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A JUAN DE PADILLA.

Todo á humillar la humanidad conspira:
Faltó su fuerza á la sagrada lira,
Su privilegio al canto,

Y al genio su poder. ¿Los grandes ecos
Dó están, que resonaban

Allá en los templos de la Grecia un dia,
Cuando en los desmayados corazones
Llama de gloria de repente ardia,
Y el son hasta en las selvas convertia
A los tímidos ciervos en leones?

¡Oh, cuál cantara yo si el dios del Pindo
Poder tan grande á mis acentos diera!
¡Con qué vehemencia entonces la voz mia,
Honor, constancia y libertad sonando,
De un mar al otro mar se extenderia.

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¡Perdona, madre España ! La flaqueza De tus cobardes hijos pudo sola Así enlutar tu sin igual belleza!

¿Quién fué de ellos jamás? ¡Ah! vanamente Discurre mi deseo

Por tus fastos sangrientos y el contino
Revolver de los tiempos; vanamente
Busco honor y virtud : fué tu destino
Dar nacimiento un dia

A un odioso tropel de hombres feroces,
Colosos para el mal; todos te hollaron,
Todos ajaron tu feliz decoro;

¡Y sus nombres aun viven! Y su frente
Pudo orlar impudente

La vil posteridad con lauros de oro!

¡Y uno solo! ¡Uno solo!... ¡Oh, de Padilla Indignamente ajado,

Nombre inmortal! Oh gloria de Castilla!
Mi espíritu agitado,

Buscando alta virtud, renueva ahora
Tu memoria infeliz. Sombra sublime,
Rompe el silencio de tu eterna tumba,
Rompele, y torna á defender tu España,
Que atada, opresa, envilecida, gime.
Si, tus virtudes solas,
Solo tu ardor intrépido podria
Volvernos al valor, y sacudido

Por ti solo sería

Nuestro torpe letargo y ciego olvido.

Tú el único ya fuiste

Que osó arrostrar con generoso pecho

Al huracan deshecho

Del despotismo en nuestra playa triste.
Abortóle la mar mas espantoso

Que los monstruos que encierra en su hondo seno,
Y él, respirando su infernal veneno,
Entre ignorancia universal marchaba,
Destruyendo sus piés cuanto corrieron.
¿De qué pues nos valieron

Siete siglos de afan y nuestra sangre
A torrentes verter? Lanzado en vano
Fué de Castilla el árabe inclemente,
Si otro opresor mas pérfido y tirano,
Prepara el yugo á su infelice frente.

Ofendida, indignada

Se alzó, se estremeció, y arrojó el grito
l'e venganza y de horror. «Vuela, hijo mio,
Vuela, y ahuyenta la espantosą plaga
Que me insulta y me amaga:

Sé tú mi escudo, y en tu ardiente brio
Su curso infausto asolador quebranta.»
Dijo; y cual rayo que volando asuela,
O como trueno que bramando espanta,
El héroe de Toledo recorria

Un campo y otro campo: el pueblo todo,
Conmovido á su voz, ardiendo en ira

Y anhelando vencer, corre furioso
A la lucha fatal que se aprestaba.
Padilla le guiaba,

Y de la patria en su valiente mano
El estandarte espléndido ondeaba.

¡Oh estrago! Oh frenesí! Dos veces fueron Las que el genio feroz de la impía guerra Entre muerte y dolor mezcló las haces; ¡Haces que nunca combatir debieron! Un hábito, una tierra

Eran, y una su ley, unas sus aras,

Uno su hablar. ¡Ah bárbaros! ¿Y en vano
Naturaleza os diera

Vinculos tantos? Suspended los hierros
Que sedientos de sangre en vuestras manos
Contemplo con horror: ¿no sois hermanos?
Todos á un tiempo, todos

Revolved: al furor de vuestros brazos
Caiga rota en pedazos

La soberbia del déspota insolente

Que á todos amenaza... ¿En los oidos

No os dan los alaridos,

Las tristes quejas de la edad siguiente,
Que á ominosa cadena

Vuestra discordia pérfida condena?

De polvo en tanto la confusa nube, Nuncia ya del furor, turbando el dia, Hasta el Olimpo sube;

Y del bronce tronante al estallido
El viento sacudido

Raudo dilata por Castilla toda

En ecos el horror: corre la sangre,

Vuela la muerte... ¡Oh Dios! ¿por qué dispersas Las huestes vencedoras

Se derraman así? Solo en el llano,

De arena y sangre y de sudor cubierto,

Miro al héroe que lucha, y lucha en vano,

Y al fin cayó: su mísera caida
La libertad rendida

Llevó tras sí. Cayó : cuando salieron
Sus últimos suspiros,

Al seno augusto de la patria huyeron.

