Imágenes de páginas
PDF
EPUB

buen lugar lo que entonces se hizo, y les mandó de parte del rev, que aunque el tiempo de sus procuradurías era pasado, usasen sin embargo de ellas y le acompañasen para tomar su consejo en las cosas que á su servicio cumplian. Mas las cortes que se celebraron despues en Avila tuvieron otra solemnidad, y debian producir en concepto del infante un resultado mas favorable á su causa. Acudieron con efecto los procuradores de las ciudades al llamamiento del rey. Las cortes se celebraron solemnemente en aquella catedral, y el jóven monarca sentado en su real trono manifestó á los grandes, prelados y procuradores presentes que los habia juntado allí por las razones que les daria de su órden el arcediano de Guadalajara don Gutierre Gomez de Toledo. Este eclesiástico, que tenia entonces opinion de gran letrado, salió al instante al púlpito y en un discurso artificioso y lleno de autoridades y de citas 1, probablemente poco entendidas del auditorio, expuso las injusticias y desaguisados que se cometian por los que gobernaban el reino anteriormente; la necesidad de lo hecho en Tordesillas para remediarlos y estorbar la perdicion del reino que iba á verificarse con ellos; la aprobacion que el rey hacia de aquel hecho, y su mandato á todos los grandes de su reino, á los de su consejo y á los procuradores que lo aprobasen tambien. El rey, acabado el discurso, repitió el mandato, y los grandes y los mas de los procuradores obedecieron, diciendo que lo aprobaban; de todo lo cual se extendió un largo testimonio por los escribanos de cámara que lo presenciaron. En medio de esta docilidad general es digna de notarse la noble oposicion de los procuradores de Burgos, que dijeron no poderse llamar cortes, donde no estaban, ni habian sido llamados los principales que en ellas deberian estar : añadiendo que antes que aquellas cortes se hiciesen, deberian ser convocados y oidos todos los señores y prelados que faltaban, y acordadas todas las divisiones que parecia haber en estos reinos 2.

No satisfecho el infante con esta aprobacion, al parecer nacional, quiso tambien tener la del papa, y para ello diputó á su orador don Gutierre, para que hiciese saber al santo padre de parte del rey el estado del reino y las cosas pasadas, justificando á don Enrique, y cargando toda la culpa al infante don Juan y á los prelados y señores de su parcialidad. Llevaba ademas aquel enviado una comision mas importante á don Enrique, y era una suplicacion del rey para que el papa consintiese en que todas las villas y lugares del maestrazgo de Santiago fuesen del infante por juro de heredad para él y sus descendientes, con título de ducado. Con este objeto se dieron al arcediano

1 Estas autoridades eran tomadas de la Escritura, de los doctores de la Iglesia y de las Jeyes canónicas. Lástima es que no se haya conservado el sermon á la letra: porque seria curioso ver el tormento que en él se daba á los textos para que autorizasen el atentado de Tordesillas.

2 Dijeron, por ejemplo, que faltaba el infante don Juan, que por el señorío de Lara era la primera voz del estado de los hijosdalgo; que faltaba tambien don Sancho de Rojas, el cual por arzobispo de Toledo era la primera dignidad en cortes por el estado de la Iglesia; faltaba igualmente el almirante don Alonso Enriquez, tio del rey; el canciller mayor don Pablo, obispo de Burgos; el justicia mayor, el mayordomo mayor, etc.

cartas de creencia del rey y de los de su consejo, y la crónica añade, que ademas de sus dietas se le libraron en Sevilla diez mil doblas de oro del tesoro del rey, para que allá las repartiese entre quienes fuese menester hecho que pone bien de manifiesto el descaro con que en aquella noble gente se mostraban á porfía la codicia y la ambicion.

