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puntos él acudió con las manos á su herida, su amigo sacó la espada y vínose á mí; yo á él con la mía; tirámonos los dos, y yo le entré una punta por el costado izquierdo que lo pasó, y cayó. Yo al punto me entré en la iglesia que estaba allí. Al punto entró el corregidor D. Mendo de Quiñones, de hábito de Alcántara, y me sacó arrastrando y me llevó á la cárcel, la primera que tuve, y me echó grillos, y me metió en un cepo.›

Hizo el obispo que volviera Catalina á la iglesia, cuyo asilo había sido violado; por el dinero de su amo se vió libre de toda persecución; pero no contaba con la amorosa de cierta dama que se enamoró de ella, y por evadirla huyó á Trujillo, donde un nuevo duelo con el dicho Reyes y su amigo, á quien esta vez mató, la obligó á ir á Lima: sirvió en esta ciudad á un mercader que la despidió por haberle sorprendido enamorando á su hija; › cansada de servir sentó plaza; se encontró en la Concepción de Chile, en casa del gobernador, á su hermano D. Miguel, quien en cuanto supo la patria de Catalina, le hizo muchas preguntas sobre su padre y acerca de ella misma sin llegar á conocerla; la tomó por soldado de su compañía, en la que estuvo tres años, hasta que celoso de ella por suponer que galanteaba á su que rida, la envió á la frontera á pelear diariamente con los indios. En uno de estos encuentros, viendo Catalina arrebatar la bandera de su compañía, se precipitó sobre los enemigos, mató por su mano al cacique, y recuperó con heroísmo y á costa de su sangre la bandera, que le fué concedida con el grado de alférez. Distinguiéndose en todos los encuentros y acciones, hubiera sido nombrada capitán de la compañía cuyo mando tuvo, á no haber hecho ahorcar á un jefe indio, al que el gobernador quería conservar prisionero.

En la vida de guarnición no escasearon los duelos y las muertes, y sirviendo de padrino en un desafío, queriendo defender los padrinos á sus ahijados, se acometieron mutuamente, resultando herido y muerto el de su contrario, cuyo padrino era su propio hermano el capitán D. Miguel de Erauso.

Huyó, atravesó con mil trabajos los Andes, llegó al Potosí después de mil peripecias y aventuras; sufrió hasta el suplicio del tormento porque confesara sobre cierta sangrienta riña de dos señoras, sin que el castigo quebrantara su entereza; por haber matado á un portugués se vió condenada á muerte, llegando el caso de ser conducida al patíbulo, mostrando feroz entereza, salvándose milagrosamente por una feliz combinación; nuevos desafíos y quimeras la privaron varias veces de su libertad; pero nada la amilanaba ni disminuía su entereza. «Entréme un día, dice ella misma, en casa de un amigo á jugar: sentámonos dos amigos; fué corriendo el juego; arrimóse á mí el nuevo Cid que era un hombre moreno, velloso, muy alto, que con la presencia espantaba y llamábanle el Cid. Proseguí mi juego, gané una mano y entró una mano en mi dinero y sacóme unos reales de á ocho y fuése. De allí á poco volvió á entrar; volvió á entrar la mano y sacó otro puñado y púsoseme detrás; previne la daga: proseguí el juego; volvióme á entrar la mano al dinero; sentíle venir, y con la daga clavéle la mano sobre la mesa. Levantéle, saqué la espada, sacáronla los presentes, acudieron otros amigos del Cid, apretáronme mucho, y diéronme tres heridas; salí á la calle y tuve ventura, que sino me hacen pedazos; salió el primero tras mí el Cid; tiréle una estocada; estaba armado como un reloj salieron otros y fuéronme apretando..... Llegando cerca de San Francisco me dió el Cid por detrás con la daga una puñalada que me pasó la espalda por el lado izquierdo de parte á parte; otro me entró un palmo de espada por el lado izquierdo y caí á tierra echando un mar de sangre. Con esto unos y otros se fueron; yo me levanté con ansias de muerte y vide al Cid á la puerta de la iglesia, fuíme á él y él se vino á mí diciendo: Perro, ¿ todavía vives? Tiróme una estocada y apartéla con la daga, y tiréle otra con tal suerte que se la entré por la boca del estómago, atravesándolo, y cayó pidiendo confesión: yo caí también.....›

Curada milagrosamente de sus heridas, tuvo que huir perse

guida por la justicia hasta Guamanga, donde trabó también lucha con sus perseguidores; acudió el obispo al ruido de la pelea; se apoderó de Catalina, llevósela á su casa; y merced á sus consejos y exhortaciones, declaró aquella singular mujer su estado y la verdad de su vida. Entró en el convento de Santa Clara; pasó al de la Santísima Trinidad de Lima; comprobado no ser profesa, regresó á España, donde volvió á vestir su uniforme de alférez, obteniendo del rey una pensión. No aviniéndose su carácter aventurero á residir tranquila en Madrid, partió para Italia, re gresó á poco á España y fué á Méjico, donde se cree que murió aquella mujer singular, que tanto tiempo ocultó su sexo, y es fama guardó siempre su virtud.

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L que recorra la provincia de Guipúzcoa, en vano buscará restos ni indicaciones de monumentos antiguos, de castillos señoriales, tan frecuentes en el resto de España, y aun en otras partes de los mismos Pirineos, y muy especialmente en la vertiente francesa. No los han hecho desaparecer la cólera de los hombres, ni una gran revolución, ó uno de esos cataclismos que transforman la faz de la tierra, porque después de uno de estos terribles acontecimientos, quedan las ruinas en el suelo para testimoniar la existencia de lo que fueron.

Ya expusimos en el prólogo que la falta de monumentos celtas, cuando se han hallado en Álava, demostraba la carencia de esta raza en Guipúzcoa: de la dominación romana sólo se

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