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armoniosa fecundidad de recursos de que dispone un ejército com puesto de soldados cultos, de poetas, artistas y hombres de ciencia; de un ejército que, donde quiera que llegaba acudía á buscar noble descanso en las tareas literarias y científicas, escribiendo todos sus hechos, dejando momentáneamente la espada para coger la pluma ó el pincel, y dando á la imprenta obras reproducidas en toda Europa (*).

Nuestra ilustración y actividad intelectual- en aquella época de los grandes capitanes, de los grandes literatos, de los pintores insignes, de los famosos poetas, de los pensadores profundos, de los médicos esclarecidos, de las Universidades que brillaban entre todas las de Europa, de las industrias florecientes, del comercio, cuyas flotas navegaban por todos los mares, en que no había obstáculos que pudieran detener la marcha de nuestras tropas, ni pueblos que no aprendiesen algo en nuestras escuelas ó escuchasen con admiración la autorizada voz de los maestros españoles;-se comunicó á todo el mundo; pues al mismo tiempo que la monarquía se engrandeció con la fuerza de las armas, iban nuestros sabios, acompañados de los aplausos más honrosos, á todas las naciones, y principalmente á Italia, Francia y Alemania, cuyos países recibieron entonces de España el fermento de su civilización y cultura, notándose por otra parte un fenómeno verdaderamente extraordinario, cual era el carácter de intuición profunda, de providencial acierto, de espíritu profético, de maravillosa exactitud, que dominaba en toda la ciencia española de aquel tiempo, haciendo exclamar á Vossio: «Los españoles, obrando casi infaliblemente en todos sus descubrimientos, como si el genio del arte y el de la ciencia les hubiesen inspirado, dejaron el sello de su sabiduría en cuanto hicieron», de tal modo que, así en sus hechos como en sus proyectos, la cien

(*) El Ejército español, dice uno de sus historiadores más ilustres, no ha permanecido nunca estacionario ante los progresos de la ciencia, ni indiferente jamás al cultivo de la literatura, á la que ha mostrado siempre singular predileccion; y así, mientras se consagraba al estudio y á las letras, según nos lo demuestran los Códices del Escor al, con la misma abnegacion y entusiasmo encontramos descritas en esos Códices y en las Crónicas de su historia las proezas militares y navales de un ejército que recorrió triunfante la Francia, la Italia, la Bélgica, la Holanda, la Alemania y el Portugal, cruzó los estrechos de Hércules y de los Dardanelos, llevó su fan a al Africa y al Asia, y descubrió y conquistó un Nuevo Mundo. Soldados fueron de aquel siglo y principios del siguiente: Cervantes, el príncipe de los ingenios españoles; Calderon de la Barca, el más profundo de nuestros dramáticos; Garcilaso, el más dulce de nuestros poetas; Ercilla, el más célebre de nuestros épicos; Hurtado de Mendoza, el más elegante de nuestros historiadores; Lope de Vega, el más fecundo de nuestros poetas y dra váticos; Alaris, el primero de nues tros mineros en el Nuevo Mundo; Díaz del Castillo y Cereceda Cordovés el primero, brillante his.oriador de la conquista de Méjico, y el segundo, de las campañas del Emperador en Italia, Francia, Austria, Berberia y Grecia; y por último, Cristóbal Lechuga, el más insigue de nuestros tratadistas del Arte militar, quien dice en su precioso libro «callando el trabajo que he tenido y el tiempo que he quitado al cuerpo del reposo de la noche, para que el día no faltase de emplearse en el ejercicio militar que profeso, con las obligaciones de él, llevando junto con las armas el cuaderno á Frisia, á Francia, á las demás partes que se hacía jornada, para en ella mostrarle á los que hallaba tener más experiencia en las cosas de la guerra.D

cia moderna y el progreso de tres siglos no han podido ni perfeccionarlos ni modificarlos (*).

Todas las obras clásicas, griegas y latinas, se traducían en nuestro país á diferentes idiomas, y todas se comentaban y se daban á la estampa dentro y fuera de España en multitud de ediciones que aun hoy mismo nos causan asombro por su número y continuas reimpresiones: siendo tambien nuestra la gloria de haber difundido casi exclusivamente por Europa toda la ilustración de los árabes españoles. ¡Honor grande sería para la España de nuestros días el poder enumerar los más importantes siquiera de aquellos trabajos de bibliografía, comentario, crítica y exposición de la doctrina, por ejemplo, de Aristó teles y Teofrasto, de Arquímedes y Euclides, de Dioscorides y Plinio, bebida en las mismas fuentes helénicas ó en las del Lacio, tan conocidas entonces de los escritores españoles.

