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tras estudiaba teología en Cosenza, demostró el mismo celo por la filosofía, prefiriendo siempre, contra la voluntad de sus superiores, las deducciones de la razón á la autoridad de la Biblia y de la Iglesia; y resuelto á comparar los principios de los filósofos con las leyes y organismos de la naturaleza, leyó, entre los antiguos, á Platón, Plinio, Galeno, los estóicos y los discípulos de Demócrito; y entre los modernos escogió los escritos de Telesio, comparándolos, según él decía, con el libro original y autógrafo de la naturaleza. El fruto de sus investigaciones filosóficas fué su Realis philosophie epilogistique, que está dedicada especialmente á refutar una obra publicada contra la de Telesio, su filósofo favorito, y en apoyo de las doctrinas de Aristóteles: tenía entonces veintidós años. El triunfo brillante que obtuvo er una discusión teológica con un anciano que al principio había desdeñado discutir con él, le atrajo muchas ca lamidades. Su adversario le acusó de mágico, y para evitar las persecuciones de sus enemigos, marchó de Nápoles á Roma en 1592, donde dedicó al gran duque Fernando I su libro De sensu rerum; yendo después á Venecia y Padua para publicar algunas obras, le robaron los manuscritos camino de Bolonia, y sabedor en Roma, algunos años después, de que aquellos libros habían sido depositados en el Tribunal de la Inquisición, acudió ante él logrando justificarse de todos los cargos, y entablando con este motivo íntimas y cordiales relaciones con algunos Cardenales; pero á su regreso á Stilo, y por algunas palabras que dejó escapar, hízose sospechoso al ministro español, por lo que fué reducido á prisión en Nápoles y acusado de lesa majestad y alta traición, soportando el tormento con gran entereza. La prolongada prisión de Campanella escitó mucho el interés hacia él y se hicieron varias gestiones, sin éxito, para su libertad, logrando al cabo justificarse nuevamente en 1608 ante la. Inquisición; pero acusado de complicidad con el Duque de Osuna, D. Pedro Girón, que había aspirado á la corona, y no pudiendo lograr su justificación, su encierro se hizo más duro y prolongado. Por último, después de veintisiete años de prisión, fué puesto en libertad el 15 de Mayo de 1626, y declarado inocente por el virrey de Nápoles, Duque de Alba, en cumplimiento de una orden de Felipe IV, del cual había solicitado el

perdón Urbano VIII á instancia de muchos Cardenales, permaneciendo después en Roma hasta 1629 á título de prisionero de la Inquisición, en una cautividad que no lo era más que en el nombre, recuperando por último su libertad.

Retiróse á Francia en 1635 bajo la protección de Fr. de Noailles, embajador en Roma, obteniendo, por mediación del Cardenal Richelieu, que Luis XIII le señalase una pensión de dos mil francos, con la cual se retiró á un convento de Dominicanos, donde los sabios y los hombres de Estado iban á visitarle, consultándole el Rey mismo con frecuencia los asuntos de Italia, permaneciendo en dicho convento hasta su muerte, ocurrida el 21 de Mayo de 1639.

Aunque inspirada La Ciudad del Sol, según hemos dicho, en La Republica, de Platón, y en La Utopia, de Morus, plantea, sin embargo, una organización política muy distinta, puesto que es una república teocrática é inquisitorial, aunque, según su autor, se refleja en ella el pensamiento divino. Gobierna la república un Pontífice, llamado el gran metafísico ó el sol, que representa á Dios, cuyo poder no reconoce límites en lo temporal ni en lo espiritual, y juzga en última apelación. A su lado están los triunviros, llamados el Poder, la Sabiduría y el Amor, representantes simbólicos, el primero, de la virtualidad que existe en el sér y le hace obrar; el segundo, de la facultad por medio de la que aspira al conocimiento de la verdad; y el último, de aquella que le mueve á procurar por la conservación y reproducción de la especie.

El triunviro Poder tiene como atribuciones propias la guerra, la diplomacia y negocios exteriores y la armada; el triunviro Sabiduría, la instrucción y obras públicas, las bellas artes y el encargo de hacer redactar, bajo su dirección, una enciclopedia completa de los conocimientos humanos llamada libro de la sabiduría, y de que las artes estén representadas en los muros de los edificios públicos y de los templos por medio de pinturas y esculturas que formen una especie de enciclopedia ilustrada para uso del pueblo; y el tercer triunviro, el Amor, cuida de cuanto se refiere á la conservación, reproducción y perfeccionamiento físico de la raza humana, ordenando las uniones que han de verificarse y los cruzamientos que estime necesarios

para este fin. Este gobierno obra después de las deliberaciones del Consejo llamado Asamblea de Magistrados, que es al propio tiempo el colegio de sacerdotes, proponiéndose y discutiéndose en ella todos los proyectos de ley, medidas de orden pú-~ blico y nombramientos, que luego el Consejo soberano puede aceptar ó no. Existen también asambleas del pueblo, donde son admitidos todos los ciudadanos mayores de veinte años, y en ellas se trata únicamente sobre la paz y la guerra. Para todo lo demás, el cuerpo sacerdotal es absolutamente el dueño del Estado y de los particulares, ejerciendo con el sacerdocio todos los poderes, incluso el judicial. Cada sacerdote ejerce dentro de su jurisdicción las funciones de juez, pudiendo condenar á muerte, destierro ó mutilación, según la ley del Talión, y coutra sus decisiones no hay más recurso que la apelación á un tribunal superior, compuesto de sacerdotes de más alta jerarquía. Cada magistrado, que es á la vez sacerdote, tiene obligación de transmitir á sus superiores la confesión auricular de todos sus subordinados, juntamente con la suya, y aquéllos á los triunviros, los cuales lo hacen á su vez al gran metafísico; y como así conoce éste cuáles son los pecados más comunes en la ciudad, ofrece á Dios en el templo una confesión general, y encuentra más fácilmente remedios adecuados para extirpar los males de la república.

