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lo del tratado de Valencey que á todos los españoles que tuvieron la flaqueza de adherirse al partido del rey José se les reintegraria en el goce de sus derechos y honores, asi como en la posesion de sus bienes, la manera que tuvo de cumplir esta real aferta luego que regresó á Madrid fué fulminar un decreto de proscripcion, desterrando perpétuamente del reino á los partidarios del rey intruso. Inhumano y terrible decreto, que condenó de un golpe al ostracismo á doce mil españoles en masa. Mas no fué esto lo mas horrible de aquel famoso anatema; sino que en él se prescribia que las mugeres casadas que quisieran seguir la suerte de sus maridos habian de quedar tambien perpétuamente des terradas del reino. ¡Inaudito principio de moral cristiana, hacer un crimen del cariño conyugal, y castigar con fuerte pena el santo amor del matrimonio!

¿Y con qué derecho dictaba Fernando tan cruel y despótica medida? Que la Regencia y las Córtes españolas hubieran sido rigurosas, como lo fueron, con los que habian tenido la desgracia de mostrarse partidarios del intruso, ó la debilidad de aceptar de su gobierno mercedes, empleos ú honores, entiéndese bien, y era muy propio del celo patrio y del espiritu hondamente español que las animaba. ¿Pero con qué titulo se ensañaba Fernando con los que no habian hecho sino seguir su mal ejemplo?

Mas terminemos yá, y no prosigamos en tan amargas reflexiones. Hemos apuntado, y era lo que nos proponiamos, las causas que de una y otra parte cooperaron á la súbita y violenta destruccion del edificio constitucional, con tanto patriotismo y abnegacion levantado por los legisladores de Cádiz, y las que hicieron que tuviera tan infeliz remate el mas heróico, el mas glorioso, el mas brillante período de nuestra historia moderna.

XIX.

Nos hemos detenido en el exámen crítico de esta época más de lo que pensábamos, y más tal vez de lo que era propio y exigian las proporcionales dimensiones de una historia general. Sírvanos de disculpa su inmensa importancia, la magnitud y calidad de los sucesos, y la consideracion de haber sido el período en que se inauguró y tuvo principio la verdadera regeneracion de España, la verdadera transicion de una á otra edad de la vida social española, la verdadera transformacion del estado político y civil de nuestra patria.

Que si al pronto, por la vituperable voluntad de un monarca ingrato, y por la fascinacion lamentable de un pueblo avezado á los hábitos envejecidos de una educacion oscura y de una viciosa organizacion, se desplomó la obra de los innovadores, y sobre sus ruinas se restableció la antigua monarquía, no con la tolerancia de los mas recientes reinados, sino con todo el aparato despótico de los mas rudos tiempos, todavía la idea liberal, aun durante la férrea dominacion del mismo Fernando, renació mas de una vez de sus mismas ruinas, como tendremos ocasion de ver cuando tracemos la triste historia de este reinado. Todavía mas de una vez, reproduciéndose como el fénix de sus propias cenizas, resucitó con bastante fuerza para arrojar la losa fúnebre del despotismo que sobre su cadáver pesaba, aunque para caer de nuevo exánime á los golpes de la máquina de muerte que los satélites de la tiranía tenian siempre y sin cesar funcionando. Todo el reinado de Fernando fué una lucha perenne, ó con escasos períodos de tregua, entre el rancio sistema de oscurantismo y de terror de los anteriores siglos, y la doctrina de espansion y de luz que produjo las nuevas instituciones nacidas en la gloriosa época de la revolucion y de la independencia de España.