Tajo profundo, que en arenas de oro
La rubia espalda deslizando, llegas
El pié á besar á la imperial Toledo;
Toledo, que en desdoro

De su antigua altivez y su energía

Se encorva al yugo que esquivó algun dia;
Toledo, oriente de Padilla... ¡Oh rio!
Tú le viste nacer, tú lamentaste
Su destino infeliz, y en triste duelo
Su fin infausto denunciaste al cielo.

Tú aquel solar bañabas,

Do siempre incorruptibles se albergaron
La patria y el valor. Mis ojos vean

El suelo que él hollaba,

El espacio feliz do respiraba,

Y en mi llanto y dolor bañados sean.

¡Y nada encuentro! Y la venganza airada Nada indultó! Su hárbara violencia. La inocente morada

De la opresa virtud sufrir no pudo.
Derrocóla; en su vez, solo, afrentoso,
El padron del oprobio allí se mira,
Que á dolor congojoso

Incita el pecho y á furor sañudo,
Cuando contempla á la ignominia dado
Tan santo sitio y al silencio mudo.
¡Mudo silencio! No; que en él aun vive
Su grande habitador: vedle cuán lleno
De generosa ira

Clamando en torno de nosotros gira.

«Castellanos, alzáos; la inmensa huella Corrió de tres edades

Por mi sangre infeliz; corrió, y aun ella
Hierve reciente y á venganza os llama.
¿Queréis por dicha conilevar la pena
Del siglo vil á quien mi muerte infama?
¿Seguir besando la fatal cadena?
¿Vuestro mal merecer? Volved los ojos,
Volved atrás, y contempladme cuando
Yo di á la tierra el admirable ejemplo
De la virtud con la opresion luchando.
Entonces los clamores

De la tremente patria en vano oisteis,
Negándoos á su voz, y fascinados

Tras la execrable esclavitud corristeis,
Forjando ¡oh indignacion! los torpes lazos
Que oprobio han sido á tan robustos brazos.

› Y aquella fuerza indómita, impaciente, En tan estrechos términos no pudo Contenerse, y rompió; como torrente Llevó tras sí la agitacion, la guerra, Y fatigó con crimenes la tierra. Indignamente hollada

Gimió la dulce Italia, arder el Sena

En discordias se vió, la Africa esclava,
El Bátavo industrioso

Al hierro dado y devorante fuego.
¿De vuestro orgullo, en su insolencia ciego,
Quién salvarse logró? Ni al indio pudo
Guardar un ponto inmenso, borrascoso,
De sus sencillos lares

Inútil valladar: de horror cubierto
Vuestro genio feroz, hiende los mares,
Y es la inocente América un desierto.

>Tantos estragos, sin respeto holladas
Justicia y fe, la detestable ofensa
Hecha á la patria de amarrarla al yugo
Y ahogar su libertad, à un tiempo alzaron
Su poderoso grito,

Y á la atónita Europa despertaron.
Ella sobre vosotros indignada

Cayó y os oprimió. ¿Qué se hizo entonces
Vuestra vana altivez? La tirania

Que lenta os consumia

Tendió su cetro bárbaro, y llamando

A la exicial supersticion, con ella
Fué abierto el hondo precipicio en donde
Se hundió al fin vuestro nombre,
Viles esclavos, que en tan torpe olvido
Sois la risa y baldon del universo,
Cuyo espanto y escándalo habeis sido.

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Los mismos ya no sois; pero ¿mi llanto
Por eso ha de cesar? Yo olvidaria
El rigor de mis duros vencedores;
Su atroz codicia, su inclemente saña
Crimen fueron del tiempo, y no de España.
Mas ¿cuándo ¡ay Dios! los dolorosos males
Podré olvidar que aun misera me ahogan?
Y entre ellos... ¡Ah! venid à contemplarme,
Si el horror no os lo veda, emponzoñada
Con la peste fatal que à desolarme
De sus funestas naves fué lanzada.
Como en árida mies hierro enemigo,
Como sierpe que infesta y que devora,
Tal su ala abrasadora

Desde aquel tiempo se ensañó conmigo.
Miradla abravecerse, y cual sepulta
Allá en la estancia oculta

De la muerte mis hijos, mis amores.
Tened ¡ay! compasion de mi agonía
Los que os llamais de América señores :
Ved que no basta á su furor insano
Una generacion; ciento se traga;
Y yo, expirante, yerma, á tanta plaga
Demando auxilio, y le demando en vano.

