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CAPITULO XXIX.

Ultimas Córtes de 1823.

SUMARIO.

Nombramiento desacertado.-El gran Oriente.-La guerra civil.-La regencia de Urgel.--Persecucion en las provincias.-Ejecución de Goiffieux.-Jurídico asesinato del general Elío.-Anárquica situacion del reino.- Reunion de las Córtes estraordinarias. - Dictadura civil.- Desarrollo del elemento democrático. Intervencion francesa.- Conveniencia de su objeto.-Cuestion de las notas. --Revolucionaria conducta del ministerio.-Ceguedad de las Cortes.-Caminos que podian seguirse.-Estracto de las notas diplomáticas y su contestacion. Ålucinacion de los constitucionales.-Transaccion entre los diputados.-Notable sesion del dia 11.-Estracto de algunos discursos. - Son llevados en hombros por la multitud Argüelles y Galiano. - Semejanza de aquellos debates con otros de las Cortes de Cádiz.-Desigualdad entre los revolucionarios franceses y los españoles.-Sigue Fernando su doble juego.Rompimiento con las naciones.-Acuérdase la salida del rey y del gobierno de Madrid.-Proyectos de los distintos partidos.-Furiosa asonada en la corte.-lavaden las turbas el Palacio, é insultan á los reyes-Pilesc el destronamicato de Fernando VII.-No se respetan las regias prerogativas.-Salida del rey y de las Córtes para Sevilla.

Hemos llegado á las últimas escenas del funesto drama de 1823; al principio de aquel sangriento desenlace que concluyó con la in vasion de 100,000 franceses.

Compuesto el nuevo ministerio de los mas influyentes afiliados en la sociedad masónica, que se apoderó por completo de las riendas del poder, no tenian los nuevos gobernantes esa reputacion de hombres de gobierno ni esas dotes de mando, tan necesarias en épocas de disolucion social como aquella, en que las buenas ideas y los poderes públicos hallábanse por tierra, hollados y pisoteados por todos los partidos.

Era los nuevos ministros San Miguel, Gasco, Lopez Baños,

Egea, Benicio Navarro, Badillo y Capaz, hombres nuevos en la vida política y parlamentaria, sin cualidades de mando, si bien poseian algunos talento y travesura, como San Miguel, Gasco y Navarro.

Con solo manifestar que el primero pasó de coronel á ministro de Estado, se comprenderá fácilmente lo desacertado de aquellos nombramientos, que no por caer en personas de conocimien tos y honradez dejaba de ser anómalo é inconveniente el colocar el timon del Estado en manos inespertas y poco autorizadas.

Pero ya hemos indicado que el rey tuvo que someterse á ese ministerio impuesto por la triunfante dictadura del ayuntamiento que, aconsejado y dirigido por el Gran Oriente masónico, impuso su voluntad en aquellos dias al rey y á la nacion.

Los nuevos ministros, llamados por los liberales los siete patriotas y apellidados en los conciliábulos de la corte, que se vengaba de ese modo, los siete niños de Ecija, instrumentos dóciles del espíritu intolerante y democrático de las sociedades secretas, precipitaron los sucesos y prepararon la comun catástrofe.

En vez de contener á la anarquía, la empujaban con sus medidas patrióticas, como la apertura y organizacion de las sociedades; en vez de debilitar la reaccion, la daban nueva vida con sus terroríficos decretos.

La guerra civil, sangrienta y organizada, se señoreaba ya de toda la península. Y no eran cortas partidas ni cabecillas oscuros los que levantaban en las provincias el estandarte de la rebelion.

Quesada, Eroles, Bessieres, Samper y otros generales condu-cian divisiones que lidiaban en línea, que tomaban por asalto la Seo de Urgel, que sitiaban á Valencia, que batian al ejército constitucional en Brihuega, y amenazaban á la misma capital.

Parecia aquello un remedo de la guerra de 1810, en que los liberales representaban el papel de los franceses, existiendo para mas semejanza una regencia que, así como entonces la de Cádiz, se proclamaba ahora desde los Valles del Pirineo gobernadora del reino durante la cautividad de Fernando VII.

Formaban la regencia de Urgel el obispo Creus, el marques de Mataflorida y el baron de Eroles. Al dia siguiente de su insta

lacion, 15 de agosto de 1822, circuló por el reino una proclama en que á nombre de Fernando VII y durante su cautividad, como era moda decir entonces, se establecia por la regencia el gobierno absoluto en la forma que habia existido hasta el 9 de marzo de 1820.

Tambien el poder de las circunstancias y la fuerza de los desengaños habian introducido la division y la duda entre los partidarios.del realismo. Representante el baron de Eroles del partido absolutista moderado, y con mas cordura y sagacidad, publicó por separado un manifiesto á los catalanes, cuyos párrafos principales creemos dignos de insercion por el buen juicio, por la templanza y por la moderacion con que están escritos.

Tambien queremos Constitucion, decia; queremos una ley estable por la que se gobierne el Estado; pero queremos al mismo tiempo que no sirva de pretesto á la licencia ni de apoyo á la maldad; queremos que no sea interpretada maliciosamente sino respetada y obedecida; queremos, en fin, que no sea amada sin razon, ni alabada sin discernimiento.

