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desórden, que envalentonados con su triunfo, cometian toda clase de tropelías por los caminos y las poblaciones, era esa rebaja del servicio un poderoso aliciente para que otras tropas se sublevasen en adelante en sentido contrario.

Tambien fué impolítica la promocion á generales de los comandantes que se pusieron al frente de la insurreccion, porque se daba á aquel suceso el carácter de una conjuracion de ambiciosos, se relajaba la disciplina y se abria la puerta á modernas y peligrosas rebeliones, ahogadas en sangre unas, premiadas otras en mengua de la lealtad y en perjuicio del sosiego y el órden de la nacion.

Aquellos escandalosos ascensos fueron á no dudarlo el orígen verdadero de esas innumerables sublevaciones de los tiempos modernos, realizadas por lo comun, sin otro objeto que satisfacer las ambiciones de unos pocos con un entorchado ó una cartera ministerial; premio generalmente de una traicion, de una deslealtad, de un crímen.

Sublevaciones asquerosas que, desmoralizando al ejército, han trastornado la sociedad y dado á la política ese tinte de fuerza y de coaccion, que no debe tener, y á ciertos gobiernos el carácter de dictadores.

Sublevaciones creadas por el inmoderado deseo de goces materiales; por ese afan de medrar en poco tiempo, que es la enfermedad del siglo XIX; por esa insaciable ambicion de algunos militares, faltos tal vez de mérito y de valor para ganar sus grados en el campo de batalla; sublevaciones sofocadas ó triunfantes á espensas de la sangre del pobre soldado ó de las crédulas turbas populares, con la que comercian vil é inhumanamente sus ambiciosos jefes ó directores.

¡Desgraciado pais aquel en que el trono y la libertad se proclamen y sostengan por la fuerza de las bayonetas ! Ni la libertad ni el trono, así sostenidos y proclamados, serán provechosos y duraderos, ni en ese pais habrá otra cosa que tiranía y desgobierno.

¡Estéril y odiosa política será siempre la que se imponga á balazos! Los derechos ó los deberes, que se escriben con la punta

de un sable, suelen borrarse las mas veces con la sangre de los mismos que los escribieron.

La revolucion, que era democrática el año 10, convirtióse en demagógica el año 20. Ya no dominaba en la nueva política aquel espíritu reformador, que todo lo discutia y analizaba todo. El de la segunda época constitucional era ese espíritu revolucionario, que destruye, que sintetiza y ejecuta.

No era ya tampoco aquel liberalismo exageradamente popular, que tenia por norte de sus innovaciones el bien y la felicidad de los mas. El liberalismo del año 20 era esclusivista y de pandiIlaje: era el liberalismo personal, no el ideal: el liberalismo de los hechos, no el de los principios.

La organizacion de la milicia nacional y la pública instalacion de las sociedades patrióticas dieron á la situacion del año 20 un tinte de revolucion francesa con sus jacobinos y sus secciones armadas.

La milicia nacional que tuvo su origen en el alzamiento de 1808, era una institucion tan útil y necesaria entonces, como perjudicial é inoportuna fué despues.

En la primera época era una milicia, verdaderamente de la nacion, que defendia el órden en las poblaciones, que guarnecia sus murallas y rechazaba de ellas á los enemigos, que salia á batirse en union del ejército, y que hacia siempre su penoso servicio dentro y fuera de sus hogares, sin promover asonadas, sin defender á ningun partido, sin mezclarse para nada en los asuntos y en la política del gobierno.

Como representaba al verdadero pueblo, armado únicamente para la conservacion del sosiego público y la defensa de la propiedad, no se le permitia mas uniforme que una escarapela encarnada, y en vez de averiguar las ideas políticas de sus individuos, se averiguaba solamente si eran honrados.

Bajo ese punto de vista, y en la precision de sostener una fuerza armada en las poblaciones, necesidad que no admitimos en ningun tiempo ni en ningun sistema, no existiendo una guerra como la del año 8, abogaríamos por la formacion de una milicia que, basada en la honradez y garantías sociales del individuo,

sin organizacion militar, y con jefes nombrados por la autoridad superior de entre los vecinos mas aptos, sirviera para la persecucion de malhechores, para el mantenimiento de la tranquilidad local y para evitar y contener esos ridículos motines del pueblo bajo, que poner en graves conflictos en determinadas épocas á las autoridades y á los pueblos.

Esa verdadera milicia urbana, compuesta de gente honrada y de posicion social, serviria á buen seguro de antemural contra la tiranía del poder, y de dique á los escesos del populacho.

Independiente, por componerse de gente acomodada, y agena de ambiciones, por el mecanismo de su organizacion, ni se doblegaria nunca á las exigencias del poder, ni cederia tampoco á los halagos y amenazas de los revoltosos.

Vendria á ser una institucion de inmenso poderío é influencia, pues componiéndose de cuantas personas tuviesen que perder en las poblaciones, los gobiernos respetarian su opinion y su fuerza, pasivamente anunciadas, y los revolucionarios encontrarian en ella un obstáculo insuperable para sus maquinaciones y trastornos.

