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Temeridad! Oh miseros humanos!

Si vosotros no haceis vuestra ventura, ¿La lograréis jamás de los tiranos? »

Llegaba aquí, cuando de la alta sierra
Bramador huracan fué sacudido,
De tempestad horrisona asistido,
Para espantar y combatir la tierra.
Derramóse furioso por los senos
Del edificio; el panteon temblaba;
La esfera toda se asordaba á truenos ;
A su atroz estampido

De par en par abiertas

Fueron de la honda bóveda las puertas:
Entraron los relámpagos, su lumbre
Las sombras disipó, y enmudecido,
Y envuelto yo en pavor, cobro el sentido,
Cual si con tanta majestad quisiera
Solemnizar el cielo

La terrible leccion que antes me diera.
(Abril de 1805.)

A ESPAÑA, DESPUES DE LA REVOLUCION

DE MARZO.

¿Qué era, decidme, la nacion que un dia
Reina del mundo proclamó el destino,
La que á todas las zonas extendia
Su cetro de oro y su blason divino?
Volábase á occidente,

Y el vasto mar Atlántico sembrado
Se hallaba de su gloria y su fortuna.
Do quiera España : en el preciado seno
De América, en el Asia, en los confines
Del Africa, alli España. El soberano
Vuelo de la atrevida fantasía

Para abarcarla se cansaba en vano;
La tierra sus mineros le rendia,
Sus perlas y coral el Oceáno,
Y donde quier que revolver sus olas
El intentase, á quebrantar su furia
Siempre encontraba costas españolas.

Ora en el cieno del oprobio hundida,
Abandonada á la insolencia ajena,
Como esclava en mercado, ya aguardaba
La ruda argolla y la servil cadena.

¡Qué de plagas, ¡ oh Dios! Su aliento impuro,

La pestilente fiebre respirando,
Infestó el aire, emponzoñó la vida;
La hambre enflaquecida

Tendió sus brazos lívidos, ahogando
Cuanto el contagio perdonó ; tres veces
De Jano el templo abrimos,

Y á la trompa de Marte aliento dimos;
Tres veces ¡ay! Los dioses tutelares
Su escudo nos negaron, y nos vimos
Rotos en tierra y rotos en los mares.
¿Qué en tanto tiempo viste

Por tus inmensos términos, oh Iberia?
Qué viste ya sino funesto luto,
Honda tristeza, sin igual miseria,
De tu vil servidumbre acerbo fruto?

Así, rota la vela, abierto el lado,
Pobre bajel á naufragar camina,
De tormenta en tormenta despeñado,
Por los yermos del mar, ya ni en su popa

Las guirnaldas se ven que antes le ornaban,
Ni en señal de esperanza y de contento

La flámula riendo al aire ondea.
Cesó en su dulce canto el pasajero,

Ahogó su vocería

El ronco marinero,

Terror de muerte en torno le rodea, Terror de muerte silencioso y frio; Y él va á estrellarse al áspero bajío.

Llega el momento, en fin; tiende su mano El tirano del mundo al occidente,

Y fiero exclama: «El occidente es mio.>
Bárbaro gozo en su ceñuda frente
Resplandeció, como en el seno oscuro
De nube tormentosa en el estio
Relámpago fugaz brilla un momento
Que añade horror con su fulgor sombrío.
Sus guerreros feroces

Con gritos de soberbia el viento llenan ;
Gimen los yunques, los martillos suenan,
Arden las forjas. ¡Oh vergüenza! ¿Acaso
Pensais que espadas son para el combate
Las que mueven sus manos codiciosas?
No en tanto os estimeis: grillos, esposas,
Cadenas son que en vergonzosos lazos
Por siempre amarren tan inertes brazos.

Estremecióse España

Del indigno rumor que cerca oia,

Y al grande impulso de su justa saña
Rompió el volcan que en su interior hervia.
Sus déspotas antiguos

Consternados y pálidos se esconden ;
Resuena el eco de venganza en torno,

Y del Tajo las márgenes responden

«¡ Venganza! » ¿Dónde están, sagrado rio,
Los colosos de oprobio y de vergüenza
Que nuestro bien en su insolencia ahogaban?
Su gloria fué, nuestro esplendor comienza;
Y tú, orgulloso y fiero,

Viendo que aun hay Castilla y castellanos,
Precipitas al mar tus rubias ondas,

Diciendo: «Ya acabaron los tiranos.»

