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tencias cedieran al prestigio de su nombre. En su viaje á las provincias del Rhin inspeccionó ya una parte de los ejércitos que destinaba á aquella guerra, y de regreso á París (noviembre, 1844) se dedicó al arreglo de todos sus negocios á fin de quedar desembarazado para emprenderla. Observábanse pues los dos emperadores, Napoleon y Alejandro, y callaban y obraban, no queriendo el ruso el rompimiento, pero resuelto á él antes que sacrificar el decoro y el comercio de su nacion, decidido el francés por ambicion y por el convencimiento de que habia de estallar tarde o temprano. Arregló tratados de alianza con Austria y Prusia, mas no pudo alcanzar lo mismo de Suecia y Turquía, antes bien la primera de estas dos potencias firmó un tratado con Rusia, no obstante estar al frente de ella un príncipe francés, Bernadotte. Pero en medio de esto, seguíanse negociaciones, con apariencia de pacíficas, entre los dos emperadores por medio de los plenipotenciarios Kourakin, Lauriston y Nesselrode, buscando cómo entretenerse recíprocamente en tanto que cada cuál aprestaba sus ejércitos y ultimaba sus preparativos.

Tambien aparentó Napoleon querer la paz con Inglaterra, pero haciendo proposiciones capciosas, que tales eran las que dirigió al gabinete británico (17 de abril) sobre el arreglo de los negocios de las Dos Sicilias, de Portugal y de España, que se conceptuaban los mas dificiles; puesto que la base 1.a decia: «Se garantirá la integridad de España. La Francia renunciará á toda idea de «estender sus dominios al otro lado de los Pirineos. La actual dinastia será «declarada independiente, y la España se gobernará por una constitucion na«cional de Córtes.» En el mismo sentido estaba la base relativa al reino de Nápoles. Imposible era al gobierno de la Gran Bretaña acceder á proposiciones que envolv an el reconocimiento de las dinastías napoleónicas en los tronos de Nápoles y de España, que á tanto equivalian las palabras «el monarca presente, la dinastía actual.» Sin embargo todavía preguntó lord Castlereagh si estas espresiones se referian al gobierno que existia en España y que gobernaba en nombre de Fernando VII. Pero la negociacion se quedó en tál estado, y este era el objeto del que la entabló, y escusada era la respuesta, porque unos.y otros obraban con prévio conocimiento de que no podia ser satisfactoria.

De todos modos esta nueva situacion del emperador francés esplica bien su aparente desprendimiento en renunciar á la antigua idea de agregar á Francia las provincias del otro lado del Ebro, en asegurar el mantenimiento de la integridad del territorio español, y en conferir á su hermano José, aunque tardiamente, el gobierno supremo político y económico y el mando superior militar en todas las provincias y ejércitos de España, de que hasta entonces le habia tenido injustamente privado.

Llegó pues el caso, tanto tiempo temido y previsto, pero de inmensas y

favorables consecuencias para la nacion española, de emprenderse la guerra gigantesca del imperio francés con el ruso. De aqui la disposicion de sacar de España la jóven guardia imperial y los regimientos llamados del Vistula, que Napoleon esperaba le habian de ser grandemente útiles en Polonia, para reunirlos á las inmensas fuerzas que puso en marcha hácia el Niemen, que no serian menos de 600.000 hombres los que destinó á aquella campaña. De ellos cerca de 500.000 iban avanzando desde los Alpes hasta el Vistula. Salió Napoleon de París en la misma direccion el 9 de mayo. Dejémosle por ahora en Dresde, donde se detuvo, y donde reunió á casi todos los soberanos del continente. Esta marcha necesariamente habia de influir en los sucesos de nuestra península. Animado con ella Wellington, preparóse á abrir una campaña importante en Castilla, cuya relacion suspenderémos nosotros tambien, en la necesidad de dar cuenta de acontecimientos de otra índole que entretanto se habian realizado. Mas no terminarémos este capítulo sin presentar un nuevo bosquejo del cuadro triste que en este tiempo ofrecia la España por la miseria pública que la afligia.