Mucho contribuyó sin duda á tan extraordinario desenvolvimiento de la ilustración y cultura, no sólo de España, sino también de Europa, el gran D. Alfonso V de Aragón, rey de Nápoles, quien habiendo formado una exquisita y copiosa biblioteca de preciosos códices y libros inéditos, mandó y cuidó que se trasladaran al latín cuantos contenían las obras magistrales de la antigüedad; explicándose así que el profundo crítico Erasmo de Rotterdam afirme que nuestros estudios clásisos se elevaron en aquel siglo á tan floreciente altura, que no sólo debían excitar la admiración, sino servir de modelo á las naciones más cultas de Europa. Y sin embargo, en la historia de la ciencia, en los diccionarios biográficos y bibliográficos que se publican en el extranjero, y en los que se da cuenta minuciosa de las traducciones y comentarios de los clásicos griegos y latinos y de los trabajos científicos de los árabes, apenas si se cita una sola vez obra ninguna que dé muestra de la cultura de España en aquel siglo, cuando el día que se descorra el velo que la cubre, podremos proclamar muy alto que la ciencia española, antes y despues del Renacimiento, contiene, á lo menos en gérmen, casi todo cuanto de razonable y sólido encierran los

(*) Los sabios españoles, según dice el P. Mir, ilustre Académico de la Española, triunfantes y acompañados de los aplausos más honrosos para la naturaleza humana, recorrian los reinos y provincias de Europa, derramando la luz de su enseñanza en casi todas las Universidades, obteniendo en ellas vitores y coronas, honrando las imprentas con sus obras inmortales, y ganando para su patria una g oria no perecedera (Nota C); siendo de notar que no sólo en el siglo XVI enviamos á toda Europa nuestro saber, sino que lo mismo habíamos hecho en épocas anteriores respecto del Oriente, como lo afirma el erudito escritor árabe Almakari diciendo: «desde el siglo XI los españoles mozárabes, al par que enriquecían la literatura patria con el conocimiento de los saberes orientales, solían reportar al Oriente abundantes riquezas científicas y literarias. Los estudiantes y maestros españoles acudían á Alejandría, el Cairo, Damieta, Bagdad, Damasco, Alepo, Jerusalén, Flama, Mosul, la Meca, Medina, Basora, Cufa, Saná, Samarcanda, Balas, Ispahan, Nuabur, Bucara, y aun á la India y á la China. >>

libros de los modernos pensadores. Todas las escuelas que en España dominaron durante la Edad-Media se rejuvenecieron y tomaron nuevas formas en el siglo XVI, combatiéndose ya por entonces la idea de que la antigua sabiduría no puede ser aventajada por nada ni por nadie, y brotando por todas partes documentos y publicaciones literarias é históricas, científicas y artísticas, hasta el punto de no excedernos ninguna otra nación ni en el número, ni en la importancia de los escritores (*). No había en toda Europa en aquella centuria, á fines de la anterior y principios de la siguiente, filósofos que superaran á Vives, Soto, Sánchez, Servet, Gómez Pereira, Fox Morcillo, Huarte, doña Oliva Sabuco, Suárez, Molina y Vázquez; humanistas tan notables como Nebrija, Juan de Vergara, Hernán Núñez, el Brocense, el Pinciano, Lorenzo Balbo, Resende, Simón Abril, Gómez de Castro, García Matamoros, Palmireno, Luis de la Cerda y Vicente Mariner; teólogos tan consumados como Fr. Luis de Carvajal, Alfonso de Castro, Diego Laynez, Salmerón, Maldonado, Domingo de Soto, Carranza, Melchor Cano y Arias Montano, que tan alto pusieron el nombre de España en el Concilio de Trento, Molina, Suárez, Valencia y Vázquez; canonistas tan insignes como Antonio Agustín, Carranza, Guerrero, Mendoza, García de Loaysa y González Téllez; escriturarios tan celebrados en el mundo católico como Alfonso de Zamora, López de Zúñiga, Arias Montano, Fr. Luis de León, Benito Pereira y Pedro de Valencia; místicos tan sublimes como Santa Teresa de Jesús, genio profundo y prodigio de su sexo, Juan de Avila, Fr. Luis de Granada, Juan de los Angeles, San Juan de la Cruz, Malón de Chaide, Fr. Luis de León y el P. Rivadeneira; historiadores tan eruditos como Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales, Zurita, Garibay, Sandoval, Hurtado de Mendoza, Marmol y Carvajal, Juan Ginés de Sepúlveda, el P. Mariana, el P. Sigüenza, el P. Yepes, y los historiadores y cronistas de Indias. Cortés, Fr. Bartolomé de las Casas, Oviedo, López de Gomara, Bernal Díaz del Castillo, Antonio de Herrera y Garcilaso de la Vega; cultivadores de la crítica histórica tan ilustrados como Vergara, Fox Morci

