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Por este tiempo hizo tambien á la princesa, su muger, el agravio de repudiarla y enviarla á su padre; pretextando que por algun hechizo oculto era impotente con ella. No habia para esto, en caso de ser verdad, otro hechizo, que haber estragado aquel príncipe su temperamento con los placeres ilícitos é infames, á que se dió en la primera juventud. La desdichada Blanca fué arrojada de un lecho que sus virtudes honraban, para que despues le ocupase aquella Juana de Portugal, cuya imprudente conducta fue la ocasion de todas las desgracias de Enrique IV. Vivió algun tiempo en Aragon, y despues se fué á Pamplona con el principe su hermano, á quien amaba entrañablemente, motivo por el cual vino á incurrir en el odio que su padre tenia á don Carlos. La discordia, pues, siguió en Navarra con el mismo furor que antes, sin que se remitiese mas que el breve espacio de tiempo en que se ajustaban algunas treguas por las negociaciones, que siempre estuvieron abiertas. Mediaban en ellas Ferrer Lanuza, justicia de Aragon, enviado por el rey de Navarra al de Castilla á ajustar las diferencias que hubiese, y la reina de Aragon, á quien su esposo Alonso V, justamente affligido de los males que padecia España, envió desde Italia á componerlas todas. La paz se ajustó al fin con Enrique IV, que acababa de suceder á su padre Juan II, muerto en aquella sazon; pero las discordias de Navarra no pudieron apaciguarse. Estorbábalo el rencor de las dos parcialidades: y solo pudo conseguirse que se concertasen treguas por un año (1455), que aunque no muy bien guardadas, todavía excusaban algun derramamiento de sangre.

Mas cumplido el término de aquella suspension, las hostilidades volvieron con mas furor que nunca. Ardia de saña el rey, porque no se acababan de entregar las fortalezas que, segun el pacto hecho cuando la libertad del príncipe, se habian de poner en poder de aragoneses: amenazaba con hacer morir á los rehenes que tenia; el príncipe amagaba hacer lo mismo con algunos que tenia en su poder de villas que habia tomado su partido, entre ellas la de Monreal. Hubo, no hay duda, exceso de parte de don Carlos en esta ocasión, pues que faltó á lo que él mismo habia firmado, y sus apoderados prometido. Pero así él como sus parciales conocian bien el ánimo del rey, que en todo el proceso de las negociaciones con la reina de Aragon se habia mostrado duro, inflexible, sin querer ceder nada del rigor y nulidad á que queria reducirá su hijo. Llegó en esta parte su furor al extremo de hacer una alianza con su yerno el conde de Fox, por la cual éste se obligaba á socorrer al rey con todo su poder, y entrar en Navarra á castigar á los rebeldes, y el rey á desheredar á sus dos hijos Cárlos y Blanca, sustituyendo en su sucesion para despues de sus dias al conde y condesa de Fox. Así este insensato disponia de una herencia que no era suya, y daba un derecho que no tenia; y añadiendo la barbaridad á la injusticia, se obligaba tambien á no recibir jamas á reconciliacion alguna, ni perdonar á sus dos hijos, aunque quisiesen reducirse á su obediencia. Ya el conde habia entrado en Navarra con sus tropas, y unido á

