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BOSQUEJO HISTÓRICO

SOBRE LA ORFEBRERÍA ESPAÑOLA

A

PRELIMINARES

COSTUMBRADOS á constituir la historia con el relato de los hechos de

armas en la época de nuestras conquistas, no hemos reparado

hasta ahora en aquellas otras manifestaciones de la vida nacional en que empleábamos los momentos de paz, llevando á cabo otras empresas, no menos importantes á veces que las más heroicas y dignas de ser recordadas.

La historia del trabajo encierra los anales más preciosos del esfuerzo humano en pro del mejor empleo de la vida y mayores victorias sobre todos los elementos que contra ella conspiran, y aunque las relaciones entre estos esfuerzos no hayan sido en ocasiones lo más cordiales, llegando en la lucha á la mayor saña, es lo cierto que el resultado final siempre ha sido glorioso para los contendientes, y los progresos logrados inapreciables.

Y cuando á aquel trabajo han presidido los superiores destellos de la ciencia ó del arte, ó ambas de consuno, ha llegado el hombre á realizar verdaderas maravillas, demostradoras del alcance de sus facultades.

Timbre de gloria para las hispanas gentes será siempre la memoria de sus industrias; por ellas patentizaron, no sólo la habilidad y conocimiento que sus manipulaciones requerían, sino el depurado gusto artístico que en todo tiempo presidió el trabajo entre nosotros; y en este género, nada más

sorprendente que el proceso de su labor, por excelencia esmerada y esplendorosa, del labrado de los metales más preciosos.

Varios motivos concurrieron para ello: de un lado la riqueza extraordinaria de nuestro subsuelo, que guardó siempre incalculables tesoros; de otro, su natural ostentación, estimulada además por el carácter deslumbrador á la oriental, que en algo siempre nos ha dominado, y, en último término, el empleo de las grandes riquezas que llegaban del Nuevo Mundo, dedicadas á la satisfacción de ciertas vanidades de la vida, ó principalmente al esplendor del culto, en un pueblo tan eminentemente religioso como el nuestro.

Las Memorias de los autores clásicos sobre la riqueza argentifera y aurífera de la Península nos la presentan como objeto de las mayores empresas por parte de los hombres entonces más dedicados al comercio, y el empeño de las más decididas contiendas por las naciones conquistadoras.

Tiro y Sidón, entre los fenicios, se engalanaron principalmente con el oro extraído de España. Pero enseñaron el camino á los cartagineses y griegos, los que á su vez despertaron la codicia de Roma, que, por obtener aquel emporio, derramó su sangre abundantemente sobre nuestros campos.

Aristóteles dió cuenta de aquella enorme riqueza que extraían los fenicios por sus factorías de la Turdetania, y más tarde Estrabón y Plinio nos demostraron lo difícil que era el agotarlos. El primero afirma que en ningún país del mundo se había encontrado oro, plata y cobre en tan gran abundancia. «Extráese el oro - dice, no solamente de las minas, sino también de los ríos y torrentes... Se han encontrado pepitas, según afirman, de peso de media libra, que llaman pales, y que no necesitan refinado.» Posidonio también llega á la hipérbole hablando de la calidad y excelencia de estas minas, diciendo «que pueden llamarse el tesoro inagotable de la Naturaleza y el depósito siempre lleno de riquezas de un soberano, porque, no solamente sobre la superficie, sino en sus entrañas guarda esta tierra cantidades tales de mineral riquísimo, que más deben considerarse estas regiones subterráneas como la morada del dios de las riquezas que como la de las deidades infernales.» Los turdetanos, según el mismo Estrabón, extraían por cada tres días una cantidad de plata equivalente á un talento de Eubea (cerca de 8.000 pesetas); y según Polivio, las minas de plata de Cartagena ocupaban más de 4.000 obreros, que mandaban al pueblo romano más de 25.000 dracmas al día.

Diodoro de Sicilia nos da detalles interesantísimos de nuestra antigua producción minera, sobre todo del resultado producido por el incendio de los bosques del Pirineo, efecto del cual corrieron por la superficie verdaderos arroyos de plata fundida, cuyo valor, ignorado por los naturales, fué, sin embargo, objeto de la codicia de los fenicios y cartagineses, griegos y

romanos.

Los naturales aprendieron de ellos el laboreo de las minas, y desde entonces se extendió por toda la Península el afán de buscar tan ricos filones, que en algunos casos llegaron á dar una cuarta parte de su peso de mineral puro, concluyendo por afirmar el autor siciliano «que esta tierra era un verdadero tejido de ramificaciones metálicas».

Tal abundancia de metales preciosos tenía que traer la natural ostentación de sus productos logrados y la aplicación artística de aquellos procedimientos que para su beneficio ponían en práctica. La fundición del oro y la plata es tan fácil, que al punto eran convertidos en barras y lingotes aquellas partículas y aquellas masas de mineral argentífero de rendimientos tan exorbitantes. De aquí que tanto los naturales como los colonos, fabricasen piezas de oro y plata para su propio uso, siendo tan abundantes los argentinos, que bien se comprende fabricaran del más rico metal blanco los enseres de sus casas, sus vajillas y hasta los muebles, y que por cargar aún más sus naves hicieran de plata hasta sus anclas. En muchas minas la plata era acuñada en moneda, en abundancia tal como ocurre con el argentum oscense, del que se remitían carros diarios á Roma, y cuyas piezas se encuentran aún entre nosotros en abundancia extraordinaria. No es, pues, extraño que la fundición, el laminado y repujado, así como la aplicación de las filigranas, las veamos aparecer desde los ejemplares más primitivos de nuestra joyería.

