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CAPITULO XXIV.

Córtes de la segunda época constitucional.

SUMARIO.

Apatía del ministerio en las elecciones.-Circunstancias en que conviene la intervencion del poder.-Política contradictoria de los ministros.-Debieron sacrificar la Constitucion al trono.-Moderados y exaltados.-Americanos. Tregua de los partidos.-Alboroto de los guardias de Corps.-Sociedad de la Fontana.-Alcalá Galiano.-Sesion regia.-Jura el rey la Constitucion. Hábil discurso del presidente de las Córtes.-Inoportuna peroracion puesta en boca de Fernando VII.-Medidas políticas y conciliadoras.-Otras medidas administrativas.-Justicia y generosidad de las Córtes.-Orden despotica del gobierno.-Original sistema de conseguir destinos.-Disolucion del ejército de la Isla.-Apuro del ministerio.-Llegada de Riego á la corte.-Su retrato hecho por Quintana.-Alboroto que promueve en el teatro.-Discurso de Riego.--Es derrotado en las Córtes el partido revolucionario.-Mezquino desabogo de los vencidos.-Notable sesion de 17 de setiembre de 1820.Estracto de los principales discursos.-Romero Alpuente.-Quiroga, mode. rado.-Frases elocuentes de Martinez de la Rosa.

El ministerio comprendió en parte su situacion y la del reino, y abrazándose á la bandera enarbolada el año 12, emprendió su marcha de estricta legalidad sin ladearse en sus movimientos por nada ni por nadie. Firme en su conducta hemos visto que prendió y formó causa á la comision del café de Lorencini, disolviendo en seguida la sociedad. Con la misma firmeza reprimió y castigó mas adelante los conatos de conspiracion en sentido absolutista, que se manifestaron en Zaragoza, Madrid, Sevilla y fronteras de Galicia.

Llevados los ministros de una mal entendida imparcialidad en la cuestion de las elecciones, dejaron abandonada á la opinion pública que, estraviada como sucede siempre en tiempos de agitacion, dió pésimos resultados para la misma causa liberal.

Las pasiones políticas triunfaron en la contienda, y numerosos individuos de las lógias masónicas se elevaron á la altura de

representantes del pueblo, sin mas méritos ni servicios que el diploma de su filiacion en las sociedades.

No se desprende de aquí que aboguemos por la coaccion ministerial. Todo menos eso. En tiempos normales, en épocas pacíficas en que los partidos no pueden abusar de su posicion de vencedores es una falta, es un crímen que el poder ministerial ejerza en las elecciones esa violencia, esa coaccion, esa tiranía escandalosa que con tanta frecuencia suele ejercerse en nuestro pais por todos los gobiernos.

Esa abusiva costumbre de intervenir directa y ostensiblemente el poder ejecutivo en la práctica de las elecciones anula la esencia misma del gobierno representativo; pues en vez de ser los Congresos los que de acuerdo con el trono formen los ministerios, son por el contrario los ministerios quienes por su propia voluntad y con sus malas artes forman los Congresos.

Así vemos Córtes ministeriales en vez de ministros parlamentarios; diputados del ministerio en vez de diputados de la nacion.

Por eso no hemos tenido nunca en España, esceptuando las Córtes constituyentes de 1810, Congresos españoles, sino Congresos de partido; de ahí esas mayorías inmensas, disciplinadas, que votan por sistema y no por conviccion, por interes de partido y no por conciencia política; de ahí esos Congresos de progresistas en masa, esas Córtes unánimes de moderados, que si realmente representaran á la nacion, era preciso convenir en que se hallaba esta dividida en varias naciones con los nombres de progresista, moderada, absolutista y democrática.

Solo así podrian comprenderse esos cambios radicales y frecuentes de la opinion pública en pro de contrarias ideas y de Congresos contrarios.

Pero si bien condenamos toda intervencion del poder ejecutivo, cuando el pais verifica tranquila y legalmente sus elecciones, creemos que es desacertada y hasta punible la indiferencia ó el aislamiento de los ministros en tiempos de agitaciones y revueltas.

Cuando en esas épocas los elementos revolucionarios de un partido, de una fraccion, de una pandilla sofocan la voluntad

electoral, deber es entonces de todo gobierno oponer á esa coac cion ilegal la iniciativa y los consejos; á esa fuerza extralegal y revolucionaria la influencia protectora del supremo gobierno, que ilustre la opinion pública, que defienda y garantice la verdadera voluntad de los electores.

Los ministros de 1820 no lo comprendieron así, y abandonando las elecciones al esclusivismo del partido vencedor, á la intolerancia y violencia de las pasiones exaltadas, dieron márgen á la formacion de un Congreso, el menos á propósito para aquella época. Congreso que en vez de conciliar irritaba, y en vez de organizar destruia. Congreso que reformaba con pasion, que declamaba con odio, que revolucionaba sin concierto, sin objeto, sin

causa..

Pronto juzgaremos sus actos, y probaremos con ellos y sus consecuencias la verdad y la exactitud de nuestras apreciaciones

Mucho contribuyó á la falta de circunspeccion de las nuevas Córtes la conducta exageradamente constitucional del recien nombrado ministerio conducta que dividió al partido liberal en exaltado y moderado, afiliándose necesariamente en el último los ministros, despues de haber escitado el espíritu revolucionario con sus tendencias y medidas gubernativas.

