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á robar el oro, que fueron hasta 40.000 castellanos, y prenden las mujeres y muchachos, que con la priesa no se pudieron ausentar; pero los vecinos de aquel pueblo y los demas, que un un credo fueron avisados, viendo preso á su señor, y á sus mujeres y hijos presos y encadenados, juntáronse con un hermano del señor, y vienen sobre ellos como toros bravos, lanzando infinitas varas, tiradas como dardos, y piedras, que por allí no tenian flechas, ni hierba, ni otras armas, salvo, que por ventura, tenian las, como porras, que habemos dicho en esta isla Española llamarse macanas. Viéndose muy apretados, tomaron por remedio de se recoger con el mismo Cacique á su casa, poniéndole las espadas á la barriga, diciendo que lo habian de matar sino les mandaba que cesasen. El cacique Natá, mostrando ira grande, los comenzó á reprender diciéndoles, que para qué tomaban armas sin su mandado. Oyendo aquellas palabras, al momento, como temblando dellas, todos pusieron en el suelo las armas, y cesaron de pelear, luégo, el Alonso Perez de la Rua, para justificar su buena obra, requirió al hermano del Rey é señor Natá, que viniese á la obediencia y reconocimiento del señorío del rey de Castilla, pues todas aquellas tierras eran de su corona Real, por título que ei Papa, á quien Sant Pedro dejó en su lugar, le dió dellas; pudiera confirmar lo que el ciego tirano decia, con los milagros que habian hecho, y por los que hicieron adelante. Respondióles aquel (que no entendia de sus desvaríos más de algun vocablo, que diria Castilla ó hombre de Castilla, ó otra semejante palabra), que otro hombre ninguno no habian visto por aquella tierra, sino á ellos, y que si por ellas algun dia pasara, de buena voluntad le dieran del oro que tenian y comida, y tambien le dieran mujeres; ésto le respondió á su requerimiento el hermano de Natá, cacique. Finalmente, avisado Badajoz de lo que pasaba, fué luégo á se juntar con ellos, otro dia; diéronles 45.000 castellanos, y hiciéronles tantos placeres y regalos el Cacique, y su hermano, con todos sus indios, y fueron tan bien proveidos, que acordaron de parar allí todo el invierno; TOMO LXV.

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éste es por aquella tierra de muchas aguas pero no de algun frio. El asiento y poblacion principal de este señor Natá era junto á la mar del Sur, donde se asentó y hoy permanece la villa de españoles llamada Natá, la cual creo yo que por muchos años que allí ha estado, ha sido de toda ella muy poco servido Dios. Acabadas las aguas, prosiguen su romería, y dan de noche, como solian, sobre un Cacique llamado Escolia, el cual prendieron con sus mujeres y le robaron 9.000 castellanos; y siempre quemaban los pueblos, como se ha dicho, y llevaban cuantos indios podian haber captivos. Prosiguiendo su descubrimiento, segun ellos llamaban, éstos caminos hácia el Occidente, llegaron á las tierras y señoríos de dos Caciques, el uno llamado Periqueten, que estaba cerca de la mar, y el otro dentro, cerca, que se nombraba Totonoga, que era ciego; éste les dió 6.000 pesos en joyas, y oro por fundir, en grano, y grano hobo que pesaba dos pesos, señal de tierra muy rica; y así toda aquella tierra, más de 200 leguas del Darien, arriba y abajo dél, y áun sobre arriba de las dichas 80, es riquísima de minas. Supieron estar otro señor más abajo, nombrado Taracuri, el cual les dió ó le robaron 8.000 pesos. Pasaron de aquí á la tierra de un hermano del ya dicho, que llamaban Pananome, al cual, como avisado fué que andaban por allí, no hallaron, porque no osó esperallos, sabidas sus nuevas, y habíase huido; destruyéronle todo su pueblo, y robaron cuanto haber pudieron, no supe si captivaron indios. Seis leguas de allí, más al Poniente, fueron á otro llamado Tabor, no sé lo que aquí hicieron. De allí pasaron al pueblo del cacique Cherú, el cual los esperó y salió á rescibir, sabiendo que venian, y les ofreció 4.000 castellanos; castellanos y pesos todo es uno. Hasta éste, ú otro por aquí postrero lugar y tierra de señor, traia Badajoz robados, y dados por temor, que es lo mismo, 80.000 castellanos ó pesos de oro, los cuales en aquel tiempo se estimaban y valian más que, despues de descubierto el Perú, 400 y áun 500.000.

CAPITULO LXX.

De la tierra y señorío de aquel que dijimos postrer Cacique, segun la órden dicha, se partió Gonzalo de Badajoz y sus satélites al señorío y tierra llamada Pariza ó Pariba, que despues comunmente los españoles llamaron Paris, cuyo Cacique Rey y señor se llamaba Cutara. Este, sabiendo que los españoles venian sobre él como habian hecho sobre todos los otros, con toda la gente de sus pueblos se fué á los montes, poniendo las mujeres y hijos en cobro, como suelen hacer cuando tienen aviso que vienen sobre ellos de guerra, robando y matando como estos españoles venian. Como llegaron al pueblo principal de Paris ó Cutara, y no hallaron hombre, envió Badajoz, de la gente de la tierra que traia captiva, (porque hasta este lugar, 400 personas y por ventura más traia por esclavos), que lo fuesen á llamar, amenazándole que haria y aconteceria como habia hecho y acontecido á los otros. El señor le envió cuatro hombres principales y un presente, que ninguno tanto nunca á los españoles, ni por fuerza ni de grado habia dado, y éste fué cuatro petacas llenas de joyas de oro, que dellas eran como patenas, que se ponian en los pechos los hombres, y otras como brazaletes, y otras menores para las orejas, y finalmente eran joyas que hombres y mujeres, para se adornar, tenian en uso; dijéronle de su parte los mensajeros, que su señor les decia que le perdonasen, que no podia venir á vellos por estar ocupado, y que rescibiesen aquel presente que sus mujeres les enviaban. Estas petacas, que así las llaman en la lengua de la Nueva España, suelen