¡Oh triunfo! Oh gloria! Oh celestial momento! ¿Con que puede ya dar el labio mio

El nombre augusto de la patria al viento?
Yo le daré; mas no en el arpa de oro
Que mi cantar sonoro

Acompañó hasta aquí; no aprisionado
En estrecho recinto, en que se apoca
El númen en el pecho

Y el aliento fatídico en la boca.

Desenterrad la lira de Tirteo,

Y el aire abierto á la radiante lumbre

Del sol, en la alta cumbre

Del riscoso y pinifero Fuenfria,
Allí volaré yo, y allí cantando

Con voz que atruene en rededor la sierra,
Lanzaré por los campos castellanos

Los ecos de la gloria y de la guerra.

¡Guerra, nombre tremendo, ahora sublime, Unico asilo y sacrosanto escudo Al ímpetu sañudo

Del fiero Atila que á occidente oprime!
¡Guerra, guerra, españoles! En el Bétis
Ved del Tercer Fernando alzarse airada
La augusta sombra; su divina frente
Mostrar Gonzalo en la imperial Granada;
Blandir el Cid su centellante espada,
Y allá sobre los altos Pirineos,

Del hijo de Jimena

Animarse los miembros giganteos. En torbo ceño y desdeñosa pena

Ved cómo cruzan por los aires vanos;
Y el valor exhalando que se encierra
Dentro del hueco de sus tumbas frias,
En fiera y ronca voz pronuncian: «¡ Guerra!

¡Pues qué! ¿Con faz serena
Vierais los campos devastar opimos,
Eterno objeto de ambicion ajena,
Herencia inmensa que afanando os dimos?
Despertad, raza de héroes: el momento
Llegó ya de arrojarse á la victoria;

Que vuestro nombre eclipse nuestro nombre,
Que vuestra gloria humille nuestra gloria.
No ha sido en el gran dia

El altar de la patria alzado en vano
Por vuestra mano fuerte.

Juradlo, ella os lo manda: ¡ Antes la muerte
Que consentir jamás ningun tirano!»

Sí, yo lo juro, venerables sombras;

Yo lo juro tambien, y en este instante
Ya me siento mayor. Dadme una lanza,
Ceñidme el casco fiero y refulgente;
Volemos al combate, á la venganza;
Y el que niegue su pecho á la esperanza,
Hunda en el polvo la cobarde frente.
Tal vez el gran torrente

De la devastacion en su carrera

Me llevará. ¿Qué importa? ¿Por ventura
No se muere una vez? ¿No iré, espirando,
A encontrar nuestros inclitos mayores?
«¡Salud, oh padres de la patria mia,
Yo les diré, salud! La heróica España
De entre el estrago universal y horrores
Levanta la cabeza ensangrentada,
Y vencedora de su mal destino,
Vuelve á dar á la tierra amedrentada
Su cetro de oro y su blason divino. >>

(Abril de 1808.)

Las dos siguientes composiciones dramáticas, hijas de la inexperiencia, y tal vez de la temeridad del autor, no se publicarian de nuevo á no haber sido impresas y representadas á veces sin las enmiendas y correcciones que en otro tiempo se hicieron en ellas. Mas una vez que se dan en el teatro y corren en el público, llevando al frente el nombre de quien las escribió, vale mas que, se den como él ha querido que estuviesen, y no como la incuria y la ignorancia las hacen correr ahora.

Al cabo de tantos años y en medio de los grandes objetos que ocupan á los españoles, el recuerdo de los debates á que estas piezas dieron lugar seria ciertamente inoportuno y pueril. Por otra parte, decir cómo se censuró, cómo se satirizó, cómo tambien se calumnió al autor con este motivo, seria repetir lo que sucede siempre que sale á luz alguna obra que por un aspecto ó por otro Ilama la atencion del público. El opuso á las calumnias el desprecio, el silencio á las sátiras, y á la buena crítica la docilidad y la enmienda. Y cuando algun tiempo después se trató de volverlas á representar creyó que debia dar una prueba de gratitud y de respeto al público, revisándolas y corrigiéndolas para hacerlas menos indignas de su atencion. Estos nuevos esfuerzos fueron acogidos favorablemente, y las dos piezas han sido oidas desde entonces con bastante benevolencia siempre que los actores se han querido tomar el trabajo de representarlas con algun esmero.

