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recíproca de los dos emperadores.-Capciosas proposiciones de paz que hace Napoleon á Inglaterra.-Rompimiento entre los dos imperios.-Fuerzas inmensas que lleva Napoleon.-Sale de París.-Miseria pública en España.-Carestia horrible.-Hambre general.-Cuadro doloroso que ofrecia la nacion.—Alegría y bienestar de que se gozaba eo Cádiz.

«Se ve, decia el escritor francés que citamos al final del capitulo anterior, que el año 1812 se anunciaba bajo bien tristes auspicios.>>

No todo, sin embargo, ni en todas partes fué mal en el principio de este año para los franceses. Despues de la toma de Valencia, nuestras tropas, así las que con el general Mahy se habian retirado á Alcira, como las que con el general Freire se hallaban en Requena, se replegaron á Elche y Alicante, y entre éstas y las que guarnecian á Cartagena formaban todavía una fuerza de cerca de 18.000 hombres. El general francés Montbrun, que del ejército de Portugal habia sido enviado con una division á reforzar el de Suchet, con noticia que tuvo de haber entrado éste en Valencia, y viendo no serle ya necesario, en lugar de volverse donde mas falta hacía, como veremos después, marchó contra los nuestros sobre Alicante (10 de enero, 1812), esperanzado de que á favor del desconcierto en que habian quedado, ó se le abririan las puertas de la ciudad, ó la tomaria fácilmente. Pero en vano estuvo delante de ella 36 horas, en vano arrojó algunas granadas é intimó la rendicion. Con la respuesta negativa de los nuestros tuvo por prudente retroceder sobre el Tajo, dejando en Elche y su comarca rastros de no pocas extorsiones y vejámenes á sus moradores.

Envió Suchet al general Harispe á la derecha del Júcar, co'ocó en Gandía al general Habert, y se apoderó de Denia, que abandonó el gobernador español don Esteban Echenique, no socorrido por Maby. Tomó el mando interino de todas nuestras tropas don José O'Donnell, gefe del estado mayor del 3.er ejército. Las de Villacampa se volvieron á Aragon, donde mas de contínuo habia hecho antes tantos y tan útiles servicios. Era esto en fines de enero, al tiempo que no lejos de allí en Murcia, el general don Martin de la Carrera, del mis. mo 3.er ejército, inmortalizaba su nombre y acababa su vida con una hazaña digna de contarse.

Hallábase la Carrera á las inmediaciones de Murcia, cuando llegó á esta ciudad el general Soult, hermano del mariscal, con gente del ejército de Andalucía. O por indicaciones del mismo general, ó por acto espontáneo de los suyos, lo cual es para nosotros indiferente, dispusieron aquellos agasajarle con un espléndido banquete en el palacio episcopal en que se alojaba. La Carrera, que mandaba gran parte de la caballería de nuestro segundo y tercer

ejército, concibió el pensamiento atrevido de sorprender á los franceses cuando estuvieran en el festin. La poblacion habia de ser acometida por diferentes entradas á un tiempo: él con 100 ginetes habia de entrar por la puerta de Castilla. Por desgracia los demás, sin que sepamos la verdadera causa, ó no concurrieron á los puntos designados, ó no se atrevieron á penetrar por ellos: entró él solo con sus 100 ginetes. La sorpresa fué grande, y habria tenido el éxito que se buscaba á haber contribuido á ella todos los que debieron tomar parte. A la voz de que estaban los españoles dentro de la ciudad sobresaltáronse los franceses, y especialmente los del festin: tan aturdido anduvo Soult, que levantándose de la mesa bajó tan azorado que faltó poco para que rodara la escalera. Pero al fin, puestos en movimiento los enemigos, cargaron todas sus fuerzas sobre el caudillo español, que con solos sus 100 hombres se defendió denodadamente en calles y plazas acuchillando cuantos franceses se le ponian delante. La lucha sin embargo no era sostenible: nuestros valientes soldados, aunque mataban, morian tambien: llegó Carrera á verse solo, y solo se defendió de seis enemigos que le rodearon, matando á dos, hasta que desangrado por las heridas que recibió de sable y de p stola, cayó sin aliento en la calle de San Nicolás, á que mas adelante en honra suya se dió el nombre de la Car

rera.

Temeraria mas que heróica habria sido la hazaña de este insigne español, Si solo sin auxilio hubiera pensado en acometerla. Vióse solo sin culpa suya, y no fué el hombre temerario, sino el guerrero heróico, que puesto en el trance supo ser ejemplo de valientes y nobles patricios, y que muriendo ganó inmortalidad, como lo pregonó luego el cenotafio que la junta de provincia mandó erigir en el sitio de su gloriosa muerte. Los murcianos por cuya libertad se sacrificó, le hicieron los honores fúnebres con toda la solemnidad que permitia la angustia de un pueblo que, aunque evacuado por los enemigos la noche misma de la catástrofe, quedó llorando los escesos de aquellos, el despojo de sus fortunas, las demasías por ellos cometidas hasta en las clases mas infelices y pobres. Estos mismos desmanes señalaron su retirada á Lorca.

Otro infortunio, de índole muy diversa, tan deshonroso para el que le causó como fué glorioso el que acabamos de contar, esperimentamos tambien el primer mes de este año (1812). En la distribucion que Suchet hizo de sus tropas despues de la toma de Valencia, destinó al general Severoli con su division italiana á sitiar la plaza de Peñíscola, situada en la provincia de Castellon sobre una roca que avanza al mar constituyendo nna especie de isla que solo se comunica con la tierra firme por una estrecha lengua, con fortificaciones sentadas en derredor del peñon. Guarnecíala con 4.000 hombres el gobernador don Pedro García Navarro, y por mar la protegian buques de guerra ingleses

y españoles. No era, pues, de temer que la plaza fuera facilmente tomada ni rendida, por mas que los enemigos colocáran baterías en las colinas inmediatas, y por mas que arrojáran sobre ella algunas bombas. Dificultades casi insuperables les quedaban que vencer, pero era contando con la lealtad y firmeza del gefe español que la defendia. Desgraciadamente no mostró poseer estas virtudes el García Navarro, y ya se traslució de sobra en la facilidad con que so sometió á la intimacion de Severoli, accediendo á entregar la plaza (2 de febrero), con tal que los suyos no fuesen prisioneros de guerra, sino que se pudiesen retirar donde quisiesen.

