Imágenes de páginas
PDF
EPUB

igual gracia se le concedió á don Félix Colon, autor del «Juzgado Militar» para ilustrar su obra. Por tanto.-A V. E. rendidamente pide y suplica, se digne mandar hacer, como lleva pedido, y será merced, que de la bondad de V. E. espera.-Madrid 29 de Enero de 1793.-Vicente de Carvallo Goyeneche.» 3

Por estos mismos dias, el último cronista de Indias, don Juan Bautista Muñoz, daba a luz su Historia del Nuevo Mundo.

Creado aquel destino por Cárlos V y desempeñado primero por Gonzalo Fernandez de Oviedo, fué honrado mas tarde por Antonio de Herrera, que en la Historia General de los hechos de los Castellanos nos ha dejado el monumento mas cabal que hasta ahora se conozca acerca de la historia de los pueblos americanos. Mas, habian pasado ya largos años y ninguno de los personajes que se sucedieron en aquel cargo habia dado a luz obra ninguna que correspondiese propiamente a los fines con que fuera creado, cuando el literato escocés Guillermo Robertson, a quien el Rey habia cerrado los archivos, publicó una Historia de América, que estaba destinada a producir notable influencia en el estudio de los documentos referentes a la vida de los pueblos de aquel continente. Cárlos III, en efecto, por cédula de 17 de Julio de 1779, dispuso que se facilitaran a Muñoz todos los papeles que necesitase para escribir la historia del Nuevo Mundo, habiendo, de ese modo, despues de siete años de labor infatigable, reunido una série preciosa de documentos de mas de ciento treinta volúmenes en folio, que si bien no tuvo tiempo de completar a causa de su muerte, habia de prestar valioso continjente a numerosos investigadores posteriores.

Pero, salvo las franquicias que por su oficio gozaban los cronistas de Indias o la escepcion establecida en favor de Muñoz y la que en 1814 se hizo en Sevilla con don José de Vargas y Ponce, los archivos españoles, por una suspicacia mal entendida, permanecian cerrados para todo el mundo, y sin su conocimiento, como se comprenderá, era absolutamente imposible escribir siquiera con mediana informacion la historia americana.

3 En la cubierta del anterior documento, aparecen las siguientes observaciones: Nota.-Es cierto el ejemplar que se cita, habiéndose permitido a don Félix Colon en 1787, que se enterase en el Archivo de Indias de las órdenes generales que tuviesen conexion con su obra, y sacase los apuntes conducentes. Lo mismo se le habia concedido en Hacienda y Marina.

A 31 de Enero de 93.-Júntese la licencia de que se trata, y véase si consta haber presentado su obra, para hacer constar su mérito é importancia.

Vå el espediente de la licencia concedida á Colon y las instancias que la motivaron con un plan de la obra y un índice de los capitulos del primer tomo que acompañó para dar idea de ella.

La licencia que se necesita es con la que vino Carvallo y lo que conste de su obra.

No se encuentra en nuestro Archivo la licencia que obtuvo Carvallo para venir á España. Es regular se expidiese por Guerra.

Acerca de la obra que está escribiendo, tampoco tenemos constancia alguna en el Ar

chivo.

Vean esto Muñoz y el archivero, y acuerden con él sobre lo que pueda franqueársele y avisen.

Muñoz lo entregó así y solo puede decir el archivero, que reconocido los espedientes que solicitaba el interesado, no se tuvo por conveniente facilitárselos, ni darle las noticias pedia, pues se tuvo por maliciosa su solicitud y dirijida contra el Presidente Higgins.»

que

Por fortuna, en 1844, el gobierno español abandonó sus ráncias preocupaciones y ya los eruditos o siquiera meros aficionados tuvieron como satisfacer la curiosidad o sus propósitos de estudio, que al fin habian y habrán de redundar en provecho de la misma España, dando a conocer junto con los errores de toda especie que cometiera en América, las hazañas de tantos de sus hombres dignos de memoria que ilustraron su nombre en el Nuevo Mundo.