Con tales quejas el Olimpo heria
Cuando en los campos de Albion natura
De la viruela hidrópica al estrago
El venturoso antidoto oponia.
La esposa dócil del celoso toro

De este precioso don fué enriquecida,
Y en las copiosas fuentes le guardaba,
Donde su leche cándida á raudales
Dispensa à tantos alimento y vida.
Jenner lo revelaba á los mortales.
Las madres desde entonces
Sus hijos á su seno

Sin susto de perderlos estrecharon,
Y desde entonces la doncella hermosa
No tembló que estragase este veneno
Su tez de nieve y su color de rosa.
A tan inmenso don agradecida
La Europa toda en ecos de alabanza
Con el nombre de Jenner se recrea;
Y ya en su exaltacion eleva altares
Donde, á par de sus genios tutelares,
Sigios y siglos adorar le vea.

De tanta gloria á la radiante lumbre, En noble emulacion llenando el pecho, Alzó la frente un español: «No sea, Clamó, que su magnánima costumbre En tan grande ocasion mi patria olvide. El don de la invencion es de fortuna, Gócele allá un inglés; España ostente Su corazon espléndido y sublime,

Y dé á su majestad mayor decoro
Llevando este tesoro

Donde con mas violencia el mal oprime.
Yo volaré; que un númen me lo manda;
Yo volaré del férvido Oceáno
Arrostraré la furia embravecida,
Y en medio de la América infestada
Sabré plantar el árbol de la vida.>>

Dijo; y apenas de su labio ardiente
Estos ecos benéficos salieron,
Cuando tendiendo al aire el blando lino,
Ya en el puerto la nave se agitaba
Por dar principio á tan feliz camino.
Lánzase el argonauta á su destino.
Ondas del mar, en plácida bonanza
Llevad ese depósito sagrado
Por vuestro campo liquido y sereno;
De mil generaciones la esperanza

Va allí, no la anegueis, guardad el trueno,
Guardad el rayo y la fatal tormenta
Al tiempo en que, dejando
Aquellas playas fértiles, remotas,
De vicios y oro y maldicion preñadas
Vengan triunfando las soberbias flotas.

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Llegas en fin. La América saluda
A su gran bienhechor, y al punto siente
Purificar sus venas

El destinado bálsamo: tú entonces
De ardor mas generoso el pecho llenas;
Y obedeciendo al númen que te guia,
Mandas volver la resonante prora
A los reinos del Ganges y á la aurora.
El mar del Mediodía

Te vió asombrado sus inmensos senos
Incansable surcar; Luzon te admira,
Siempre sembrando el bien en tu camino,
Y al acercarte al industrioso chino,
Es fama que en su tumba respetada
Por verte alzó la venerable frente
Confucio, y que exclamaba en su sorpresa:

¡Digna de mi virtud era esta empresa!» ¡Digna, hombre grande, era de tí! ¡ Bien digna De aquella luz altísima y divina,

Que en dias mas felices

La razon, la virtud aquí encendieron!

Luz que se extingue ya: Balmis, no tornes,

No crece ya en Europa

El sagrado laurel con que te adornes.
Quédate allá, donde sagrado asilo

Tendrán la paz, la independencia hermosa ;
Quédate allá, donde por fin recibas

El premio augusto de tu accion gloriosa.
Un pueblo, por tí inmenso, en dulces himnos
Con fervoroso celo

Levantará tu nombre al alto cielo ;
Y aunque en los sordos senos

Tú ya durmiendo de la tumba fria,
No los oirás, escúchalos al menos
En los acentos de la musa mia.

(Diciembre de 1806.)

Á LUISA TODI,

cuando cantó en el teatro de Madrid las dos óperas

de Armida y Dido.

¿Qué se negó de la falaz Armida

Al mágico poder? Su voz sonaba,
Y el báratro profundo

De sus lóbregos senos alanzaba
El tremendo escuadron que la servia.
Viérase al punto de infernal veneno
Toda inundarse en derredor la esfera,
Arder el rayo y retumbar el trueno.
La rápida carrera

Suspenderse del sol, bramar los vientos,
En sus hondos cimientos

Estremecerse el mar, y mal segura
La tierra contrastada,

De sus ejes eternos desquiciada.

Mas cuando al fin enamorada y ciega
El corazon indómito rendia,

Y de perder su amante recelosa,
En los fines del orbe le escondia,

Ya no era entonces la espantosa maga;
Era ya una deidad. El polo yerto
Ostentóse cubierto

Con el manto de Flora ;

Por los fecundos prados

Las fuentes murmuraban,

Y de esencias bañados,

Los céfiros jugaban con las flores;
Volaban los amores,

Las gracias y el deleite en pos de Armida;

Y ella entre tanto, de Rinaldo asida,

El coro de las aves escuchaba,
Que al placer y al amor la convidaba.