Solo faltaba al infante para el total logro de sus miras efectuar su casamiento con doña Catalina. El rey se habia velado con la infanta doña María su esposa, hermana del infante, en los primeros dias del mes de agosto (1420). Quisiera luego don Enrique conseguir sus miras con su pretendida esposa ; pero ella lo repugnaba con igual teson que al principio, y aun habia enviado á su aya Maria Barba al infante don Juan, recomendándose á él para que no se la hiciese fuerza en ello. Mas en el viage que la corte hizo desde Avila á Talavera, el infante pudo hablarla y verla en la torre de Alamin, donde el rey hizo parada. Y sea inconstancia femenil, ó que don Enrique se hubiese hecho amar, ó que se hiciese temer, lo cierto es que, contra la espectacion de todos, ella consintió allí en el casamiento, y luego que llegaron á Talavera se celebró el desposorio y se velaron. El rey hizo donacion á su hermana del marquesado de Villena; otorgó diferentes mercedes á los caballeros que servian al infante; y aun entonces se dice que dió la villa de Santisteban de Gormaz á don Alvaro de Luna, el cual por aquellos dias se veló con doña Elvira Portocarrero, hija de Martin Fernandez Portocarrero, señor de Moguer, y nieto del almirante don Alonso Enriquez 1.

Pero esta máquina de artificio y de violencia no podia durar mucho tiempo. El infante desde Talavera pensaba llevar al rey á Andalucia, donde su partido era mas poderoso que el de su hermano; y ya en este tiempo los principales grandes que le seguian, y con especialidad el conde don Fadrique y el de Benavente, estaban descontentos de él por la desigualdad con que distribuia entre ellos el favor y la confianza. El rey por otra parte, cansado de ser juguete de aquel tropel de ambiciosos, anhelaba por salir de la opresion en que le tenian, y durante el viage de Avila á Talavera habia manifestado mas de una vez el deseo de escaparse de entre sus manos. Don Alvaro de Luna, con quien solamente lo consultaba, se lo desaconsejó por entonces, haciéndole ver las dificultades que en ello habia por la vigilancia extraordinaria con que don Enrique le guardaba. Mas luego que, llegado á Talavera, y casado el infante con doña Catalina, se le vió acudir mas tarde de lo que solia á su receloso cortejo en palacio, entretenido con el regalo y gusto de su nuevo estado, entonces don Alvaro creyó llegada la ocasion que deseaba, y tomó con el rey disposiciones necesarias para la evasion.

La mañana pues del dia en que se determinó ejecutarla 2, el rey se

1 El infante se veló en 8 de noviembre de aquel año de 1420, y don Alvaro diez dias despues. Véase en el apéndice el poder enviado en esta ocasion por doña Elvira à don Pedro Portocarrero su hermano, que por su contexto es un documento muy curioso. 2 Viernes 29 de noviembre de 1420.

evanta al alba, oye misa y monta á caballo. Al cabalgar manda se avise al infante y á los demas caballeros que solian acompañarle en sus diversiones, como él se iba á caza tras una garza que tenia concertada; y dada esta órden parte á carrera acompañado solamente de don Alvaro, de su cuñado don Pedro Portocarrero, de Garci Alvarez, señor de Oropesa, que llevaba el estoque delante, y de otros dos caballeros que solian dormir en su cámara. El halconero mayor iba detras con sus dependientes sin saber nada del secreto de la marcha. Pensaban dirigirse á algun castillo que estuviese cerca, y hacerse fuertes en él, hasta que llegasen gentes á reforzarlos y libertarlos. Llegados á la puente del Alverche, el rey y don Alvaro, que iban montados en mulas, toman los caballos que para el caso iban prevenidos, hacen subir tambien al halconero mayor, y bajo el pretexto de ir á correr un jabalí que andaba en aquel soto, se arman de las lanzas que llevaban algunos pages, se alejan de la comitiva, y aguijan su camino de modo, que no eran pasadas dos horas desde la salida cuando llegaron al castillo de Villalba, distante cuatro leguas de Talavera. Mas este castillo no servia de defensa, y fué preciso dirigirse al de Montalban á la otra parte del rio. Ya la comitiva era mayor: el conde don Fadrique y el de Benavente, sabedores del secreto, y algun otro caballero habian podido alcanzarlos. El rey se metió en la barca con don Alvaro, los dos condes y algun otro que cupo en ella; pasó el rio y marchó á pie hasta el castillo de Malpica, donde esperó á que la demas gente llegase con los caballos. Apenas se ponen en camino, cuando se encuentran con una porcion de gente á caballo, que podia = atajarles el paso. Don Alvaro se adelanta y les gana la accion; el rey se nombra y les manda que dejen sus caballos á su comparsa, y se lleven las mulas en que iban todavía algunos que le acompañaban 1. Mejor montados así, siguen su camino y llegan á Montalban al empezar la tarde. Dos caballeros se habian adelantado de órden del rey á tomar la puerta del castillo, que casualmente se halló abierta. Ellos entraron, se apoderaron de la torre del homenage, y como hablaban á nombre del monarca, ni el alcaide ni nadie de los de dentro les opuso resistencia alguna. El rey llegó en seguida con los condes. don Alvaro el resto de la gente entró tambien de allí á poco, y así pudieron entonces tomar aliento y creerse á salvo de los que venian en su alcance.