ser como unas arquetas de dos palmos en ancho, y cuatro al ménos en largo, y uno bueno en alto; son hechas de hojas de palma ó de cañas muy delicadas, ó de varillas delgadas, enforradas todas por defuera de cueros de venados; destas usan en toda la tierra firme los indios, y en ellas tienen y llevan sus alhajas y cosas, como nosotros en nuestras arcas. Enviarles hia el Cacique en apuellas petacas, segun tuve entendido, 40 ó 50.000 castellanos. Vista tan gran copia de oro, enviada tan fácilmente y de gracia, imaginaron que alguna gran riqueza debia tener en sus casas; acordaron de hacer un embuste harto digno de los que en aquellas obras andaban: respondieron que se lo agradescian y que ellos lo ternian por muy amigo de allí ádelante, y fingen que por donde habian venido se tornaban, é desde á dos noches, ó aquella misma, ó estando el Cacique donde á la sazon estaba, ó que ya se habia venido al pueblo y á su casa, volvieron los españoles á su cuarto del alba, y hallando á todos descuidados, diciendo con gran devocion «Santiago», pegan fuego á las casas. Van á prender al Cacique y salióseles dentre las manos; róbanle á él y al pueblo otros 30 6 40.000 castellanos, y la gente, mayormente mujeres, que pudieron atar algunas, con las espadas hechos pedazos: y esto tengo por verdad, porque de los mismos que en ello se hallaron, algunos, que estaban en la misma tierra del Darien ó por allí, me lo dijeron. Otros lo han contado de otra manera, que creo tener mucha mezcla de falsedad, conviene á saber, que Badajoz envió á decir al Cacique, con los cuatro principales que le trujeron el presente, que no se habia de ir de aquella comarca hasta conocelle por vasallo ó contrario del rey de Castilla, y que, oidas tales palabras, el Cacique se indignó mucho, y, recogidas sus gentes, vino sobre ellos. Cualquiera destas vías que se haya tenido, bien puede juzgar cualquiera discreto, de cúya parte está la justicia. Pedro Mártir, como informado de los mismos delincuentes, porque fué el mismo Badajoz y otros sus compañeros, dice en su Década segunda, cap. 10, que llegando Badajoz descuidado con su gente y los 80.000 castellanos al pueblo de Paris ó Cutara,

cacique, lo acometió y dió la guerra que abajo diremos; ésta es gran falsedad que ni áun tiene color ni cosa verisimile, porque teniendo derramada la fama de las crueldades y robos que venian haciendo por todas aquellas provincias, llegando. á tierra y pueblos de señor que áun no habia visto ni cognoscido y que siempre, á tormentos de los indios que traian presos, sabian el ser y poder de los señores que adelante estaban, ¿habian de venir tan descuidados que en casas tan agenas habian de pensar estar sin aviso, como Pedro Mártir dice? Y aunque no dudamos que Pedro Mártir refiere con verdad lo que decian en Castilla, y no lo que él por sus ojos veia, por eso, en todo lo que dice en sus Décadas, cuando concurre favor de los españoles con perjuicio de los indios, ningun crédito se le debe dar, porque todo lo más es falsedad y mentira. Manifiesto es que Badajoz no le habia de decir la gran maldad y bellaquería que á Paris hizo, porque en la frente llevaba escripta su confusion, su desvergüenza é injusticia, por cualquiera que fuera hecho de las dos vías, y por aquella causa refirió el hecho de los desventurados indios, y encubrió el suyo, del cual las obras que de atras venia haciendo, que áun el mismo Pedro Mártir refiere, eran verídicos y suficientísimos testigos. Que Badajoz fuese el informador de Pedro Mártir en lo susodicho, fácil cosa es de creer, porque en Zaragoza de Aragon estuvo Badajoz el año de 518, cuando Pedro Mártir fué rescibido por del Consejo de las Indias, y yo fuí presente y lo vide. Contando el hecho de Paris, fué de esta manera, que vistos y padecidos los daños que Badajoz le habia hecho, y el nefario desagradecimiento que por tan buena obra le habia tenido, juntó sus gentes todas, y á cabo de dos ó tres dias los alcanzó en uno de sus pueblos, que llevaban sus 130 ó 40.000 pesos de oro, que nunca hasta entonces sc habian otros tantos, ni con la mitad juntos, visto, y escondidos en un monte, mandó el Cacique echar un indio como que á pescar ó cazar iba; ya sabia que luégo le habian de prender y preguntar y áun atormentar como solian, sino les decian lo que querian. Tomado el indio, preguntáronle cúyo era y de dónde y

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