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rioso velo de algunos geroglíficos, y arrancar del olvido el nombre de alguna dinastía, de algun príncipe desconocido hasta entonces; pero jamás se conseguirá dar un interés bien positivo á épocas contemporáneas al nacimiento de las sociedades, y cuyos recuerdos estan sepultados en la misma tumba que encierra las generaciones que vieron nacer. Lo mismo sucede con la Asiria. ¡Cuántas cuestiones insolubles rodearian y pararian al historiador que intentase restablecer sus anales! ¿Cuántos imperios de Asiria han existido? El examen de este primer punto atestigua toda la estension, todas las dificultades de la tarea que hubiera emprendido. ¡Qué valor no necesitaria para proseguir, sin esperanza de llegar á resultados proporcionados á la fatiga de sus investigaciones! La Persia y la India con sus libros religiosos que ha principiado á esplorar la linquística, agrandarian tambien el círculo de las dificultades. Los orígenes sirios y fenicios, los principios de la sociedad en Asia, en Grecia, en Italia, en Iberia, en las septemtrionales playas del Africa, presentan tambien problemas á la crítica; y para resolverlos, si se encuentra algun recurso en Herodoto, Thucidides, Diodoro, Pausanias y el viejo Homero, que es tambien un manantial histórico, ninguno de estos autores ha reunido bastantes hechos, documentos bastantes para facilitar al historiador el construir un sistema satisfactorio.

IV.

HISTORIA ANTIGUA.—NO SEPARAR LA HISTORIA GRIEGA DE LA ROMANA, DE LAS REPUBLICAS ANTIGUAS. - PRINCIPALES PUNTOS DE VISTA HISTORICOS.

Supongo que á fuerza de perseverancia, de erudicion y sagacidad, haya esclarecido el historiador las épocas fundamentales de la cronología; que haya en cierto modo atravesado los desiertos de la historia, y llegado á los tiempos verdaderamente históricos; entonces se le presentan otras dificultades y otros

deberes. Si da á su historia el título de antigua, conforme con un método absurdo á mi ver, y sin embargo seguido generalmente en Francia, ¿separará la historia griega de la romana, y no mostrará la cuna de Roma hasta que haya pasado por encima de la tumba en donde yace la libertad griega? Lejos de él tan ilógico proceder, y para entrar en el buen camino no le faltarán modelos, tales como Veleyo, Bossuet, Juan de Muller, el modesto y sabio Gerard, cuya historia antigua sin concluir,. se conoce demasiado poco, y en fin basta en las escuelas pequeñas, el buen abate Gualtier, que tuvo el genio de la enseñanza primaria, esto es, de la enseñanza mas sencilla, mas popular, y de consiguiente mas útil. En efecto, ¡qué fortuna para el historiador que gustase de remontarse á elevadas consideraciones, de dar vida á su obra por medio de felices paralelos, el presentar en el mismo periodo á Licurgo y á Rómulo, sentando ambos las bases de una constitucion que ha de formar un gran pueblo! Pero supón gole ahora llegado enteramente á los tiempos históricos; entonces no se limitará ya su obra á fijar fechas, á rectificar anacronismos, á destruir fábulas agradables, para encontrar en ellas un fondo de verdad; tendrá que tratar puntos de mas verdadera importancia, porque interesan á la inteligencia y moralidad humanas; tendrá que rectificar juicios repetidos por espacio de muchos siglos sobre los hombres y sobre las cosas. Las instituciones de los pueblos, las famas de sus gefes, será lo que tenga que apreciar en su justo valor. Pedirá cuenta al uno de su usurpada gloria, y con el otro reparará el injusto olvido de los historiadores. Guardaráse bien sobre todo de preconizar como virtudes políticas, sentimientos y actos que la moral reprueba, seduccion á la cual no siempre resistieron sábios como Bossuet, Rollin y Montesquieu. La historia de las repúblicas griegas no le encontrará preocupado; no presentará todas las instituciones coano modelos dignos de imitacion; sabrá preservarse de un engañador entusiasmo, repudiar las admiraciones gratuitas, e tar el espíritu de disfamacion y el tono de acritud. De este modo presentada esta parte de los anales de la antigüedad, enseñará al lector que la verdadera gloria y la prosperidad, solo fueron para las repúblicas en donde el primer móvil de los

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ciudadanos era el respeto á las leyes, el amor al órden establecido, y no los sentimientos de un patriotismo adusto, que tan frecuentemente condujo á cometer atrocidades, como acciones dignas de elogio. ¿Por qué fueron tan cortos y raros los intervalos de prosperidad, bien sea en la voluble Atenas, bien en Tebas, do reinaba una multitud estúpida y perversa? Porque las instituciones de aquellas dos repúblicas entregadas sin defensa á las convulsiones de la democracia, no dejaban fuerza á las leyes, mientras no existia un hombre grande que las hiciese respetar. Asi es que la felicidad de Atenas no va mas allá de la vida de Pericles, y el vencedor de Leuctres parece que se lleva á su tumba la fortuna y la ilustracion de su patria. ¿Por qué al contrario, la paciente Lacedemonia y la valiente y sabia república romana pudieron contar siglos de seguridad, de fuerza y de ventura? Porque entre los romanos y los espartanos, esos dos pueblos admirables por la constancia con que conservaron su antigua disciplina, una poderosa arístocracia garantizaba la duracion de la ley, del órden establecido, y arreglaba el dócil ardor de un patriotismo sin flaqueza.

