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reta, salinum, sulzica, acetabulum y cochlear, y de los trisceles ó trípodes 1.

Entre los vasos para perfumes incluye los Senticula, de cobre ó plata, con cuyo contenido los reyes y sacerdotes se ungían.

Aún pudiera hallarse alguna indicación especial entre las consignadas en los capítulos que tratan de los vasos repositorios y luminarium, pues entre las lucernas, candelabros, braseros, pebeteros, lámparas, linternas, lucubrum, piras y pharos, se notan indicaciones de estar construídos algunos por los más ricos metales. En una palabra: que estos dos últimos libros de las Etimologias son el arsenal más interesante para el conocimiento del estado de las artes industriales en los días del sabio Arzobispo de Sevilla, compendio de toda la más refinada civilización consagrada por el mundo antiguo.

Los datos históricos confirman estas aseveraciones del gran polígrafo, pues á cada paso las crónicas y memorias de aquella época se ocupan de especiales joyas, cuya fama ha pasado á la posteridad. Ya se habla de que Recaredo, cuando su expedición á Cataluña, dejó su corona de oro sobre el sepulcro de San Félix ó Felíu, en Gerona; por cierto que esta corona, robada por el General sublevado de Wamba al Conde Paulo, fué devuelta al Santo por el propio Wamba cuando, habiendo marchado á Tolosa contra el Conde, lo venció y rescató la alhaja.

En Francia, el Rey Chilperico correspondía á los regalos que había recibido del Emperador Tiberio con obras de orfebrería que, bajo sus auspicios, se ejecutaban en los talleres de su reino, según consigna Gregorio de Tours; bien es verdad que tan preciosa industria fué siempre especial objeto de los talleres franceses, como queda consignado, viniendo por este tiempo á restablecerla con toda vitalidad el famoso San Eloy, el que, uniendo la tradición gala á los esplendores del arte bizantino, siembra en el retiro de Salignac la futura gloria de Limoges.

Represéntase á San Eloy vistiendo sus hábitos patriarcales, con una cruz en una mano y un martillo en la otra, viniendo así á ser emblema del espíritu de ese gran pueblo, que ha unido siempre el culto de los grandes ideales con la aplicación y el hábito del trabajo, sancionando aquel principio de que laborare est orare, y ya veremos cuán fructífera fué la semilla sembrada por el Prelado artista de los merovingios.

I Y añade: «In vasculis auten tria quærentur, quæ placeant: manus artifices, pondus argenti, splendor metalli.» (Libro xx, cap. IV.)

En Italia tampoco dejaron los ostrogodos y longobardos de cultivar tan bellas artes, y buen ejemplo son los preciosos objetos del tesoro de Petreossa y las primeras donaciones con que Teodolinda comienza á formar el riquísimo y famoso tesoro de Monza.

Pero no cedió España en importancia de fabricación y número de ejemplares á las demás naciones en el siglo vii de J. C., pues á los Reyes de aquel tiempo corresponden esas preciosas alhajas, hoy de renombre universal, que constituyeron el llamado Tesoro de Guarrazar.

Merecedor es éste de que nos detengamos algo en su estudio.

Sabido es de todos cómo se debió el descubrimiento de tan valioso tesoro á los efectos de la gran tormenta del 25 de Agosto de 1858, que dejó al descubierto los restos de una construcción, junto al manantial conocido con el nombre de Guarrazar, á pequeña distancia del pueblo de Guadamur, provincia de Toledo; aquellas someras ruinas, restos de un templo visigodo de Santa María, fueron por muchos siglos el ignorado albergue de tan escondido tesoro.

Una pobre vecina del cercano pueblo, mirando los efectos del torrente, topó, llena de sorpresa, con aquel tesoro, que tan casualmente se ofrecía á sus ojos.

Dando cuenta á su marido del hallazgo, aquella misma noche lo trasladaron sigilosamente á su domicilio, con ánimos de marchar á la capital y vender todos aquellos adornos de oro á los plateros de Toledo.

Otro vecino, enterado de ello, volvió á los dos días á las ruinas y halló cantidad equivalente de objetos preciosos. Constituían éstos el más rico conjunto que podía imaginarse de la munificencia de los Reyes visigodos; sus coronas nativas, sus cruces y otras alhajas de los últimos Monarcas y dignatarios del siglo vii de J. C. en España.

Las principales joyas primeramente descubiertas pasaron al Museo de Cluny, en París, que las ostenta en preeminente lugar como una de sus más valiosas preseas, y las halladas por el segundo explorador de las ruinas quedaron afortunadamente entre nosotros, gracias á la ilustración de. D. Antonio Flores, maestro de instrucción primaria de Guadamur, pariente del segundo inventor de las alhajas, y gracias, también, al dictamen de los eminentes arqueólogos de aquellos días Sres. D. José Amador de los Rios, D. Pedro de Madrazo, D. Aureliano Fernández-Guerra, D. Emilio Lafuente Alcántara y el Ministro de Fomento por aquel entonces Marqués de Corbera, quienes estimularon el interés y desprendimiento de la

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Reina D.a Isabel II, la que, al momento de tener noticias de ello, prestó su mayor cooperación á la empresa de que quedaran en España las joyas de los Reyes visigodos.

El hallazgo sumaba, en sus dos partes, los objetos siguientes, distribuídos hoy entre el Hotel de Cluny, la Armería Real de Madrid y el Museo Arqueológico Nacional: Corona de Recesvinto, en Cluny; corona de Sonnica, en igual Museo; tres coronas votivas, sin nombre determinado, también en Cluny; otras cuatro coronas ó aros enrejados, asimismo en Cluny; corona de Suintila, en la Armería Real de Madrid (la más completa joya de todas ellas); corona votiva del Abad Teodosio, igualmente en la Armería; cruz votiva de Lucecio, en la Armería; florón de otra corona, trozos de enrejados, una esmeralda grabada y un grumo ó nudo, todas éstas en la Armería Real (véase la lámina correspondiente á este artículo). En el Museo Arqueológico Nacional se custodian igualmente, procedentes del Tesoro de Guarrazar: dos brazos de cruz parroquial, varios clamasterios, cadenillas y trozos de enrejados, una alfa de oro, y varios otros menudos fragmentos.

Hay que lamentar, según memorias y referencias adquiridas con motivo de la información verificada á raíz del descubrimiento, la desaparición de una paloma de oro, varios cíngulos ó balteos y algunos collares y pendientes, deshechos todos en los crisoles de los plateros toledanos, completando la relación algunos objetos de plata, como lámparas, acetres y

varios vasos.

De todas estas alhajas, las más notables son, sin duda, las dos coronas de los dos Reyes cuyos nombres quedan consignados: la de Suintila en la Armería Real, y la de Reces vinto en el Museo de Cluny. Está compuesta la primera de un ancho aro, dividido en dos semicírculos, unidos por charnelas, formando un círculo de 22 centímetros de diámetro por seis de alto; este gran aro queda suspendido por cuatro cadenas de cuatro eslabones planos en forma de hojas de peral, que se unen en un florón superior, en forma de dos azucenas, colocadas en sentido opuesto, una hacia abajo y la otra hacia arriba, que estuvieron separadas por un nudo de cristal de roca; aún sobre éste aparece el gancho de oro, que sirve para suspender todo el conjunto.

En el borde inferior del gran aro ó corona, propiamente dicha, quedan restos á su alrededor, de 22 trozos de cadenitas, de las que pendían las letras que expresaban el nombre del Monarca donante de la corona. De

3. ÉPOCA. TOMO XVIII.

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