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mino de la montaña ', y en Mesina estuvo hasta el 25 de Junio, poniendo á punto la escuadra con la cual debía ir á visitar su madre adoptiva y su futuro reino.

Un sábado, 5 de Julio, arribó al Castello del Oyo, en donde había de morir treinta y siete años más tarde, y el martes, 8, terminados en esos tres días los preparativos del recibimiento que todos querían hacerle, salió de aquel castillo y desembarcó en la antigua Partenope, en donde fué recibido como verdadero salvador del reino y con todos los honores correspondientes al triunfo que le atribuían 2.

El 15 de Octubre de 1423 se embarcó en Nápoles con rumbo á Cataluña, tocando en Gaeta el 18; una tempestad le hizo volver á este puerto el 23; durante seis días no firmó documentos, y el 29 vuelve á firmarlos en Gaeta, y continúa hasta el 7 del mes siguiente (Noviembre).

Un mes cabal estuvo sin dar fe de vida en los documentos oficiales. Zurita dice que arribó á Pisa, que el 19 fué el asalto y toma de Marsella y que el 1.o de Diciembre se hallaba en Palamós. En documentos, como digo, no he visto confirmados esos datos del gran analista, terror de todos los investigadores de la historia de Aragón; pero no vacilo en darles fe completa, atribuyendo á mi negligencia ó mala suerte no haberlos hallado; del mes de Diciembre he visto un documento fechado en las islas Hyeres, Pomogiarum; pero la data se debió poner de memoria bastantes días después, y convirtieron el Noviembre en Diciembre y no se acordaron del día, por lo cual no lo pusieron. Que arribó á Palamós es indudable: el Dietario municipal de Barcelona consigna que fueron á saludarlo en dicho lugar el día 3 de Diciembre unos ciudadanos en nombre de la ciudad de Barcelona. El 6, continuando su viaje, entró en Blanes, el día siguiente en Badalona, y el 8 descansó en la capital del Principado, en donde se detuvo justamente un mes.

La Reina D. María celebraba por este tiempo Cortes á los aragoneses en la villa de Morella, y habían pasado treinta y seis días desde que dejó Alfonso la tierra de Italia y había hecho lo de Marsella cuando la Reina y las Cortes supieron que el Monarca se dirigía á España 3. Una

I Así lo dice Zurita, tomándolo de la Crónica de Tomás de Chiaula «terrestri tramite per medium insule proficiscens mesane menia subintrat.» (Pág. 45, Edicio Starrabbo. Palermo, 1904.» 2 Escribió á su mujer diciéndole que no se podían decir ni explicar los agasajos que le habian hecho. (R. 2671-173.)

3 «Aquesta hora es venido un correo del senyor Rey con letras ciertas que un mes ha quel dito senyor es partido de Gayeta por venir en aquestas partes e drecha via ir en aqueixa ciutat de Valencia.» (21 Noviembre 1424, R. 3219-48.)

semana después se suspendieron las Cortes; la Reina se iba á Tortosa á unirse con su marido, que deseaba rendir viaje en Valencia. El viaje á esta ciudad lo realizó por mar hasta Tarragona, tocando en Vilanova de Cubellas; pero desde aquí fué ya por tierra 1 á causa del estado del Mediterráneo; el 25 entró en Tortosa; el 26 expidió decretos desde San Mateo, y el 31 de Enero se alojaba en el Monasterio de San Bernardo, extramuros de la capital levantina.

ANDRÉS JIMÉNEZ SOLER.

I R. 3219-19.

BOSQUEJO HISTÓRICO

SOBRE LA ORFEBRERÍA ESPAÑOLA

(Continuación.)

L

IV

ORFEBRERÍA VISIGODA

A invasión de los bárbaros concluyó con el degenerado Imperio ro

mano, pero no por ello detuvo la marcha de la cultura europea, siguiendo ésta su evolución con arreglo á los nuevos tiempos, y salvándose sin perder un momento, como siempre ha ocurrido entre los pueblos que marchan á la cabeza de la Historia.

Todo lo romano en sus últimos tiempos clásicos había adquirido un carácter oriental, al que debió en gran parte su ruina. Más atentos siempre los asiáticos al efecto colorista de su conjunto que á la lógica construcción de sus líneas, perdió por ello el clasicismo sus más propias excelencias, cuales son la pureza de las líneas y la proporción exquisita de sus miembros.

El sentido del modelado y el efecto del claroscuro cedió ante la policromía más deslumbradora, y si en la arquitectura produjo un sistema nuevo de construcción en que la columna adquiría toda su importancia constructiva y en las bóvedas llegaba á soluciones trascendentales, en el decorado de los monumentos se aspiraba á una riqueza de aspecto que los convirtiera en inmensos joyeles, en que el oro y la pedrería fueran sus principales elementos decorativos.