y

Volaban con efecto los del infante en pos de ellos, ansiosos de enmendar su descuido con la diligencia. Don Enrique al primer recado del rey se levantó, y se puso á oir misa muy despacio. En esto llegó su privado Garci Fernandez, y le dijo que dejase la misa y acudiese al rey, que se iba huyendo á toda priesa y no se sabia donde. Turbáronse todos los circunstantes, y mas cuando se añadió, que sin

1 Este encuentro con los caballeros le refiere la Crónica del condestable de un modo dramático y agradable de leerse: pero su relacion no es muy consistente con las circunstancias que cuenta antes el mismo escritor, y por eso es preferible la de la Crónica general. Véase la Crónica de don Alvaro, titulo XI.

duda el rey se habria ido á juntar con el infante don Juan, que estaba allí cerca esperándole con mucha gente de guerra. La noticia era falsa, pero el sobresalto y la probabilidad la hacian fácil de creer. ¿Pues cómo era de presumir, que sin tener quien les guardase bien las espaldas, el rey y sus nuevos consejeros acometiesen tal hecho? El infante sin embargo no se dejó abatir por aquel contratiempo, y mand que todos los caballeros y grandes que estaban en Talavera con la gente de guerra que allí hubiese, se armasen y cabalgasen para ir con él en demanda del rey. Entróse á armar él tambien, y á la sazon i entraron su hermana la reina y su esposa la infanta á disuadirle de aquel intento, y pedirle con ruegos y con lágrimas que no diese lugar á las degracias que de aquel conflicto podrian seguirse, yendo el rey tan acompañado como se decia suponian que el infante don Juan iba con él. Él insistia en partir, y en el largo rato que habló con las dos para persuadirlas de la necesidad de ir en busca del rey, hubo tiempo para que se desvaneciese la nueva que les causaba á todos el mayor cuidado. Ellas cedieron, y él partió acompañado de todos los grandes que entonces componian la corte, entre ellos el arzobispo de Santiago don Lope de Mendoza, el condestable Dávalos, Garci Fernandez Manrique, y el célebre Iñigo Lopez de Mandoza, señor de Hita, que fué despues marques de Santillana. Componian entre próceres, caballeros y escuderos hasta quinientos hombres de armas, que todos tomaron á toda prisa el camino de la puente del Alverche, por donde el rey habia ido. Llegados á ella, y sabiendo cuan pocos eran los que huian, acordaron que el infante se volviese á Talavera, para ordenar y dirigir desde allí todo lo que conviniese á la consecucion de sus designios; y que el grueso de la gente, mandado por el condestable, siguiese en pos del rey hasta alcanzarle y hacer que volviese á Talavera. Así se hizo; el infante se volvió, y los demas siguieron el alcance, sin ser parte, para que don Enrique mudase de propósito, haber llegado á él Diego de Miranda, un guarda del rey y despachado por él al pasar la barca del Tajo, avisándoles que él iba al castillo de Montalban á ordenar las cosas que cumpliesen á su servicio, y mandándoles que no saliesen de Talavera hasta que él les diese órden de ello.