Porque la orfebrería española presenta en todos sus grados los progresos que este arte puede conseguir; primitivamente la fundición y el repujado obtienen sus efectos propios; bien pronto la condición de ductilidad y maleabilidad de estos metales les permite presentar los primores de su retorcido, ejecutando desde los más antiguos tiempos las más delicadas filigranas: la aplicación del soplete y los fundentes se nota en algunos de los primitivos ejemplares: la aplicación de las piedras preciosas y los esmaltes más o menos conseguidos aparece à su debido tiempo, tomando el esmalte entre nosotros caracteres muy especiales; el nielo también tiene sus felices aplicaciones; el damasquinado se ve asimismo de muy antiguo; en

una palabra, que todo lo más selecto concerniente al arte de la orfebrería se ejecuta entre nosotros y lo dominan nuestros artistas en grado eminente.

Estos exornos venían á enriquecer las joyas antiguas más que el uso y abuso de la costosa pedrería, con que modernamente se han querido avalorar por su importe intrínseco, que le prestan más aprecio para los que sólo ven en la joya la importancia de su valor en el mercado; pero los orfebres antiguos, más artistas, cincelaron é ilustraron sus creaciones con esmaltes, nielos y damasquinados, que si no le producía el efecto destellante de la pedrería, en cambio les daba un aspecto é interés artístico mucho mayor que si estuvieran cuajados de brillantes y rubies.

La pedrería antigua avaloraba aún más, ciertamente, las joyas en que lucía, ya en cabujones superpuestos ó directamente montados en las piezas; pero las prestaba sólo un valor secundario; la preeminente importancia de las piedras preciosas es propia de la joyería moderna, siendo por esto mucho menos artística que la antigua.

Pero, tanto respecto á los procedimientos, cuanto á su gusto y estilo, no debemos considerar á la orfebrería española como un hecho aislado que no responda á lo que venía ocurriendo en centros más adelantados y países de verdadera escuela artística. Nuestra orfebrería marca sus épocas al compás y en relación perfecta con las que se definen en su desarrollo general histórico, y aunque sus ejemplares ofrezcan caracteres genuinos y eminentemente nacionales, no por ello se eximen de sus precedentes originarios, si bien cor.tamos con preseas de excepcional importancia y de exclusiva pertenencia.

La enorme cantidad de obras de orfebrería que se han destruído, pues ninguna clase de objetos son más perecederos por la riqueza que representa su propia materia, nos priva de poder presentar en ciertas épocas ejemplares tan espléndidos y característicos como en otras partes aún subsisten, si es que llegó á haberlos entre nosotros; pero en cambio poseemos aún piezas excepcionales y propias, como nuestras grandes custodias y cruces procesionales, nuestras coronas votivas y algunas otras de tan exorbitante precio, que sólo nos pertenecen y dan interés excepcional á la historia de la orfebrería puramente española: por ello podremos señalar sus épocas más definidas, contando siempre con notables ejemplares en la sucesión de las mismas.

Ofrece, sin embargo, gran dificultad el estudio de nuestra mayor riqueza por la forma en que hoy se guarda, refugiada principalmente en

los tesoros de nuestras Catedrales; pero no hay que negar que ofrece el estudio de éstos insuperables dificultades, siendo, en verdad, asunto tan difícil de abarcar, que sólo el concurso de distintos especialistas, dedicados por mucho tiempo á esta labor, podría darnos un conocimiento perfecto de todo el interés que encierran. Los tesoros de las Catedrales de Toledo, Santiago y Zaragoza, principalmente, custodian las más inexploradas riquezas, que habrían de llenar de inapreciables datos la historia de la orfebrería entre nosotros. Aun así, hemos de procurar completar el cuadro con las notas propias y referencias más exactas con que contemos.

El estudio histórico y documental de tan bello arte no ofrece entre nosotros fuentes tan abundantes como de desear sería; pero no por ello carecemos de textos en que poder apoyarnos. A más de las citas de los clásicos, tenemos en la gran enciclopedia del sapientísimo Arzobispo visigodo de Sevilla, en San Isidoro, capítulos de sus Etimologías, tales como los de auro, de argento, de ornamentis capitis feminorum y otros, que sor. de valor incomparable para el estudio; no contamos en la Edad Media con un libro como el del monje Theófilo, que en sus 80 capítulos nos dé la más acabada doctrina de la orfebrería en sus días; pero en los poemas, en las crónicas y en documentos de los Archivos nos encontramos con datos muy preciosos sobre nuestra producción en aquellos tiempos y los artistas á ella dedicados.

De obras impresas, quizá la primera que nos pueda ser útil es El Viaje, de Ambrosio de Morales, que nos describe bastantes piezas admirables de orfebrería, tal como se hallaban en su tiempo.

La Varia comensuracion, de Juan de Arte, y su Quilatador del oro y la plata, son los primeros libros impresos con que contamos, relacionados directamente con la orfebrería; también nos dejó su Descripcion de la traza y ornato de la custodia de plata de la sancta iglesia de Sevilla 1. Los curiosísimos Libros de Pasantia del Gremio de plateros de Barcelona son de un interés gran dísimo, tanto por sus dibujos, trazados por lo que aspiraban al título de maestros, como por sus pintorescas descripciones de objetos, de las que pueden deducirse notas interesantísimas.

Las obras técnicas originales de los plateros antiguos españoles son, por lo tanto, escasísimas; algunas notas particulares dadas á conocer por los Sres. Gestoso, en Sevilla, y Ramírez de Arellano, en Córdoba, suelen

I Reimpresos en el Arte en España, tomo III, pág. 174.

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