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gratitud de la Francia con la nacion á que debia servicios tan señalados y sacrificios tan repetidos y costosos? ¡Estéril oferta la que le hicieron de apoyar su justa reclamacion en el congreso de Amiens congregado para celebrar la paz definitiva! Allá fué el caballero Azara, confiado en este ofrecimiento. Cerrados encontró á su demanda los oidos del representante británico, y en el artículo 3.o de la paz de Amiens (1802) quedó estipulado que la Gran Bretaña conservaría nuestra isla de la Trinidad. ¡Y todavía Bonaparte tuvo la dureza de obligar al gobierno español á enviar sus naves juntamente con las de Francia á someter y recobrar para esta nacion la isla de Santo Domingo!

Asi iba la desgraciada España sufriendo humillaciones, perdiendo territorios, consumiendo caudales, estenuandose en fuerzas, rebajándose en consideracion, enemistándose con la Europa monárquica, gastando su vitalidad, debilitándose dentro y enflaqueciéndose fuera, aun en los períodos en que quiso dar alguna señal de firmeza y de intentar sacudir su postracion. Esfuerzos impotentes, como los movimientos fugaces de vigor de un cuerpo por una larga y lenta fiebre consumido. Si desde el tratado de San Ildefonso hasta la paz de Campo-Formio no habia sacado España de su alianza con la república sino descalabros, desastres y humillaciones, humillaciones, desastres y descalabros le valió solamente desde la paz de Campo-Formio hasta la de Amiens su malhadada amistad con la república francesa. Las consecuencias del tratado do San Ildefonso iban siendo para Cárlos IV. como las del Pacto de Familia para Cárlos III.

III.

La elevacion de Bonaparte á dictador de la Francia bajo el título de Cónsul pepétuo coincide con el segundo ministerio del príncipe de la Paz en España, restablecido, y más que nunca arraigado en la privanza de los reyes. Idolo y gefe de una gran nacion entonces el uno, asombro de la Europa, á la cual habia logrado con sus grandes hechos tener en respeto y aun obligado á pedir reconciliacion; malquisto en su propio pais el otro, y al frente de una nacion empobrecida y de un gobierno débil y entre sí mismo desavenido, cualesquiera que fuesen las relaciones entre estos dos desiguales poderes, intimas ó flojas, amistosas ú hostiles, de todos modos habria sido temeridad esperar que fuesen propicias á España. No eran en verdad cordiales las que á la sizon mediaban entre Napoleon y Godoy. Aquél no perdonaba á éste el tratad de Badajoz: los enlaces entre los príncipes y princesas españoles y napolit nos no habian sido del gusto de Bonaparte, en cuya cabeza habia bullido otro muy diferente pensamiento, otro muy distinto proyecto personal: la incorporacion de la órden de Malta á la corona tampoco habia sido de su agrado;

y

el empeño de Bonaparte en introducir libremente las manufacturas francesas en España fué á su vez contrariado por Godoy. No era Napoleon de los poderosos que disimulan los desaires de los débiles, y ¡ay de los débiles si entra la venganza en el propósito de los poderosos!

No se trataba de rompimiento, ni le convenia á Bonaparte. Pero propúsose primero mortificar al rey y al ministro español ó con desprecios ó con in

moderadas y degradantes exigencias, para humillarlos después y humillar á la nacion forzándolos á sucumbir á pactos bochornosos. Agregando á Francia el territorio de Parma, burlóse de las ofertas hechas á los reyes de España y á sus hijos los reyes de Etruria. Vendiendo la Luisiana á los Estados Unidos, faltó descaradamente á la palabra empeñada en un tratado con el gobierno español. Exigiendo de Cárlos IV. que aconsejase á sus parientes los Borbones do Francia la renuncia de sus derechos al trono de aquella nacion, pretendia hacerle faltar á los sentimientos del corazon, á los afectos de la sangre y á la dignidad de rey. Queriendo prohibir en los diarios españoles la insercion de los debates del parlamento inglés y de toda noticia desfavorable á Francia, intentaba ejercer una tiranía inusitada é intolerable, á que no era fácil imaginar se atreviese nunca ningun poder estraño. Estableciendo un campamento en Bayona, amenazaba con próxima guerra á España si no accedia á todɔs sus deseos y antojos. Y escribiendo á Cárlos IV una carta revelándole secretos deshonrosos á su trono y á su persona, y poniéndole en la forzosa alternativa, ó de retirar su confianza al favorito, ó de franquear el paso por su reino á un ejército francés destinado á invadir el Portugal, mostraba estar resuelto á llevar su encono hasta atropellar toda consideracion y hasta violar cl sagrado de la honra y del interior de la familia. ¿Qué se podia esperar de esta disposicion de ánimo de Bonaparte?