Esa milicia, formada por los hombres acomodados de todos los partidos, no seria en ningun caso revolucionaria, pues nadie querria poner en peligro sus intereses; y sin organizacion militar, sin espíritu político, sin carácter de corporacion, tendria que ser una fuerza pasiva con muchos medios para hacer el bien y sin ninguno para hacer el mal. Pero repetimos que aun así la creemos inútil siempre, pues para guardar los públicos intereses y sostener el principio de autoridad, la fuerza mas conveniente es la fuerza militar, civilmente organizada, como se encuentra hoy dia.

No fué de índole pacífica ciertamente la milicia nacional de la segunda época, ni mucho menos las que luego le han sucedido. Aquella institucion, como las posteriores, fué solo una milicia de partido; instrumento como siempre de unos cuantos ambiciosos á quienes sirve de escalon para medrar, y á cuya tolerante sombra se fraguaron todos los motines populares.

Milicia de partidarios armados, que ahsorbe en su seno lo malo de la clase baja, y cuyo elemento pervierte y desacredita á

la misma institucion. Fantasma popular colocado delante del trono para amedrentarle, ó detras del pueblo para azuzarle y comprometerle.

La milicia nacional de 1820 á 1823 compuesta de constitucionales, que adornaban sus sombreros con cintas verdes los partidarios de Riego, y con moradas los de Padilla, y las milicias dę ahora, formadas de liberales en 1834, de exaltados en 40, y de demócratas en 54, no han producido mas que trastornos, por lo mismo que eran milicias de partido, y de partido intolerante y exigente, por lo mismo que estaba armado.

Otro elemento de revolucion mas trascendental y temible se desarrolló con la inauguracion de la segunda época constitucional.

Hablamos de las sociedades patrióticas establecidas públicamente para discutir sobre materias políticas, sirviendo de eco á las sociedades secretas que produjeron la insurreccion de la Islay que se hallaban á la sazon perfectamente organizadas.

En el antiguo y célebre café de Lorencini se reunian por entonces los mas fogosos patriotas, y encaramados sobre una mesa esplicaban y comentaban el derecho político en sentido revolucionario ante un público de desocupados y curiosos, que aplaudian ó silbaban á rabiar, segun las circunstancias y el mérito de tan grotescos tribunos.

Allí se hablaba de todo; de cosas y de personas. Con su presidente, sus secretarios y su reglamento, la sociedad patriótica de Lorencini aprobaba ó desaprobaba las primeras providencias de Fernando VII, presentando proposiciones y tomando acuerdos á manera de un Congreso legítimamente constituido.

Ridícula parodia de los meetings ingleses y de los jacobinos de Paris; mas ridícula por ciertas gentes que en ella tomaban parte y por los ademanes y lo grotesco de su oratoria.

No contentos los patriotas de Lorencini con desbarrar libremente y á todas horas, haciendo uso, ó mas bien, abusando de uno de los principales derechos políticos y el mas delicado, el de asociacion, quisieron ser poder é influir directamente en la nueva política. A este objeto, instigados por los jefes de las sociedades

secretas, declamaron fuertemente en los primeros dias contra los deseos del monarca de nombrar un ministerio conciliador, que sirviese de término medio entre vencedores y vencidos.

Tambien condenaron públicamente y acordaron representar contra el prudente y político decreto que abria las puertas de la patria á los afrancesados, valiéndose para ejercer su influencia y su coaccion de El Conservador, primer periódico revolucionario que se publico despues de la mudanza de 1820, y que venia á ser el diario oficial de la sociedad y el principal representante de la prensa.

Ese papel, mal escrito y peor pensado, desatóse en improperios y groseros insultos contra las personas escogidas por el rey para el nuevo ministerio, y sobre todo, contra los expatriados partidarios de José Bonaparte, obligando á la Junta á proponer

el nuevo gobierno á los corifeos del bando constitucional, y la derogación del decreto de amnistía en favor de los afrancesados. Restituidos ya muchos de estos á la península, prohibióseles pasar el Ebro, dejándolos en provincias desconocidas; y faltos completamente de recursos, y teniendo que regresar casi todos á pais estranjero á continuar su vida de padecimientos y miseria, burladas inhumanamente sus esperanzas de abrazar á sus familias y recobrar sus bienes.

Tan injusta y arbitraria medida trocó en enemigos de la Constitucion á los afrancesados, que pudieron haber sido muy bien, por sus ideas reformadoras, hábiles y entendidos partidarios, y despertó en ellos desde entonces un enconado odio á la causa li beral; odio de trascendentales consecuencias por ser gente ilustrada y de prestigio.

Envalentonados con su influencia los jacobinos de la Puerta del Sol, donde se hallaba situado el café, trataron de hacer alarde de su poder midiendo su estension en la política.

El nombramiento del marques de las Amarillas para ministro de la Guerra habíales descontentado sobremanera, y dirigiéronse á palacio en son de tumulto à exigir á los demas ministros la separacion de su compañero.

El ministerio, compuesto de los hombres mas notables de las primeras Córtes, entre los que descollaba por su fama y sus co

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