Está el autor, sin embargo, muy ajeno de creer que con esta revision prolija hiciese desaparecer los principales defectos de que adolecian. La correccion y la lima pueden sin duda añadir perfeccion á las obras que ya tienen bastante mérito en sí mismas, pero no alcanzan jamás á allanar los inconvenientes que nacen de la mala eleccion del asunto, de la falta de experiencia, y mucho menos de la de talento.

No era posible, con efecto, dar al Duque de Viseo la verosimilitud, el interés histórico y la dignidad de que su argumento carece. Sedujeron al autor unos cuantos pasajes llenos de novedad y de energia que hay en el drama inglés de donde tomó el asunto de su poema; y le pareció que ajustándolos á un cuadro menos apartado de nuestra escena podrian producir efecto en los espectadores españoles. Mas no vió entonces, como ve ahora, que sacar estas bellezas de allí era quitarles mucha parte de su nativo valor. La licencia de un drama, el prestigio de la música, y el sistema mas abierto en que trabajan los autores ingleses y alemanes, autorizan las libertades, cubren las inverosimilitudes y agrandan las proporciones; de modo que la exageracion y la violencia se hacen notar menos, y las bellezas que el asunto proporciona se desplegan con mayor vigor. Reducir estas composiciones al rigor exacto de las reglas establecidas por los legisladores poéticos del mediodía, es mutilarlas miserablemente, violentar su carácter y anonadar su efecto. Si á esto se añade la inexperiencia del poeta, que en muchas partes no ha hecho mas que indicar las situaciones, en vez de desenvolverlas, y ha puesto la hipérbole y la dureza donde debieran reinar la delicadeza y la verdad, se verá que aun cuando haya algunos aciertos en esta composicion, de que á mi no me toca hablar, están mas que bastante compensados con los inconvenientes expuestos. Advirtióse en el Pelayo algun adelantamiento: mejor ordenada la fabula, mas bien desempe

ñadas las escenas, mejor preparadas las situaciones, mas propiedad y verdad en el estilo. Es cierto que el escritor aun no habia sabido crear un interés dramático suficiente para llenar cumplidamente los cinco actos; que faltaba el equilibrio debido entre los personajes, puesto que el de Munuza no es mas que un bosquejo, y muy ligero; que el estilo aun no tenia la firmeza y la igualdad correspondiente, y que el diálogo no estaba tampoco acabado de formar. Pero todo lo cubrió al parecer el interés patriótico del asunto: los sentimientos libres é independientes que animan la pieza desde el principio hasta el fin, y su aplicacion directa á la opresion y degradacion que entonces humillaban nuestra patria, ganaron el ánimo de los espectadores, que vieron allí reflejada la indignacion comprimida en su pecho, y simpatizaron en sus aplausos con la intencion política del poeta.

Esta indulgente acogida le obligaba á redoblar sus esfuerzos para hacerse mas acreedor á la estimacion pública, y justificar con nuevas producciones la consideracion que se le dispensaba. Con esta mira, y arrastrado tambien de su aficion á este género de poesía, tenia ya bastante adelantadas tres tragedias, Roger de Flor, El Príncipe de Viana, y Blanca de Borbon; asuntos en que á catástrofes interesantes y patéticas se reunia la ventaja de poder retratar en grande costumbres y caractéres de pueblos, de tiempos y de personajes muy señalados. La agresion francesa vino, y la revolucion estalló. Desde entonces la obligacion de atender exclusivamente á trabajos harto diferentes, la necesidad de trasladarse de una parte á otra, y el torbellino bien notorio de infortunios, persecuciones y encierros que el autor ha sufrido, dieron al traste con sus papeles, con los mejores años de su vida, y con todos sus proyectos literarios, que las circunstancias en que hoy dia se ve la patria no le consienten renovar. Otros escritores gozarán tiempos mas serenos, y serán sin duda mas felices.

Madrid, 1.o de marzo de 1821.

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