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guientes inscripciones: Rubinetto d' amore; Piacere delle donne; Venite signorine, al rubinetto d' amore; Ella pensa á me.

En L'Uomo delinquente de Lombroso, hay una lámina que representa el tatuage de un ex-marinero, homicida por venganza, detenido en Alejandría. En el lado derecho del pecho, dice: Giuro di vindicarmi, con dos puñales atravesados, y más abajo dos banderas atravesadas; en el lado izquierdo del pecho, un león, y abajo un ancla; en el antebrazo derecho, una figura completa de mujer; en el antebrazo izquierdo, un barco, arriba R. P., y bajo el barco, con letras bien distintas, María; por fin, el miembro viril es una hermosura de tatuage, tiene unas armas, y en el prepucio una cara perfectamente señalada con ojos y boca, ésta formada por el meato. No puede darse figura más extraña que la de este hombre desnudo, ni tatuages más perfectos y bien hechos. Es todo él un estuche de curiosidades artísticas.

Los pederastras tienen la costumbre de pintarse los antebrazos, y usan las siguientes inscripciones: el nombre del amante ó Amistad ó Ami du contraire, ó aquel que descubrió Filippi: Pasquino tesoro mio sei te.

Otro de los hechos notables es la precocidad en el tatuage. Según Tardieu y Berchon, el tatuage no se observa en Francia sino antes de los 16 años. Lacassagne ha observado que desde los nueve años á los 20 es la época del tatuage.

Las causas por que se mantiene el tatuage, son: la religión que puede tanto en el pueblo, que tanto tiende á conservar los antiguos hábitos y costumbres, la imitación, el ocio, la vanidad, el espíritu de secta, la necesidad de grabar las ideas de un modo indeleble, las pasiones amorosas, el adorno de la desnudez del cuerpo, como en los salvajes, y el atavismo.

Los locos no practican más que en casos rarísimos el tatuage. Lo cual es un indicio para distinguirles de los delincuentes natos, en que es tan frecuente.

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La incapacidad para el remordimiento por el mal causado y la falta absoluta de compasión para las víctimas, acusan la ausencia del sentido moral. Se ha notado por los que frecuentan los Tribunales, el cinismo con que los asesinos confiesan su crimen, describiéndolo con todos sus horribles detalles. Es también notable la indiferencia para el deshonor que han de sufrir sus familias, por el dolor que han de causar á sus parientes, y su imperturbabilidad delante del patíbulo y en las últimas horas de la capilla.

Otros caracteres psicológicos más comunes en los delincuentes natos, son la exageración y la instabilidad de los afectos; y entre las pasiones, el predominio de la más egoísta, el orgullo y la vanidad que añaden á sus actos, hasta el punto de atribuirse una serie de violencias y atentados que no han cometido. Las violentas pasiones de venganza les convierten en fieras, en próximos hermanos de los salvajes.

En la imposibilidad de hablar de todas las anomalías, copiemos algunos párrafos de Lombroso, respecto á la sensibilidad afectiva.

La insensibilidad moral es casi siempre un efecto en los criminales de la dolorífica. Lacenaire confiesa no haber experimentado nunca compasión ni lástima ante la vista de un cadáver. «La vista de un agonizante no produce en mí ningún efecto. Mato á un hombre, como me bebo un vaso de vino.>> Esta completa indiferencia ante los males de otro, es un carácter constante de todos los verdaderos delincuentes habituales, que bastaría á distinguirlos de los hombres normales.

Martinati miraba sin temblar la fotografía de su propia mujer, hacía constar su identidad, y tranquilamente añadía cómo le había inferido el golpe mortal.

La Maquet arrojó en un pozo á su hija para poder acusar á una vecina á quien quería mal.

Vitou envenenó á su padre, madre y hermano, para herelar unas pocas docenas de escudos.

Militello, apenas cometido el homicidio de su pobre comTOMO 68

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pañero y amigo, estaba tan poco conmovido, que intentó seducir á las camareras que le impedían el paso.

Así se explica, por esta insensibilidad moral, que Troppmánn desde su cárcel llamase á su hermano para que le trajera ácido prúsico y eter con que matar á sus guardianes. En el Archivio de Maxime du Camp se halla el grabado que reproduce Lombroso, en el que Troppmánn describió la escena terrible de sus asesinatos, acusando al padre de sus víctimas como el que había perdido miserablemente á toda la familia. Robidio vistió, como para bodas, el cadáver de su mujer, encendió dos luces y se puso á comer.

El número de los que han dormido la noche entera al lado de sus víctimas es crecido. Así resulta de los procesos de Soufflard, Menesclou, Lesage, La Pommerais, La Polman, Gautrhie, este último por dos noches seguidas.

Verdure, mientras asistía á la ejecución de su hermano, robó una bolsa y cuatro relojes.