Al tratar de la cuestión fundamental en toda organización de un país, que es el preferente objeto de nuestro examen, encuentra Campanella el origen del mal social en el egoísmo, que paraliza todas las ruedas de la sociedad; porque lejos de concurrir cada uno al bien general, obra aisladamente, en su esfera propia, entorpeciendo con frecuencia la realización del bien común. Y como este interés particular ó privado, único móvil de nuestras acciones, es el gran azote del mundo, cree firmemente que suprimiendo la propiedad privada ó individual acabarán también todos los males que acarrea, y establece, en su consecuencia, la comunidad de bienes y la propiedad colectiva. Pero como comprendía de igual modo que, á cambio de tanto perjuicio para los pueblos, produce la propiedad un bien, el de la necesidad del trabajo, trata de sustituir este único estímulo de la actividad por un gran espíritu de clase entre los.

conciudadanos, en virtud del cual cada uno sacrifica, al desenvolvimiento de la prosperidad general, el deseo innato del bien propio, como los romanos, dice Campanella, morían gozosos por su patria, y los monjes de los primeros tiempos del Cristianismo se despojaban de todos sus bienes en aras de su religión (1). «El espíritu de propiedad, añade, no se fomenta en nosotros más que porque tenemos casa, mujer é hijos propios; de aquí procede el egoísmo, pues para encumbrar á un hijo á dignidades, hacerle poseedor de riquezas y heredero de una gran fortuna, dilapidamos el Tesoro público, si por nuestras riquezas y valimiento podemos dominar á los demás; ó si somos débiles, pobres y de familia oscura, nos hacemos avaros, pérfi-, dos é hipócritas.>>

Como resultado de tales doctrinas, no sólo destruye la propiedad, sino también la familia; pues en lugar de admitir que sea el amor el móvil que determine la unión de los ciudadanos, prescribe que es necesario perfeccionar la especie humana, y da á los Magistrados el encargo de examinar y estudiar cómo han de formarse las parejas y qué escesamientos deben efectuarse, poniendo de este modo al hombre al nivel del bruto.

De toda la organización social ideada por Campanella, y aparte de algunas extravagancias, propias sólo de un visionario, como la de creer que por misteriosa influencia de la astrología vivirán los hombres de su república dos siglos, rejuvene

(1) Aun antes de la aparición de la Religión cristiana, encontramos ya en la historia ejemplos de ascetismo; pues algunos hombres, escandalizados de la corrupción de Roma, predican la pobreza voluntaria, la abnegación del interės individual y el desprecio de los goces mundanos, y huyen á los lugares solitarios, para consagrarse á la vida ascética y á la práctica de la virtud. De estas asociaciones ó comunidades ascéticas, dirigidas por hombres eminentes por su virtud ó su sabiduria, existieron no pocas en diversos puntos de Europa y de Asia (a). Más tarde, en el siglo III, es cuando muchos cristianos, encargados de propagar el Evangelio, hacen voto de pobreza, consagrándose á la oración y á la vida contemplativa, sacrificando al bien del alma todos. los goces terrenos y poniendo sus bienes en común; pero, como se ve desde *lnego, no existen ni pueden encontrarse analogías entre esta comunidad, fundada en la Religión y con fines meramente espirituales, y la ideada por Campanella pretendiendo fundarla en un principio análogo, pues que su tendencia. no es otra que la satisfacción más perfecta de las necesidades materiales.

(a) Soudre.-Histoire du communisme.

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ciéndose cada sesenta años y pudiendo, además, volar por los aires; el carácter distintivo de La Ciudad del Sol es la organización especial que plantea, fundiendo las reglas del convento con los principios más groseros del materialismo, y esa idea, tan inmoral como odiosa, de emplear como medio de gobierno la confesión auricular conjunta, sujetando así con lazos de hierro á todos los Magistrados y ciudadanos, merced á un resorte al que no puede escapar la más pequeña acción ni el más recóndito pensamiento de los gobernados.

¿Es este el ideal que la humanidad debe perseguir? ¿Es este el anhelado progreso con que sueñan y por el que luchan incesantemente los hombres? No, ciertamente; porque una república donde no existe la propiedad ni la familia, y donde ha de cambiarse de vivienda cada medio año para no cobrarla cariño; donde cada uno está obligado á ejecutar el trabajo que se le ordene y ha de contentarse con los productos que se le entreguen para sus necesidades; en que el hombre está obligado á la confesión que descubre su conciencia á los sacerdotes-magistrados; en que se carece en absoluto de la libertad de acción y de pensamiento, no es un pueblo de ciudadanos, es un pueblo de autómatas (1).

RAMÓN SÁNCHEZ DE OCAÑA.

(1) Además de la obra que hemos examinado, se han impreso 18 de Campanella; las tituladas Realis philosophic epilogistique, y De sensu rerum, ya citadas; sus Poesía philosophique, coleccionadas por Oreli é impresas en Lugano en 1834, y la Sintagma y varias otras de astrología, á la que mostró extraordinaria afición, de cosmografía y de matemáticas; figurando las más notables en las Oeuvres choisies de Campanella, vertidas al francés por M. Rosset, con una introducción de Mme. Louise Colet, y que ésta publicó en Francia en 1844.

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