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de soldados, en que hasta los frailes sabian serlo. Tanto desconocia esta nacion, que le decia al abate de Pradt: «Si esta empresa hubiera de costarme ochenta mil hombres, no la acometería; pero me bastarán doce mil; es una pequeñez. Esas gentes no saben lo que es la tropa francesa. Los prusianos eran como ellos, y ya se ha visto lo que sucedió. Creedme, pronto se concluirá todo.» ¿Qué diria después, al saber que por lo menos trescientos mil franceses quedaron sepultados en España? Esta es acaso la cifra mas corta: hay quienes calculan que en cada año de la guerra perecian en la península cien mil franceses. De todos modos ya vió que le costó la empresa mas de ochenta mil hombres, y que los españoles no eran como los prusianos. Lo peor para él no fué que la empresa le costára más o menos millares de hombres, que esto no entraba en el balance de cálculos de quien no tomaba á cargo las vidas bumanas mientras hubiera madres que dieran soldados: lo peor fué que la empresa, despues de sacrificar tantos hombres, le saliera fallida.

Y lo mas mortificante todavía para él, para él que habia presidido córtes de soberanos vasallos, como aconteció en Erfurth, donde se juntaron, pendientes de su voluntad y de su palabra, cuatro monarcas, veinte y siete príncipes, dos grandes duques y tantos otros esclarecidos y elevados personages; lo mas mortificante, decimos, para quien asi avasallaba soberanías, debió ser el verse humillado por un pueblo que él llamaba de proletarios, hiperbólica denominacion con que quiso sin duda significar la diferencia y distancia entre los modestos enemigos que aqui resistian á su poder y los encumbrados adversarios que en otras partes habia aplastado, como él decia, bajo las ruedas de su carro triunfal disparado.

Más incomprensible parece que Napoleon con su clarísimo talento no conociera ni ántes ni después de haber estado en España el carácter de la nacion que invadió y que intentaba domeñar, cuando su hermano José, en quien se suponia menos dotes intelectuales y menos perspicacia, apenas puso el pié en ella se penetró de que era un pueblo soberbio, enérgico é indomable, de que ni tenia ni podia tener nunca en él amigos, y de que la gloria del emperador se hundiria aquí, y así se lo hizo entender á su hermano. Generales franceses hubo que tambien se convencieron de ello; los ingleses lo conocian y lo publicaban así. ¿Cómo solamente los ojos de Napoleon se mantuvieron cerrados á esta verdad? Preciso es recurrir para esplicarlo á aquella sentencia de orígen divino: Quos Deus vult perdere..... Hay además en lo humano una pasion que ciega tanto como el amor; esta pasion es el amor de los conquistadores, la ambicion. Es cierto que cuando él vino á España se apoderó fácilmente de la capital, arrojó de la península á los ingleses, y venció en todas partes; peró

no calculó que ni él tenia el don de la ubiquidad, ni los que aqui quedaban eran Napoleones.

Un cargo grave se hace á los españoles por su comportamiento en esta guerra, el de las muchas muertes violentas dadas aisladamente á franceses por el paisanage, y ejecutadas por medios horribles, bárbaros y atroces, impropios de una nacion civilizada y de un pueblo cristiano. Es una triste y dolo rosa verdad. Muchas veces hemos oido de boca de nuestros abuelos y de nuestros padres, y todavía se oyen con frecuencia de la gente anciana, relatos que hacen estremecer, de asesinatos cometidos en soldados y oficiales franceses, ya rezagados en los caminos públicos, ya estraviados en montes ó inciertas sendas, ya heridos ó enfermos en hospitales, ya entregados al sueño y rendidos de fatiga en los alojamientos. Hombres y mugeres se ejercitaban en este género de parciales venganzas, empleando para ello toda clase de armas é instrumentos, aun los mas groseros, ó envenenando las aguas de las fuentes y de los pozos y el vino de las cubas. A veces se consumaba la matanza con repugnante ferocidad y salvage rudeza; á veces se mostraba fruicion en acompañarla de refinados tormentos, y á veces era resultado de ingeniosos ardides. Todos creian hacer un servicio á la patria; era tenido por mejor español el que acreditaba haber degollado mas franceses; no importaba la manera; era un mérito para sus conciudadanos, y la conciencia no los mortificaba ni remordia: tál era su fé. Asi perecieron millares de franceses.