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» Para formarla no iremos á buscar teorías marcadas con la sangre y desengaños de cuantos pueblos las han aplicado, sinó que recurriremos á los fueros de nuestros mayores; y el pueblo español, congregado como ellos, se dará leyes justas y acomodadas á nuestros tiempos y costumbres bajo la sombra de otro árbol de Guernica.

El nombre español recobrará su antigua virtud y esplendor, y todos viviremos esclavos, no de una faccion desorganizadora, sino de la ley que establezcamos. El rey, padre de sus pueblos jurará entonces nuestros fueros, y nosotros le acataremos debidamente...

Estas prudentes y salvadoras doctrinas, que profesaban ademas Quesada y otros emigrados de influencia, se olvidaron mas tarde, ó fueron acogidas con desprecio por los que debian practicarlas.

En las poblaciones habia levantado al mismo tiempo la revo-. lucion su negro estandarte de tiranía y de desórden. El terror y' los motines eran el santo y seña de las sociedades secretas, directoras de la nueva política...

En Cádiz se celebraba el nuevo cambio con asonadas populares y sus escesos consiguientes. En Santander se sublevaban las turbas y allanaban las casas de los llamados serviles. En Barceluna, despues de quemar públicamente por mano del verdugo el manifiesto de la regencia de Urgel, cran encerradas en la ciudadela, á peticion de la turbulenta plebe catalana, y embarcadas al dia siguiente para Mahon, Mallorca é Ibiza, mas de sesenta personas de lo mas notable, sin otro delito que sus ideas de órden y moderacion, y sin otro derecho que el capricho de las turbas.

Iguales destierros y persecuciones se repitieron en Vich, Tarragona, Tortosa y otras poblaciones, dando el nombre de libertad á la mas horrorosa servidumbre; pues destrozada la Constitucion y violada la seguridad personal, quedaban los españoles mas beneméritos á disposicion del vulgo, que tan crudamente los humillaba ahora, y que no tardaria en cometer iguales atropellos en nombre del absolutismo.

En Madrid caminaba la anarquía por esa misma senda de perdicion y de ruina. El rey vivia en su palacio con visos de prisionero, y hasta el ayuntamiento se oponia à su traslacion á San á Ildefonso, y le exigia la mudanza de toda su servidumbre, enviándole una representacion de los mas fogosos tribunos, que entre otras cosas decia: Sepa el rey que tal es la voluntad de los patriotas de Madrid.»

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Autorizando el gobierno con su conducta aquel sistema de imprudente persccucion, toleraba que se prendiese en las provincias á los desterrados palaciegos, como los duques del Infantado y Castro-Terreño; á las principales autoridades del gobierno anterior, entre otras San Martin y Morillo; y que el fiscal que instruia la causa de los acontecimientos de julio, dócil instrumento de la faccion masónica, diese tambien la órden de prision contra Martinez de la Rosa, Garelly y sus compañeros.

Tal era la debilidad del ministerio y tal la tolerancia de las autoridades de la corte, que no pudieron evitar la ejecucion del jefe de la Guardia Real sublevada D. Teodoro Goiffieux, que hallándose comprendido en la capitulacion, fué condenado y sentenciado por exigencias de la fanática muchedumbre.

Pero donde mas adelante se llevó aquel horrible sistema de las ejecuciones populares fué en Valencia.

En los calabozos de la ciudadela yacia desde 1820 el general Elío, victima señalada desde entonces por la ira del populacho. Instrumento principal de la reaccion de Fernando en 1814, habíasé distinguido ademas en aquella época como capitan general de Valencia en adoptar medidas de escesivo rigor contra los conspiradores valencianos.

Envuelto en el proceso de la sublevacion de los artilleros, fué sentenciado á garrote por el consejo de guerra, formado por oficiales de la milicia nacional.

Pública era y se hallaba probada en la misma causa su ninguna complicidad en tan descabellado proyecto; pero las pasiones políticas dominaban el corazon de los enemigos de Elio, y solo la sangre podia calmarlas.

Se queria la víctima sin pararse en los medios, sin acordarse que el riego de sangre scca las raices de la libertad, corroe y marchita su verdura y acaba por matar el árbol.

Para llevarse á cabo tan inferual é injusta sentencia, faltaba la aprobacion del comandante general de la provincia. Antes de deshonrarse, autorizando con su firma un jurídico asesinato, puso su renuncia el pundonoroso jefe que mandaba en Valencia, é igual conducta siguieron los que por su graduación se sucedieron en el niando.

Admitido este por el teniente coronel D. Vicente Vallterra, hombre mas que débil culpable, sancionó con su firma aquella iniquidad política, y el desgraciado general fué arrastrado al cadalso rodeado de puñales y entre los vengativos aullidos de la plebe, que años antes le vitoreaba y enaltecia.

Los jefes constitucionales incendiaban, saqueaban y destruian poblaciones enteras por su apatía ó adhesion á las facciones realistas.

La nacion presentaba en aquel tiempo la imágen de la desolacion y el esterminio.

El rey, conspirando ó dejando conspirar en pro de la guerra civil; el ministerio, empujando ó mas bien dejándose arrastrar de

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