«El Año del Hambre,» ha sido vulgarmente llamado éste á que nos referimos, y lo fué en efecto. Cuatro años de guerra desoladora sin tregua ni respiro; escasez de cosechas; mal cultivo de los campos; incendios y devastaciones; administracion funesta; recargos de tributos; monopolios de logreros; todas estas causas habian ido trayendo la penuria y la miseria, que ya se habia empezado á sentir fuertemente desde el otoño del año pasado, y que creció de un modo horrible en el invierno y en la primavera del presente, hasta el punto de producir una verdadera hambre pública así en la córte como en casi todas las provincias. La carestía en los artículos indispensables de consumo y en los de primera necesidad se fué haciendo dificilmente tolerable á los ricos, de todo punto insoportable á los pobres. El trigo, base del sustento para los españoles, y cuyo precio es el regulador del de todos los demás articulos, llegó á ponerse á 450 reales fanega en Aragon, en Andalucía y en otras provincias; mas caro to lavía en Galicia, Cataluña y otras comarcas, menos productoras. En la misma Castilla la Vieja, que es como el granero de España, subió bastante de aquel precio en ocasiones: llegó á venderse en Madrid á 540 reales aquella misma medida. El pan cocido de dos libras se pagaba á 8, 10, y mas de 12 reales, á pesar del acaparamiento que el rey José hacía en la córte del grano de las provincias á que se estendia su mando. Hubo que poner guardia en las casas de los panaderos de Sevilla para evitar que fuesen asaltadas por la muchedumbre hambrienta.

Al compás del precio de los cereales, subia, como hemos dicho y era natural, el de los demás viveres. El pan de maiz, el de patatas, el de las legumbres

mas toscas, era ya envidiado por la generalidad, que ni éste podia obtener. Los desperdicios de cualquier alimento se buscaban con ansia, y eran objeto de permutas y cambios. Devorábanse y aun se disputaban los tronchos de berzas, y aun yerbas que en tiempos comunes ni siquiera se daban á los animales. Hormigueaban los pobres por calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleos regulares en el Estado. La miseria se veia retratada en los rostros: en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas y que partian las entrañas: en las calles se veia andar como ahilados, y á veces caer desfallecidos niños, mugeres y hombres. La capital misma presentaba un aspecto, acaso mas horrible que cualquiera otra poblacion; y un escritor afirma haber sido tál la mortandad, que desde setiembre de 1814 hasta julio de 1812 se enterraron en Madrid unos veinte mil cadáveres.

Pero apartemos la vista de tan doloroso y aflictivo cuadro, y volvánosla á otra parte, donde por especialísimas circunstancias reinaban el bienestar y la alegría; el bienestar, por la abundancia de viveres y mercancías, y hasta de los mas regalados sustentos que afluian de las regiones de ambos mundos; de alegría, porque en medio del estruendo del cañon y del estallido de las bombas enemigas, celebrábanse con fiestas y regocijos los acontecimientos politicos que dentro de su recinto, aunque para el bien general de la nacion, se verificaban. Harto habrán comprendido nuestros lectores que nos referimos á Cádiz, asiento del gobierno y de la representacion nacional española, donde por este tiempo se solemnizaba con diversiones públicas el fruto y resultado de las tareas patrióticas á que nuestros legisladores se hallaban entregados, y de que ahora pasaremos á dar cuenta á nuestros lectores.

CAPITULO XIX.

CORTES.

LA CONSTITUCION.

1813.

(De enero á junio.)