Clauseu, Luck, escribe Casper, hablaban de su delito delante de los Tribunales con tanta frescura y tranquilidad como si hubieran sido testigos y no autores.

Por eso en la jerga de los criminales el homicidio se expresa con términos burlescos, y se llama sudar, tumbar, hacer salazón, hacer una talega, etc. Como al robar se llama salvar.

Valle, el asesino de Alejandría, que había herido de muerte á dos ó tres de sus compañeros, gritaba con todos sus pulmones, cuando lo conducían al palo: «No es verdad que la muerte sea el peor de todos los males.» Orsolato, el tremendo violador, miraba con expresivos ojos cuantas muchachas pasaban á su lado al ser conducido al patíbulo. Dumolard, al ser llevado al patíbulo, la única cosa de que se acordaba era recomendar á su mujer y cómplice que recogiese un crédito de 37 liras. Poucet, antes de la condena, dirigía una carta al verdugo concebida en estos términos: ¡Bien por el verdugo! y pintaba una guillotina y debajo su nombre. Á la cual añadía las siguientes frases: «Os ruego que me enviéis 25 liras á cuenta de mi cabeza,

señor verdugo.» Se cuenta de Ryleseff, en Rusia, que descontento de la lentitud con que trabajaba el verdugo, exclamaba: << Ni siquiera matar saben en este país.» En Toscana, ha pasado á la categoría de proverbio el dicho de Rosso, que se lamentaba de la cautividad de la vida hasta que pasaba al patíbulo. Vidocq cuenta de un literato, que conducido al patíbulo, aludiendo á éste y á la fosa, decía: «He aquí el alfa y la omega, y tú, verdugo, eres la beta.» Allard, mientras se le notificaba la última pena, fumaba y decía: «Fumo este cigarro con premeditación y sobre seguro.» Bocarné decía al verdugo, que lo llamaba: «No inquietarse; sin mí no se comienza.»

En síntesis. El conjunto de las aberraciones del sentimiento es la nota más característica del criminal nato como del loco, pudiendo coincidir una gran inteligencia con una tendencia criminosa ó morbosa, pero nunca con un íntegro sentimiento afectivo.

IV

Cuando se dice-afirma Ferri-que en los delincuentes se encuentran tales y tales anomalías, no se quiere decir que estos sean síntomas absolutamente criminales.

Son anomalías que pueden tener un escape en la vida del individuo, no sólo con el delito, sino con la locura, con el suicidio, con la prostitución, y aunque sólo sea con una excentricidad é inmoralidad del carácter que no se junta ó impele á los grandes extremos. Basta con recordar que un hombre puede ser honrado frente al Código penal, no haber robado nunca, ni lesionado, ni violado, y sin embargo, no ser normal. Hay toda una especie de individuos en las clases altas que pueden sofocar los instintos criminales por la riqueza, el poder, la mayor influencia de la opinión pública, etc., y tener una fisonomía inversa á los delincuentes de ocasión, puesto que la figura de quien nace delincuente no resulta en virtud de las circunstancias favorables en que se encuentra. ¡Cuántos no roban porque

han nacido en la riqueza, que si no irían á llenar las cárceles! Ocurre también que los instintos criminales se desarrollan en formas veladas, esquivando el Código penal, y en vez de herir con el puñal, se persuade á la víctima que acometa una empresa peligrosa; en vez de robar en la vía pública, se defrauda en el juego de la Bolsa; en vez de estuprar con violencia, se seduce, para después abandonar á la víctima traicionada.

En suma, las observaciones de algunos caracteres anormales en los delincuentes tiene un valor todo relativo, pero no por esto menos positivo ni menos concluyente, pues se da una mayor frecuencia de aquellos caracteres en los hombres criminales frente al hombre normal.

La Antropología no puede prever del todo el delito, debe esperar á que este hecho decisivo se manifieste; pero cuando se presenta un delincuente, habida cuenta de las anomalías ó de la normalidad, estudiada la herencia y todos los factores que han concurrido en el delito, se puede fallar si aquel caso es instintivo, si es incorregible, ó si, por el contrario, es un acto fortuito.

La psicología moderna no puede atribuir la formación de los instintos sino principalmente á la transmisión hereditaria, y en seguida á la influencia del ambiente doméstico y social sobre la pubertad y juventud.

El ejemplo de las reincidencias, que casi constituyen un estado normal en algunos criminales, prueba la ineficacia de los sistemas correccionales, y cuánto tiempo se pierde en esas teorías que hacen de un delincuente un sér susceptible del bien.

En esos criminales anómalos, y no son en corto número, el remordimiento es completamente desconocido, no tienen capacidad adquisitiva para las enseñanzas morales, y en cuanto al temor del castigo, sólo existe para los que no lo han experimentado; que en cuanto lo han sufrido, aunque sea en simple arresto; que en cuanto han cambiado de fama y han ganado el triste renombre de la criminalidad, la pena se mira como un

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