.

2 Carta de los OIDORES, Apénd., Doc. no 59, pág. 254.

3 «Y ni por estas muertes ni por

la ya dicha, la justicia nunca hizo penitencia, ni satisfaccion ninguna á la Iglesia, ni á los difuntos, sino que los absolvieron ad reincidentiam, ó no sé cómo.» MOTOLINIA, trat. II, cap. 9.

llegaran tan presto los consejeros á descubrir la verdad. Dieron luego varias providencias para corregir los abusos más graves; pero considerando que aquello pedia remedio radical, se resolvieron á cambiar por completo la Audiencia, nombrando otra con presidente tal como las circunstancias lo pedian. Se ofreció el cargo á varias personas; pero quién le rehusaba, quién pedia facultades y emolumentos que no se podian conceder, hasta que la eleccion del Consejo vino á fijarse, esta vez con grande acierto, en D. Antonio de Mendoza, que aceptó llanamente, sin pedir más que un término moderado para disponer tan largo viaje. No sufria dilaciones el estado de los negocios en la Nueva España, y mientras Mendoza iba se encomendó la presidencia al obispo de Sto. Domingo, D. Sebastian Ramirez de Fuenleal, que presidia aquella Audiencia y gobernaba á satisfaccion de la corte. Se le avisó que estuviera pronto para juntarse con los nuevos oidores, cuando pasaran por la isla; y para más obligarle, le escribió de mano propia la Emperatriz. La eleccion de oidores se encomendó al obispo de Badajoz, presidente de la Audiencia de Valladolid, quien propuso á los licenciados D. Vasco de Quiroga, seglar entónces, y despues obispo de Michoacan; Alonso Maldonado; Francisco Ceynos, fiscal del Consejo, y Juan de Salmeron, que estaba en la corte, de vuelta de ser alcalde mayor de Castilla del Oro. Á cada uno se asignaron seiscientos mil maravedís de salario, y ciento cincuenta mil de ayuda de costa ó gratificacion.'

Ya para entónces habia obtenido Cortés el título de Marqués del Valle, y estaba despachado para la Nueva España con empleo de capitan general, y merced de un señorío de veintitres mil vasallos. Venia casado con la Sra. Da Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, y traia numerosa comitiva, á lo gran señor. Á pesar de que el rey le habia dado cartas de recomendacion para la Audiencia, preferia no encon

I HERRERA, Déc. IV, lib. 6, cap. 10.

trar en el poderá sus enemigos, sino venir en compañía de los nuevos oidores; pero el viaje de estos se iba retardando, y él no podia con los enormes gastos de su acompañamiento; mucho ménos cuando la Audiencia le habia secuestrado y destruido sus bienes. La necesidad le obligó al cabo á embarcarse, y aunque se fué deteniendo por el camino cuanto pudo, sobre todo en la isla Española, donde se estuvo más de dos meses, no consiguió que los oidores le alcanzasen, y arribó sin ellos á Veracruz el 15 de Julio de 1530.'

Pensaban Matienzo y Delgadillo, que los rumores de nuevos nombramientos se referian nada más que á los de presidente y dos oidores, para completar la Audiencia, y que ellos seguirian tomando parte en el gobierno. Así fué que, ajenos de temor, la llegada de Cortés, honrado y favorecido, pero sin la gobernacion, no les causó otro efecto que avivarles la envidia y los deseos de venganza. Enardeció esas malas pasiones la acogida que encontró Cortés en españoles é indios, porque apénas supieron su arribo, acudieron de todas partes, los pobres con quejas, en busca de remedio, y los acomodados con ofrecimientos de personas y bienes. Distinguíanse, como siempre, los indios en esos obsequios, demostrando con ellos que si ántes habian recibido daños del conquistador, no tenian comparacion con los que les hacian los del partido contrario. El disgusto con que los oidores veian aquellas demostraciones, vino á aumentarse por la conducta poco prudente de Cortés,' que apénas desembarcado, hizo pregonar en Veracruz su título de capitan general, y aun comenzó á ejercer actos de jurisdiccion señorial en los pueblos que abarcaba la concesion de los veintitres mil vasallos, como fué en la Rinconada, cerca

1 Carta de CORTÉS al Emperador, Tezcoco, 10 de Octubre de 1530, apud Coleccion de Documentos Inéditos para la Historia de España (Madrid, 1842 et seq., 4), tom. I, pág. 32; ó en los Escritos Sueltos de HERNAN

CORTÉS (México, 1871, 4.), pág. 178.

2 « El Marqués del Valle entró en esta tierra con alguna manera de bolicio.» Carta de SALMERON, apud Coleccion de Documentos del Archivo de Indias, tom. XIII, pág. 190.

del puerto, donde hasta hizo levantar horca. Los oidores mandaron derribarla, reprendieron á los que habian acatado la provision, despacharon órden al alcalde de Veracruz para que echase de allí á Cortés, y áun pensaron enviarle preso á Castilla. Dieron ademas un pregon para que cuantos habian ido á verle se volvieran, so pena de muerte, á los pueblos donde habitualmente residian, y prohibieron que los indios llevasen víveres á Cortés, con lo cual le pusieron en grave apuro.'

En Veracruz recibió Cortés un golpe bien sensible, porque allí le alcanzó la cédula de la Emperatriz en que le mandaba detenerse á diez leguas de México, y no entrar á la ciudad sino hasta que llegase la nueva Audiencia. Huyendo del enfermizo clima de la costa, vino primero á Tlaxcala, con gran acompañamiento de indios, y de allí se trasladó á Tezcoco, donde se formó una nueva corte, más concurrida que la de México: tantas eran las personas que iban á visitar al Marqués y buscar su sombra. Los indios le rogaban que se quedase con ellos y fundara allí un pueblo de españoles, para lo cual ofrecian ayudarle. Irritados los oidores, é imputando á Cortés intenciones de alzarse con la tierra, juntaron gente é hicieron aprestar la artillería, como si se tratara de resistir á un enemigo que entrase en son de guerra. Para tener ocasion de proceder contra el aborrecido conquistador de la tierra que ellos tan malamente regian, trataban de provocar algun desman de él mismo ó de sus criados, á cuyo fin, entre otras molestias, hacian prender y traer ata

I Cortés asegura que á consecuencia de esto padecieron gran necesidad todos los de su comitiva, y áun murieron más de doscientas personas, entre ellas Da Catalina Pizarro, madre del mismo Cortés; en lo cual hay exageracion evidente. (Relacion de sus servicios, apud Coleccion de Documentos para la Historia de México, tom. II, pág. 52.) Si hubo tantas muer

tes, serian ocasionadas, probablemente, por la enfermedad de aclimatacion, que solia hacer terribles estragos en los españoles.

2 Torrelaguna, 22 de Marzo de 1530, apud Coleccion de Documentos para la Historia de México, tom. II, pág. 30.- Relacion de sus servicios, pág. 52.

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