Y ya que hemos logrado la suerte de visitar todos sus archivos, para la cabal intelijencia de esta publicacion y de todos los documentos que la componen, cúmplenos dar aquí algunas noticias acerca de ellos.

Simancas, pequeña aldea de orijen romano, está situada en la falda də una colina que baña el rio Pisuerga, y dista doce kilómetros de Valladolid. Sus casas, edificadas en unas pocas calles, si es que merecen el nombre de tales vericuetos tortuosos y sucios, hasta donde desde aquí no es posible imajinar, dan albergue a unos quinientos habitantes, pobres en su mayor parte, casi harapientos, aunque llenos del orgullo del hidalgo del Gil Blas. Pero, ahí está delante de nosotros, invitándonos, ese histórico castillo que encierra los mas preciosos documentos de la Corona de España, y que en verdad no tiene rival en el mundo.

Omitiremos referir como esa fortaleza, propiedad de los almirantes de Castilla, pasó a poder de los reyes católicos; de cómo, convertida en prision de estado, sufrió en ella la muerte, por órden de Cárlos V, el comunero obispo de Zamora don Antonio de Acuña, en la tarde del 23 de marzo de 1526; ni como acabó en ella sus dias el infortunado Montigny, que el año de 1566 habia sido enviado desde los Paises Bajos a conferenciar con Felipe II acerca del estado político de aquel reino; ni como, pasaron largos años encerrados enella el almirante don Luis Colon, Maldonado Pimentel y el Duque de Maqueda; ni de tantos otros sucesos de esta especie que hicieron mirar aquel castillo con verdadero espánto.

Esta situacion duró, en rigor, hasta la fundacion del archivo en 1540, grandemente incrementado veinte años despues por Felipe II, y destinado a ser con el tiempo, como decíamos, el primero del mundo. Los soldados de Napoleon lo ocuparon en 1809, llevándose poco despues a Francia cerca de 8,000 legajos de papeles, que Tayllerand hizo devolver en su mayor parte, pero reservándose la correspondencia de los embajadores españoles acreditados ante las diversas cortes europeas.

Actualmente hay en él habilitadas cincuenta y una salas, que contienen ochenta mil legajos y muchos millones de documentos. El único requisito que se exije para penetrar en él es una órden real, que no sabemos que a nadie se le haya negado.

Consta sí que desde entónces acá, casi en medio siglo cabal, no pasan de ciento las personas que le hayan visitado con propósitos de estudio, pudiendo citarse, entre otras, a nuestros compatriotas don Diego Barros Arana y don Cárlos Morla Vicuña.

No son muchos los papeles que puedan interesarnos que allí se encuentran, y aun esos han quedados rezagados de los diversos envíos que en distintas ocasiones se han hecho a Sevilla.

Sin embargo, no escasean los relativos a las espediciones marítimas enviadas a las costas del Pacífico, y la correspondencia de los diplomáticos españoles acreditados en Londres a que aquellas dieron orijen; las relaciones de méritos de algunos de los últimos jefes que tuvieron mando en Chile; y los de la voluminosa causa seguida al maestre de campo de la frontera don Salvador Cabrito.

Pero si esto puede parecer de mediana importancia, en cambio existen dentro de aquellos muros, en un subterráneo lóbrego y húmedo, verdaderamente fúnebre, oliendo a cadáver putrefacto, los papeles de los Tribunales de la Inquisicion que Felipe II mandó establecer en sus posesiones americanas: hallazgo tanto mas precioso cuanto que era éste un tema sobre el cual es rarísimo encontrar alguna referencia en documentos emanados de otra fuente.

