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que Napoleón rechazara el invento de Fulton; el jesuíta Guzmán eleva en Lisboa el primer globo aerostático de aire caliente, setenta y cuatro años antes que los hermanos Montgolfier reprodujeran el mismo experimento en Francia; crean la Cinemática nuestros matemáticos Lanz y Betancourt; escribe Alonso Barba antes que ningún otro sobre la amalgama en su célebre Arte de los metales; y, adelantándose más de medio siglo á todos los físicos de Europa, el sabio profesor catalán Salvá aplica la electricidad á la telegrafía. Desciframos la escritu ra asiria con Figueroa; en filología nos pusimos con Hervás y Panduro á la cabeza del mundo (*); iniciamos la filosofía del derecho con las obras de Suárez; y sentamos las bases de la filosofía cartesiana con las de Vives y Gómez Pereira; funda la geografía comparada el genio profundo de Servet; y plantean con admirable claridad los más graves problemas de la física del globo Acosta, Oviedo y Gomara: problemas que todavía estudian los sabios de nuestra época..... Y en otro orden de ideas y de principios, antes que en ningún otro país, antes que en Inglaterra, se hizo práctica en España la idea del equilibrio de los poderes y de las clases en el llamado Privilegio general de Aragón, y con Alfonso III y con Fernando II puso España en mutua comunicación y relación de derecho á las naciones europeas, por medio de conferencias, entrevistas de soberanos, congresos, embajadas, arbitrajes, todo eso que constituye la diplomacia y el derecho internacional moderno.....: de modo que bien podemos gloriarnos de que en todo ó en casi todo lo que constituye el orgullo de la ciencia moderna han tenido los españoles una parte muy principal, sin contar su influencia en la propagación de las obras científicas del Oriente, y muy especialmente de los árabes, notándose hasta en las obras de mera fantasía de nuestros grandes poetas claros indicios de prodigiosa cultura, profetizando, por ejemplo, Lope de Vega la invención y el uso del telégrafo eléctrico; Calderón de la Barca toda la teoría moderna de los cometas, suponiéndolos emanaciones cósmicas del sol; sospechando unos que el calor es sólo efecto de la luz, y apuntando los fenómenos de las interferencias, y explicando otros el origen de los planetas (**)

(*) Max-Müller en sus Lecturas sobre la ciencia del lenguaje, dadas en la Institución Británica en 1861, reconoce y proclama que Hervás fué el primero en sentar el principio mas capital y fecundo de la ciencia filológica, el del Artificio gramatical; que conoció y estudió cinco veces más i liomas que los lingüistas de su época; que juntó noticias y ejemplos de más de 200 lenguas, componiendo por si mismo las gramáticas de más de cuarenta idiomas, y finalmente, que uno de los más hermosos descubrimientos de la ciencia del lenguaje, el establecimiento de la familia de las lenguas malayas y polinesias que se extienden por más de 200 grados de latitud en los mares Oriental y Pacifico, fué hecho por Hervás mucho tiempo antes de ser anunciado al mundo por Guillermo de Humboldt.

(**) Estudios sobre la grandeza y decadencia de España: Los Españoles en Italia, por D. Felipe Picatoste y Rodriguez Madrid, 1887.

Todo esto y mucho más nos niega, ó nos disputa por lo menos, la historia de la ciencia, tal como hoy se halla escrita, porque todo ó casi todo yace olvidado bajo el polvo de los archivos y en el fondo de las bibliotecas; y hora es ya que por el buen nombre de España emprendamos con perseverante energía la ilustración bibliográfica é históricocrítica del saber de nuestros antepasados en sus diversas ramas, coadyuvando todos, con su directa cooperación los doctos, con sus simpatías y aplausos los no letrados, y con sus recursos y premios los poderes públicos, á esta obra regeneradora de sacar del olvido la ciencia patria y enaltecerla, para que reconquiste España la influencia científica que de derecho le corresponde, al volver á adquirir popularidad y fama, al lado de nuestros más insignes poetas, únicos hoy universalmente conocidos y celebrados, los nombres no menos gloriosos de nuestros sabios, cuya fama en mejores tiempos resonaba con aplauso por toda Europa. Para lograrlo podíamos contar hasta hace poco tiempo con la vastísima ilustración y decidido apoyo que á toda empresa patriótica prestaba la poderosa iniciativa y entusiasta. cooperación del malogrado monarca D. Alfonso XII, cuya muerte, nunca bastante sentida, parecía ocasionada á detener, ó retrasar por lo menos, la futura grandeza de la patria; pero afortunadamente, las dotes verdaderamente extraordinarias de la egregia Reina Regente, que con tan raro acierto dirige la nave del Estado, mostrándose propicia á proteger todo pensamiento que contribuya à enaltecer el glorioso nombre de España, moverán seguramente su excelso ánimo á tomar la iniciativa en el proyecto que acariciamos, emulando á aquella otra Reina que asombró á Europa con su talento y con su activa y personal participación en todas las empresas generosas y grandes de su gloriosísimo rei nado: y más si recuerda que otro de sus ilustres antepasados, el rey D. Felipe II, acumuló los materiales todos para este fin en la Biblioteca y Museo del Escorial, orgullo de nuestra civilización y cultura, y donde se encuentran preciosos datos para seguir en cada siglo la historia de la ciencia y del arte, representados por una multitud de códices, riquísimos en noticias científicas, como no los tiene hoy ninguna otra nación. Allí rivalizan en mérito y valor las producciones de los más célebres artistas nacionales y extranjeros: cuadros, esculturas, miniaturas, grabados admirables, obras maravillosas de talla, verjas cinceladas á martillo por modestos artífices, que bien merecen el nombre de artistas, primorosos ternos de brocado y bordaduras de oro y plata, bronces, lámparas, y cuantas manifestaciones del genio pueden dar muestra acabada del estado de la cultura de un país: como si todo hubiera acudido al grandioso monasterio de San Lorenzo á disputar

