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veces los tirantes del coche, y se decidieron á morir antes que consentir que el rey marchara. Estando como estaba la guarni. ción sobre las armas, el conflicto era inminente y sería sangriento; la partida de Fernando iba á ser la señal; pero se apresuró á publicar un decreto asegurando á los vitorianos que estaba cierto de la sincera y cordial amistad del emperador de los fran. ceses, y que antes de cuatro ó seis días darían gracias a Dios y á la prudencia de Su Majestad de la ausencia que ahora les inquietaba: hubieron de resignarse. Creían, en su entusiasmo y respeto monárquico, que el rey no les engañaba.

Y no fué Fernando VII, sino el engañado José I el que entró á poco en Vitoria (11 de Julio) de paso para Madrid, á ocupar casi por fuerza un trono que no ambicionaba, y que le obligaba á sostener la despótica voluntad de su hermano. Volvió á la capital alavesa al mes, á consecuencia de la derrota de Bailén, y allí esperó al emperador que llegó el 8 de Noviembre.

apren.

En aquella lucha, verdaderamente titánica, los alaveses hicieron lo que todos los españoles, tomar las armas y derramar valerosamente su sangre. Invadió Napoleón las provincias vascongadas, suspendió los fueros, volvió á llevar las aduanas á las costas y fronteras, y creó el Gobierno de Vizcaya que comprendía las tres provincias; las cuales, á despecho de los invasores procuraban reunirse en juntas, y en una de estas se nombró diputado al general D. Miguel Ricardo de Alava, que que había dido como marino el manejo de las armas en los encuentros en el cabo de San Vicente y en el de Finisterre, valiéndole el primero el ascenso á oficial, y teniendo en el segundo la honra de pelear al lado de Gravina, como ayudante suyo. También ostentaba el glorioso timbre de haber peleado valerosamente en Trafalgar. Ascendido á capitán de fragata, como ya no era en el mar donde más había que defender la patria, sino en tierra, ingresó en el ejército en el que derramó su sangre y conquistó la faja de general.

Tuvo Alava no pequeña parte en la célebre batalla de Vi toria el 21 de Junio de 1813, y debióle la ciudad el no haber sufrido el saqueo y el incendio de que fueron víctimas otras poblaciones que no tuvieron la suerte de que las salvara tan valeroso patricio, al que en prueba de agradecimiento regaló Vitoria una espada de oro, y quedó grabado en el corazón de todos los vitorianos el nombre de tan esclarecido alavés (1). Sólo una reacción insensata y un inconsciente fanatismo político de quienes tienen en más sus extraviadas pasiones que el alto sentimiento de la patria, podían haberse atrevido á quemar en la plaza pública de la Diputación, por ser liberal, el retrato del que tantos beneficios había dispensado aun á los mismos que con tan negra ingratitud le pagaban; llegando sus compatriotas hasta á embargarle sus rentas y sueldos, teniendo que buscar en suelo extraño la seguridad y consideraciones que su patria le negaba.

Fernando VII, al que disgustaban los fueros vascongados, nombró en 1814 una junta que «reformase los abusos que notara en las provincias vascongadas respecto al Ministerio de Hacienda: en 1820 se consideró la Constitución más justa y benéfica para las provincias que los fueros y se suspendieron éstos, restableciéndose en 1823; al año siguiente se cometió el contrafuero protestado por el país y aplaudido por los realistas, de exigir un donativo temporal de tres millones de reales al año; en 1829 se mandó al canónigo D. Julián González, que <imprimiese la colección de todos los documentos relativos á las

(1) No pudiendo consentir la provincia que los restos de D. Miguel Ricardo de Álava continuaran en Barégés (Altos Pirineos) donde falleció el 14 de Junio de 1843, los trasladó á Vitoria, y el 21 de Junio de 1884, después de haberlos tenido expuestos al público en el Palacio de la Diputación, los condujo procesionalmente á la iglesia de San Pedro, en la que se celebraron solemnes honras y Misa de Requiem, pronunciando la oración fúnebre el ilustrado párroco señor Lámbari, y por la tarde, con honores de capitán general en mando, se llevaron al panteón de familia que existe en el cementerio de la ciudad.

No recuerda Vitoria se haya efectuado entierro más suntuoso, ni fiesta cívica más solemne; pero esto no basta: la ciudad, la provincia toda, debe un monumento público á tan esclarecido patricio.

provincias vascongadas, recogidos y copiados por él mismo; › y esta obra iba á servir de fundamento para la extinción de los fueros, que se suspendió por las invasiones liberales en 1830.

La historia de Alava, después de la guerra de la Independencia, no se distingue más que por la exacerbación de las pasiones políticas; pues hasta en la insurrección de 1827 que tuvo su principal foco en Cataluña, tomaron también parte los alaveses, formando D. Pedro Lansagorreta una pequeña partida, con la que penetró por sorpresa en Ullibarri-Arrazua, á legua y media de Vitoria, se apoderó de las armas de algunos voluntarios realistas y se encaminó á Guipúzcoa. Los de Aramayona arrestaron después á Lansagorreta, y dieron fin á aquel amago de insurrección. Siete años duró la que acaudilló en 1833 el diputado foral D. Valentín de Verastegui, ayudado por los dominicos y franciscanos desde el púlpito: consignados están en otra obra los hechos de aquella fratricida lucha, así como la parte que Alava tomó en los tristes sucesos políticos de 1841, en la guerra de África y en la de Cuba.

Modesto y sencillo el alavés en su trato, honrado, valiente, fiel cumplidor de su palabra, cuando obra impulsado por sus propios instintos, vese siempre en él al hombre de ejemplares costumbres, de virtudes públicas y privadas, al buen ciudadano, al honrado padre de familia; pero cuando abdica de su propia voluntad por seguir la del que le conduce á servir sus pasiones, se identifica con ellas y se hace instrumento de muerte y de horrores el que por propio instinto lo es en estado normal de paz y de ventura.

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Antes de incorporarse Álava á Castilla, se gobernaba y regía la provincia no por fuero escrito sinon por alvedrio; pero no fué obstáculo para que D. Alfonso X otorgara á Vitoria y á algún otro pueblo de la provincia el Fuero Real ó Libro de las leyes, que se fué generalizando á todo el territorio perteneciente á la cofradía de Arriaga.

En 1417, como vimos, Vitoria, Treviño y Salvatierra que formaban hermandad, se reunieron para formar un cuaderno de 34 ordenanzas, á fin de perseguir y castigar los malhechores, y evitar los muchos e enormes e graves delitos que se habian > cometido e perpetrado asi de noche como de dia, robando e > furtando e pidiendo pan, vino, e tomando viandas en poblado e en despoblado, e desafiando sin razon, e matando á los ino

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