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CAPÍTULO XXVIII.

Ministerio de Martinez de la Rosa.

SUMARIO.

Falta de entereza en el monarca.-Triunfan en las ciccciones las sociedades secretas. Nuevo ministerio-Carácter de las nuevas Córtes.-Discurso de su presidente Riego.-Lucha entre las Córtes y el gobierno.-Agitacion de los partulos estremos.-Jaime el Burbrdo.-Perturbacion social.-Buenos descos de Fernando VII.-Enojo de la oposicion.-Medidas terroríficas.-Osadia de las turbas. - Revolucionaria conducta de las Córtes-firotesca parodia de la Convencion francesa.-Conviértense las Cortes en una Junta popular.-Sus resoluciones democráticas -Sintomas de perturbacion al cerrarse.-Sublevacion de la Guardia Real.—1) Manuci Landáburu —Situacion crítica del ministerio.-Aspecto de la capital.-Interior de palacio.-El 7 de julio Dictadura del ayuntamiento - Farsa de reconciliacion entre el monarca y el general Riego. Juicio crítico del ministerio de Martinez de la Rosa.

La revolucion seguia su desenfrenada marcha alentada por las mismas maquinaciones de Fernando, que en parte tendian á esc maquiavélico ebjeto, y por la falta de energía y resolucion de la fraccion moderada..

Los poderes públicos se hallaban á la sazon desprestigiados y sin iniciativa.

Obligado al fin el monarca por los nuevos recuerdos de las disueltas Cortes á exonerar á sus ministros, despues de haber resistido por bastante tiempo sus inconstitucionales exigencias, hallábanse las riendes del gobierno en las inespertas é interinas manos de les oficiales mayores de las secretarías.

La falta de carácter de Fernando, exonerando á sus ministros en tan críticas circunstancias, y dejando desarinado al poder

ejecutivo ante la anarquía, fué una de las principales causas que precipitaron el curso de los desagradables sucesos posteriores.

Ya hemos indicado otra vez que, en la desesperada lucha de los partidos, solo unas Córtes sensatas podian servir de contrapeso á la revolucion; y así lo probaron las anteriores, cuya moderada mayoría se debió á la oportuna iniciativa del ministerio.

Abandonadas ahora las elecciones de las Córtes ordinarias á la influencia y actividad de las sociedades secretas, fué su resultado el que debia ser. Sus mas furibundos afiliados lograron el triunfo electoral, y vinieron á tomar asiento en las Córtes, capitaneados por Alcalá Galiano, Riego, D. Javier Isturiz, Bertran de Lis, duque de Rivas, Infante, Ruiz de la Vega, Escobedo, duque del Parque y otros demagogos, conocidos por la exaltacion de sus ideas y sus revolucionarias aspiraciones.

Abundaban en aquel Congreso los abogados, literatos, negociantes y propietarios, siendo escasos los militares y empleados, los aristocratas y los clérigos.

Reducido era tambien el número de los doceañistas á causa de la prohibicion de ser reelegidos y haber abundado en las Córtes anteriores.

Argüelles, Canga, Alava y Gil de la Cuadra eran los únicos. representantes de aquella fraccion; y aunque afiliados entonces al bando moderado, haliábanse dispuestos á unirse á sus contrarios en todas las cuestiones que afectasen á la Constitucion y á las reformas liberales por exageradas que fuesen.

Conocido el peligro por el rey, aunque muy tarde, trató de oponer á la influencia y poderío desorganizador de la nueva Asamblea un ministerio moderado, sinceramente constitucional y juicioso, que sirviese de dique á los peligros que se temian.

La eleccion entonces no pudo ser mas acertada. Los nombres de Martinez de la Rosa, Garelly, Sierra Pambley, Balanzat, Clemencin, Romarate y Moscoso de Altamira eran muy simpáticos desde el último Congreso para los hombres honrados y pacíficos. de todas las parcialidades, y no disonaban muy mal a los oidos de Fernando.

Desde el momento en que se encargaron del mando enarbola

ron su bandera con el lema de Vigor en el poder ejecutivo. Enfrente alzaba la suya la exaltada mayoría con este otro: Libertades públicas ante todo.

Las Córtes revelaron desde las primeras sesiones preparatorias sus tendencias y colorido.

Mientras sufrian injusta y violenta acusacion los poderes de los representantes del moderantismo, se aprobaba con marcada parcialidad la dudosa aptitud de los exaltados.

El nombramiento de Riego para presidente de las Córtes en su primer mes, fué un guante arrojado al monarca y á los conservadores. Los discursos de la regia sesion confirman esta verdad. Al contestar el presidente al discurso de apertura, concluia con esta alusion, que mas tenia de amenaza que de consejo: Las Cortes harán ver al mundo entero, que el verdadero poder y grandeza de un monarca consisten únicamente en el exacto cumplimiento de las leyes. »

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Ya no se podia dudar del carácter de aquella Asamblea, que con tan imprudente arrogancia inauguraba su existencia política, Sin esperar los primeros actos del gobierno para juzgarle, condenáronle ya en sus primeras sesiones, llevadas las Cortes de un espíritu de oposicion sistemática y de pandilla.

