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CAPÍTULO XXXI.

Restauracion absolutista de 1823.

SUMARIO.

Bandera de la nueva restauracion. La guerra en los pueblos. Tropelias de los restauradores.-Retroceso de la sociedad -Famoso decreto de proscripCion.-Marcha triunfal de Fernando.--Degradacion de la plebe.-Influencia de la milicia realista.- El Angel «sterminador.-Abusos del clero.- Parcialidad de Luis XVIII -Infundada escusa de Chateaubriand - Oportunos consejos del rey de Francia.-Division de los absolutistas.-El infante D. Carlos-Ley de sospechosos.-Comisiones militares permanentes.-D. Francisco Tadeo Calomarde.-Balanza sangrienta.-Represion de la prensa absolutista.-El escudo de fidelidad. -Resistencia del rey al restablecimiento de la Inquisicion.-El baron de Eroles y el obispo de Leon. - Medidas arbitrarias.--El ministro de Hacienda Ballesteros.-Su sistema rentístico.-Proscripcion disfrazada. - Zea Bermudez.--D. Javier de Burgos. - Desgraciada espedicion de Valdés.-Proclámase de nuevo la ley del terror.-La época de Chaperon.-Nuestra historia contemporánea.-Inhumana circular de octubre de 1824.-Rigorosa declaracion de 19 de abril de 1825.- Nobles esfuerzos de los absolutistas moderados.-Es refrenado el partido furibundo. — Plausibles medidas del gobierno. - Vacilaciones del monarca.-El Empecinado.La negacion en el poder. - Tardía prevision del rey.-Ilusiones de los emigrados.Inoportuno desembarco de Bazan. -Situacion política de la Europa.-Sistema de propia conservacion.-Nuevos enemigos de Fernando VII.

No parecia sino que la sangre del héroe de las Cabezas de San Juan habia servido para reavivar los instintos vengativos de los restauradores de la monarquía absoluta. Tal era el frenesí con que en la corte y en las provincias se perseguia á los constitucionales.

El emblema, el símbolo, la bandera de la nueva restauracion era únicamente la horca, que, como sistema politico del nucvo gobierno, se alzó fatídica y perenne en la plazuela de la Cebada.

A pesar de nuestro deber de historiadores, resistese la pluma

á consignar aquí los crueles y repugnantes detalles de aquella reaccion, condenada por la naturaleza, por la política y por el buen sentido.

No es posible dar una idea aproximada de las demasías de la plebe y de la intolerancia del gobierno, al realizarse el nuevo triunfo del absolutismo.

Apuntaremos, sin embargo, algunos hechos populares y algunas disposiciones del poder, para que se comprenda hasta qué punto llegaba el fanatismo político en las regiones absolutistas á últimos de 1823.

Conocidos por el imprudente decreto de 1. de octubre los intentos de violenta reaccion que abrigaba el gobierno restaurador, desatáronse hasta en las mas pequeñas aldeas las furias de la venganza popular, y empeñóse esa lucha doméstica, esa guerra de localidad, esa persecucion individual de vecinos contra vecinos y familias contra familias, orígen inmediato de las guerras civiles y perpetuo elemento de perturbacion y de discordia en el seno mas sagrado y profundo de la sociedad.

Es preferible mil veces una guerra civil, armada y en campo raso por sangrienta y devastadora que sea, que esa guerra sorda y personal que se establece en los pueblos en ciertas épocas, destruyendo para mucho tiempo todo gérmen de union, de prosperidad y de sosiego.

Las guerras armadas se terminan con una victoria; las luchas populares no tienen término nunca. En las primeras se evapora muy pronto la sangre que se derrama en el campo del combate. Como lo que se vierte en las segundas es odio, no se estingue jamas: porque se atesora en el corazon de los perseguidos, y se trasmite en las familias de generacion en generacion con el deseo de la venganza.

Esa guerra popular organizaron entonces los consejeros de Fernando VII con sus imprudentes y reaccionarias medidas.

y

Fascinada la plebe por las fanáticas peroraciones de clérigos frailes, asi como lo fué en la época anterior por los rabiosos demagogos de las sociedades secretas, lanzábase á cometer todo linaje de desmanes.

Un pañuelo, una cinta, un abanico verde ó morado eran causa suficiente para merecer la ira popular y ser arrastrado su ducño á un calabozo.

En la mitad del dia, en los sitios mas sagrados, no solo en las aldeas sino en las mas populares ciudades, se acometia y apaleaba bruscamente á los que habian pertenecido á la milicia nacional, llegando la barbarie en algunos puntos hasta el estremo de arrancarles á viva fuerza las patillas y el bigote, y pasearles por las calles principales con un cencerro pendiente del cuello y caballeros en un asno.

Mas de una heroina liberal fué sacada entonces á la vergüenza y en igual forma, trasquilado el cabello y emplumada.

La sociedad española, merced á la ceguedad de su rey, que no veia ó no queria ver la dusatentada conducta de su gobierno, retrogradó muchos siglos en el camino de la civilizacion; retrocedió á los mas bárbaros tiempos de la edad media, en que el capricho feudal y el exagerado espíritu religioso ostentaban en la sociedad su cetro de hierro, y ejercian su arbitrario poder con la crueldad mas refinada en mengua de la justicia, de la cultura y de la humanidad.

