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chas y notables cosas sobre esta materia. Yo lo hice así, visitélo de su parte y mostréle la carta, y respondióme: «Decid á su señoría que ya le hé yo dicho, que es bien que echemos aquel hombre de allí.» Esto dijo por Pedrárias. Así que fueron extrañas las matanzas y destrucciones y número de esclavos, que aquel licenciado Espinosa en aquella su salida hizo; por lo referido y por lo que se referirá, será lo dicho bien entendido. Destruido Comogre y Pocorosa y todos los demás de aquellas provincias, pasó Espinosa, y con él el espíritu de Pedrárias, á la tierra del cacique Chirú, y por tomar descuidado al cacique Natá y prendelle, fuése adelante con la mitad de la gente, y dió en su pueblo de noche, y huyó el Cacique; recogió su gente y vino á resistirles con grande alarido, pero vistos los caballos que nunca habian vido, pensando que los habian de despedazar y comellos, pónense todos en huida. Mandó luégo hacer Espinosa en la plaza del pueblo un palenque de madera, que para contra indios era como Salsas para contra franceses; viendo el triste Natá que allí hacian asiento y que no bastaban ya sus fuerzas para resistilles, vínose sin armas á poner en su poder acompañado con unos pocos de indios. Teniendo nuevas de dónde y cómo estaba el cacique Escolia, envió á un Bartolomé Hurtado, con 50 hombres, para que de noche lo saltease y prendiese, y así lo hizo. Estos ansí tenidos, el uno preso, y el otro á más no poder venido, dejó las espal das seguras, y caminó para la tierra de Cutara ó Paris, y llegó á un rio de Cocavira, donde le decian que tenia el oro allegado que habian tomado á Badajoz para restituírselo, porque, diz que, le decian sus mujeres que, por volver á lo cobrar, los cristianos habian de destruille. Iba Diego Albitez, con 90 hombres, delante descubriendo la tierra, y vido estar á la entrada de un monte obra de 20 indios con sus armillas, y arremetió á herillos; los indios pelearon contra ellos varonilmente, aunque desgarrados con las espadas. Salen luego del monte, á lo que juzgaban, sobre 4.000 indios, y el cacique Paris ó Cutara delante dellos, con grandísima grita; dan los unos en los otros y matan dellos con las espadas muchos, y ellos hieren de los

nuestros no pocos; unas veces los retraian hasta el monte, otras los indios ganábanles tierra, hasta que Espinosa con todo su caudal de gente vino, pero luego que vieron los caballos y soltaron los perros, no quedó hombre, que como si vieran al mismo diablo, que no huyese.

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TOMO LXV.

CAPÍTULO LXXIII.

Siguió Valenzuela con sus 130 hombres tras Espinosa, por montes y valles, con grandes trabajos, sin saber dónde andaba, los cuales, yendo muy afligidos y desconsolados, un dia en un monte ó çabana toparon con estiércol de caballos, el cual, segun se dijo, por la grande alegría que de vello rescibieron, todos lo besaron. Desde á pocos dias tiraron una noche ciertas escopetas que llevaban, y oyólo Bartolomé Hurtado, que habia enviado Espinosa á robar comida y todo lo demas que les faltaba, estando la tierra de Paris, como toda la gente de la provincia andaba, huyendo y puesta en armas. Fué Hurtado al sonido de las escopetas, y finalmente se encontraron, y fué inestimable el gozo que unos de otros recobraron. Fueron á juntarse todos con Espinosa, donde de principio lo renovaron, estimando que ya eran tan poderosos que, para resistirles cosa que quisiesen acometer, toda la gente de la tierra firme no bastaba. Tenian nueva que en el pueblo ó tierra del cacique Quema, que debia ser vasallo de Paris, tenia el oro que habia tomado á Badajoz, guardado, para lo cual mandó Espinosa á Diego Albitez que con 60 hombres fuese á buscallo; saliéronles á resistir los súbditos de Quema, muy feroces, haciendo de sus alharacas, pero Diego Albitez díjoles que no venia á hacelles mal, sino á tratar amistad con ellos, por tanto que dejasen las armas. Persuadidos por sus palabras, creyéronlo y vinieron luégo dellos tres capitanes sin armas; rescebidos con amor y placer, preguntóles que dónde estaba ó tenian el oro que Paris á Badajoz habia tomado, dijeron que no sabian y que no tenian tal, llevólos consigo á Espinosa, el cual, interrogándolos con dulces palabras, y ellos negando, no supe que los atormentasen, pero era ésto tan ordinario que nin