Ya desde Constantino el arte venía adquiriendo estos caracteres, por lo cual, el primitivo cristiano público presenta este marcado aspecto, y las grandiosas basílicas dedicadas al nuevo culto, no sólo admiraban por la riqueza de su construcción, cuanto por la extraordinaria de los objetos que custodiaban.

Todos los dedicados al culto eran otras tantas joyas de inestimable valor: las memorias que tenemos de los libros ilustrados con admirables miniaturas y cuajados de pedrería en sus tapas; los cálices, lámparas, candelabros y hasta altares completos de plata y oro, nos deslumbran y admiran aun á través de sus descripciones, y este lujo imperial y sagrado continuó creciendo hasta un grado verdaderamente inverosímil cuando Justiniano concretó en Bizancio todo aquel arte y aquella riqueza conseguida.

En el liber pontificalis de Constantino se da cuenta detalladamente de los tesoros entregados á las basílicas: «la cualidad del metal, el número de piedras preciosas y las dimensiones y el peso de las esculturas fundidas en los más ricos metales». A la basílica de Letrán donó el baldaquino de su altar mayor, pieza colosal de orfebrería; en el techo, por delante, lucía la imagen del Salvador, sentado, en actitud de bendecir, de plata repujada; tenía cinco pies de altura aquella figura y pesaba 120 libras, á la que acompañaban cuatro ángeles de plata con gemmas en los ojos.

La bóveda del baldaquino era por su interior de oro puro, y de ella pendía un lampadario, asimismo de oro, de peso de 50 libras.

Los siete altares de la basílica estaban chapeados igualmente de plata y si de tal modo se había prodigado la riqueza en los altares, considérese cuánta sería la de los vasos sagrados, candelabros, lámparas, tapas de libros, broches, sacras y demás objetos propios del culto.

No era menos rico el altar de la confesión de San Pedro en su basílica, figurando entre los objetos de su pertenencia una paloma eucarística de oro, cuajada de amatistas, perlas y sardónicas.

Citamos estos ejemplos para dar una idea del desarrollo obtenido en Italia por la orfebrería en el siglo iv de J. C, y de la inmensa riqueza destruída, pues ningún resto queda de aquellas portentosas obras constantinianas, siendo además escasísimas las que de tal época han llegado á nosotros, entre las cuales sólo quizá podamos contar con una cajita en el British Museum, una psida en Viena, y un relicario en el Vaticano; en

todas ellas el estilo aún ofrece caracteres marcados del clasicismo, aunque decadente, con algunos detalles que muestran su aplicación al culto cris

tiano.

Con aquel arte se encontraron los bárbaros al entrar en Roma; pero de todos es sabido el efecto que les causó aquella civilización que quisieron asimilarse al punto, vistiendo á la romana, admitiendo su lengua y llegando al colmo de su satisfacción al unirse el mayor jefe godo con la más bella princesa romana, con Gala Placidia, que quedó dueña y señora, por ello, de todo el poder obtenido por los invasores.

Ataulfo, casado con Placidia, fijó su corte en Barcelona, á la que debió trasladar grandes riquezas que sin duda existirían en Tarragona, comenzando entonces la absorción por Barcelona de la capitalidad de la región, á costa de la metrópoli cosetana que había sido la verdadera capital de la España citerior. Los restos arqueológicos del siglo Iv y v en Tarragona dan idea del adelanto artístico de aquella ciudad, como el sepulcro cristiano de la Catedral y algunos trozos en su Museo; pero nada concreto en orfebrería podemos presentar contemporáneo á los días en que los godos se posesionaron de la Península. Estos fueron al fin, entre los invasores, los que lograron fundar un estado político en la Península, pues los otros, como los vándalos y alanos, se vieron de ella arrojados.

Sin embargo, si no en plata y oro, algunos curiosísimos objetos conocemos de estos tiempos que no menos delicada labor ofrecen, y que, fuera de la materia metálica de que están hechos, pueden considerarse como obras dignas de un orfebre.

En el Museo Arqueológico Nacional se custodian dos palomas de construcción perfecta cloisonnée, para contener en cada uno de sus alvéolos un trocito de vidrio, que se relacionan directamente con las joyas más famosas del siglo IV. Son estas palomas unas verdaderas fibulas ó broches de pecho, sin duda de carácter litúrgico, y que, si bien calificadas como de labor visigoda, pudieran estimarse de arte romano, anterior, aunque muy próximo, á la invasión de los bárbaros.

Su técnica se asimila por sus tradiciones nada menos que con las de la orfebrería más espléndida egipcia del tiempo de los ramesidas, prácticas transmitidas por los alejandrinos al mundo romano, y que quedaron como modelo de engarce de las piedras preciosas según el sistema clásico; de ello habrán de derivar los cabujones y los esmaltes de Limoges.

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