Pero ¿qué mucho se portase así el bando absolutista en su parte popular y plebeya, si el gobierno le trazaba la senda de aquellas tropelías con sus actos de venganza, de intolerancia y de sistemática persecucion?

Veamos, pues, lo que hacian Fernando y sus ministros desde el momento en que se encargaron del mando supremo para organizar la desquiciada sociedad, establecer un gobierno ilustrado y protector, como entonces mas que nunca se necesitaba, y elevar á la nacion española á la altura de grandeza y prosperidad á que la hacian digna sus gloriosas tradiciones, sus elementos constitutivos de riqueza y el carácter leal, valiente y generoso de sus habitantes.

Al anárquico decreto de 1.' de octubre, en que como en 1814 se anulaba todo lo hecho por el gobierno constitucional de los tres años, borrándolos de una plumada de la historia del tiempo, destruyendo inconsideradamente derechos é intereses con justo

título creados, é introduciendo en la sociedad la mayor perturbacion que puede introducirse, como es el ataque á la propiedad privada, se siguieron la sentencia de muerte y confiscacion de bienes de los tres últimos regentes, siendo de notar que dos de ellos habian aceptado el cargo por espreso mandato del rey, cuyas cartas autógrafas conservaban.

Como si aquella medida no indicase claramente la conducta que Fernando pensaba seguir con los vencidos liberales, publicó al llegar á Jerez el famoso decreto en que prohibia que durante su viaje á la corte se hallase á cinco leguas en contorno de su tránsito ningun individuo que en el reinado de la Constitucion hubiese sido diputado á Córtes en las dos legislaturas pasadas. secretario del despacho, consejero de Estado, vocal del supremo Tribunal de Justicia, comandante general, jefe político, oficial de la secretaria del Despacho; ó jefe y oficial de la estinguida milicia voluntaria; y ademas se les cerraba para siempre la entrada en la corte y sitios reales dentro del radio de quince leguas.»

Decreto de proscripcion general que comprendia á todas las personas notables del bando caido, y cuya persecucion en detall se encargaba á los corifeos reaccionarios de las provincias.

Seguia el monarca lentamente su marcha triunfal hacia la corte, recibiendo á cada paso estrepitosas ovaciones, mas estrepitosas que á su regreso de Valenzay, porque no era el entusiasmo monárquico como entonces, sino el frenesí político quien ahora las provocaba y dirigia.

Cada arco de triunfo, cada música, cada fiesta, cada aclamacion de la muchedumbre era para el corazon del monarca un nuevo recuerdo de las injurias y humillaciones pasadas; un peso mas que inclinaba la balanza del poder hacia el lado del despotismo.

La carroza era conducida, como en otra época al atravesar las poblaciones, por la entusiasmada plebe que, al revelar así sus hábitos de servidumbre y lo craso de su ignorancia, abdicaba para en adelante sus derechos políticos y su libertad.

Ni hubo entonces ni hay ahora ciudadanos en el pueblo bajo de España, por mas que otra cosa sostengan los partidos avanza

dos, que especulan de ese modo con la credulidad del populacho; pues pueblo que arrastra las carrozas de sus reyes en ciertas épocas, y se ha dejado pisotear en otras por el caballo de algun ídolo popular, que poco antes levantara en sus hombros hasta las mas altas regiones del poder, no es el mas á propósito para ejercer los derechos de ciudadanía; ejercicio que se funda únicamente en la instruccion y en la dignidad de las masas.

Por un camino de rosas, sembradas tal vez por los astutos consejeros de Fernando para que no viese las sangrientas huellas de la reaccion que le precedia, llegó este á Madrid, sin que su llegada pusiese término á las demasías de sus partidarios.

Si algun impulso de elemencia para los vencidos pudo germinar en el pecho del monarca, fué imposible su derrarrollo en la atmósfera de presion que le rodeaba.

Los voluntarios realistas, resucitados por la regencia de Madrid, y aumentados notablemente desde la salida del rey de Cádiz, constituian ya un poder que el gobierno y la corte temian y halagaban.

Mas poderoso, mas audaz y mas temible se alzaba en toda la nacion el poder del clero de ambas clases.

Dueño por su posicion en la sociedad de medios estraordinarios para dirigir á su antojo la opinion pública, tenia el clero ademas en su mano un arma poderosa en la sociedad secreta del Angel esterminador, estendida por toda España, y cuyo centro director de Madrid hallábase á cargo del resuelto y ya célebre obispo de Orense.

Así es que la restauracion del año 23 adquirió desde sus primeros dias ese tinte de fanatismo religioso que presta á la política á que se une un carácter de rudeza y crueldad, que de otro modo no tendria.

De tal suerte abusaba el clero de su influencia y prestigio entre las masas populares, en daño del partido liberal, que el gobernador eclesiástico de la diócesis de Barcelona decia al clero en su circular de 25 de noviembre, no obstante los peligros de la atribulada época en que escribia: «Se ha profanado la cátedra del Espíritu Santo con espresiones bajas, 'escitando al odio y á la venganza.»

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