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nísmo pernicioso, de criterios extraviados, que, en el momento actual, pugnan por desencauzar la opinión católica, despeñándola en los abismos del error.

Tres capítulos muy interesantes preceden al desarrollo del tema que el autor se propone y titula Nazareth, Sermón de la Montaña y Santa Cuaresma, y concluye con otros muy curiosos acerca de la Historia de las reliquias de la Pasión, la Sentencia de Jesús y los Himnos propios del tiempo, en castellano, con otras preciosas poesías de peregrinos ingenios á la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Cómo el Sr. Méndez Gaite da cima á su trabajo, lo dejamos á la consideración de los piadosos lectores, que seguramente adquirirán la obra. A nosotros, bástenos decir que, además de la unción que en ella resplandece, está escrita en estilo fácil y castizo castellano y contiene multitud de datos históricos, que arrojan mucha luz sobre los puntos de que se ocupa, lo que la hace muy recomendable para toda clase de personas, y muy especialmente para los que se dedican al ministerio de la predicación.

R. T. V.

VARIEDADES

ESPAÑA.-Madrid.-«La mujer en la industria española, bajo su aspecto histórico y social» ha sido el tema desarrollado por nuestro inteligente compañero D. Manuel Pérez-Villamil en una conferencia pronunciada en el Centro de Defensa Social. Conocidos son los especialísimos conocimientos de dicho arqueólogo en lo relativo á la historia de nuestras artes industriales y aunque, llevado de su entusiasmo, acaso exagere la importancia de la industria española dentro del cuadro de las europeas, sus observaciones deben recogerse con esmero, como útiles materiales allegados para escribir en su día una ó varias obras que resuman, con arreglo á las exigencias actuales, los orígenes y desenvolvimiento del arte industrial de España, bosquejado por D. Juan Facundo Riaño en su muy apreciable libro The industrial arts in Spain. El diario de Madrid El Universo ha publicado la conferencia del Sr. Pérez-Villamil (números de 28 de Marzo á 8 de Abril); de dicho periódico tomamos la parte que nos interesa. Expone el carácter familiar de la antigua industria española, cuya acción íntima no se manifiesta en los archivos, sino sólo su acción externa, conservada por las costumbres populares. En la herrería la mujer tenía labor propia. «El arte de cortar patrones á tijera, que el insigne Arfe llamó en su Varia commesuracion el arte de la grafidia, fué tan importante en las obras de hierro, sobre todo en las más artísticas, que llegó á reemplazar el dibujo, ó por lo menos á simplificarle, multiplicando las piezas para simultanear su ejecución en las fraguas en que se hacían grandes rejas adornadas con fajas y montantes, que, bien miradas, no son otra cosa que encajes de hierro. Así, la mujer, que tenía por arte peculiar el de los tejidos, no sólo labraba con delicadeza suma las blondas de seda más finas y sutiles, sino que guiaba la mano endurecida de los hombres para ejecutar en el bastidor de la fragua, con gracia admirable, encajes que habían de superar á los suyos en belleza y en duración. Cuando este arte de la grafidia, tan desconocido como las manos que lo ejecutaban, se estudie donde únicamente puede estudiarse, que es en los monumentos mismos que nos quedan de la antigua rejería, se sorprenderán en sus graciosos roleos, en sus cintas y entrelazos, en sus combinaciones y contornos, las analogías más graciosas con los trabajos femeninos, como derivados ambos de una misma