Queriendo sostener á todo trance la Constitucion, esto es, la revolucion de derecho, trataban de evitar la revolucion de hecho. Absurdo político que aquellos ministros no comprendieron.

Cuando el poder proclama ideas de desórden, sus adeptos las convierten siempre en hechos desordenados. Si los principios que defiende un ministerio son democráticos, la conducta de sus parciales democrática debe ser tambien; si son absolutistas, sus amigos é instrumentos deben ser absolutistas en su manera de obrar. Pero sostener una Constitucion medio republicana y pretender que los contitucionales fuesen monárquicos, solo pudo ocurrir á los inespertos y candorosos ministros de 1820.

Ministros de un monarca, tuvieron que defender los fueros de la monarquía, combatiendo ó mas bien conteniendo á la revolucion. No pudieron dejar de ser liberales moderados en la práctica. Lo prudente en aquella época era serlo antes en las ideas, en la

marcha política con que inauguraban el restablecimiento de la causa liberal.

Y esa moderacion en las ideas y en el gobierno debió mostrarse por ellos procurando legalmente la cleccion de liberales sensatos y conciliadores, á cuya deliberacion hubiesen sometido la reforma de aquella misma Constitucion, que la esperiencia y reflexion habian juzgado ya como impracticable por lo atentatorio á las regias prerogativas.

Pero sea que el amor propio de padres no les permitiese ver los graves defectos de su obra; sea, y es lo mas cierto, que el espíritu revolucionario de las lógias y del ejército constitucional empujase á los ministros, y ellos trasmitieran el movimiento á la junta consultiva y al monarca, lo cierto es que en lugar de someter á las Córtes la nueva forma que debia darse á la política, se la dieron por sí, restableciendo casi todo lo anulado en 1814; es decir, volviendo á 1812, como si los sucesos y la esperiencia de ocho años no tuviesen ningun valor en política, ni influyeran nada en la ciencia de la buena gobernacion.

Fernando VII, al volver de Valenzay, habia retrogradado á 1808, borrando seis años de la historia del tiempo; los gefes del bando liberal retrogradaron mas, borrando ocho años de la misma bistoria.

Sin embargo, se llamó retroceso á la conducta de Fernando, y progreso á la de los liberales. Mal puede progresarse en la política caminando hácia atrás, sin tener en cuenta los consejos de lo pasado, los adelantamientos de lo presente y las lógicas conjeturas de lo porvenir.

La precipitada conducta del ministerio aumentó la desconfianza y el resentimiento, que nunca se borraron del alma de Fernando, y que ahora se desarrollaban'fundadamente al comprender que nìo se queria conciliacion, pues no se hacia nada por granjearse su voluntad.

No somos de la opinion de los que creen que Fernando VII por contemplaciones y halagos no hubiese roto con los liberales al hallar ocasion propicia y segura; no. Fernando VII, por carácter, por tradicion, por costumbre, por educacion y por instinto no

hubiera sido voluntariamente monarca constitucional; pero, sin inferirle nuevos agravios, tratado con mas consideracion, con menos arrogancia por los liberales de 1820, al declararse otra vez absoluto, no lo hubiese hecho, á buen seguro, practicando una reaccion tan sangrienta como la de 1824.

En otra nacion mas ilustrada, mas política, mas democrática, no era aventurado sacrificar el trono á la Constitucion del año 12. Pero en la nuestra, donde la tradicion es ley; donde la generalidad de sus habitantes vive entregada á las faenas del campo, con marcada aversion al movimiento de los partidos; donde la monarquía es un artículo de fe y el rey un semi Dios; donde todavía se arrodilla el pueblo al visitar sus aldeas las personas reales; en ese pais, por mas que parezca herejía politica para algunos, debió sacrificarse entonces la Constitucion al trono, reformándola las nuevas Córtes con mesura, con tranquilidad, con patriotismo, eon la iniciativa y conformidad del manarca, siquiera hubiese sido una carta otorgada en lugar de una Constitucion impuesta.

El rey se hubiera aficionado suavemente al sistema representativo, viendo sus buenos resultados, y mirando con ese sistema rodeado su trono de esplendor y de prestigio su autoridad.

Si mas adelante, por exigirlo las circunstancias, hubiésemos carecido de congresos de origen mas popular, hubiéranse en cambio aclimatado de nuevo nuestras Córtes de Castilla con las modificaciones convenientes en su eleccion, en su celebracion y facultades, que los adelantamientos de la política hubiesen aconsejado y la civilizacion impuesto. Sobre todo, no hubiese habido esos cambios repentinos, bruscos y frecuentes que han dividido el pais y ensangrentado su historia.

Si obrando de ese modo se hubiera realizado el despotismo de 1824, culpa seria únicamente del monarca y de su partido. La historia al menos haria justicia á los liberales, sin escusar con sus escesos y demasías las demasías y escesos posteriores.

Los partidos políticos, mas bien que su gloria presente, deben apreciar el juicio de la posteridad; ¡ desgraciado del partido que no prepara con sus hechos un glorioso porvenir ! Pobre y miserable partido el que solo vive de la actualidad; ese será un meteoro en 3

TOMO II.

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