la gloria y el premio de un certámen. Más de tres centurias esperan allí tan ricos tesoros, que han sabido utilizar mejor los sabios extranjeros que nosotros mismos, -el nombramiento de una Comisión de personas ilustradas, que, completándolos con los literarios y cientí ficos que todavía se conservan en otros archivos y bibliotecas, y en algunas extranjeras, como las de París, Roma, Oxford, Leyden y Lovaina, juntamente con las obras todas, mapas, instrumentos, etc., dados á luz en la Península desde Felipe II hasta nuestros días, tome á su cargo el patriótico empeño de escribir la historia y bibliografía de la ciencia española en todas las esferas de la actividad humana (*).

No es mi ánimo, sin embargo, ni podía serlo, seguir paso á paso el progreso de cada uno de los ramos de la ciencia española, ni trazar el cuadro completo de su estado y desarrollo en la asombrosa multiplicidad de fenómenos, de relaciones y de misterios arrancados por la insaciable investigación humana, hoy á los arcanos de la materia y mañana á los infinitos mundos del espacio; ni establecer una minuciosa comparación con las demás naciones; ni siquiera fijarme principalmente en aquellos hechos gloriosos que la tradición nos ha conservado y que se citan siempre cuando se habla de la honra de la patria. No. Precisamente voy a pasar muy de ligero sobre todos esos hechos conocidos, evitando las frases pomposas y declamaciones fáci les, que ni se avienen á las condiciones de mi carácter, ni á la profesión de las severas ciencias á que he dedicado toda mi vida, ciencias que sólo viven en la región del análisis, de la demostración y de la verdad.

Mi objeto, pues, es investigar si en un período determinado de nuestra historia, que ni mis fuerzas ni el espacio dan para más, los españoles han contribuído en algo al fecundo progreso de las ciencias que cultiva esta docta Academia, utilizando siempre en mi tarea, con preferencia á los textos nacionales, los extranjeros, para dar así mayor autoridad al juicio que resulte de averiguar si en efecto hay hechos concretos por los cuales debamos ocupar un lugar distinguido en la historia científica de Europa, y procurando demostrar á la vez que

(*) Ya que tenemos la gloria de poseer una de las bibliotecas generales más extensas, como es la de D. Nicolás Antonio, debiéramos sin pérdida de tiempo corregirla é ilustrarla, completándola con lo mucho que le falta y ampliándola además hasta nuestros dias, premando Memorias acerca de las publicaciones especiales sobre artes y ciencias determinadas, formando la bibliografía por materias, por regiones, etcétera, á cuyo efecto tenemos apuntes valiosisimos en el precioso libro titulado La Ciencia Española. Si el Gobierno y las Corporaciones docentes no toman este rumbo, mucho me temo que lleguen á ser una verdad tristisima aquellas palabras del ilustre literato D. Juan Valera, «Quizá tengamos que esperar á que los alemanes se aficionen á nuestros sabios, como ya se aficionaron á nuestros poetas, para que nos convenzan de que nuestros sabios no son de despreciar. Quizá tendrá que venir á España algún docto alemán à defender contra los españoles, que hemos tenido filósofos eminentes.»

esos hechos fueron consecuencia precisa de una gran cultura, y no efecto de mera casualidad. Aun reducidos mis propósitos á tan estrechos límites, como que no he de salir de la cultura científica de España en el siglo de los dos primeros monarcas de la Casa de Austria, será posible, mejor dicho, es seguro que, por lo árduo de la empresa, por la falta de suficientes documentos (aun utilizando todo lo publicado por otros escritores celosos del buen nombre y de las glorias patrias que me han precedido en proclamar los nombres ilustres de los que en nuestro país han enriquecido todo linaje de investigaciones científicas), y, más que todo, por la incompetencia mía, no logre dar cima á mi trabajo á satisfacción cumplida de la Academia; pero siempre, por lo menos, se alzará nueva y solemnísima protesta contra los muchos escritores extranjeros, y no pocos españoles, que sin tregua ni descanso vienen constantemente desconociendo unos, y negando otros, el justo concepto que merece España en el cuadro general de la cultura europea, quedando por otra parte trazada la senda, y agrupados no pocos materiales, para los que me sigan en este nobilísimo y patriótico empeño (*).

