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porque, dicen, «se admiran de la locura de las gentes que al comprar un caballo, cosa de poco precio y escasa importancia, van con tanto recato que lo quieren ver sin silla, porque debajo de ella no se encubra alguna matadura, y en la elección de mujer, que puede dar solaz ó desagradar durante toda la vida, son tan negligentes que se contentan con verla toda cubierta y envuelta, sin reconocer más que el rostro, con lo cual pueden luego arrepentirse de haberla elegido por esposa.» Admiten el divorcio en muy contados casos y con anuencia del Senado, y castigan con durísima servidumbre á los adúlteros.

Los maridos castigan á las mujeres y los padres á los hijos, á no ser que cometiesen un enorme delito que deba castigarse públicamente. Casi todas las culpas son castigadas con la servidumbre, lo cual es más útil y beneficioso á la república que quitarles la vida, porque ayudan más con el trabajo, y con el ejemplo continuo enseñan á los demás á no incurrir en semejantes culpas; y á los que dan muestras repetidas de virtud y arrepentimiento, se les suele mitigar ó perdonar la servidumbre por autoridad del Príncipe ó favor del pueblo.

El que pretende algún cargo público queda privado de poderle desempeñar. Tienen pocas leyes y abominan los pueblos que llenan de glosas é interpretaciones desmesurados volúmenes, pareciéndoles que es iniquidad obligar á los hombres con tantas leyes que no se pueden leer, y tan oscuras que se hacen ipinteligibles, y no admiten Abogados, sino que cada uno ha de exponer en el juicio su razón; porque se descubre mejor la verdad cuando se expone la palabra desnuda de galas y artificios oratorios, y se hace más breve y fácil administrar justicia.

Los sacerdotes son elegidos por el pueblo por votos secretos como los Magistrados, porque no nazca odio entre ellos, y son consagrados de los de su colegio; se dedican únicamente á los divinos misterios y al cuidado de la religión, y son censores de las costumbres, amonestando á los delincuentes. Los templos son espaciosos y bastante oscuros, porque creen los sacerdotes que habiendo poca luz se distraen menos los pensamientos y los ánimos están más recogidos.

Por último, su política en cuanto á los demás países se reduce á abrir mercados á sus productos en todo el mundo y es

tablecer colonias en las más apartadas regiones, dominando á los indígenas ó por la fuerza ó sembrando entre ellos la discordia, según la antigua máxima de «divide y vencerás».

Despréndese del examen de la organización social y política de Utopia, que Morus no pudo prescindir, al formularla, de su origen inglés, que aparece en muchas de las prescripciones expuestas, marcadas con el sello del positivismo y utilitarismoque informa los actos todos de la política y relaciones exteriores de Inglaterra.

Existen, según se ve, grandes diferencias entre La República, de Platón, y La Utopia, de Morus, no sólo por ser ésta última una isla, sino porque su forma de gobierno es la monarquía electiva con magistraturas populares anuales y un Senado ó Cuerpo legislativo; pero ambos reformadores coinciden en el pensamiento de sujetar á reglas el desarrollo de la población, si bien Morus no llega á los absurdos de Platón, puesto que respetando el misterio de la generación, la libertad del amor y la santidad del matrimonio, por lo que condena el adulterio, se limita á emplear el recurso de entregar los niños de las familias muy numerosas á aquellas que tienen menos, y trasladar á otras ciudades el contingente de población que exceda del de seis mil familias que puede existir en cada una, apelando en último término á la colonización, como medio de contrarrestar el exceso de fecundidad de los utopienses.

Pero al llegar al objetivo esencial de nuestras investigacio nes, ó sea al concepto de la propiedad, nos encontramos con que Morus, en vez de exponer un sistema ó teoría completa, se reduce á hacer una crítica más o menos acerba de ella, sin fijar ó hacer determinación de principios nuevos para sustituir á los existentes ya en el mundo, que tantas censuras le merecen. Tratando de descubrir el origen de la desigualdad de fortunas entre los hombres y la existencia de diversas clases en la sociedad, entiende que «la causa principal de la miseria pública es el número de nobles y zánganos que ociosamente se mantienen del sudor y del trabajo ajenos, los cuales utilizan sus tierras chupando la sangre de los arrendatarios que las cultivan, con tal de aumentar sus rentas»; añadiendo más adelante: <<¿No es anómalo que haya adquirido el oro un valor ficticio de

tal manera considerable, que es más estimado que el hombre? ¿Y que un rico, sin ninguna inteligencia y tan inmoral como. tonto, tenga, sin embargo, bajo su dependencia á una multitud de hombres instruídos y virtuosos? ¿Es justo que un noble, un joyero, un usurero, un hombre, en fin, que nada produce, lleve una vida regalada en el seno de la ociosidad ó de ocupaciones frívolas, en tanto que el albañil, el carretero, el artesano y el labrador viven en sombría miseria, procurando difícilmente el más mezquino sustento?» Y después de hacer una admirable y sentida descripción de las penalidades y privaciones del obrero, condenado á un trabajo tan rudo que acaso no podría soportar una bestia de carga, y la escasez y miseria de los obreros ancianos que no han podido ahorrar, por la mezquindad de los salarios, lo indispensable para el sustento en su vejez; de ofrecer, como duro contraste, la vida gozosa y tranquila de los nobles y los poderosos en medio de la abundancia y los placeres, que en vez de pensar en el mejoramiento de la condición del jornalero y del pobre, sólo piensan y se preocupan de los medios de reducir los jornales y aumentar las horas de trabajo, encuentra que no existirían estos graves males que perturban la dicha de los pueblos, si no existiera la propiedad individual ni el dinero, únicas causas, en su entender, de tan grandes y lamentables males. De estos principios deduce la comunidad de bienes y la carencia de moneda que existe en Utopia y el desprecio que allí merecen el oro y la plata, tan estimados en todos los demás países.