El ministerio de Martinez de la Rosa, apoyado por Argüelles, Valdés, Alava y otros diputados de nombre y prestigio, era naturalmente un obstáculo en la avasalladora marcha de la turbulenta mayoría. Todos sus esfuerzos, pues, debian limitarse á deshacerse á todo trance de los nuevos ministros y apoderarse del poder ejecutivo para poner en práctica sus desatentadas reformas, su demccrático gobierno.

Ya en la sesion del 6, con el fútil pretesto del órden en que debian leerse las memorias, que sobre su ramo respectivo habian presentado los ministros, hubo serios altercados entre estos y la oposicion, que presentó un voto de censura contra el de la Gobernacion de la Península, Moscoso.

Tanto en esta batalla como en las que sucesivamente le siguieron, aunque en menor número, llevaban ventaja los moderados por su esperiencia parlamentaria, su sagacidad en dirigir las

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discusiones y su elocuencia persuasiva, si no arrebatadora. Al reves sus contrarios. No obstante su inmensa mayoría en aquellas Córtes, salian con frecuencia derrotados por la impremeditacion de sus ataques, su inoportunidad en elegir terreno, y su ciego afan por entablar la lucha.

Encarnizóse esta con la devolucion, sin sancionar, de la ley de señoríos, aprobada en 7 de junio de 1821 por las Córtes anteriores. La oposicion se negó á modificarla, segun los deseos de la Corona, y la remitió de nuevo à la sancion.

Mientras iba arraigándose el odio, ó mas bien la antipatia de la Asamblea hacia el gobierno, los partidos estremos, cansados de conspirar, se disponian á combatir.

La trastornadora conducta de las Córtes, las tramas palaciegas, y los manejos de los agentes estranjeros, encaminado todo ello, aunque por distintas vias y diferente objeto, á soliviantar las pasiones populares y desacreditar por completo la causa liberal, producian en las provincias fatales consecuencias para el órden.

Barcelona, Valencia, Murcia, Pamplona, Cartagena, Sevilla, Cádiz y otras grandes poblaciones presenciaron frecuentes asonadas y punibles desórdenes, promovidos con insignificantes motivos por los mas ardientes patriotas.

Las escisiones entre el pueblo y la tropa eran muy frecuentes; las venganzas personales terribles. La agitacion y el desasosiego se habian señoreado del pais, y la mayoría inmensa de sus habitantes, que lloraban en secreto el lastimoso estado de la patria, deseaba vivamente la resolucion de aquel problema político y social, fuese cual fuese el desenlace.

Unos liberales, por miedo á la feroz reaccion con que se les amenazaba, otros impulsados de su inesperiencia y fanatismo, muchos por la especulacion de medrar en las revueltas, trastor naban hondamente la sociedad con sus ideas y desmanes.

El bando absolutista, por su parte, habia puesto en accion sus planes reaccionarios, encendiendo por distintos puntos la fatidica hoguera de la guerra civil.

Las facciones armadas crecian en número y audacia, adop

tando el antiguo sistema de guerrillas, y presentando alguna que otra vez la batalla en campo descubierto. La guerra iba siendo alarmante ya en el Principado catalan, invadido por las facciones de Misas, Mosen Anton, el famoso Trapense, el antiguo republicano Bessieres y otros cabecillas.

En Navarra se habian presentado el general Quesada, el brigadier Albuin y muchos jefes, guerrilleros de la guerra de la Independencia. Las facciones se corrian á Aragon, llegaban á la Rioja, alzaban su pendon en la Mancha, y hasta algunas veces en Castilla, sin que se pudiese contar en España con provincia donde no prendiese alguna chispa del incendio.

El clero bajo tomaba una parte activa en estas sublevaciones, capitaneadas algunas de ellas por individuos de esa clase: Los frailes capuchinos de Cervera hicieron fucgo á las tropas constitucionales, que perseguian al Trapense, y tomado el convento, perecieron sus moradores al filo de las bayonetas de la irritada tropa que les negó el cuartel.

Hasta el fainoso bandido de la sierra de Crevillente, Jaime Alfonso, llamado el Barbudo, tomó parte en la contienda á favor del realismo, y recorria algunos pueblos de la provincia de Murcia, destruyendo las lápidas constitucionales.

Para aumentar los conflictos del gobierno, el Papa negaba las bulas de confirmacion á los señores Espiga y Muñoz Torrero, presentados el primero para el arzobispado de Sevilla, y para el obispado de Guadix el segundo, sin alegarse mas pretestos que sus opiniones emitidas en el seno de las Cortes.

La perturbacion era general. El demonio de la política recorria toda la nacion, agitando la tea de la discordia é inflamando con su soplo de fuego en el corazon de los partidos las pasiones mas insensatas, los instintos mas sanguinarios.

Era una sociedad en estado de disolucion. La anarquía en las Córtes, la revolucion en las ciudades, la guerra civil en los montes.

El gobierno hacia inauditos esfuerzos por contener aquella inundacion, que amenazaba devastarlo todo. Pero en el estado • de las cosas y de las personas, no habia ya medios humanos que impidiesen ni aun que dilatasen la catástrofe.

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