los realistas ponia espanto en los parciales del príncipe, no bastantes en número ni en fuerzas á resistirle. Ya habian sido sitiadas y rendidas Valtierra, Cadreita y Melida; Rada, famosa por su fortaleza, arrasada; Aivar tambien, que Cárlos habia recobrado, tuvo que rendirse á su madrastra, que en persona la habia cercado y combatido. Aquel reino, que tan floreciente y tranquilo se habia mantenido en los felices dias de Cárlos el Noble y Blanca, ya era un teatro sangriento de robos, escándalos, desolacion y homicidios; frutos propios de la guerra civil, cuyos móviles no son ni el interés ni la gloria, sino el rencor y la venganza. El conde instaba por la desheredacion de los dos príncipes; y don Juan habia nombrado letrados y juristas, que les formasen el proceso por contumaces y rebeldes. Pero el rey de Aragon, irritado de la entrada de los franceses en España, y mal contento del rigor y dureza de su hermano, le envió á decir que pusiese en sus manos la querella que tenia con su hijo, como ya este lo habia hecho; y que de no hacerlo así, le quitaria el gobierno del reino de Aragon, y ayudaria con toda su fuerza el partido y la razon del príncipe. Temió el rey de Navarra la amenaza de su hermano, y suspendió el proceso abierto contra sus hijos. Don Carlos, no sintiéndose fuerte contra su padre y su cuñado, á quienes se creia que ayudaria tambien el rey de Francia, no fiando en los socorros del rey de Castilla, tuvo por mas seguro irse á poner en manos del conquistador de Nápoles y pacificador de Italia, el cual por sus hazañas, por su mérito personal, y por la magnificencia de su corte, era entonces el primer monarca de Europa. Asi dejando encargado el gobierno de la parte de Navarra que le obedecia á don Juan de Beamonte, tomó por Francia el camino de Italia (1457).

Desde Poitiers envió á su tio un secretario suyo á que le informase largamente de los hechos ocurridos en aquel último tiempo, para que á su llegada estuviese bien prevenido á su favor. En la carta que le dió para que le sirviese de credencial, le decia: que por dos y tres veces habia enviado á su padre gentes, suplicándole que le quisiese tener como hijo, y se compadeciese del pobre reino de Navarra, que tan bien le habia servido en otro tiempo: y que cuando las cosas estaban á punto de concordarse, el conde y la condesa de Fox lo habian estorbado. « Los cuales, son sus palabras, como se debia de esperar que fuesen propicios á la dicha concordia, han empachado aquella, é han revuelto en tanto grado los escándalos é el mal entre nos, que no espero el reparo de ellos, si ya la piedad de Dios é vuestra autoridad é decreto con aquella razon, que ha sobre nosotros, no extingue este fuego.

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Mas no solo habian hecho este mal los condes de Fox, sino que tambien malquistaron al príncipe con el rey de Francia Carlos VII, imputándole que habia favorecido á los ingleses en Bayona, donde se hallaban sus parciales al tiempo que la ganaron los franceses: querian con esto ponerle de su parte, y le incitaban á que, haciendo alianza con ellos y el rey su padre, entrase por Guipúzcoa, y entretu

viese así las fuerzas del rey de Castilla, que confederado con el príncipe, se preparaba á socorrer poderosamente su partido. Cárlos, que, como señor de Navarra y duque de Nemours, tenia tantas relaciones con la corte de Francia, siguió su camino á Paris, donde fué recibido por aquel monarca con todo honor y cariño; descargóse de las calumnias levantadas por sus hermanos, y separó al rey de su rompimiento con Castilla. Hecho este bien á su pais, se dispuso á partir á Nápoles, donde ya le llamaba el rey su tio. Era su intento, si no le favorecia, pasar su vida en destierro, para no causar mas enojo á su padre, y separarse de la guerra civil que aborrecia. Por todas las ciudades que pasaba recibia los honores y aplausos que nacian de la estimacion de sus virtudes y talentos, y del interés que inspiraban sus desgracias. El sumo pontifice Calixto III, español, le agasajó mucho en Roma; mas, requerido por él de que mediase en sus negocios, no se atrevió á hacerlo, y de allí partió el príncipe á Nápoles por la via Apia.

