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ca responder á esta pregunta. El diputado por París defendió, con un valor que el ministerio consideraba faccioso, y que la oposicion tenia por demasiado moderado, todas las libertades

atacadas.

La crisis comercial de 1818 espantó á la Bolsa, y Mr. Laffitte la tranquilizó con cinco millones de adelantos. Se pronunció contra todas las leyes de escepcion que atentaban á la libertad individual, á la libertad de imprenta, y á la sinceridad de las elecciones. Su generosidad como gran capitalista, igualaba á su patriotismo como diputado: oficiales sin recursos, negociantes apurados, notabilidades necesitadas, empresas de pública utilidad, las ciudades mismas, le encontraron siempre con una generosidad sin límites. Todos saben con que delicadeza acudió á socorrer á M. M. Manuel, Benjamin-Constant, y sobre todo al general Foy. Me, limito á los muertos; entre los vivos pudiera encontrar ingratos.

La lamentable servilidad de las mayorías parlamentarias dió ánimo á la restauracion para atreverse á todo, y casi puede decirse para perderse. Resolvióse la guerra de España, y su éxito feliz fué una dicha desgraciada, pues aumentó el atrevimiento contrarevolucionario. Las exequias del general Foy indicaron casi al mismo tiempo, que el pueblo abandonaba la restauracion al destino funesto que le preparaban la codicia y el servilismo. Mr. Laffitte sin embargo era hombre de conciencia, antes que hombre de oposicion; se separó de Mr. C. Perier. Apoyó la creacion del 3 por ciento, y ya en 1824 tendia á la reduccion de la cuota del interés. Pero entonces mismo, previendo con todos los entendimientos claros una próxima catástrofe; gran propietario, gran capitalista, espíritu de órden, y tímido por lo mismo, temió que una nueva revolucion no sorprendiese desprevenidos á la propiedad, á la libertad, á la seguridad pública, y á la misma Francia. Buscó, si llegaba á romperse la corona, en qué cabeza se podrian colocar sus restos; y por un afecto sincero, y por una conviccion profunda, le pareció el duque de Orleans el mas á propósito para sostener los destinos de la Francia. Era curioso verle entonces proclamar sus temores, y no disfrazar sus esperanzas; y con sus insinuaciones procuraba se

ducir, reclutar, preparar partidarios al príncipe, ya rey en la apariencia. No era, por cierto, porque Mr. Laffitte tuviese odio contra la rama primogénita de la casa de Borbon; pero preveia como cierta su caida, y queria librar al pais de la anarquía. No es decir tampoco que sus proposiciones orleanistas encontraran entonces por do quiera una favorable acogida; halagaban á unos, herian á otros; pero no desanimaron á Mr. Laffitte las repulsas. La restauracion comprometida en la marcha contrarevolucionaria, que ha perdido y perderá á todos los gobiernos bastante ciegos para seguirla, disolvió la cámara; y espantada despues de la tendencia electoral, anuló las elecciones. Fulminó los decretos, y París contestó con la revolucion.

Antes de que terminase la rama primogénita, intentó Mr. Laffitte un último esfuerzo. Va á las Tullerías acompañado de M. M. Gerard, Lobau, Perier y Mauguin; pide que cese de derramarse la sangre, que se retiren los decretos, y que se nombre un ministerio que simpatize con el pais. El mariscal Marmont no era ministro; y no pudiendo resolver cosa alguna, se parapetó con la obediencia que constituye el honor militar en las monarquías. «El honor, le respondió Mr. Laffitte, consiste en no asesinar á los ciudadanos, para atentar contra la constitucion;» y amenazó con lanzarse con su persona y sus bienes en la insurreccion, si no se aceptaban dentro de una hora sus proposiciones, si no cesaba la mortandad. Desde aquel momento habia dado su cabeza en rehenes á la nueva revolucion; redobla sus esfuerzos para formar, fortalecer y acrecentar el partido del duque de Orleans; el 28 de julio le manda á decir: «evitad las redes de SaintCloud; el 29 le escribe: «No hay que vacilar; una corona ó un pasaporte.». La casa de Mr. Laffitte se habia hecho el centro de la accion revolucionaria; dos regimientos abandonan la plaza Vandome, y van á proteger en la calle de Artois el cuartel general de la insurreccion contra Cárlos X. El 29 la sublevación se convertia en revolucion; entonces tomaron ánimo los que la deseaban, y cuantos querian explotarla; el pueblo estaba poseido de un gran sentimiento de libertad, y una noble decision animaba al ejército; las pasiones nobles estaban

en las calles, bajo la metralla, en frente de la muerte. El espíritu de cálculo estaba en los salones; el que no estaba aun comprometido temia adelantar, y el que ya corria peligro por sus actos ó sus palabras, no se atrevia á retroceder. Mr. Laffitte propuso un gobierno provisional, Mr. Guizot una comision municipal. Cárlos X se espanta; Mr. D' Argout va á anunciar la revocacion de los decretos, y Mr. Laffitte le contesta: ya es tarde: Mr. de Montemart, enviado por el rey, y llevando un salvo conducto; gefe de un nuevo gabinete compuesto de M. M. Guizot, Perier, &c., no lleva el decreto ni á la cámara de los pares, ni á la de los diputados; limítase á hablar con algunas personas aisladas; es decir, que la restauracion habia caido.