Parece, pues, declararse partidario del sistema de comunidad de bienes, y así determina que ningún utopiense es propietario, sino poseedor ó usufructuario de las tierras, viviendas, etc.; pero esto no obstante, aduce él mismo en su obra, en el supuesto diálogo con Hythlodé, tales argumentos contra el comunismo, que difícilmente pueden explicarse en quien como él dedicó su profundo talento y su experiencia del gobierno y de la vida á idear un estado social perfecto fundado en las doctrinas socialistas. ¿Es que, á su pesar, la lógica hubo de imponerle con fuerza irresistible la realidad de la vida y la esencia y naturaleza del derecho de propiedad? ¿Es que comprendió, no obstante sus nobilísimos propósitos, que á la obra suya fal

taba la base única en que puede fundarse toda organización social y política, es decir, la propiedad individual? Nosotros no hemos de resolver estas dudas, bástanos oir al mismo Morus replicando á su interlocutor: «Lejos de compartir tus opiniones-dice-creo, por el contrario, que el país donde se estableciera la comunidad de bienes sería el pais más miserable. ¿Por qué canal circularía en él la abundancia? Todo el mundo huiría allí del trabajo. No estimulando á nadie la esperanza del provecho, descansando todos en la industria y diligencia ajenas, se adormecerían en la pereza. Como la ley no garantiza inviolablemente al individuo el producto de su industria, ni aun el temor de la miseria estimularía á los perezosos, sin cesar zumbaría ansioso y amenazador el motín, y de continuo el asesinato ensangrentaría tu república.>>

Estas sensatas y elocuentes palabras, fruto de una privilegiada inteligencia, ¿qué son sino una nueva forma del eterno argumento hecho contra los sistemas socialistas? Porque no cabe dudarlo: sin propiedad individual no existe la libertad humana, ni la familia, ni el trabajo, indispensable para que pueda atender el hombre á sus necesidades; ni la sociedad dentro de la cual el hombre ha de vivir forzosamente; ni la cultura ni el progreso, imposibles sin el poderoso estímulo del interés y el más grande y desinteresado de la gloria y la fama. Por eso dice un ilustre jurisconsulto contemporáneo (1), con cuyas notables palabras ponemos remate á nuestro estudio: «<<Morus puso el dedo en la llaga: el problema que planteó aún está sin solución; es la roca de granito en que vino á estrellarse Luis Blanc cuando en su afán de resolverle no encontró otro medio, á pesar de su fecunda inventiva, que el de escribir en los talleres: Todo perezoso es un ladrón: al mismo tiempo que destruyendo la idea de lo tuyo y lo mío, borraba la noción del robo en la conciencia del trabajador. No hay remedio: en el régimen del comunismo perece la personalidad humana; para ahogar en el comunero todo sentimiento personal y de familia, y hacerle, sin embargo, laborioso, se necesita el látigo del cómitre; hay que reducirlo á la condición del bruto, del loco ó del esclavo.>>

(1) D. Manuel Alonso Martínez.-Estudios sobre filosofía del Derecho.

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En el orden cronológico que venimos siguiendo, nos encontramos, al llegar al siglo XVII, con dos nuevas obras destinadas á resolver el problema social y político, objeto de tantas investigaciones y estudios en todos los tiempos: La Ciudad del Sol, de Campanella, publicada en Francfort en 1623, que será objeto del presente estudio, y La Océana, de Harrington, dada á la estampa en Londres el año 1656, que examinaremos después separadamente.

Aun cuando La Ciudad del Sol no entraña tanta importancia como las obras de Platón y Morus en que indudablemente se halla inspirada, merece, no obstante, detenido examen porque representa una nueva evolución del espíritu humano en su labor constante y nobilísima para dotar á los pueblos de organización y leyes que aseguran su felicidad y bienestar, destruyendo los males todos que afligen á las sociedades, que no son en esencia sino manifestaciones elocuentes de la imperfección del hombre, y estímulos y acicates, al propio tiempo, que le obligan á no detenerse jamás en la senda del progreso.

Si es conveniente en la mayor parte de los casos el conocimiento de la biografía de los autores para la más perfecta in teligencia de sus doctrinas y tendencias, no puede dudarse de que este factor se hace casi indispensable en algunos escritores como el que nos ocupa, en cuya obra se halla reflejada su singular filosofía, mezcla de metafísica y de experimentación, y el concepto de los Estados y de los hombres que llegó á formar tras larga y dolorosa experiencia de la vida. Nació Campanella en Stilo (Calabria) en 1568, revelando ya desde su adolescencia su resuelta vocación y energía de carácter al oponerse á los deseos de su familia de consagrarle al estudio de la Jurisprudencia, y mostrar su decisión de ingresar en la orden de Predicadores, en la que profesó á los dieciséis años, ingresando en un convento de Morgenta (Abruzzos), donde se dedicó con especial afición al estudio de la filosofía. Más tarde, mien

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