Tareas legislativas.-Creacion del Consejo de Estado.-Nueva Regencia.-Reglamento.Jovellanos benemérito de la patria.-Conclúyese la Constitucion de 1812.-Idea de este código.-Titulos de que consta, y disposiciones principales que cada uno comprende. -Discusion sobre la sucesion à la corona.-Exclusiones que se hicieron.-Breve juicio crítico sobre aquella Constitucion.-Decretos sobre el dia y la forma de su promulgacion.-Juramento en Cádiz.-Clasificacion de los negocios correspondientes á cada secretaria del despacho.-Creacion del Tribunal Supremo de Justicia.-Supresion de los Consejos.-Instalacion de ayuntamientos y diputaciones provinciales.-Pretensiones de los enemigos de las reformas. -Convocatoria á Córtes ordinarias para 1813.-lostrucciones para la Península y Ultramar.-Desagradable incidente en las Córtes por abuso de libertad de imprenta.- Diccionario critico-burlesco.-Célebre sesion del 22 de mayo.-Tentativa para restablecer la Inquisicion.-Proposicion presentada al efecto.-Alarma de los diputados liberales.-Medios que emplearon para frustrar aquella tentativa.-Aplázase la resolucion.

Agradécese У sirve como de alivio y de espansion al ánimo, fatigado con tanto tráfago de guerra, con tanto ruido de armas, y con tantas escenas de destruccion, de miseria y de estrago, encontrar de período en período materia y asunto de suyo mas grato como mas pacífico, de que dar cuenta al lector; y consuela al historiador español ver cómo al mismo tiempo que en los ángulos todos de la monarquía se derramaba sin economía sangre por defender la independencia nacional, en un estremo y angosto recinto de la península

se trazaba, se construía, se levantaba el grandioso edificio de la regeneracion política de España, con admiracion y asombro, no de la Europa solamente, sino del mundo todo que nos estaba contemplando.

Prosiguiendo las Córtes sus tareas legislativas, y anudando nosotros la relacion que dejamos pendiente en el capítulo XVI, el primer decreto que dieron en el año 1842, el mas fecundo en medidas y reformas políticas, fué el de la creacion del Consejo de Estado (24 de enero), conforme se establecia en el proyecto de Constitucion.-Tambien se resolvió la cuestion de Regencia, que muchos diputados, segun indicamos en otra parte, habian agitado con empeño, volviendo otra vez al número de cinco regentes, y siendo los nombrados, el duque del Infantado, teniente general de los reales ejércitos; don Joaquin Mosquera y Figueroa, consejero en el supremo de Indias; don Juan María Villavicencio, teniente general de la real armada; don Ignacio Rodriguez de Rivas, del Consejo de S. M., y el conde de La-Bisbal, teniente general de ejército. Por decreto del mismo dia (22 de enero), se nombró consejeros de Estado á los tres regentes que cesaban, Blake, Agar y Ciscar.

Con grande empeño y ahinco habian pretendido algunos que se pusiera á la cabeza de la Regencia una persona real. El diputado extremeño Vera y Pantoja habia presentado en últimos de diciembre de 1814 esta proposicion, juntamente con otras en que mostraba el deseo de que se disolvieran cuanto antes las actuales Córtes. Recia y duramente fueron combatidas por los diputados liberales de mejor palabra y de mas empuje las proposiciones de Vera, si bien tratándole á él con cierta desdeñosa compasion, como instrumento inocente que se le suponia del partido enemigo de la libertad. Extensa y vigororosamente habló, entre otros, Argüelles contra la proposicion y el espíritu y fines que envolvía, anonadando á sus defensores con los dardos de su elocuencia. Al terminar su discurso se procedió á votar otra proposicion en sentido contrario presentada por él, la cual decia: «Que en la Regencia que nom«<bre ahora el Congreso para que gobierne el reino con arreglo á la Constitu«cion no se ponga ninguna persona real.» Esta proposicion de Argüelles fué aprobada por 93 votos contra 33 (sesion de 1.0 de enero, 1842), que se celebró como un triunfo del partido liberal, muy favorable igualmente á los derechos de Fernando VII. y de la nacion.

Para la nueva Regencia se hizo tambien un nuevo reglamento, derogando el que para la antigua se habia dado en enero de 1811 (4).—En estos mis

(1) Se daba á la Regencia el tratamiento de Alleza, y el de Excelencia à sus individuos.- La tropa haria á la Regencia los honores de Infante de España.-Para la publi

cacion de las leyes y decretos usaria de la fórmula siguiente: «Don Fernando VII por la gracia de Dios y por la Constitucion de la Monarquia española, rey de las Espa

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