(*) Pasan de 400 los escritores cuyas obras se publicaron en España sólo durante el reinado de Carlos V, los cuales cultivaron todos los ramos del saber: la historia, la filosofía, la teología dogmática, la medicina, la astronomía, la jurisprudencia, las matemáticas, el arte militar, la poesía, las traducciones del italiano, del latín, del griego y del árabe, etc, etc.; y respecto á la comparación entre las obras españolas de aquel tiempo y las alemanas, ya que à principios del siglo vinieron muchos alemanes á nuestra Península, veamos lo que dice entre otros muchos uno de los más distinguidos publicistas de aquel país, que durante casi toda la Edad-Media apenas tuvo otro libro de ciencia y de consulta que la traducción de las obras de San Isidoro de Sevilla:

«Hispanis illud solemne esse solet, ut pro ingenio libros non præcipites, sed cum judicio elaboratos per plures annos tamquam pullos foveant, vel adaugeant. Qui fit ut pleraque opera postuma edantur, quibus, ante quam ubique expolita, auctores immoriuntur. Quantum vero in excessu peccant Hispani, tantum in defectu Germani, qui præcipiti pruritu in editionem librorum...» Burchard. Gotl. Strusian.

llo, Costa, Fr. Jerónimo de San José y D. Juan Bautista Pérez; poetas tan inspirados como Garcilaso de la Vega, Hurtado de Mendoza, Francisco de la Torre, Fr. Luis de León, el divino Herrera, los Argensolas, Ercilla, Céspedes, Góngora y Rioja; novelistas tan insignes y cuyas obras fuesen tan leídas en extraños países como Montemayor, Gil Polo, Pérez de Hita, Hurtado de Mendoza, Mateo Alemán, Vicente Espinel, y sobre todos el príncipe de los ingenios españoles Miguel de Cervantes Saavedra, que nos dejó como incomparable monumento de las letras patrias la obra más original, más filosófica y más perfecta del ingenio humano; jurisconsultos tan eminentes como Palacios Rubios, Gregorio López, Azpilcueta, Gouvea, los Covarrubias, Antonio Agustin, Salgado, Solorzano Pereira, Sepúlveda, Costa, González Téllez y Pedro de Valencia, sin contar á Victoria, Soto, Molina, Vázquez, Menchaca, Suárez y Baltasar de Ayala, insignes precursores de Grocio y de Puffendorff en sentar las bases del Derecho internacional ó de gentes (*); médicos tan renombrados como Laguna, Vallés, Servet, López de Villalobos, Pereira, Sánchez, Collado, Valverde y Monardes; naturalistas tan sabios como Alonso de Herrera, Esteve, Monardes, Jaraba, Pérez, Zamorano, Fragoso, Tovar, Acosta, Gomara, Francisco Hernández, Micó, Pérez de Vargas, Sahagún, Alonso Barba y Jerónimo de Ayanz; físicos y químicos tan expertos como Vallés, Pereira, Ciruelo, Acosta, Oviedo, Guillén, Corcuera, Cortés, Pérez de Oliva, Escribano, Cascales, Garay y Alonso Barba; matemáticos tan conocidos en las Universidades extranjeras como Ciruelo, Lax, Francés, Siliceo, los dos Torrellas, los dos Pérez Oliva, Monzó, Mollón, Pérez de Moya, Alfonso de Molina, Pedro Núñez y el insigne Esquivel, que ideó y llevó a cabo la triangulación geodésica para el levantamiento del mapa de España; arquitectos tan famosos como Juan Bautista de Toledo, Herrera, Villacastín, Castañeda, Bustamante, Egas, Luis y Gaspar de Vega, Villalpando, Arfe, Sagredo y Toribio González; escultores cuyas obras pudieran competir con las de Montañés, Berruguete, Becerra, Rodríguez, Gregorio Hernández, Delgado, Salazar y Guillén; astrónomos y cosmógrafos que aventajasen á Zacuto, Córdoba, Santa Cruz, Céspedes, Muñoz, Rojas Sarmiento, Zamorano, López de Velasco, Sarmiento y Ginés de Sepúlveda; navegantes tan intrépidos y afortunados como Enciso, Falero, Medina, Cortés, Urdaneta, Escalante, Gamboa, Núñez, Céspedes, Hernando Colón y

(*) Así lo indica Brucker respecto á Francisco de Victoria, afirmandolo de los restantes Mackintosch en la Revista de Edimburgo, y Weathon en la Historia del Derecho natural; y más recientemente A. de Giorgi, profesor de la Universidad de Parma, en su libro Della vita e delle di Alberico Gentili (1876), dice de Francisco de Vitoria «que se le debe saludar como verdadero padre de la ciencia del Derecho internacional.)