En la historia de ese reinado, que con la ayuda de Dios habrémos de hacer, y en esa lucha fatal, que pudo ser innecesaria, veremos con dolor muchos martirios, y nos mortificará el olor de la mucha sangre que se vertió en los campos y en los cadalsos. Mas como la sangre de los mártires fruct fica siempre en vez de esterilizar, veremos reverdecer la misma planta que al calor exagerado y ardiente del fuego y del hierro se intentaba secar y consumir. Siempre que resucitaba y era proclamado de nuevo el sistema liberal, revivia bajo la forma y estructura que se le habia dado en Cádiz, con las imperfecciones que hemos notado, y que eran hijas de las circunstancias y de la inesperiencia, pero no se conocia entonces otro símbolo de libertad que aquel código, y tomábase como el emblema que representaba el principio opuesto al gobierno tiránico que le habia reemplazado, y que tan duramente se hacia sentir. Aunque los hombres de mas ilustracion, aunque sus mismos autores reconocieran sus defectos, no hubo ni sosiego ni oportunidad para enmendarlos. Era menester para ello más suma de esperiencia, una época mas favorable y mas propicia disposicion de parte del gefe del Estado. No era posible alcanzar esta feliz coyuntura mientras ocupára el sólio español un príncipe de los instintos liberticidas de Fernando VII. Pero la Providencia, que vela por la suerte de las naciones, habia decretado que lucieran para España dias mas claros y feli es, cuando rigiera sus destinos el tierno vástago que estaba destinado á sucederle en aquel treno.

Confesamos que miraríamos como una desgracia, si tuviéramos la fatalidad de haber de terminar nuestra historia con la de un reinado infeliz, que no podria dejar al autor y al lector sino impresiones amargas y repugnantes sensaciones. Y pedimos á Dios, ya que cerca del término natural de la empresa que hemos acometido se interpone un periodo tan funesto, y en cuya narracion no nos ha de ser posible emplear el lenguaje agradable de la alabanza y del aplauso, y sí con frecuencia el de la censura y el vituperio, nos conceda al menos los dias y la tranquilidad de ánimo que hemos menester para trasmitir tambien à la posteridad, en alivio y compensacion de aquellas ingratas impresiones, siquiera los hechos principales y los rasgos característicos de este reinado en que vivimos, tan grandioso como mísero fué aquél, tan brillante como aquél fué tenebroso y sombrío, tan fecundo en glorias como aquél fué abundante en indignas ruindades.

Que parece haberse propuesto la Providencia mostrar al mundo cuánto puede cambiar en una sola generacion, en un solo grado de sucesion, el carácter natural de un individuo y la condicion social de un pueblo. Quiso que á un príncipe vulgar y mezquino en sus ideas, miserable en sus aspiraciones, y faaz en sus promesas, sucediera en el trono de España una princesa magná

nima y generosa en sus sentimientos, grande y noble en sus miras, elevada y digna en su pro eder; que á un rey finiticamente reaccionario, duro opresor de su pueblo, perseguidor sistemático de los hombres em nentes en civismo y en saber, sucediera una reina protectora de la espansion del pensamiento y de la libertad razonable en la emision de las ideas, madre carinosa de sus súbditos, y cuidadosa de ensalzar y de agrupar en dorredor de su trono á los mas ilustres y esclarecidos ciudadanos; que á un padre desnaturalizado y desagradecido sucediera una hija bondadosa y benéfica; que á un monarca dado á los rigores del absolutismo sucediera una reina decidida á guardar las templadas leyes de un régimen constitucional.

Y que á la sombra y bajo la tutela maternal de la que por derecho hereditario y por la voluntad de la nacion sucedió á su padre en el trono, resucitára una libertad dirigida y moderada por leyes sábias y justas; renac'era la ilustracion y brilláran las luces, disipando las negras nubes que las impedian mostrarse y resplandecer; se abrieran las obstruidas fuentes de la prosperidad pública; se gozȧra de seguridad y de sosiego en el hogar doméstico; se levantára sobre cimientos sólidos la tribuna de la discusion; se diera espansion y desahogo á las ideas y al pensamiento por medio de la imprenta; sacudiera la nacion su letargo, y fuera recobrando aquella grandeza, aquella importancia y aquella consideracion que en otro tiempo habia tenido entre las grandes y mas cultas naciones del mundo.

Anticipamos estas breves reflexiones, para que sirvan de prólogo á lo que para el complemento de esta historia nos resta hacer; y tambien para que, si nos tomamos algun respiro ántes de dar á la estampi y á la luz pública su continuacion, entiendan nuestros lectores que levamos el propósito de no poner fin y remate á nuestra empresa con el desdichado período del reinado que sigue y dejamos in ciado, sin que podamos al mismo tiempo neutralizar la desagradable sensacion que causaria en nuestro ánimo, con los sucesos mas halagueños y consoladores del que por fortuni le reemplazó, por lo menos hasta la época que baste á nuestro propósito, y hasta donde la prudencia nos permita llegar.

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