inspiración y dirigidos por una misma mano.» «En la industria del barro, la mujer, no sólo ayudaba á la composición de las masas y á la limpieza indispensable de los artefactos, sino que tenía por misión el pintado de las piezas, realzando la mísera vasija de tierra con las imágenes de su imaginación, en que se recogían, como en un espejo, las galas más vivas y graciosas de la naturaleza. Por eso se observa que la decoración más constante de todas las piezas cerámicas son las flores, y siempre las del país, en la industria indígena, porque siendo las flores imagen de la mujer, al mirarse ella en la tersa superficie de las lozas vidriadas se complacía en reproducir, aunque en modesta alegoría, las gracias y sonrisas de su propio retrato. Y no lo dudéis, porque esta tradición de florear las piezas cerámicas, desde las más rudas vasijas prehistóricas hasta las más artísticas porcelanas modernas, obedece á una ley, y esa ley de apropiarse las galas más tiernas de la naturaleza es una ley femenina.» Hablando de la orfebrería, añade: «en este punto, la mujer desempeñaba tareas muy propias de su sexo, pues el pulido de las piezas de oro y el bruñido de las de plata, para realzar con la brillantez de los metales preciosos las líneas y los ornatos de las joyas, salían de sus manos delicadas, y recreándose en los destellos de las limpias y tersas superficies del oro y de la plata, se estimulaba á ejecutar su obra con la perfección y hermosura que tanto se admiran en los monumentos y alhajas de la orfebrería española. Y no era esta sola su tarea en los talleres de platería, pues justamente allí es donde, según Arfe, se desarrolló con más perfección la grafidia, ó sea el corte y calado de patrones, confiado á la sutil y segura tijera de las mujeres y á la paciente labor de sacar por estarcido sobre las piezas de metal los contornos de la decoración, que habían luego de realzarse ó cincelarse con los punzones de los maestros. Finalmente: la orfebrería española confió á las mujeres una obra que, de origen tan antiguo como nuestra cultura industrial, formó el rasgo más brillante de la platería indígena: me refiero á la obra de filigrana, verdadero tejido de plata, compuesta por las manos primorosas de las mujeres, que manejaban las hebras del metal como las de la seda y el hilo, para combinarlas en tan diversas maneras y disponer con ellas composiciones tan caprichosas, que superaban á veces las sutilezas del lápiz y los dibujos de los encajes. Y tan femenina ha sido esta obra que, perdida en Italia por los procedimientos de la maquinaria moderna, no hubo otro modo de restaurarla en Roma, cuando acometió esta empresa Castiglioni, que buscando en los Apeninos mujeres que por tradición la conservaban y que con facilidad suma y arte peregrino la restablecieron en la capital de las artes, burlando las pretensiones de la orfebrería mecánica. Y ¿que más? Conocidísimas son en España las cadenas cordobesas, y su ejecución ha resultado insuperable á las herramientas de nuestros días, cuando en lo antiguo se labraban por niños y por mujeres con un primor, una delicadeza y una resistencia de que no hay ejemplo en las cadenas de la joyería moderna. Una circunstancia interesante realza los orígenes de esta obra delicada y sutil de la filigrana española, y es la de que la joya más antigua que se conoce, tan antigua como que se remonta á los primeros tiempos de la cultura ibérica, adonde no llegan los documentos escritos que puedan definir su procedencia: es una diadema de oro para engalanar la cabeza de una mujer, ejecutada con tal fineza y perfección, que prueba la noble condición en que vivieron, desde las edades más remotas, las mujeres españolas, y el tributo que les rindió siempre el arte más rico y el lujo más espléndido. La diadema hallada recientemente en Jávea, y conservada hoy en el Museo Arqueológico Nacional, es,

por su admirable ejecución que sorprende á los joyeros modernos, y por su destino femenino que honra la galantería española, un monumento precioso que demuestra que ni la filigrana la aprendimos de los árabes, ni el respeto y la consideración á la mujer han faltado nunca en esta tierra clásica de la caballerosidad y del honor. Si no tan antigua, poco menos que la orfebrería fué en España la industria del curtido de las pieles, y con ser de suyo tan humilde, alcanzó entre nosotros un mérito artístico que la elevaron á la condición más rica y elegante. Esta industria de los cueros labrados, dorados y plateados, relevados y bruñidos, si bien consiguió en Andalucía (en Córdoba especialmente) su mayor esplendor, acrecentada por el lujo de los árabes del Califato, fué muy general en España, y como industria doméstica recibió el concurso de la mano de la mujer para lograr sus mayores bellezas; porque según Covarrubias y otros autores que hablan de ella, se ejecutaba con procedimientos parecidos á los de la orfebrería, de modo que el dorado y plateado, el bruñido y hasta la pintura de sus flores eran ejecutados por mujeres, después que el hombre había convertido, con tareas duras y penosas, la tosca zamarra en limpia y tersa superficie, susceptible de recibir la decoración espléndida de aquel bordado de graciosos recamos, en que se copiaban los ejecutados en las más ricas telas de seda.» «Fué nuestra industria antigua, la que puede calificarse de indígena, la maestra de Europa en el arte de los tejidos. Desde los ejecutados con las hebras de oro de nuestros gusanos de seda, hasta los formados con los vellones de plata de nuestros ganados merinos, la industria textil tiene en España una antigüedad que se pierde en los siglos más remotos, y una importancia que ha eclipsado por algún tiempo á la de todas las naciones del mundo.>> «Cuando se busca en los más antiguos documentos la huella de esta industria textil, se observa que los ricos tejidos de seda se mencionan con preferencia en los ornamentos de las iglesias; los de hilo, por lo regular, en los ajuares de las casas, y los de lana, en los trajes y prendas de la vida popular, no apareciendo trastornado este orden hasta la decadencia de las costumbres nacionales, en los siglos en que, dominado el islamismo y alboreando el renacimiento italiano, se introducen entre nosotros las galas y el lujo de los extranjeros, que poco a poco van desnaturalizando nuestro carácter y pervirtiendo la nativa sencillez de nuestras costumbres originales. Y se observa otro rasgo de la ingenuidad de nuestra industria primitiva, rasgo que, como he dicho, ha servido á muchos historiadores para negar la originalidad y el valor de sus productos, y es el de que rara vez, sobre todos los tejidos ricos, se citan con nombres propios de los pueblos ó regiones en que se elaboraban, sino con el genérico de paños, ora de seda, ora de lino, ya de lana, ya de algodón, ó con otros tan raros y exóticos, que no hallando fácil equivalencia con la nomenclatura española, se suponían extranjeros. El ciclatón, tela de seda, la racena, tela de hilo, la garnacha de paño fino, las frisas, carpetas, greciscos y ranzales, son nombres de origen griego ú oriental que demuestran de dónde vinieron á España sus primeros habitantes; pero nada tienen que ver con los invasores posteriores, y menos con los árabes, á los que se ha proclamado por una crítica ligera y tendenciosa maestros de los españoles en todas las industrias artísticas. Nuestra industria primitiva no se preocupó en dar á sus tejidos nombres locales, ni mucho menos de fábricas que no existían, por ser su producción doméstica; de modo que cuando se propagó la industria española á los demás países europeos, cuando las fábricas extranjeras quisieron devolvernos como suyos los frutos de nuestra producción industrial, tuvieron buen cuidado de darles nombre de su tierra ó de otras