Recibióle el rey de Aragon con las mayores muestras de honor y de cariño: bien es verdad que le reprendió la resistencia que habia hecho á su padre con las armas, diciéndole que aunque la razon y la justicia estaban claramente de su parte, debia obedecer y sujetarse al que le engendró, y disimular su dolor aunque justo, y así hubiera cumplido con las leyes divinas y humanas. A esto replicó el príncipe : que sus vasallos y buenos amigos habian llevado muy á mal el gobierno de su padre despues de la muerte de su madre doña Blanca. Que todos deseaban le entregase á él el reino que le tocaba, segun los pactos hechos, y que por su estado y su edad era capaz de gobernar. Confesó que él habia dado muestras de conformarse con su voluntad en esta parte. Mas que las cosas no habrian llegado á aquel extremo, si la hija del almirante no hubiera venido á gobernar con tanta ofensa suya y de su reino: que así él como sus vasallos habian tenido esto á grande afrenta y mengua de su reputacion, que no podia disimularse. Y concluyó diciendo: «Cortad, señor, por donde os diere contento: solo ruego que os acordeis que todos los hombres cometemos yerros: hacemos y tenemos faltas; este peca en una casa, aquel en otra. ¿Por ventura los viejos no cometisteis en la mocedad cosas que podian reprender vuestros padres? Piense pues mi padre que yo soy mozo, y que él mismo lo fué tambien en algun tiempo. »

Fuera de este cargo no recibió de aquel monarca sino aplausos y favores. Es cierto que aunque no hubiesen mediado los lazos del parentesco estrecho que los unian, y la calidad de heredero de todos los estados de Aragon y Navarra que acompañaba á don Cárlos, sola la afición á las letras y buenos estudios, que sobresalia en él, y por la cual ya era célebre, bastaba á darle autoridad y consideracion á los ojos de Alfonso V. Es sabida de todos la pasion de este rey por la lectura y la sabiduría, y en esta parte su sobrino debia tener mucho mas precio á sus ojos que su hermano, el cual jamas hizo otra cosa que intrigar, alborotary destruir. Tratólo, pues, como á hijo; pagó todas las deudas que habia contraido en el camino; le hizo una consignacion para sus

gastos ordinarios; y así él como su hijo le daban cada dia nuevas señales de cariño en joyas, en caballos y otras dádivas con que á porffa le agasajaban. Escribia Cárlos todas estas particularidades á su leal ciudad de Pamplona, con aquella efusion de alegría que tiene un desdichado al ver por la primera vez reir el rostro á la fortuna. « Presto, les decia, placiendo á Dios, irán tales personas de la parte del dicho señor rey, nuestro tio, que reglarán estos fechos en la forma que cumple... E non danzarán mas á este son los que con nuestros daños se festejan. »

Luego que en España se supo la buena acogida que habia tenido en Nápoles, su padre mudó de tono, y empezó á darle en los despachos el título de ilustre principe y muy caro y muy amado hijo, cuando antes se contentaba con llamarle á secas principe don Carlos. Pero los condes de Fox, que ya devoraban con el deseo la sucesion de Navarra, intrigaron tanto con aquel rey rencoroso, que al fin dió el escándalo de juntar cortes de su parcialidad en Estella (1457); y desheredó allí á sus dos hijos don Cárlos y doña Blanca, pasando la sucesion á su tercera hija la condesa de Fox, y por ella á su marido. Acto por su naturaleza nulo, si se atiende á la justicia; pero que de algun modo podia desconcertar el partido opuesto, engañando á los simples, abatiendo á los cobardes, y determinando á los indecisos. Mas los parciales del príncipe, y don Juan de Beamonte, que estaba á su frente, no desmayaron por eso, y oponiendo á aquel acto otro, mas justo sin duda, aunque temerario por las circunstancias, convocaron á cortes en Pamplona á los de su bando, y en ellas aclamaron y juraron por rey á don Cárlos, con todas las solemnidades legales, en diez y seis de marzo del mismo año; llamándole rey de allí adelante en los despachos que emanaban del gobernador y del consejo.

