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nio de acabar de someter el Principado, en el cual no quedaba ya mas plaza importante en poder de los nuestros que la de Tarragona. A este fin encomendó al general Habert la conquista del castillo de San Felipe en el Coll de Balaguer, posicion que domina el camino entre las dos ciudades nombradas. Intimada primero la rendicion al gobernador del fuerte (8 de enero), atacado éste después, retirados luego los españoles de los puestos esteriores, influyendo en ellos el recuerdo de lo de Tortosa, y escalada por último la muralla por los franceses, rindiéronse al fin aquellos en número de 100 con 13 oficiales, salvándose los demás por el camino de Tarragona. Despues de esto, dejando Suchet una division con encargo de vigilar las comarcas de Tortosa, Teruel y Alcañiz, encomendando á otras dos el de resguardar las márge es y la embocadura del Ebro, y fortificando el puerto de San Carlos de la Rápita, volvióse á Zaragoza, donde le llamaban otros cuidados, y no era el menor de ellos el vuelo que aprovechándose de su ausencia habian tomado los cuerpos francos y las guerrillas de aquel reino y de las provincias comarcanas.

Quedaba, como hemos dicho, Tarragona siendo el blanco de los planes y designios del ejército francés de Cataluña. Los moradores de la ciudad, y en general los catalanes, escarmentados con lo acaecido en Tortosa, habíanse hecho recelosos y desconfiados. El mismo comandante general Iranzo no les inspiraba confianza, y solo la tenian en el marqués de Campoverde, sucesor de O'Donnell en el mando del Principado. Demostraciones de varios géneros, tumultuosas a'gunas, asi en la poblacion como en la comarca, convencieron á Iranzo de que no le era favorable el espíritu del pais, por lo cual creyó prudente hacer dimision; y como no se prestasen á sustituirle otros á quienes correspondia por antigüedad, acaso porque sabian las gestiones de los amigos de Campoverde, recayó en éste el mando, bien que á condicion de estar á lo que dispusiera el gobierno. Esta resolucion paró al maiiscal Macdonald, que apostado en las cercanías de Tarragona cifraba no poca parte de sus esperanzas en las escisiones y disgusto de la guarnicion y del pueblo. Asi que, habiéndose aproximado á la plaza (40 de enero), como viese fallidos sus planes fundados en las inquietudes de dentro, retiróse á Lérida con el fin de preparar el sitio en toda forma.

No hizo impunemente esta marcha el duque de Tarento (Macdonald). Apostado don Pedro Sarsfield de órden de Campoverde con una division en las cercanías de Valls, y observando que la brigada italiana del general Eugeni no estaba sostenida, la hizo cargar con impetuosi lad y la puso en derrota (15 de enero). La otra brigada italiana mandada por Palombini, que acudia en su socorro, fué atropellada por los fugitivos, y toda la division habria sido destruida, si los dragones franceses no hubieran detenido

á nuestros ginetes. Aun así el coronel de los dragones Delort recibió muchos sablazos, y el general Eugeni murió de resultas de las heridas. Macdonald pudo proseguir hasta Lérida, caminando de noche, de prisa y con susto.

Aunque materialmente restablecida la tranquilidad en Tarragona, inquie táronse de nuevo los ánimos con la noticia de haber sido nombrado por la Regencia capitan general de Cataluña don Cárlos O'Donnell, hermano de don Enrique; nombramiento que tambien en las Córtes provocó la censura, y aun la reclamacion de varios diputados (sesion del 22 de enero). Y como el ídolo de los tarraconenses era entonces Campoverde, renovábanse los bullicios, fomentáranlos ó nó los enemigos de éste, cada dia que se esparcia la voz de que estaba para llegar el recien nombrado. Duró este estado de contínua y casi no interrumpida alarma hasta mas de mediado febrero, en que Campoverde, ó accediendo ó aparentando ceder á los ruegos é instancias de la Junta y de otras corporaciones y particulares, tomó en propiedad el mando que ejercia interinamente; manera singular de apropiarse el poder habiendo un gobierno supremo. Para afianzar más su autoridad, aunque con el objeto ostensible de arbitrar recursos para la guerra, convocó un congreso catalán, al modo del que ya ántes habia existido, el cual se instaló el 2 de marzo. No reinó la mejor armonía entre el congreso y la junta de provincia: al contrario, suscitáronse discordias y conflictos graves, en los cuales terciaba Campoverde, aunque ladeándose hacia donde soplaba el aura popular. Al fin tuvo que disolverse el congreso, quedando, como ántes, una junta encargada de la administracion económica del Principado.

