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dustria propia, impiden el curso del comercio, agregándose á ello la falta de marina mercante, y la limitacion de puertos habilitados para dar salida á los frutos. Facilidad en los transportes y multiplicados puntos de salida es lo que reclaman nuestro comercio y nuestra conveniencia, mas no han bastado hasta aqui las luces de la experiencia para aumentar el número de los puertos que la sabiduría del gobierno abrió al negociante en el año de 1778, quitando el monopolio que ejercia Cádiz, y que hoy se halla reducido á 12.

«Tantas faltas como las que se han cometido hasta aqui, y que han ocasionado el atraso mas ruinoso de los manantiales del poder, han debilitado nuestro comercio con utilidad de los extrangeros. Basta leer nuestras balanzas y los registros de las naves que frecuentan nuestros puertos para convencerse de su estado precario y miserable para nosotros, cuanto pujante para los demas. En una série constante de años la Inglaterra ha llevado las ganancias de su comercio de 360 á 500 millones de reales anuales, y España sus pérdidas de 429 á 493 millones, sin compensar sus descalabros con las posesiones de Africa, Asia y América; porque tal vez son mayores y mas funestos los defectos de la legislacion y del sistema de las colonias que el de la metrópoli....

«La agricultura en decadencia, las fábricas

ó arruinadas ó del todo paralizadas, el comercio interior encadenado por las leyes que debieran protegerle y fomentarle; el esterior detenido por el sistema fiscal y por las adquisiciones de la Inglaterra que en el Mediterráneo cierra las salidas de Cádiz con las escuadras que envia de Gibraltar; en los mares de la India con las que puede despachar desde Ceilan, y en las de América con las que abrigarán sus interesantes colonias de Trinidad y Jamaica; una deuda inmensa (1) que despues de haber arruinado el crédito público ocasiona sensibles sacrificios para su extincion; y las casas de comercio principales de España ó estenuadas por las necesidades del erario, ó embarazadas en sus negocios por efecto de la guerra, es el cuadro que presenta España en el año de 1801 cuando la paz viene á aligerar la pesada carga de una guerra, y el cual manifiesta los intereses políticos hácia donde debe dirigir el gobierno sus providencias, sacando al estado de tan triste situacion, y llevándole al colmo del poder, adonde le llaman naturalmente sus destinos.>>

(1) La deuda de España el año de 1801, sin contar la contraida en América, las cartas de pago de tesorería general pendientes por falta de pago, ni los capitalistas de obras pias, ascendia á 4108.052,771 rs. Diccionario de Hacienda en el mismo artículo.

Hé aqui un cuadro bien triste presentado oficialmente al gobierno con valentía y sin rebozo. A tan mísero estado se hallaba reducida la nacion por los desaciertos anteriores, por las guerras temerariamente emprendidas, sin contar con los necesarios recursos para atender á los excesivos gastos que pesaban sobre la monarquía. Comparando esta situacion á la que ofrecia en tiempo de Fernando VI y en los felices años del reinado de Carlos III, se ve claramente cuanto habia menguado la riqueza pública, y crecido las angustias del tesoro.

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CAPÍTULO XI.

Princípios del siglo XIX; elevacion de Bonaparte al poder; cesion que le hace el gobierno español de la Luisiana; relaciones nuestras con la corte de Roma, y caida de Urquijo; funesto ministerio de Caballero.

Al rayar la aurora del siglo XIX se hallaba á

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la cabeza del gobierno de Francia, con el título de primer cónsul, uno de aquellos hombres extraordinarios que todo lo abarcan en su "comprension ilimitada, la guerra, la política, la administracion..... un genio colosal que despues de haber llevado sus victoriosas armas hasta las pirámides de Egipto, vuelve á Francia, ahoga la anarquía, restablece el orden y el culto, abre las puertas de

Francia á los proscritos, ordena la administracion de justicia, concihe el gran proyecto de un nuevo código civil fomenta todos los ramos de la prosperidad pública, y une y amalgama en torno de sí todos los partidos.

Mientras se obraban estos prodigios en Francia nuestra corte cedia inconsideradamente al primer cónsul la Luisiana en cambio de la Toscana, para establecer en ella al infante D. Luis con el título de rey; y se hacian vergonzosas concesiones á la curia romana. El príncipe de la Paz en sus Memorias (1) dice que no tuvo parte en aquel tratado tal como se concibió, y como le celebraron por parte de la Francia el general Berthier, y la de España D. Mariano Luis de Urquijo, y añade lo siguiente. «Se juntaron dos circunstancias para que se ajustase aquel tratado como fue pedido; la una fue la inexperiencia del ministro y su flaqueza ante el prestigio que causaba Bonaparte; la otra el amor y la ternura de los reyes por sus hijos. Tal vez se añadió á esto en cuanto á Urquijo la esperanza de obtener la propiedad de su mando interino, recomendado y sostenido por la Francia. Como quiera que hubie

(1) Tomo III, cap. III.

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