Indignose terriblemente don Juan, llamando desacato y desafuero lo que él mismo habia provocado con su injusta y bárbara desheredacion; y achacando aquella medida generosa y atrevida á las instrucciones que habia dejado su hijo, redoblaba su cólera y su indignacion contra él. En esta posicion le halló Rodrigo Vidal, enviado por su hermano para ajustar un concierto; y, como es de presumir, no era sazon de recabar cosa alguna. Entretanto llegó al príncipe la noticia de su aclamacion, y no pudo dar otra prueba mayor de su inocencia que apresurarse á escribir al gobernador, á los consejos, y á la diputacion de Pamplona, el sentimiento que le causaba aquella determinacion; y la desaprobacion solemne del acto que se le imputaba. Existe aun la carta que escribió entonces, cuyo contexto puede verse en el apéndice; y toda ella es una respuesta convincente á la calumnia que los historiadores, de acuerdo con la injusticia, le han levantado despues.

No fué esta sola la gestion que hizo el príncipe para allanar el camino á la concordia. Escribió tambien á su primo el rey de Castilla, que restituyese las plazas y castillos entregados á él por los beamonteses para seguridad de la alianza y del socorro que le pedian, al

tiempo de los preparativos del conde de Fox. Pero estas gestiones, hechas por el amor de la paz, no impedian que en otras ocasiones el principe sostuviese con entereza sus derechos, cuando veia que de abandonarlos habian de resultar inconvenientes. Así cuando murió el obispo de Pamplona él presentó al papa para aquella dignidad á don Carlos de Beamonte, hermano del condestable y del gobernador. Su padre se dió mas prisa, y pidió el obispado para don Martin de Amatriain, dean de Tudela, que á la sazon estaba en Roma; y el pontifice se le habia concedido. No cedió el príncipe, conociendo que la intencion de su padre era poner en Pamplona un obispo de su partido; y así representó eficazmente al papa que revocase la gracia: ni cedió tampoco á las sumisiones y ofertas que desde Roma le hizo el nuevo electo; y el papa, vencido de sus instancias, y creyendo que don Carlos no estaria tan firme sin la anuencia del rey su tio, confirió la administracion del obispado al célebre cardenal Besarion.

Todas estas incidencias cebaban el resentimiento del rey de Navarra, sin que las satisfacciones del príncipe bastasen á calmarle. Rodrigo Vidal, despues de haber apurado todos los medios de convenio que sus instrucciones le sugerian, propuso una suspension de armas entre los dos partidos. Venian en él los beamonteses; pero el rey, orgulloso y fiero con su poder, no quiso consentirle. Vidal entonces, creyendo que su mision era hacer la paz á cualquier costa, pensó otros medios de conseguirla mas favorable al partido del rey: propúsolos al gobernador Beamonte, quien le preguntó, si aquellos artículos se habian propuesto con anuencia del monarca aragonés : respondió Vidal que no; y entonces el generoso navarro : « Yo no tengo, dijo, órden del príncipe sino para obedecer lo que el rey de Aragon ordene; y pues esos partidos son diversos de los que él quiere, yo y todos mis parciales nos expondremos á todo riesgo por obedecerle, antes que tener paz y sosiego tan infame. »

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Por este tiempo tuvieron vistas los reyes de Navarra y de Castilla para negociar la paz entre sí: vino la corte de Navarra á Corella, y la de Castilla á Alfaro, á cuya villa acudió tambien el gobernador Beamonte; y propuso que se entregasen en secuestro al rey de Aragon todas las plazas fuertes del reino, así de un partido como del otro, y que estuviesen con bandera y gobernadores de su mano, hasta que el mismo rey diese la sentencia que cortase aquellos disturbios. Tampoco quiso el rey don Juan venir en este partido: tenia fundadas esperanzas de reducir al rey Enrique IV, así por sus gestiones propias, como por las que hacia su muger doña Juana con la reina de Castilla. Las dos se veian y se festejaban; y es de ver en los monumentos de aquel tiempo la extrañeza que causaba en los procuradores del principe el lujo, la riqueza y la extravagancia que ostentaban las damas castellanas. Acostumbrados á la modestia con que se habian presentado siempre la reina doña Blanca y la princesa Ana de Cleves, muger del príncipe, no podian menos de admirar la locura de las

▲ Mayo 1457.

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