Rota de nuevo, á poco de la paz de Amiens, la guerra entre Francia y la Gran Bretaña, y cuando el gobierno español habia tomado una vez siquiera el partido prudente de permanecer neutral, Napoleon esplotando su inmenso poder y nuestra deplorable flaqueza, nos vende como un señalado favor la aceptacion de esta neutralidad; ¿pero con qué condiciones? Obligándose el rey de España á destituir de sus empleos á los gobernadores de los departamentos marítimos de quienes aquél decia haber recibido agravios, á franquear los puertos españoles á las flotas de la república y cuidar de su reparacion y armamento, y sobre todo á pagar á la Francia un subsidio de seis millones mensuales, con otras cláusulas no menos hnmillantes y vergonzosas (1803). Por escarnio parecia haberse puesto el nombre de neutralidad á este singular convenio, que sobre comprometernos á aprontar caudales que no teníamos, nos dejaba espuestos á todos los rencores de la Inglaterra.

Más ó ménos fundadas las quejas y reclamaciones de esta nacion, veíaselas venir, y nadie las podia estrañar. Lo que no podia esperar, ni aun imaginar nadie, fué el acto horrible de ruda venganza, el atentado del cabo de Santa María contra las fragatas españolas que venian de América, inícus alevosía que levantó un grito de indignacion en Europa, escandalosa infraccion del derecho de gentes consentida por su gobierno, y ácremente anatematiza

da

por la misma imprenta británica que no habia abdicado los sentimientos de justicia y de pudor. La guerra era ya inevitable, y la guerra fué declarada (1804). Consecuencia de este nuevo compromiso fué echarse de nuevo España en brazos de Napoleon, que á tál equivalía el humillante tratado de París (4 de enero, 1803), por el cual se comprometió España á tener armados y abastecidos por seis meses y á disposicion del gefe de la Francia treinta navíos de línea en los puertos del Ferrol, Cádiz y Cartagena, con su correspondiente dotacion de infantería y artillería, prontos á obrar en combinacion con las escuadras francesas. ¿Adónde se los destinaba, y cuáles iban á ser las operaciones? El gobierno español no lo sabia; el emperador se reservaba esplicarse en el término de un mes. Lo único que sabia nuestro gobierno era que no podia hacer paz con Inglaterra separadamente de la Francia.

Otra vez la empobrecida España en guerra con una nacion poderosa, y uncida con los ojos vendados á la coyunda de otra nacion, si poderosa tambien, pero amenazada de la tercera coalicion europea. Tras los pasados yerros, tras la larga série de las anteriores debilidades, ¿podia la España en este nuevo conflicto desprenderse de las ligaduras que la tenian atada á la voluntad de un poder estraño? Si le habia faltado valor para ello cuando este poder era una Convencion semi-anárquica, ó un Directorio combatido y vacilante, ó un Consulado temporal é inseguro, ¿cómo habia de tenerle ahora que el poder era el gran genio de Napoleon, recien investido de la púrpura imperial por los votos de tres millones y medio de franceses, y rodeado de un prestigio que le hacia aparecer omnipotente?