remotas, para afamar en los mercados sus géneros, ni más ni menos que sucede hoy, en que muchos productos salen de España anónimos y vuelven acreditados con marcas extranjeras. De ahí que nuestros mismos historiadores, al leer en las crónicas y diplomas estos nombres, hayan juzgado que tales productos eran extraños á nuestra industria y como importación que denunciaba la pobreza de nuestras antiguas manufacturas. Y tomando este camino, ya no hubo quien hiciese justicia á nuestros antiguos telares, tanto menos cuanto en el siglo xvi los historiadores economistas, entusiasmados con la creación de las fábricas, desdeñaron como producción basta y mezquina la que había tenido por cuna y por trono la industria doméstica. Permitidme que me detenga en este punto, porque representa la vindicación y el honor de nuestros telares antiguos, en que tomó parte tan eficaz y tan gloriosa la mujer española. Se cita como prueba de que los mejores lienzos venían de Italia, este verso del maestro Berceo en el siglo XII:

Vido venir tres virgenes, todas de una guisa;

todas venían vestidas de una blanca frisa.

Nunca tan blanca vido Genua nin Pisa.

Y si nunca tan blanca la vió Génova ni Pisa, ¿cómo puede deducirse de aquí que esta hermosa tela viniese de Italia? O no hay lógica en el mundo, ó lo que se deduce claramente es que, siendo afamada la frisa de estas ciudades italianas, aún era superior la española; como que superaba á las más célebres por la blancura de su tejido. En el Poema del Cid se habla de camisas y cofias de ranzal tan blanco como el sol, después de haber dicho que el sombrero del héroe castellano:

Nuevo era é fresco, que de Valencia i sacó.

de lo que se desprende que la hermosura y riqueza de su traje no eran debidas á la industria extranjera. Pero aún podemos ir más lejos, porque Polibio, historiador romano, al describir la hermosa infantería española que Aníbal llevó á Italia, dice que llevaba perpuntes de lino blanquísimo, orlados y matizados de púrpura; por donde se ve que la riqueza y blancura de nuestros lienzos no admitía comparación con los fabricados en el resto de Europa. Respecto á las demás telas, se citan como prueba de la pobreza de nuestros telares, que obligaban á traer las más ricas del extranjero, las de Cambrai, de Tours, de Isembruno, de Arras, de Tournay, de Beauvais, de Valenciennes, de Luca, de Padua y de otras ciudades de Inglaterra y de Flandes, y no se tiene en cuenta que estos nombres representan, no el origen de estos tejidos, sino su bautizo de fábrica, con el cual seguían fabricándose en España y en otros países en que, por las condiciones modestas de la industria familiar, no habían adquirido su marca mercantil.» «Los terciopelos, los damascos, los tisúes, los galones, las medias de seda, los cedazos, los bordados y los encajes fueron producto de nuestra industria doméstica, y de su duración y hermosura dan testimonio los restos que quedan, muchos de los cuales, extraídos de los sepulcros, han resistido incólumes los estragos de la muerte. Y no se crea que las mujeres que sabían hacer esas hermosas telas no sabían también vestirlas con lucimiento, pues ahí están, en nuestras Colecciones legales, las pragmáticas prohibitivas del lujo, que demuestran los extremos á que llegó, no sólo en las damas encumbradas de la aristocracia de la corte, sino en las mujeres de nuestras aldeas y de nuestros campos.» Sobre la industria encajera nos dice: «Desgraciadamente, lo poco que aquí sabemos de la historia de esta industria lo hemos apren

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