Nuestros investigadores mas dilijentes apénas si habian podido descubrir algunos trasuntos de lo que aquel tremendo tribunal habia sido en Chile. Y, sin embargo, se ven allí en tan rico caudal las piezas mas interesantes y curiosas que su publicacion (si es que todo pudiera publicarse) demandaría volúmenes enteros; desde el primer proceso de fé, seguido a Alonso de Escobar, uno de los conquistadores de este país; los pleitos de Cristóbal de Molina, el historiador de la espedicion de Diego de Almagro y cura que fué de la Catedral de Santiago, con los domínicos y franciscanos; el largo proceso que se siguió a Francisco de Aguirre porque habia dicho que en su gobernacion podia él tanto como el Papa; el incendio y anegacion del convento de San Agustin por los mansos hijos de San Francisco; la causa seguida al ilustre esplorador del Estrecho de Magallanes, Pedro Sarmiento de Gamboa, porque se valia en la navegacion de ciertos instrumentos que se consideraban diabólicos; y los infinitos de confesores solicitantes: hasta el del jesuita chileno Juan Francisco de Ulloa, cuyos huesos fueron exhumados y quemados en Lima en un solemne auto de fé, por atribuírsele haber dado orijen a una secta que contó en Santiago entre sus adeptos a varias mujeres; el de un médico portugues y su esposa establecidos en Valdivia, torturados y quemados por judíos; y hasta el que se siguió a cierto baron. protestante aleman, a quien el rey habia mandado estudiar las minas de esta tierra, que se convirtió al catolicismo para recibir la mano de una encopetada chilena y que fué procesado por haberse permitido prestar ciertos libros a algunos de sus amigos.

El exámen de esos papeles, produce en verdad, tanto frio como la vista del paisaje que se estiende en invierno desde el Cubo del Obispo, vestido el campo de espesa nieve, que cubre como blanco sudario, desde el foso del fuerte, todas las llanuras de Castilla la Vieja hasta mas allá de Burgos, sin mas interrupcion que algunos bosques de pinos en que van a buscar alber

gue grandes bandadas de aves negras que suelen pasar graznando allá en lo alto......

Concluida ya la tarea, es fuerza partir a Madrid haciendo de paso escala en la «Octava maravilla del mundo,» en el soberbio monasterio del Escorial, que el voto de un rey, el mas poderoso de estos siglos, hizo levantar en medio de una inmensa soledad. Aquella suntuasa biblioteca en que todos los libros vuelven al público sus cantos dorados, solo encierra para nosotros algunos manuscritos cuya importancia para el historiador ha cesado ya con su publicacion.

Todavía ántes de llegar a Madrid hemos de detenernos en Alcalá de Henares, en otro tiempo famosa por su Universidad, cuna de Cervantes y tumba del ínclito Jimenez de Cisneros.

¡Qué maravillas de tallados en los artesonados de las salas del que es hoy archivo del Estado y antigua residencia que fué de los Arzobispos de Toledo! I ademas, ¡cuántos papeles! pero su consulta en lo que puede interesarnos es fácil, por existir allí un índice perfectamente arreglado de lo mas sobresaliente, entre lo cual podemos contar las espediciones y tentativas de colonizacion que el Gobierno de España proyectó en el último tercio del siglo pasado en las costas desoladas de la Patagonia Oriental. Chile se encuentra en ese archivo mal representado, aunque en cambio existe allí intacta la historia completa de los primeros ensayos de la independencia de Méjico.

Nos hallamos al fin en Madrid, y su cielo y la alegría que se ve rebosar por todas partes parece que predisponen el ánimo para el estudio. Muy inmediata está la biblioteca del Real Palacio en la cual se penetra con cierta dificultad, pero que algo de bueno encierra para nosotros y muy especialmente el trabajo mas sério que durante la colonia se emprendiera sobre la topografía de nuestro suelo, la Historia Hidrográfica de Chile, que el presidente Amat, el implacable adversario de los jesuitas, futuro virey del Perú y amante de la Perrichola, hizo levantar a los mas conspicuos injenieros de su tiempo.

A un paso del Palacio, la Biblioteca Nacional, a cargo del simpático y amable secretario de la Real Academia de la Lengua, don Manuel Tamayo y Baus, tan rica de curiosidades, como hoy pobremente alojada.

