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NECROLOGIA

El doctor Lucio Alvarenga nació en llobasco el 31 de octubre de 1860. Fueron sus padres el doctor Rafael Izaguirre y doña Enriqueta Alvarenga. Recibió su primera educación en Ilobasco, bajo la dirección de sus maestros don Gregorio Contreras, Luis Salgado, Samuel Tenorio, Margarito González Mejía y Magdaleno Sosa. Pasó al Liceo de Cojutepeque que dirigió el señor Mencía en los años de 1873 a 1875. Vino a esta capital a seguir sus estudios en 1876. Fué su maestro de estudios superiores el noble maestro doctor Pablo Buitrago que supo distinguirlo como de los primeros entre los primeros de sus discípulos. Hizo su doctoramiento público el 20 de noviembre de 1891 y versó su tesis sobre la Protección Diplomática a favor de los extranjeros. En el mismo año se recibió de abogado. Fué Juez de la. instancia de Ilobasco durante los años de 1892 y 93, y Magistrado de la Honorable Cámara de la ciudad Cojutepeque en los años de 1896 y 97. Ejerció su profesión en Ilobasco y después pasó a ser Magistrado de la Honorable Cámara de la Sección de Occidente con sede en Santa Ana, en 1905 y 1906, y por último fué Magistrado de la Corte Suprema de Justicia en 1907 a 1908.

Desde estudiante profesional descolló con pujanza. Fué buen estudiante, de clara inteligencia y amigo de las libertades públicas. Y como abogado fué talentoso y notoriamente probo.

Tenía don de literato. Gustaba de la historia, principalmente de la historia patria y de la lectura de los maestros clásicos. Gustaba de la lectura de El Buscón-de Quevedo-importante por su corrección y fuerza de estilo, de Guzmán de Alfarache, Lazarillo de Tormes, Escudero Marcos de Obregón, Don Quijote, la obra más sublime - en en su género— que el ingenio humano haya producido por el contraste entre la idealidad de don Quijote y la verdadera realidad de la vida representada en Sancho, las Satiras de Juvenal y otras. Su espiritu le inclinaba poderosamente a la lectura de esa índole y por esto, tanto en la conversación como en su escritura usaba-algunas veces-la sátira fina, comedida, decente, y en otras ocasiones una ironía despiadada y hasta cruel. Por la lectura de los clásicos llegó a tener un lenguaje limpio y correcto. De él puede decirse lo que ha dicho Luis de Oteyza de Eça de Queiroz: un estilo único, realmente terso por lo limpio y lo brillante; una ilustración amplia, extensa, general, pro

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funda y elevada; amenidad insuperable, conjunto prodigioso de gracia, emoción e interés.

Se encontraba ejerciendo su profesión de abogado cuando fué electo por el Cogreso Nacional Magistrado de la Honorable Cámara de Segunda Instancia de la Sección de Occidente con residencia en Santa Ana. Allí desplegó celo y actividad por la justicia y empezó a llamar la atención del público jurista su actuación, no tanto por sus traducciones de trabajos eminentemente científicos que marcan nuevo rumbo a la ciencia del Derecho y de publicaciones de puntos particulares debatidos de mucho interés por lo moderno y rareza de las cuestiones, sino por la redacción de sus sentencias breves, claras, donde campea un gran espiritu de justicia y se advierte ilustración y arte en el bien decir. Se trataba de un nuevo período de la Magistratura. El gremio estudiantil de aquella fecha apreció con buen criterio la obra del Magistrado de Santa Ana. Y como de continuo a la juventud le ilusiona lo que trae novedad, ejerció gran presión moral en el Congreso para que el doctor Alvarenga fuese electo Magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Y fué electo juntamente con su colega el doctor Federico Penado, de grata recordación, para formar una Cámara integrante del Supremo Tribunal.

No fueron defraudados los sentimientos del público jurista y de la juventud. En el Tribunal Su

premo fué oída su opinión con entero respeto, porque su discusión era fuerte, sana, con una lógica incontrastable gica incontrastable y autoridad jurídica. Allí, en el Supremo Tribunal donde hay un ambiente más propicio para desarrollar las facultades intelectuales por la diversidad de cuestiones sociales y jurídicas de suma entidad que a diario se presentan, la interpretación que él dió a los hechos y a la Ley fué clara, acertada, científica e interesante. Allí tomó mayores vuelos su talento de jurista o lo puso de manifiesto con maestría; y sus sentencias siempre fueron aceptadas con beneplácito, tanto por su forma como su fondo de pura ciencia y sana filosofía. Todas ellas reunidas forman un precioso conjunto científico y una fuente inagotable de consulta.

Por la lectura de sus sentencias se nota en él el verdadero ejemplar del Magistrado, cuyas funciones llevan las responsabilidades más grandes y los deberes más trascendentales; porque en manos del Magistrado está la libertad, fortuna, honor y dignidad de nuestros semejantes, una de las cosas más preciadas en toda sociedad bien organizada. Comprendía hasta la saciedad estos sagrados deberes y aquellas inmensas responsabilidades; y en él concurría además de conocimientos sólidos ilustración variada, amplia filosofía, psicologia penetrante, experiencia y observación; y lo que es más, como todo ejemplar Magistrado, sólo tu

vo una pasión que es una virtud: la de cumplir fielmente con su deber y el empeño constante de encontrar siempre la verdad y la justicia con ciencia, paciencia y reflexión.

Por sus sentencias fué un innovador, un reformador trascendental; fué digno discípulo del doctor David Castro, otro reformador trascendental. Este empezó, con mucha oposición que le hicieran por la prensa, a quitar las largas letanías de resultandos *y considerandos de las sentencias y llegó a ser concreto en los hehos y muy cientifico en las consideraciones de derecho, porque comprendía que las pruebas sólo interesan a las partes y a los tribunales que sentencian, mientras que las consideraciones de derecho interesa a todos como fuente de consulta.

El doctor Alvarenga continuó la obra que en la actualidad ha formado escuela. Dió nueva forma estética a las sentencias, una forma de arte que atrae su lectura, breves sin que falte nada, concretándose a la cuestión de fondo con maestría, con un criterio fuerte y limpio, con lógica y filosofía. Y como el juez que

conoce su oficio, no ponía una palabra, una frase, una relación de hecho inútiles. Todo resulta correcto, preciso, concluyente; y es que comprendía, como comprende todo buen juez, que en esta clase de documetos públicos está empeñada, además de la inmensa responsabilidad, una cosa propia, como es la ilustración del funcionario autorizada con su firma, como el honor, la dignidad y el respeto profesionales.

Con tan diversas ejecutorias concurrentes en el doctor Alvarenga, el Foro ha perdido a uno de sus más esclarecidos representantes y la Sociedad a un culto caballero; y es indiscutible que su fallecimiento ha causado honda pena a la Sociedad y al Foro.

La Revista Judicial, a quien en otros tiempos le diera tanto brillo y autoridad cuando fué su Director y Redactor, satisface ahora un deber altísimo, y cumple con un mandato superior, al escribir esta necrologia como un merecido homenaje al ilustre desaparecido, al par que publica en su sección de inserciones su último alegato presentado a uno de los Tribunales del país.

L. R.

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