No hay nada mas opuesto y repugnante á nuestros sentimientos y á nuestros hábitos que estos actos de ruda fiereza: es por lo mismo escusado decir que los condenamos sin poderlos justificar jamás. Pero fuerza es tambien reconocer que un pueblo, harto irritado ya y predispuesto á tomar terribles represalias por la felonía con que habia sido invadido, se exasperaba mas cada dia al presenciar y sufrir las iniquidades oficiales cometidas por aquellas tropas enemigas que se decian disciplinadas y obedientes. Si gefes y soldados saqueaban impía y sacrilegamente casas y templos; si se veian las joyas con que la devocion habia adornado las coronas de las imágenes de la Virgen ir á brillar en la frente de las damas de los caudillos franceses; si los rendidos y prisioneros españoles eran bárbaramente arcabuceados; si se ahorcaba en los caminos públicos, so pretesto de denominarlos bandidos, á los que defendian sus hogares; si se ponia fuego á las poblaciones que acogian á los soldados de la patria; si se degollaban á montones grupos de hombres y de mugeres indefensas; si los vecinos pacíficos veian que sus hijas eran robadas, ó violadas á su presencia sus propias mugeres, ¿puede maravillar que hasta los mas pacíficos vecinos se convirtieran en fieros vengadores de tanto ultrage y de tanta iniquidad? ¿Puede estrañarse que en su justa indignacion se les representára li

cito y aun meritorio cualquier medio de acabar con los que tan bárbara y

brutalmente se conducian?

Pero aun podria este cargo tener algun viso y apariencia de fundamento si solo asi hubieran los españoles vencido y escarmentado á los invasores de su patria, y no tambien en noble lucha, en batallas campales, en sitios y defensas de plazas, con todas las condiciones de una guerra formal, poniendo valerosamente sus pechos ante el fusil y ante el cañon enemigo, guardando las leyes de la guerra, y siendo los hechos heróicos de España modelos que se invocaron después en el resto de Europa y se presentaron como lecciones para escitar el valor de los ejércitos y la resolucion de los pueblos. Pocas naciones, si acaso alguna, habrán escedido ni aun igualado á España, en luchaz semejantes, en saber unir el sufrimiento y la perseverancia con la viveza del carácter, la prudencia con el arrojo, la indignacion con la hidalguía, el amor á la independencia con el respeto á las capitulaciones y convenios, el denuedo en los combates con la abnegacion y el desinterés del patriotismo.

Napoleon tardó en conocer el carácter de esta nacion que creyó tan fácil subyugar: no reconoció su error sino cuando ya era inútil el arrepentimiento. Si es verdad lo que se refiere en el Diario de Santa Elena, solo allí, en la soledad y en la meditacion del destierro, con la lucidez que suele dar á los entendimientos la desgracia, comprendió y confesó el grande error cometido en España y que le llevó del sólio en que pensó enseñorear el mundo á la roca en que devoraba su infortunio y que habia de servirle de tumba. Tardía y sin remedio era ya para él esta confesion; pero las lecciones históricas nunca son ni tardías ni inútiles, porque la humanidad vive más que los individuos, y en aquel ejemplo habrán aprendido ó podido aprender otros príncipes á poner freno á su ambicion, á ser fieles á las alianzas, y á respetar la independencia y la dignidad de las naciones.

XVII.

Volviendo á la marcha de la regeneracion política, no se veian en ella sintomas de tan próspero desenlace como en la guerra. Verdad es que del término de ésta esperaban su triunfo los enemigos de aquella.