Tal fué entonces Armida; y tal ahora
Tú ¡oh poderosa Todi! la presentas,
Ya en ternura y delicias anegada,
Temerosa después, y al fin furiosa
Viendo su gloria y su beldad hollada.
¡Invencion celestial! No, no es Armida
La que así nos enciende

Y el agitado espíritu suspende :

El mentido poder que por su encanto
Tuvo en los elementos confundidos,
Hoy en nuestros sentidos

Lo alcanza el arte y lo renueva el canto. ¡Soberana armonía!

¿En qué sus dulces y halagüeñas flores
Mas bien que en tus loores
Esparcir deberá la poesía?
Pero ¿cómo en su vuelo

La poderosa voz seguir podria

Que pasma al mundo y maravilla al cielo?

Ella parte suave;

Y ora orgullosa y grave

Del espacio los ámbitos domina,

Ora en quiebros dulcísimos se pierde,

Y delicada trina;

Ora sube al Olimpo, ora desciende,

Y ora como un raudal rico y sonoro
Vierte súbitamente en los oidos
De su riqueza armónica el tesoro.

Sola la admiracion enmudecida Seguirla puede en su veloz carrera; ¿Y do ha vivido el corazon de fiera Que se negase esquivo

De su expresion celeste al atractivo? ¡Oh! no es posible el evitar su imperio; La fogosa energia

De su gesto y accion se le prometen,

Y su mágico acento y melodía.

Aquí vence, aquí triunfa, aquí arrebata :
Vedla de gloria y majestad vestida
Cuando del solio el esplendor retrata ;
Vedla después, desesperada y llena
De cólera y soberbia, amenazando :
Nube parece que espantosa truena,
O terrible Aquilon cuando, soplando
Con hórrido silvido,

Sacude el universo combatido.

¿Mas cuál benigna suavidad se siente? Él es, el blando amor, el hijo ardiente De la hermosa y divina Citerea :

Mas dulce y grato que la miel hiblea,
Mas puro que los céfiros, su acento
Sale inflamando el viento,

Y por do quiera su ternura inspira.
Ya tras el bien perdido

Vaga anhelante y con dolor suspira;
En el dulce trinar pinta el gemido,
En los blandos gorjeos

Aparecen los tímidos descos,

La amorosa inquietud, las ansias tiernas, La risa alegre y apacible juego

Que ceban tanto el delicioso fuego.

Ya con tono mas grave

La sublime constancia se ve ornada,

O en celeste deliquio modulada
Del caro bien la posesion suave.

Entonces gime el insensible, entonces
Hasta los duros mármoles se agitan ;
Amor aprende á amar, á amar incitan
El eco, el viento, y de tu voz herido,
Por su divino impulso es arrastrado
Mi corazon vencido.

Salta en el pecho, y sin cesar palpita,
Todo anegado en el amante anhelo
Que inspira el canto; su vehemente llama
Veloz discurre por mi sangre y venas,
Y en todas ellas su calor derrama;
Derrama su calor, que vuelto en llanto,
Sin ser posible á contenerle el seno,
Salta á la vista en delicioso encanto.

¿Quién de tu genio mesurar podria La extension y el ardor? Dinos, ¿en dónde Tuvo su oriente? En dónde

Se adestró á desplegar tal osadía,

Y de tanta riqueza salió lleno?
¿Fué acaso allá donde el feliz Ismeno
Corrió bañando la sonora Tébas?
¿O mas bien sobre el Ísmaro sombrio,
Do por la vez primera

Los ecos de la música sonaron,

Y tras si arrebataron

Los hombres y las fieras,

Las rocas y los árboles? ¿Do Orfeo Su lira de oro celestial pulsaba, Los vientos á su voz se condolian, Y á Euridice llamaba,

Y Euridice los montes respondian?

Igual, empero, ó superior, tú impeles Al seno del olvido

Los pesares amargos y crueles.

Yo lo vi, lo senti. Del hondo averno
Por mi mal abortado,

Un esquivo cuidado devoraba
Mi triste corazon, cuando presente
Vi la sidonia reina, que clamaba
Contra el troyano pértido inclemente.
¡Bárbara atrocidad! Huye el ingrato
Sin que bastantes sean

De la misera amante las querellas
Su fuga á suspender : huye, no cura
Los preciosos tesoros

Que fiel le prodigaba la hermosura;
Tesoros ¡ay! de amor y de ternura.