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Mr. Laffitte dirige á todos los periódicos, y hace fijar en las esquinas de París, una proclama en favor del duque de Orleans. Se escribe al príncipe, y se le llama á París; pero nadie se atreve todavía á firmar el escrito. Al siguiente dia se reunen nuevamente los diputados á puerta cerrada; eran 89; el duque de Orleans estaba desde por la mañana en el palacio real. Los diputados aprueban un mensage redactado por Mr. Guizot, que Mr. Laffitte fué á presentar al duque de Orleans á la cabeza de sus 89 colegas. Mr. Laffitte cojeaba, pues se habia herido saltando una empalizada: el príncipe se admira de aquella berida: «No mireis á mis pies, dijo el diputado, sino á mis manos en las que hay una corona.» El duque de Orleans no fué proclamado rey hasta el 7 de agosto. Mientras el gobierno provisional establecido por Mr. Laffitte hacia un rey, la comision municipal, obra de Mr. Guizot, estuvo á punto de formar una república. Lafayette no habia visto jamás al duque de Orleans, y sus antiguas simpatías republicanas eran conocidas en ambos mundos. La casa del ayuntamiento estaba ademas rodeada por la juventud irritada por la restauracion, ciega del combate, y orgullosa de la victoria, que no creia mucho en la duracion de la libertad con la monarquía, y absolutamente en la igualdad sin la república. Era, pues, repu blicana por sentimiento y conviccion, y á prueba del combate y del martirio. Pero los sucesos se habian apresurado de una manera milagrosa; se la cogió desprovista: púedese improvi

sar un general, un gefe, un rey; pero no podia improvisarse una organizacion gubernamental, y un sistema republicano, sobre todo, despues del terrible ensayo de 1793. Mr. Laffitte precipita tambien los sucesos, é insta al duque de Orleans á que se presente en el ayuntamiento. El príncipe no vacila en seguir aquel consejo, que en el dia parece sencillo, y que no dejaba entonces de ser atrevido.

El duque de Orleans es recibido en la casa del ayuntamiento por Mr. Lafayette. Sus conferencias, las preguntas del uno, y las respuestas del otro, forman lo que se llamó despues el programa de la casa del ayuntamiento. El duque de Orleans y el general Lafayette, asidos del brazo se presentaron al pueblo, y desde aquel momento las ideas republicanas pudieron hallar aun órganos, pero no tenian ya gefe. Compónese un gabinete de ministros efectivos y ministros sin carte

siendo Mr. Laffitte del número de estos últimos. La cámara reunida el 3 de agosto presenta tres candidatos para la presidencia. El lugar-teniente del reino elige á Mr. Casimir Perier, el cual renuncia, y ocupa su lugar Mr. Laffitte. Durante su presidencia, se declaró vacante el trono, se modificó la Carta con una celeridad deplorable, y se confirió el reinado al duque de Orleans. La cámara lleva al palacio real la declaracion que ha hecho, y la lee Mr. Laffitte que iba á su cabeza; el príncipe se arroja á sus brazos, los pares adhieren, las diputaciones de todos los departamentos de Francia sancionan la obra, y la revolucion queda consumada.

Los tiempos eran entonces con todo muy difíciles todavía. Si el poder hubiera podido luchar contra las pasiones del pais con la fuerza y la violencia, los doctrinarios, una espada, y una masa, hubieran bastado. Pero era preciso que la razon gubernamental se dirigiese á la razon pública para ilustrarla, contenerla y dirigirla. Era preciso una grande popularidad y una influencia patriótica; los doctrinarios nada podian hacer, y hubieron de retirarse; y entre los diarios motines y el proceso de los ministros, tuvo Mr. Laffitte el animoso desprendimiento de aceptar la presidencia del Consejo, y cometió la grave falta de unir á ella el ministerio de hacienda; era demasiado para un hombre solo al siguiente dia de una revo

lucion. Tratábase de saber si se pondria á la corona en armonia con el espíritu que habia promovido la revolucion de Julio, ó si se adaptaría esta al espíritu de la monarquía. Sentada de este modo la alternativa, no podia ser dudosa la eleccion, y los hombres de Julio debian ser alejados del poder sucesivamente, á medida que lo permitieran las circunstancias. Despues del proceso de los ministros, el general Lafayette se ve como obligado á volver á la vida privada, y Mr. Laffitte no podia sobrevivirle por mucho tiempo en el poder. Una desgracia doméstica contribuyó tambien á precipitar su caida. La revolucion habia trastornado la pública prosperidad, y la industria y el comercio amenazaban ruina. Mr. Laffitte tuvo la imprudente generosidad de socorrer todas las necesidades: si hubiera permanecido al frente de su casa de banca, no hubiera sido tan ciegamente generoso, y hubiera salvado su fortuna, como salvaron la suya todos los demas banqueros. Si no hubiese sido ministro del rey, si no se le hubiese visto entregarse con persona y bienes á los peligros de la nueva dinastia, los legitimistas y los republicanos irritados, y los capitalistas espantados, no hubieran pedido juntos y á la vez los capitales depositados en su casa. El rey por conservar á su ministro, y por un interés, que dígase lo que se quiera, no podia dejar de tener afeccion, compró á Mr. Laffitte el bosque de Breteuil, y afianzó con la lista civil seis millones, de trece que Mr. Laffitte pidió prestados al banco de Francia.

La historia juzgará el modo como Mr. Laffitte organizó el consejo que presidia; la tendencia que quiso imprimirle, y cómo le abandonaron los mismos que él habia elegido. Sin embargo, cualquiera que sea la opinion á que se pertenezca; cualesquiera que sean las faltas que se achaquen á aquel gabinete, no puede dejarse de conocer que es el único que ha disfrutado de una verdadera popularidad interior, y de una nacionalidad honrosa en el esterior. Las leyes que dió, y que se desnaturalizan ó destruyen de dia en dia; el reconocimiento de la Bélgica como estado independiente; la guerra antes que abandonar nuestros principios, la guerra antes que tolerar la intervencion en los estados limítrofes; eran grandes pensamientos que encontraban entonces eco en casi toda la Francia,

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