No estrañamos que en las primeras sesiones de las Córtes ordinarias se advirtiera cierta linguidez y desánimo, ya por la ausencia de bastantes diputados, retraidos por la reproduccion y los estragos de la peste, é interesados en que se trasladára el Congreso á otra parte; ya porque las Extraordinarias y Constituyentes parecia haber dejado terminada en todo lo sustancial la obra política, y ya porque los enemigos de las reformas, que eran muchos en estas Córtes, esperaban más de otros sucesos que de los debates parlamentarios. Los autores de la Constitucion habian incurrido en el mismo error que los constituyentes franceses, inhabilitándose ellos mismos para ser diputados hasta mediar una legislatura, lo cual honraba mucho asi á aquellos como á éstos, como prueba de abnegacion individual, pero era grandemente espuesto como medida política, porque una asamblea enteramente nueva, y sin un núcleo más o menos numeroso de otra anterior, y más cuando una nacion empieza á constituirse, puede conducir á inconvenientes muy graves. Esperimentáronse éstos en la Asamblea legislativa francesa, y en España se remedió en parte con el acuerdo, no muy constitucional, de que se llenáran con diputados de las Extraordinarias los huecos de los recien nombrados que no habian concurrido.

Merced á esta medida y á este elemento, se vió el fenómeno de que, sien. do numéricamente mayor en las Córtes ordinarias el partido anti-reformista,

y tambien mas osado, por la audacia que los sucesos de fuera le infundian, todavía prevaleciera en ellas el espiritu reformador de las Constituyentes, y que parecieran herederas suyas. La mayor práctica, y tambien la mayor elocuencia de los diputados liberales, que aun entre los nuevos los hubo que se mostraron desde el principio fáciles y vigorosos oradores, arrastraba á los que no eran decididos antagonistas de las reformas, y llevaba tras sí la mayoría. Asi se esplica que á pesar de ostentarse ya tan descarados y audaces los enemigos del sistema constitucional, se hicieran todavía en estas Córtes, principalmente en su segunda legislatura, abierta ya en Madrid, leyes y reformas tan radicales y atrevidas, tanto en materias administrativas y económicas, como en asuntos de legislacion civil y del órden político.

Pertenecen al primer género, el arreglo de las secretarías del Despacho, los trabajos incoados para la reforma de aduanas y aranceles en el sentido de libertad comercial y fundada en los mismos datos presentados por el ministro de Hacienda, el desestanco del tabaco y de la sal, y otras de esta índole. Tanto la legislacion mercantil, como la civil y la criminal, habrian recibido utilísimas y trascendentales modificaciones, si las circunstancias hubieran dado tiempo á las ilustradas comisiones encargadas ya de redactar los códigos respectivos, para dar cima á los trabajos que con laudable celo emprendieron. La ley de beneficencia militar, hecha para la recompensa y alivio de los que se hubieran inutilizado en el servicio de las armas, con sus casas de depósito de inválidos, su libro de defensores de la patria, sus columnas de honor, sus medios y arbitrios para asegurarles la subsistencia, su reparticion de terrenos baldíos, y su preferencia para los empleos que pudieran desempeñar, fué una medida altamente honrosa para sus autores, y en lo cual dificilmente ha podido aventajarlos gobierno ni asamblea alguna.

En punto á recompensar y honrar á los defensores de la patria que habian vertido su sangre por ella, y á perpetuar en la posteridad por medio de símbolos y monumentos públicos la memoria de los hechos heróicos de la guerra de la Independencia, no es posible llevar el celo pátrio mas allá de donde le llevaron estas Córtes. El premio decretado á la familia del inmortal Velarde, la ereccion de una pirámide en el Campo de la Lealtad, donde se encerráran las cenizas de los mártires de nuestra gloriosa insurreccion, la solemnidad cívico-religiosa con que se habia de celebrar cada año y perpetuamente la pompa fúnebre del Dos de Mayo, las estátuas, medallas é inscripciones que habian de trasmitir á las generaciones futuras los nombres y los actos de los mas insignes patricios, los certámenes abiertos en las reales Academias para proponer los medios mejores de perpetuar las glorias nacionales, y de restituir á la nacion las riquezas históricas y monumentales que nos habian 31 Tomo X.II.

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