Y se entrega á la mar, ¡ qué de lamentos!
Qué horrorosos acentos!

¡Qué desesperacion! En vano llora

La triste, y corre enfurecida, y gime;
En vano al cielo en su dolor impiora,

Y á los hombres tambien; hombres y dioses
Al dolor y al horror la abandonaron...
¿Morirá la infelice

Sin hallar compasion?... Grande, sublime
Terrible situacion, que sorprendido
Mi espíritu admiraba,

Y olvidó su afliccion llorando á Dido.

¡Y que tan dulces horas Hayan de fenecer! Mantua te pierde, Mantua, que tanto te admiró; desierto Se verá el gran teatro donde un dia Al eco de tu canto y los aplausos El soberbio arteson se estremecia. Mustio el espectador, irá á buscarte Y no te encontrará; y en tal vacío, ¿Do está, dirá, la enamorada Elfrida, La encantadora Elfrida? ¿Adónde fueron La dulce Hipermenestra, La arrogante Cleopatra y Cleofida? Sombras sublimes, cuya hermosa idea Inventar y animar el genio pudo, ¿Será que nunca ya mi mente os vea?

Anda, vive feliz, corre el sendero Que á tu brillante gloria abrió el destino; Mas ¿qué le falta á su esplendor divino? El universo entero

Su honor, su encanto, su deidad te aclama.
Llevada en raudo vuelo

Por la sonante trompa de la fama,
Pasmarás las edades, y asombrado
Te nombrará el artista y confundido.
Por mas osado que su genio sea,

Tú el término serás de su esperanza,
Dique à su presuncion : él desde lejos
Adorará tus soberanas huellas,
Y lucirá tal vez con tus reflejos.
Así en el alto Olimpo las estrellas
Brillan, mas solamente en noche umbría,
Cediendo el resplandor y la victoria
Al gran planeta que preside al dia

(1795.)

A LA HERMOSURA.

Cuando en la flor de mis risueños dias
Mi vista hirió tu luz, dulce hermosura,
¡Oh cómo palpité! ¡Cómo mi pecho
Te amo, te idolatró! Tú númen fuiste
Que desplegar hiciste

El vuelo de mi voz, tú presidias
De mi citara al son, que entonces era
Mas bien el eco de las ansias mias
Que el eco de tu gloria: exento ahora
De temor, de deseo y de esperanza,
Que aceptes pido con afable agrado
El tributo que rindo á tu alabanza.

¡Oh si al formar tu vencedor traslado,
Benigno el cielo, la apacible tinta
Me diera con que el dia en el oriente
Nace á inundarle en cándidos albores!
Los hermosos colores

Flora me diera con que adorna y pinta
Al soberbio clavel su altiva frente!
Diérame de su seno la fragancia,
Y la bella elegancia

Que gentiles los álamos despliegan
Cuando las auras del abril los mecen,
Cuando las lluvias del abril los riegan.

A tu nacer testigo

El orbe se recrea,

Que tanto llega á florecer contigo;

Y te contempla en tu halagüeña cuna,
Como al morir el dia

Mira el recinto de la selva umbría
La incierta luz de la naciente luna.
Mirate amor alborozado, y lleno
Ya del ardor que en esperanza siente,
Yo bañaré con mi esplendor su frente,
Soberbio exclama, y con mi ardor su seno.

Crece; que el lirio y la purpúrea rosa Tiñan tus gratos miembros à porfía; El sol de mediodía

La lumbre encienda de tus ojos bellos; Que el tímido pudor la temple en ellos; La esencia de las flores

Tu dulce aliento sea,

Y á velar tus encantos vencedores
Bajen en crespas ondas tus cabellos;
En tu nevado seno
Empiecen los amores

La primera á gustar de sus delicias;
Tu pié en la danza embellecer se vea,
Y tu cándida mano en las caricias.

Diosa de la beldad, alza la frente,
Mira tu gloria; al comtemplarla el sabio
Despide de su mente

La grave austeridad; la indiferente
Desmayada vejez siente que inflama
Tu viva lumbre sus cenizas frias,
Y suspirando exclama :

«¡Ah, quien volviera á los floridos dias!» Mientras que ansiosa, arrebatada y ciega, La juventud á oleadas

Corre, y se agolpa tras de tí, y á oleadas Su tierno afan á tributarte llega.

¡Qué nube de esperanzas y deseos Te halaga en derredor! Qué de suspiros! ¡Cuántos amores! Y soberbia y fiera, Sin ver ni agradecer, sigues hollando

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