Los del castillo entretanto, viendo la falta absoluta de viandas y provisiones que en él habia, y recelando qne iban al instante á ser cercados, procuraron por todas vias recoger vituallas con que poderse sustentar, y de hecho pudieron reunir algunas en la mañana del dia siguiente al que llegaron. Lo que mas les acongojó de pronto fué que aquella noche, reconociendo á oscuras las defensas del castillo, el rey se hincó un clavo en la planta del pie; y todos de pronto creyeron que aquel accidente podia traerles mucha desazon. Porque ¿qué se diria de la lealtad castellana, que así habia arrancado á un rey, casi niño todavía, de las delicias de su corte y de los regalos de su esposa, para traerlo tan aprisa á un castillo sin muebles, sin víveres, sin luz, y donde le dejan herir, y desgraciarse quizá, tan indignamente y

1

con tan poco decoro? Un atentado semejante se hubiera graduado de traicion, y la desgracia casual, si se hubiera consumado, se acusára de regicidio. Pero la muger del alcaide quemó luego la herida con aceite, y la curó lo mejor que le fué posible, hasta que despues vinieron los cirujanos de la corte. Dióse en seguida órden á todos los pueblos comarcanos y á las hermandades que viniesen á servir y socorrer al rey convocacion que tuvo su efecto, porque ellos al fin acudieron; pero como ya los sitiadores habian llegado, estos los engañaron, y tomaron para sí todas las provisiones que traian para el castillo. El condestable y los caballeros que le seguian, antes de formalizar el sitio enviaron sus mensageros al rey á manifestarle la maravilla en que estaban del modo en que allí era venido; á pedirle que les diera sus órdenes; y á insinuarle que no siendo aquella fuga decorosa ni útil á su servicio, ellos creian que no era con voluntad suya, sino por sugestiones de los que le acompañaban. Los mensageros dieron su embajada desde la barrera del castillo, y el rey la oyó desde las almenas, contestándoles que él estaba allí de su voluntad, que ya lo habia enviado á decir así con Diego de Miranda, y que no pusiesen duda ninguna en ello. Querian instar todavía, y el rey irritado les mandó que no tratasen de altercar mas y se fuesen en buen ora.

Visto este mal despacho, el condestable y sus caballeros formalizaron el sitio del castillo, y su plan fué, no combatirle, por guardar este respeto á la persona del rey, sino rendirle por hambre, cerciorados como estaban de la falta de provisiones que en él habia. Asentaron pues el real de modo que no pudiese entrar ni salir del castillo mas que un caballo de frente, y diéronse á esperar el efecto de su bloqueo. Todos los dias se enviaba al rey un pan, una gallina, y un pequeño jarro de vino para coiner, y otro tanto para cenar. Tambien le enviaron al instante cama en que dormir, pues la primera noche habia reposado en la del alcaide, y luego dejaron que viniese y entrase la suya. Al entrarla, un repostero del rey tuvo modo de que en ella fuesen escondidos algunos panes, con que pudiesen socorrerse. Otro portero del rey intentó tambien hacer lo mismo por su parte, y con mas audacia todavia: porque, cargando con pan y queso unas alforjas y las mangas y seno del vestido, y subido en una mula, andaba por todo el real como mirando por curiosidad lo que allí habia, y de repente metió espuelas á la mula, y subió la cuesta del castillo, y los de dentro le abrieron, y dieron las gracias por su oportuno socorro. En fin, hasta un simple pastor, oyendo la necesidad en que tenian al rey, subió al castillo como pudo con una perdiz en el seno, y pidió que le llevasen al príncipe, á quien dijo : « Rey, toma esta perdiz El rey holgó mucho de este don, y despues le hizo merced. Pero estos miserables socorros podian ser muestras de zelo y de lealtad, mas no servian de auxilio efectivo para el intento de los sitiados, que era ganar tiempo. Serian hasta cuarenta y cinco ó cincuenta, los mas hombres de corte y delicados, no hechos á semejantes descomodidades. Mas viendo al rey sufrirlas con tanta entereza como

n

« AnteriorContinuar »