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la izquierda de Miranda tomamos el camino de Vizcaya, al ascender á la Peña de Orduña, rodeándola, para bajar á la ciudad vizcaína, hallándose el viajero casi al nivel del elevado Gorbea, á su frente domina los pintorescos valles que se van suce. diendo sin interrupción hasta Bilbao, valles surcados por ríos, cercados de montañas y adornados con cascadas.

Por todas partes los Pirineos ó sus derivaciones; esas altas montañas que han tenido han tenido y no pueden menos de tener siempre grande importancia, no sólo en los límites de los Estados y de las provincias sino en las condiciones especiales de sus habitan. tes, por la naturaleza del suelo, por el clima, por la vegetación, por el gran papel que representan en las revoluciones políticas antiguas y modernas, aun cuando ellas no fueran hasta cierto punto las bases de la geografía física.

Esa elevada cadena que desde el cabo de Creus en Cataluña se extiende hasta el cabo de Finisterre en Galicia, en su parte oriental separa á Francia de España, y domina á Cataluña, Aragón y Navarra, formando los Pirineos propiamente dichos, atra viesa la parte occidental las provincias vascas, y la septentrional Castilla la Vieja, Asturias y Galicia, teniendo como punto dominante el Monte de la Maladetta, que se eleva 3403 metros sobre el nivel del mar, poseyendo también su historia ó su tradición mitológica, que no carece de belleza. Así la refiere Moncaut (1):

‹Hércules, ese titán humano, que parece servir de lazo de unión alegórico entre el trabajo de la Naturaleza primitiva y el primer esfuerzo civilizador del hombre, siguiendo sus peregrinaciones en el límite de España y de las Galias, encontró á la ninfa Pirene de la que estaba perdidamente apasionado. Observemos que esta ninfa acuática contiene como raíz de su nombre la palabra griega pur, puros, fuego... una ninfa de fuego; lo cual parecería extraño, si no hubiésemos hablado del foco cen

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tral, trabajando bajo los mares para romper la corteza supe

rior.

Debía ser un espantoso y gigantesco amor el de este semidiós que recorría la tierra para exterminar los monstruos. En los mayores esplendores de su pasión, el objeto que la inspiraba desaparece por un suceso trágico... Al aspecto del ensangrentado cuerpo de su amante, Hércules prorrumpe en clamores y amenazas dignas del héroe cuya maza es como el rayo de Júpiter. La enterró llorando, y para erigirle un mausoleo que no le pudiesen destruir los hombres ni el tiempo, pone roca sobre roca, montaña sobre montaña y forma esas inmensas pirámides que denomina los Pirineos.—La ninfa del fuego, durmiendo bajo la cadena de montañas que le sirve de tumba, ¿no es la traducción poética, reducida á las proporciones de la mitología griega, del gran cataclismo del cual la geología nos ha revelado la razón y las leyes?>

Esa inmensa línea de 90 kilómetros que se eleva desde el Mediterráneo al Océano, no es solamente una solución providencial del sistema hidráulico para regar extensas comarcas de España y Francia, sino un santuario de independencia abierto á las razas oprimidas.

Y en efecto, como la historia enseña, casi todas las montañas han llenado á su vez esta misión: los Alpes á la voz de Guillermo Tell; el Olimpo y el Oeta amparando á los últimos griegos perseguidos por los turcomanos, y en nuestros días los Krapachs, el Cáucaso y el Atlas ofreciendo el mismo refugio á los polacos, á los georgianos y á los berberíes, débiles todos para resistir á los enemigos que les arrebatan ó turban su nacionalidad; pero este carácter protector de las montañas, en ninguna parte se presenta más permanente, más grandioso y rodeado de más heroísmo que en los Pirineos.

Es muy competente nuestra generación para dar testimonio de tales afirmaciones: si Francia y España, campo de batalla de tantos pueblos conquistadores, han visto en estas montañas

su Yugurta y su Guillermo Tell, su Abd-el-Kader y su Chamil,... y últimamente un Zumalacarregui, han sido además el asilo natural donde los vencidos de todas las naciones, griegos é iberos, romanos, vándalos, cántabros y visigodos se refugiaron en ellas para protestar contra el sistema de exterminio practicado por los devastadores.

Así los Pirineos fueron el asilo bienhechor donde los restos de aquellas naciones conservaron sus penates y sus creencias; y en aquellos valles ha encontrado el historiador al ibero, al galo, al cántabro, al autrígon, al caristo y al várdulo, con sus costumbres y libertades primitivas; pues aunque dos mil años de lucha las modificaran, no las destruyeron ni aun con todo el poder y la saña de una especie de feudalismo grosero y feroz, que en pocas partes de España ha tenido más dominio que en el país vascongado, merced á la docilidad de sus sencillos pobladores.