Surca pues la escuadra franco-española los mares del Nuevo-Mundo, porque asi lo ha ordenado Napoleon; y cuando Napoleon lo ordena dá la vuelta á Europa. ¿Cuál era el objeto de estas evoluciones? El general español, los ministros de Carlos IV., el soberano mismo, todos lo ignoraban. Solo sabian que estaban ayudando á los planes gigantescos del emperador de los franceses, cuyos planes tampoco conocian sino por el rumor público. ¿De qué servia que el ilustre Gravina combatiera con pericia y con bravura al frente de la escuadra española, y que el mismo Napoleon dijera que los españoles se habian batido en Finisterre como leones, si todo lo frustraba la ineptitud y la cobardía del almirante francés Villeneuve? Y tomando los acontecimientos en más ancha y general escala, ¿qué provecho sacaba España de que el nuevo emperador su amigo y aliado, suspendiendo unas y realizando otras de aquellas maravillosas concepciones con que dejaba atónito al mundo, sorprendiendo con su aparicion y la de su grande ejército en el corazon de Europa, ganando el portentoso triunfo de Ulma, aterrando con la famosa batalla de Austerlitz, desmoronando imperios y humillando emperadores, convirtiera en

quiméricos los grandiosos planes de las potencias por tercera vez confederadas, y las obligára á firmar la paz de Presburgo?

Mientras Napoleon orlaba así su frente con tantas y tan gloriosas coronas, la España, su aliada y amiga, sufria el gran desastre, la catástrofe sangrienta, deplorable y honrosa á la vez, que acabó con el poder naval de la nacion española. La España de Felipe II. y de la armada Invencible; la España de Lepanto y de don Juan de Austria, vió sucumbir su poder marítimo con Cárlos IV. en las aguas de Trafalgar (1803). El historiador español no puedo pronunciar este nombre sin lágrimas en los ojos y sin orgullo en el corazon. Lágrimas para llorar el infortunio; orgullo para ensalzar la honra que de la batalla sacó el pabellon de Castilla, aunque ensangrentado. Nuestra fué la desgracia, pero tambien fué nuestra la honra: otros compartieron con nosotros honra y desgracia: pero no todos pudieron decir como los españoles: «Salimos «ilesos de culpa.» Que no pelearon con menos heroismo en Trafalgar los insignes marinos Gravina, Alava, Escaño, Valdés, Cisneros, Galiano y Churruca, que habian peleado en Lepanto, con más propicia fortuna, don Juan de Austria, don Alvaro de Bazán, Cárdenas, Córdoba, Miranda, Ponce de Leon, y otros que entonces como ahora honraron los fastos de la marina española.

Y como el infortunio de Trafalgar fué una de tantas consecuencias del funesto tratado de alianza de San Ildefonso, por eso no puede leerse sin pena y sin rubor la felicitacion que el mismo autor del tratado, el príncipe de la Paz, dirigió á la Magestad Imperial y Real de Napoleon por sus triunfos, ensalzando sus hazañas sobre las de Alejandro, César y Carlo-Magno. Ni esta gratulatoria estaba en consonancia con el apenado espíritu del pueblo español, ni tan exagerados parabienes honraban á quien pagaba con adulaciones recientes. ofensas, ni con tales lisonjas logró el de la Paz desarmar el brazo del gigante á quien habia irritado. Se arrodilló ante el ídolo, y no alcanzó su indulgencia.

El nuevo Carlo-Magno de la Francia (que á éste más que á otro alguno de los héroes y emperadores de la antigüedad queria Napoleon asemejarse) propónese hacer como él un nuevo imperio de Occidente; derriba antiguos tronos, crea y organiza nuevos estados y monarquías, como ántes creó nuevas repúblicas, reparte territorios y distribuye coronas entre sus hermanos, deudos y servidores, haciendo de ellos otros tantos feudos del imperio. Fomenta la disolucion del antiguo cuerpo germánico, y forma y pone bajo su protectorado la Confederacion del Rhin. Entre los monarcas destronados se cuentan Fernando de Nápoles y la imprudente reina Carolina, sentenciada hacia tiempo á pagar de este modo sus indiscretas provocaciones. El repartidor de tronos sienta en

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