Voy á hablaros del siglo XVI: siglo en que comenzaron á fermentar los grandes problemas que todavía agitan á nuestra sociedad, sin haber hallado tranquila y satisfactoria resolución, y en el cual puede decirse que se abre la historia en Europa con el descubrimiento de un Nuevo Mundo y de un nuevo campo para la inteligencia de aquel siglo, aun no juzgado exactamente, y en el cual suponen espíritus poco reflexivos y ajenos á la verdadera crí tica, que los españoles pasearon sus victoriosas banderas y temidos estandartes por las cinco partes de la tierra, sólo porque eran unos aventureros, hombres osados y de indomable valor. Y he elegido este período, no porque en él resalten más que en ningún otro estas condiciones de ánimo esforzado en los hijos de España, sino precisamente para haceros ver, hasta donde un ligero estudio lo permita, que aquellos héroes no debieron su predominio, sus triunfos y sus glorias solamente al valor personal y á la firmeza de su carácter, sino á una educación, á una cultura, á una ilustración tan superior, que daba á

(*) Reproducimos en este discurso - juntamente con nuestras propias investigaciones y juicios-datos y noticias muy conocidas en España por haberlas publicado otros escritores que se han ocupado de la cultura española, no sólo para dar mayor unidad al conjunto, sino también porque, proponiéndonos, aun persuadidos de su escaso valor, difundir con profusión este trabajo, traducido al francés y al inglés, por Europa y América, parece conveniente no omitir nada de cuanto pueda contribuir á que de una vez para siempre se modifique en el extranjero el concepto equivocado que la generalidad de los escritores tiene de nosotros, sin que se repita más lo que una persona de tanta reputación científica como W. Desborough Cooley dice en su Historia general de los Descubrimientos marítimos acerca del atraso de nuestro pais, precisamente en un ramo en que hemos sido siempre los macstros de Europa.

nuestras armas la incontrastable fuerza que jamás pudieron darles, o mismo en Europa que en el Nuevo Mundo, la pobreza de nuestros ejércitos y la penuria del Tesoro público.

Y si no, ¿cómo se explica en el atraso general de Europa el gloriosísimo reinado de los Reyes Católicos, quienes con tanta constancia como pericia lograron ver restablecida la unidad nacional, venciendo á la todavía poderosa raza árabe en su último baluarte del reino de Granada, dominando en Nápoles y en Sicilia y descubriendo un Nuevo Mundo con asombro de toda Europa? (). ¿Cómo que el emperador Carlos V humillase en cien batallas el poder militar de Francia, trayendo prisionero à Madrid á Francisco I; que entrasen sus ejér citos en Túnez y en la Goleta, y combatiesen contra Solimán y Barbarroja, impidiéndoles apoderarse de Italia; que se impusiera en Alemania y en Italia, en Africa y en Flandes, y engrandeciese su poderosa monarquía con las conquistas de Méjico, el Perú, Chile y los ricos territorios del Plata y el Archipiélago de las Filipinas, abrillantando su corona con las joyas de tan extensos dominios y posesiones en todas las partes del mundo? ¿Y cómo, por último, que Felipe II ganase la memorable batalla de San Quintín; enviase contra Inglaterra la escuadra más numerosa que ha surcado los mares; mandase á Portugal al famoso Duque de Alba, que en dos batallas le conquista un reino; y por fin que humillase para siempre valiéndose del célebre D. Juan de Austria, ante la aterrorizada Europa, la orgullosa. insignia de la media-luna en las aguas de Lepanto?

Apenas hay ejemplo en el desenvolvimiento de los pueblos modernos de Europa, y aun de todo el mundo, comparable con el de nuestra nación en el siglo XVI, que sin duda, constituye el período más glorioso de nuestra historia, tan bello y admirable cual no puede presentarlo ninguna otra nación entre las extendidas por la redondez de la tierra, según dice un Académico ilustre. Y entonces como ahora no triunfaba ni se imponía el pueblo de mayor rudeza y mayor fuerza material, sino el pueblo más culto, el más ilustrado, el que podía imponer su lengua y sus costumbres; el que movía las armas, ganaba batallas y conquistaba imperios con la superioridad de su inteligencia y con la

(*) La reina Isabel, dice el más erudito ilustrador de este reinado, fomentaba con ardor los proyectos literarios y científicos, disponía se compusiesen libros, y admitia gustosa sus dedicatorias, que no eran entonces, como ahora, un nombre vano, sino argumento cierto de aprecio y protección de los libros y de su autores. Alonso de Palencia la dedicó su Diccionario y sus traducciones de Josepho; Diego de Valera su Crónica; Antonio de Nebrija sus Artes de gramática latina y castellana; Rodrigo de Santaella su Vocabulario; Alfonso de Córdova las Tablas astronómicas; Diego de Almela el Compendio historial de las crónicas de España; Encina su Cancionero; Alonso de Barajas su Descripción de Sicilia; Gonzalo de Ayora la traducción latina del libro de la Naturaleza del hombre; Fernando del Pulgar su Historia de los Reyes moros de Granada y sus Claros Varones.

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