El autor se penetrará ademas de una consideracion: lo que entre los griegos y los romanos, pero particularmente entre los espartanos, aseguraba la estabilidad de las formas republicanas, era el corto número de hombres que componían la ciudad. La clase jornalera que en nuestras modernas sociedades goza de los mismos derechos que los demas ciudadanos, y compone esa numerosa multitud que se llama exclusivamente el pueblo, no existia allí, ó por lo menos no existia entre los antiguos, sino por una especie de excepcion. Todas las profesiones iliberales estaban entregadas á los esclavos, cuyo númerò excedia casi siempre al de sus dueños; pero que formando, por decirlo asi, otra especie humana, no era considerada en nada en las transacciones públicas, y dejaba á los ciudadanos reunidos, verdadera feudalidad republicana, que arreglase á su placer los intereses del Estado. ¡A tal precio, quién quisiera convertir en democrácias las monarquías europeas! Solo Dios sabe si algun día podrá serles conveniente semejante régimen; pero por el experimento hecho en Francia, ha pres-. crito la democrácia sin esclavos. Entre tanto el historiador fi

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lósofo debe reconocer, que en nuestros estados modernos hay mas bienestar, mas proteccion, mas libertad ó instruccion para las masas, que en las mejor organizadas democrácias de Grecia ó de Italia. No está la historia antigua tan enchida de seductores ejemplos de virtudes republicanas, que las virtudes de los reyes y la felicidad de sus súbditos en las antiguas monarquías, no encuentren un lugar en ella. Los antiguos escritores la han hecho tan mediana como era posible; pero para un historiador filósofo que anudase en el dia sus seductoras narraciones, no seria un motivo para negar su atencion á príncipes como un Sesostris, un Epsametico, un Amasis, Ciro, un Evagoras, un Numa, un Servio Tulio, un Ezequias, &c. La gloria de los conquistadores, cuyas hazañas fueron inútiles á su pais, debe provocar en él un atento exámen. Por mas feliz y hábil que haya sido Filipo de Macedonia, su gloria no tiene brillo, y su nombre está colocado por todos los historiadores en un sitio muy inferior al de su hijo. No le costará gran trabajo al historiador el debilitar toda la falsedad de un juicio tan general. Demostrará la conveniencia, la posibilidad de un proyecto grande, pero no gigantesco, concebido por Filipo, y que consistia en colocar la Macedonia al frente de una federacion dirigida por un monarca en los límites de la Grecia. Alejandro, aun antes de subir al trono, concibió un plan que siempre ha sido impracticable: el de una monarquía universal. Y no se me oponga el ejemplo de Augusto y de los Césares; ellos no construyeron aquella monarquía, encontráronla ya formada, y sus sucesores la perdieron á pedazos. Filipo, árbitro de la Grecia, solo pensaba en renovar el papel de Agamenon, humillando á la Persia. Alejandro resolvió conquistarla, y la muelle Asia le opuso una corta resistencia; ¿hubiera sucedido lo mismo en Europa, contra lo cual pensaba aquel príncipe volver sus armas despues de conquistar el Oriente? Los que quieran profundizar esta cuestion, la verán tratada á fondo en la elocuente digresion de Tito-Livio, sobre las desastrosas probabilidades que hubieran detenido á Alejandro en una invasion en Italia. Los admiradores del conquistador macedonio, Montesquieu entre otros, solo han querido ver en él un bien hechor de la humanidad, cuyas armas no Segunda série.-Тoмo I.

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hubieran tenido, mas obgeto que dilatar los límites de la civilizacion. Montesquieu, como lo ha patentizado el sabio SainteCroix, ha exagerado mucho la importancia de algunos establecimientos que el vencedor de Arbela dejó en los paises que recorria; ademas, bajo este punto de vista, Roma habia dado el ejemplo de consolidar y nacionalizar las conquistas por medio de colonias. No hay duda que en muchas circunstancias manifestó Alejandro miras dignas del discípulo de Aristóteles; no hay duda de que en la escuela de tal maestro habia aprendido á generalizar sus ideas y á concebir reglas generales; pero. despues de la expedicion á la India, ¿qué habia que esperar de la continuacion de su reinado, cuando el monarca no salia de su ceguedad? Mucho me inclino á creer que Alejandro mú-, rió muy á tiempo para su gloria. ¿Cuáles son ademas, bajo el aspecto moral, los grandes motivos de elogio que se quieren encontrar en Alejandro? ¿Es el mal que, ha dejado de hacer? El, que tan cruel se mostró con el noble defensor de Tiro, con sus mejores amigos ¡ fué generoso con la familia de Dario! Tal es su mas noble accion. Este es el texto que no cesan de citar con elogios los antiguos, y que los modernos repiten hasta, la, saciedad. Esa unanimidad universal de la antigüedad, prueba solamente que es digno de compasion un órden social, en que, semejantes acciones se consideran como el colmo de la virtud. ¿Qué rey de la moderna Europa, no consideraria como una injuria el que se le elogiase por no haber violado, ni dado muerte á princesas, que habia puesto en sus manos la suerte de las armas? Ya se ve, á cuantos casos, á cuantos caractéres pudiera aplicarse en la historia antigua este método de juzgarlo todo sin preocupacion, sin prevencion, y con entera libertad de la costumbre de admirar o despreciar por rutina. Pasando despues á la historia romana, el historiador tendrá que combatir iguales preocupaciones. Sin duda, cuando la Grecia diezmada, corrompida por la guerra del Peloponeso, esto es, por cerca de un siglo de guerras civiles, solo presentaba corrupcion y violencia, la república romana sobresalia por sus costumbres sencillas y por verdaderas virtudes. Fácil es conocer la razon de ello: el pueblo romano, sumiso á las leyes y al abrigo, de la clientela del Senado, solo pensaba entonces en

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