Y es notable y triste verdad; «estos pueblos de una misma familia, esta región de una naturaleza tan particular, no posee historia propia: se necesita para hallar sus anales, examinar una multitud de crónicas, de monografías parciales, después de cuyo estudio habrá pocos lectores que no retrocedan asustados. Se comprende desde luego cómo estas obras son impotentes para enseñar el conjunto de los hechos, á pesar de la importancia de sus indagaciones bajo el punto de vista local.

>Las poblaciones pirenáicas no son mejor tratadas por los historiadores de Francia y de España, que muy preocupados con las fronteras políticas que separan las dos naciones, no han tenido bastante en cuenta la homogeneidad política y social que ha reinado especialmente en las mesetas pirenáicas en los siglos pasados: han considerado á sus habitantes como separados por la cresta de las dos vertientes, y han confundido con Cataluña, Aragón y Navarra, el país vasco, el bearnés, el bigorrés, el Cominges y el Rosellón; y esta nacionalidad compacta, hablando la misma lengua, compartiendo las mismas vicisitudes, se en

cuentra destruída por una violenta separación en dos partes que nada puede justificar (1). »

Hemos reproducido las anteriores líneas, como una demostración de cuál es también nuestro trabajo, no para hacer la historia de un país mal conocido y peor juzgado, que no es nuestro propósito, bastándonos sólo presentar sus vicisitudes y hechos más salientes; pero aun para esto, no sólo se carece de monumentos escritos, sino artísticos, y los que de estos existen en algunas comarcas, unos no se han explicado bien y otros se desconocen. Se ha carecido siempre de una base segura, se cuestiona hasta la raza á que pertenecían los primeros pobladores de las provincias vascas, y todo son dudas y suposiciones, que han revestido cierto carácter por el apasionamiento con que algunos puntos se han tratado; apasionamiento que aún existe.

Han consignado algunos que los vascos-cántabros fueron los primeros habitantes de los Pirineos Occidentales; que se establecieron incendiando los bosques que cubrían las montañas, perpetuando la memoria de este incendio los nombres de diversos sitios y de pueblos como Zibero, Zuhara, Suhaste, Zugarramurdi, Germendi, etc., etc. Diodoro de Sicilia, hablando con la exageración familiar á los autores griegos, cuenta que el excesivo calor del incendio hizo correr un río de oro y plata que los Pirineos contenían abundantemente en su seno.» Y añade Chaho: Un hecho digno de notarse es que aun en tiempo de Estrabón, los éuscaros y los celtiberos, que no poseían monedas, y sólo comerciaban cambiando, pagaban frecuentemente en granos, láminas ó lingotes de oro y de plata, las mercancías que compraban.»

Estos metales preciosos se han convertido sin duda en hierro; porque ni memoria existe de que los Pirineos contuvieran oro ni plata, y menos para que corrieran ríos ni arroyos de tan preciosos metales.

(1) Histoire des Pyrenées, por M. CENAC MONCAUT.

IV

La cuestión iniciada en el siglo XVI por el sabio historiador Jerónimo Zurita en su descripción de los verdaderos límites de la Cantabria, ha sido desde entonces tratada por muchos y muy ilustrados escritores, y parécenos que si no está ya dilucidada, nos ha puesto en camino de serlo el Sr. D. Aureliano Fernán dez Guerra, cuya opinión siguen otros, rindiendo el debido tributo á lo que considera verdad histórica, á la cual todo debe sacrificarse.

En este asunto no comprendemos el empeño de los escritores vascongados (1), porque á nuestro juicio ni aumenta ni disminuye la gloria del país. ¿Qué importa á los éuscaros ser ó haber sido cántabros? ¿Puede dudarse de su valor, de su cons. tancia, de todas las virtudes que han poseído y poseen porque procedan de Tubal ó de Jafet, de los iberos ó de cualquiera de las muchas razas, naciones ó pueblos á que pertenecían los primeros invasores de nuestra Península, porque hayan estado en paz ó en guerra con cartagineses y romanos?

No intentamos, ni espacio para ello tenemos, aun cuando la aptitud no nos faltara como nos falta, contender en la debatida cuestión de si los celtas vinieron á la Iberia de la Galia ó fueron á ésta desde nuestra Península; bástenos la evidencia de que existió en este suelo aquella raza belicosa, bárbara, y como era semi-nómada, lo mismo pudo mezclarse con los iberos por

(1) Entre los que debemos exceptuar está el Sr. D. Ladislao Velasco, que dice en su libro Los Euscaros: «Difícil sino imposible es señalar con precisión los límites de la llamada Cantabria en las tres épocas citadas, moviéndose sus fronteras al compás de los sucesos, y señalados sus diversos pueblos por autores que escribían desde lejos, muchos años después, é ignorando casi siempre sus verdaderos nombres ó desfigurándolos lastimosamente.»>

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