Muy cerca están tambien el Ministerio de Marina con sus preciosas colecciones de manuscritos de Vargas Ponce y otros marinos; la Academia de la Historia, poseedora de los cien volúmenes de copias del estudioso don Juan Bautista Muñoz, que al fin hubo de morir de fatiga de la dura labor que se habia impuesto; el Depósito Hidrográfico con los valiosísimos documentos náuticos de la espedicion de las corbetas Descubierta y Atrevida, cuyo jefe el italiano don Alejandro Malaspina, sufrió mas tarde una larga prision de estado; y los de don José de Moraleda, marino tan distinguido como modesto y cuyas cartas de las islas y costas de Chiloé aun hoy se consultan con provecho; el Ministerio de la Guerra, que conserva colecciones de mapas

curiosísimos y donde con el visitante se gasta ésquisita cortesía; y, finalmente, el Archivo Nacional, establecido en el mismo local de la Academia de la Historia y que encierra los espedientes de todos los caballeros de Santiago desde Jerónimo de Alderete, a quien el emperador premió de ese modo sus servicios en la conquista de Chile, hasta doña Catalina de Erauso, la monja alférez, marimacho con traje de soldado, que, entre otras muertes, cometió la de su propio hermano, y que mas tarde quiso espiar sus culpas yendo descalza en peregrinacion a Roma. Allí están tambien las pruebas del famoso don Alonso de Ercilla, las de algunos presidentes de la Colonia y las de no pocos compatriotas, como ser los Cortes Azua, los Vargas, los Toro Zambrano, etc. Nos queda aun que pagar nuestro tributo a Sevilla que, como dijo muy bien uno de nuestros mas distinguidos escritores, puede considerarse como la ciudad santa, la Meca a que todo el que aspira a conocer la historia de los pueblos americanos debe forzosamente llegar.

Existe en ella el Archivo de Indias, encerrado desde hace cerca de un siglo en la Casa Lonja, calle de por medio con la espléndida Catedral, el Alcázar de los moros y la Casa de la Contratacion, en un edificio de dos pisos, de poca apariencia por de fuera, pero admirable por sus proporciones, por la riqueza de sus mármoles y por su escalinata, que no cede en belleza a ninguna otra de su jénero en el mundo entero. Construida aquella casa por el famoso arquitecto Juan de Herrera, de órden de Felipe II, que no podia en sus escrúpulos tolerar que los tratos mercantiles se verificasen en las gradas de la Catedral; pero en resúmen, costeada por los mercaderes de Indias, y estrenada por ellos a mediados de 1598. A pesar de estar edificada en el centro de la ciudad, desde su terrado se domina toda la llanura vecina que baña el perezoso Guadalquivir, los campos en que existió Itálica, dentro de cuyo circo crece todavia el amarillo jaramago, y en lo alto de una colina inmediata, la pequeña aldea de Castillejos, donde en lecho prestado fué a morir, lleno el corazon de desengaños, el mas eminente de los conquistadores americanos, Hernán Cortes.

Sirvió el nuevo edificio durante cerca de dos siglos a su primitivo destino, pero con la decadencia del comercio de América la Casa de la Contratacion, se trasladó a Cádiz. Pensóse entónces, al terminar el reinado de Cárlos III, en encerrar dentro de sus paredes los papeles relativos a las diferentes colonias americanas, que andaban dispersos en diversas oficinas, y al fin, desde 1785 a 1788, despues de haberse fabricado estantes suntuosísimos de madera de cedro que se encargó espresamente a Honduras y cuya fragancia en las mañanas del estío aun perfuma todos los ámbitos de aquel recinto, se instaló allí el Archivo de Indias. Posteriormente su caudal se ha ido aumentando con diversas remesas, habiendo solo en estos últimos meses llegado a él muchos papeles que estaban guardados en el Ministerio de Estado en Madrid, y que no son, por cierto, de los ménos importantes, como que abarcan todo el período de la revolucion hispano-americana, desde San Martin a Bolívar.

« AnteriorContinuar »