Vióse á las claras su deslealtad oprobiosa, cuando se publicó la comunicacion en que ofrecia rendirse, la cual comenzaba: «El gobernador y la junta militar de Peñíscola, convencidos de que los verdaderos españoles son los que unidos al rey don José Napoleon procuran hacer menos desgraciada su patria, ofrecen entregar la plaza... etc. (4).» Asi añadia con cierto deleite el Diario Oficial del gobierno intruso: «La capitulacion de Peñíscola es un testimonio de que los verdaderos españoles, que, ó forzados al principio de la insurreccion, ó exaltados por las pasiones, tomaron parte en ella, reconocen sus deberes hacia la patria y su soberano. Si el ejemplo del gobernador y guarnicion de Peñíscola se hubiese dado de antemano por otros gefes, se habrian evitado la mortandad y los desastres que han afligido á la desgraciada España.»> Mas para honra y consuelo de esta España fueron contados, muy contados, los que antes y después cargaron con el baldon de la deslealtad. El Navarro entró al servicio del intruso, único camino que le quedaba, como quien no podia vivir ya entre honrados y pundonorosos españoles.

No en todas partes iban mal las cosas para nosotros en el principio de este año. Vimos en el capítulo anterior que despues de haber introducido los franceses un convoy en Ciudad-Rodrigo, el duque de Ragusa (Marmont) y el general Dorsenne, en vez de dar batalla á los ingleses, se separaron, acantonando Marmont sus, tropas desde Salamanca á Toledo. Esta retirada y la espedicion de Montbrun á Alicante de que hablamos arriba, vinieron bien á Welling. ton para formalizar el sitio de Ciudad-Rodrigo que tiempo hacia estaba preparando. Alentaba tambien al general inglés la circunstancia que él no ignora... ba de haber sido llamada á Francia la famosa guardia imperial, á consecuencia de los temores de una próxima guerra con Rusia. Mandó al general Hill que se moviese hacia la Extremadura española, á don Carlos de España y don Julian Sanchez que se situaran en el Tormes para incomunicar al duque de Ragusa que estaba en Salamanca, y él se presentó el 8 de enero en actitud de

(1) Publicóse en la Gaceta de Madrid del 21 de febrero.

émbestir la plaza de Ciudad-Rodrigo, cuyas fortificaciones habian reparado y aumentado los franceses. Aquella misma noche se apoderó de un reducto levantado en el cerro ó teso de San Francisco (4). Plantó en el mencionado teso tres baterías, la una de 41 piezas, y al saber que el general Graham con las de la primera paralela acababa de tomar el convento de Santa Cruz (13 de enero), rompió con aquellas el fuego el 44, en cuya noche se hizo dueño del convento de San Francisco, y del arrabal en que este fuerte estaba situado. En los dias siguientes hasta el 19 se completó la segunda paralela: en aquel dia se practicaron dos brechas en el muro, de 30 pies de ancha la una, de 400 la otra; y se intimó la rendicion al gobernador Barrié, que contestó estaba resuelto á sepultarse con la guarnicion bajo las ruinas de la plaza.

Con tal respuesta no quedaba al general sitiador otro partido que tomarla por asalto, y así lo determinó, destinando á primera hora de aquella misma noche cinco columnas á embestir ó amagar por otros tantos puntos: resistieron los franceses con firmeza y resolucion, pero no pudieron impedir que los aliados tomáran la cresta de la brecha grande, y de allí se estendieran lo largo del muro, y á poco se enseñoreáran de la ciudad. Rindieron entonces las armas 4.700 hombres con su gobernador Barrié (2), únicos que habian quedado vivos de los 3.000 que componian la guarnicion, pues los demás perecieron en la defensa. Perdieron los aliados 1.300 hombres, entre ellos los generales ingleses Mackinson y Crawfurd. Wellington puso la plaza en manos del general Castaños que mandaba en aquel distrito. Las Córtes españolas compensaron á Wellington concediéndole la grandeza de España con el título de duque de CiudadRodrigo. «La pronta caida de esta plaza, dice un escritor francés, admiró á todo el mundo, y causó un vivo disgusto al emperador.» No lo estrañamos, y más sucediéndole este contratiempo en ocasion que la proximidad de la guerra de Rusia le obligaba á sacar de España 1.000 soldados veteranos, entre los 8.000 que hemos dicho de la guardia imperial, y 6.000 polacos del ejército de Aragon.

Puso Wellington en estado de defensa á Ciudad-Rodrigo, hizo reconstruir las fortificaciones de Almeida, y entregando aquella plaza á los españoles, y dejando ésta guarnecida, despues de haber provisto de este modo á la seguridad de las fronteras de Portugal, pensó ya en emprender el sitio de Badajoz. Púsose en marcha el ejército anglo-portugués el 5 de marzo, y el 14 sentó sus reales en Yelbes, donde se hallaba reunido un tren de sitio traido de Lisboa.

(1) Algunos historiadores franceses, tomando la palabra teso ó collado por nombre propio, llaman á uno le Grand-Teson, y à otro le Petit- Téson.

(2) Es de las pocas ocasiones en que están contestes en el número las historias españolas y francesas.

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