Pocos dias despues de esto intentó el de Campoverde una empresa, que á haberle salido bien habria sido de una importancia incalculable, pero que por desgracia le salió fallida. Nunca habian faltado á los nuestros inteligencias se cretas con los de Barcelona; por las noticias confidenciales que Campoverde recibia creyó maduro ya y en sazon el plan de proporcionarle la entrada en la ciudad, ó por lo menos la toma del importante castillo de Monjuich. Con esta esperanza partió de Tarragona con el grueso de sus fuerzas, y la noche del 18 de marzo un batallon de granaderos de la vanguardia se aproximó al castillo, y hubo soldados que descendieron al foso en la confianza de que se les iba á franquear la fortaleza. Mas el recibimiento que encontraron fué una lluvia de balas, prueba terrible de estar el enemigo sobre aviso, y que hizo á los que quedaron con vida correr á dar cuenta á su general de su funesta aventura. En efecto, el gobernador de Barcelona Maurice-Mathieu habia tenido soplo de lo que se proyectaba, á tiempo de prevenirse como lo hizo. Frustróse pues aqueIla empresa á Campoverde, que replegando sus fuerzas tomó de nuevo la vuelta de Tarragona, dando gracias de no haber sufrido mas quebranto. El

gobernador francés de Barcelona castigó algunos cómplices de la conjuracion que fueron denunciados, haciendo entre ellos arcabucear al comisario de guerra don Miguel Alcina.

Indicamos en el principio lo enlazados que marchaban los sucesos de Cataluña y Aragon, y ahora se ofrecerá ocasion de verlo claramente. De regreso el mariscal Suchet á Zaragoza, dedicóse como á cosa urgente á combatir las gruesas partidas que corrian aquel reino, agregadas por disposicion del gobierno español al 2.0 ejército, que era el que operaba en Aragon y Valencia. Eran entre ellos los mas considerables los cuerpos que capitaneaban don Pedro Villacampa y don Juan Martin (el Empecinado). A alejarlos de los confines de Aragon envió Suchet dos columnas mandadas por los generales París y Abbé. Hubo en efecto algunos reencuentros sérios entre aquellos caudillos y estos generales, mas todo lo que éstos lograron fué apartar á aquellos intrépidos gefes de los lindes del suelo aragonés y traerlos á las provincias de Cuenca y Guadalajara. Tambien tuvieron que lidiár las tropas de Suchet en ambas orillas del Ebro con otras guerrillas de menos monta, pero no menos molestas para ellos, aparte de las incursiones que de cuando en cuando y nunca sin fruto hacía desde Navarra don Francisco Espoz y Mina.

Asi las cosas, é inspirando á Napoleon mas confianza su gobernador de Aragon que el que gobernaba á Cataluña, no obstante faltar á Suchet el baston de mariscal de Francia que Macdonald llevaba, y el título de duque que éste tenia, encomendó á aquel el sitio y conquista de Tarragona (10 de marzo) y le dió el mando de la Cataluña meridional con las tropas del Principado que para ello necesitara, dejando solo á Macdonald el gobierno de Barcelona y de la parte septentrional de Cataluña; reparticion que envolvia un desaire. con que debió sufrir mucho el amor propio del mariscal francés. Fuéle no obstante preciso acatar el superior mandato, y en su virtud habiéndose reunido ambos generales en Lérida para concertar sus planes, partió de allí Macdonald para Barcelona, llevando consigo para la seguridad de la marcha la division del general Harispe, de cerca de 10.000 hombres, los cuales, escoltado que hubieran á Macdonald, habian de volverse al ejército de Aragon. Señaló el duque de Tarento esta marcha con un acto de vandalismo, que, horrible y repugnante siempre, apenas se concibe en un general de una nacion culta y de un grande imperio. La industriosa y rica ciudad de Manresa, so pretesto de haberla abandonado sus moradores al toque de somaten á la aproximacion de los franceses, fué entregada por éstos á las llamas (30 de marzo), de tal manera y con tal furia que ardieron de 700 á 800 casas y otros edificios, como templos, fábricas y hospitales, sucediendo en estos últimos escenas de aquellas que parten el corazon y se resiste à des

cribir la pluma. Empañará siempre la gloria militar de Macdonald la circunstancia de haber estado presenciando el incendio desde las alturas de la Culla, á semejanza del emperador romano cuando gozaba con ver abrasarso la ciudad eterna.

Venganza pedian á gritos los manresanos á los generales Sarsfield y baron de Eroles que perseguian al francés y se hallaban ya casi encima del enemigo. Cumplieronlo aquellos en lo posible, arremetiendo con furia y arrollando la brigada de napolitanos de Palombini que iba de retaguardia, y señalándose en aquella acometida el coronel don José María Torrijos, bizarro y distinguido militar, que estaba destinado á ser mas adelante uno de los gloriosos mártires de la libertad española. Todavía tuvo Macdonald sus tropiezos antes de entrar en Barcelona, pero al fin logró meterse en aquella capital con una baja de cerca de 1.000 hombres en sus tropas. Estas se volvieron con el general Harispe á Lérida, segun estaba convenido (5 de abril), no sin ser tambien inquietadas por don José Manso, hombre de humilde cuna, que empezaba á distinguirse entre los caudillos catalanes, y habia de ocupar después con honra un alto puesto en la milicia. De la indignacion general que causó en Cataluña el abominable incendio de Manresa era natural que participase tambien el marqués de Campoverde, que en una circu'ar que espidió, despues de condenar con la dureza que merecia la atrocidad perpetrada por el mariscal francés, concluia diciendo, que daba órden á las divisiones y partidas de su mando para que no diesen cuartel á ningun individuo del ejército francés que fuese cogido á la inmediacion de un pueblo que hubiera sido incendiado ó saqueado: sistema de represalias que llevó á cabo con todo rigor.