guna duda me quedó de que á tormentos les hicieron decir dónde el oro estaba. Envió con ellos 20 hombres, y, en obra de dos horas, tornaron con el oro llenas cinco petacas; díjose que cabrian en ellas 80.000 castellanos. Todavía Espinosa, deseoso de haber lo que faltaba, pasó adelante á la tierra del cacique Chicacotra, donde no ménos estragos creo que hizo, segun la costumbre y fin que llevaba. Estuvo por allí hasta que pasaron todas las aguas, que es, como se dijo, el invierno de aquella patria, porque hallaron en aquella provincia de bastimentos grande abundancia; de donde comenzó á poner en obra su tornada para el Darien, con su presa tan deseada y amada. Trujo, como dije, 80.000 pesos de oro de lo que Badajoz habia robado, y Cutara ó Paris le habia justamente despojado; por entónces bien, segun creo, faltaron más de 50.000 castellanos, de los cuales, despues, más de los 30.000 se recobraron, como se dirá, y al cabo no dudo todos no haberse escapado de nuestras manos. Trujo tambien consigo Espinosa y metió en el Darien más de 2.000 esclavos, con la justicia hechos que andaba las gentes pacíficas, quietas en sus casas, inquietando, robando y cruelmente matando. Y para que ésto ansí parezca, sin que de mí sólo salga, quiero aquí referir las palabras que Tobilla dice, seglar, y uno dellos, que anduvo despues en aquellos pasos, como dije, y que asaz favorece aquellas entradas, en una historia que quiso hacer y llamó Barbárica, y que parece haber muerto en aquella simplicidad no sancta. Este dice así hablando de Espinosa en aquella jornada, y tocando de los esclavos: «Traia largos 2.000 captivos, que, para llevarlos los mercadantes á la Española, valian entónces muchos dineros, de donde nasció la tan presta como miserable caida que estas infinitas gentes dieron, pues, con la cudicia del mucho oro que por ellos en el Darien los tractantes les daban, todo el tiempo que fuera de sus muros se veian, así al de paz como al de guerra ponian en hierros; andando tan sin freno esta osadía entre los compañeros y los mismos Capitanes, que así compraban las mercaderías con sus aprisionadas gargantas, como si fueran la

misma moneda, sin haber ninguno de tanta consciencia que se parase á mirar si era esclavo justamente, aunque segun la injusticia con que todos lo eran, bastaba saber que la cudicia causaba su cautiverio, no embargante que para mí tengo no ser ménos excusa el ejemplo que Pedrárias les daba, pues en su mayor contentamiento jugaba al ajedrez la libertad de aquellos más que miserables.» Estas son palabras de Tobilla formales. Jugaba Pedrárias sus 50 y 100 esclavos, y quizá 500, como otros Gobernadores despues hicieron, por ventura por su ejemplo, de los que le habian de caber de su parte, que habia de enviar á saltear. Llegó pues el licenciado Espinosa con el oro recobrado, y tantas gentes hombres y mujeres, niños y muchachos como corderos atraillados, al lugar donde se habian al oro ó dinero de sacrificar, gimiendo y llorando, que en vellos bien pudiera cualquiera hombre de razon tener motivo de llorar, dejando 40.000 ánimas en los infiernos plantadas. Llegó Diego Espinosa, de las dichas hazañas autor, al Darien muy triunfante; el gozo y alegría que rescibió Pedrárias, y el regocijo de todos los demas que tenian en ello todos parte, aunque entrase con ellos el señor Obispo y clérigo ó clérigos que iban en la compaña, bien se puede adivinar. Sólo el triste de Badajoz debió quedar sin parte, pues anduvo en la corte cuando dije con harta necesidad, y entonces, de verse quedar con los trabajos solos y del oro tan sin medrar, debiera irse á Castilla desganado. Verdad es que tenia con que bien se consolar cuando pensase, que no solamente ante el juicio de Dios le habian de ser demandados las muertes, escandalos, males y daños, y aborrecimiento de la fe y religion cristiana y perdicion de las ánimas, que él con los suyos causó, pero tambien todos los que por ir á cobrar el oro que él perdió cometió el licenciado Espinosa, porque aunque si él no lo hobiera comenzado y sido la dicha causa, otros habian de ir á robar y cometer los ya señalados males, segun el ansia é insensibilidad de Pedrárias y de todos los que con él estaban, pero quizá no fueran tan temprano, ó no hicieran tan enormes daños, y entre tanto Dios quizá proveyera de algun obstáculo al mal, y

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