Pedro de Siria; descubridores tan esforzados y de tan perseverante carácter como Ponce de León, Grijalba, Juan de la Cosa, Balboa, Pinzón, Orellana, Magallanes, Elcano, Maldonado, Díaz de Solís, López de Villalobos, Loaysa y Mendaña; capitanes tan ilustres como García de Paredes, el Gran Capitán, Dávalos, Leyva, Vargas, Cortés, Pizarro, el Conde de Fuentes, D. Juan de Austria, el Duque de Alba, Téllez Girón, Cristóbal Lechuga, D. Alvaro de Bazán y Diego de Alava; músicos tan celebrados en Italia como Cristóbal Morales, Ortelles, Soto, Juan de Tapia, Francisco Salinas, Pareja y Espinel; y por último, pintores como Juan de Juanes, Morales, Pantoja, Navarrete el mudo y Herrera el viejo, insignes maestros del Españoleto, del gran Velázquez, y precursores de Zurbarán, Cano, Jordán y Murillo, que elevaron la pintura á tal punto de belleza y perfección, que aun hoy nos envidian todas las naciones (*).

Tarea gratísima, señores, es la de renovar siempre y en todas ocasiones, y de repetir una y mil veces, y más en actos tan solemnes como son los de las recepciones de nuestras Academias, la gloriosa memoria de tan ilustres españoles, que con sus luces y vasta ilustración contribuyeron de poderosa manera á levantar el nivel intelectual de España en todos los ramos del saber, no excediéndonos en aquella edad dorada de nuestro poderío y de nuestra cultura ninguna otra nación del mundo: poderío y cultura à la que deben ir siempre unidos los nombres gloriosísimos de los Reyes Católicos (**), que crean y dotan es

(*) A la eminencia y soberanía de estos ingenios, más que al poder de las armas y á la habilidad de las negociacions diplomáticas, debió España su preponderancia y avasalladora influencia, ro habiendɔ nación ninguna que no desee haber engendrado ingenios tan famosos y que no se considere honrada con estampar de nuevo ediciones magníficas de los libros de aquellos sabios egregios (Nota D`. El siglo que producía ingenios de una grandeza intelectual tan extraordinaria, había de ser grande intelectualmente. Él, además no era el guiado y conducido por sus reyes, politicos, guerreros, conquistadores y varones insignes; sino que él era quien guiaba y arrastraba á éstos por la senda gloriosísima que se franqueaba á los espiritus.-P. Mir en su Discurso de 1ecepción en la 'cademia Española.

(**) Keunidos los Estados de Castilla y Aragón, los Reys Católicos llaman para la educación de sus bijos á los mas distinguidos maestros, así españoles como extranjeros, logrando que la nobleza, que antes se dedicaba exclusivamente á las armas, á pesar del ejemplo dado por algunos ilustres varones, como los marqueses de Villena y Santillana, obedeciese entonces al impulso comunicado por la Reine, acudiendo á las aulas de las Universidades y hasta enseñando en ellas Así lo hicieron D. Gutierre de Toledo, hijo del Duque de Alba, D. Pedro Fernández de Velasco, que fué después Condestable de Castilla, y D. Alfonso Manrique, hijo del Conde de Paredes, á quienes se vió con público aplauso regentar cátedras en Alcalá y Salamanca. Hasta las mujeres, estimuladas por el ejemplo de la Reina, quisieron distinguirse en letras y ciencias. Sin hablar de la célebre doña Beatriz Galindo, llamada la latina, que enseñó este idion a á su soberana, merecen ser citadas las bijas del Conde de Tendilla, Doña Lucía de Medrano y Doña Francisca de Nebrija: estas dos leyeron públicamente, la primera en Salamanca sobre los clásicos latinos, y la segunda en Alcalá sobre retórica y poética, produciéndose entonces en Castilla, según escribe Jovio, un sacudimiento tan notable en las costumbres privadas de la nobleza, que no era tenido por noble el que mostraba aversión à las letras y á los estudios; y de este modo era común que los magnates más calificados compartiesen el ejercicio de las armas con el cultivo de las letras, en que lograron hacerse insignes los Condes de Miranda y de Salinas, el Duque de Alba, D. Fadrique de Toledo, y muy particularmente el marqués de Dénia D. Bernardino de Rcjas, quien, cual otro Caton, empezó casi sexagenario á estudiar el latin, como el romano el griego.

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