Ocurrió á este tiempo un suceso que neutralizó y compensó en parte las desgracias de las tropas y moradores de Cataluña, á saber, la toma por sorpresa del castillo de San Fernando de Figueras. El hecho fué como sigue. Una puerta secreta del almacen de víveres daba al foso de la fortaleza: el guardaalmacen hab a confiado la llave á un criado suyo, al cual, por medio de un estudiante, habló y ganó un capitan español llamado don José Casas, y entre todos y algun otro confidente se concertó proporcionar á Casas una llave por medio de un molde vaciado en cera. Arreglado el plan, y enterado de él el caudillo don Francisco Rovira, uno de los que maniobraban en el Ampurdan, el cual á su vez lo confió al marqués de Campoverde, dispuso éste que ayudase en la ejecucion á Rovira don Francisco Antonio Martinez, que organizaba gente en la comarca de Olot, y que a ambos les favoreciese en la empresa el baron de Eroles. Marcharon aquellos con una columna, aparentando dirigirse á penetrar en la frontera de Francia, y asi lo creyeron los franceses; mas una

noche, cayendo un copioso aguacero y cuando nadie podia sospecharlo, torcieron de rumbo, y encaminándose con las debidas precauciones á Figueras, y convenientemen'e distribuidos, yendo delante el capitan Casas, llevando su tropa las armas ocultas, metióse por el camino cubierto y descendió al foso. Con su llave franqueó la entrada de la poterna; tras él se introdujeron los suyos en los almacenes: la guarnicion dormia, y derramándose los españoles por el castillo, en menos de una hora la hicieron toda prisionera. Acudieron lucgo Martinez y Rovira, juntándose entre unos y otros mas de 2.000 hombres (10 de abril). La guarnicion de la villa nada supo hasta por la mañana. En ella entró el baron de Eroles el 16, cogiendo 548 prisioneros, despues de haber tomado el 12 los fuertes de Olot y Castelfollit (1).

Este suceso, que por las circunstancias con que se ejecutó pudiera ser cen surado en otros que no fuesen los catalanes, tan justamente irritados con la reciente quema de Manresa, y con derecho á no guardar consideracion con enemigos que tan inícuamente se conducian, llenó de alborozo á todo el país, asi como consternó al general Baraguay d'Hilliers que por aquellas partes mandaba; el cual creyó prudente abandonar algunos puestos, reunió cuantas fuerzas pudo, ordenó que se le incorporase el general Quesnel, cuando se disponia á sitiar la Seu de Urgel, y hasta quiso hacer venir la guardia nacional francesa, que se negó á entrar en España. Del efecto que la pérdida del cas! illo de Figueras produjo en Macdonald puede juzgarse por lo que el dia 16 (el mismo en que entró el baron de Eroles en la villa) escribia al mariscal Su chet, pidiéndole las tropas que acababan de regresar á Aragon, pertenecientes ántes al 7.0 cuerpo, pues si no le llegaban prontos socorros, decia, consideraba perdida la Cataluña superior.

Lento en verdad y como perezoso se mostró en esta ocasion el de Campoverde, pues habiéndose apoderado los nuestros del castillo de Figueras el 10 de abril, él no se movió de Tarragona hasta el 20, y hasta el 27 no llegó á Vich, con unos 6.000 hombres, inclusos los de Sarsfield, cuan lo ya los franceses circunvalaban aquella fortaleza con unos 10.000, fuerza poco mas ó menos igual, pero superior en calidad, á la nuestra de fuera y de dentro. Era el objeto de Campoverde socorrer la plaza, á cuyo efecto se aproximó á ella la noche del 2 al 3 de mayo, yendo delante Sarsfield, y obrando en combine

(1) Dice un historiador francés que valió la entrega al criado del guarda-almacen veinte mil francos.-Añade que el descuidado gobernador, general Goyon, fué senlenciado por un consejo de guerra á ser pasado por las armas, pero que atendiendo á sus antiguos servicios, y movido por las

plicas de su muger y de su madre, le perdonó el emperador.-Si fué así, no sabemos con qué fundamento pudo decir Toreno que habia sido cogido en su mismo aposento por don Esteban Llovera, si no es que acaso lográra escaparse después.

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