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y empujado por un siglo revolucionario, faltáronie la suficiente prevision y fuerza de voluntad para guiar á la revolucion por buen camino y hacerla fecunda en útiles y duraderas reformas.

No fué culpable solamente el monarca español de tamaña falta. Lo fueron y mucho los innovadores liberales, que exasperaron neciamente su carácter irascible, y empañaron por capricho el brillo tradicional de su trono.

Sin las revueltas políticas, que agitaron casi toda la vida de Fernando; sin las exageraciones y locuras del bando liberal; sin la intolerancia de los absolutistas, Fernando VII pudo haber sido un rey aceptable para la mayoría de sus súbditos, como lo fué en los últimos años de su reinado, en que dejaron de rodear su trono las pasiones políticas.

En esa época, que comprende desde mediados de 1829 hasta últimos de 1833, nuestra nacion, cansada de revueltas y harta de desengaños, disfrutó de una paz, tanto mas euvidiable cuanto que casi toda Europa era presa de la revolucion.

Desterrada la política de esclusivismo de las regiones oficiales; reconciliados los partidos en las poblaciones; olvidadas las ofensas; perdonados los agravios, recobróse la nacion en los últimos cuatro años del reinado de Fernando VII de sus desgracias pasadas y vivia tranquila y satisfecha bajo el gobierno absoluto, pero templado y protector de aquel monarca, sin desear nuevos y radicales cambios en la polilica del pais; temblando de horror al mas pequeño síntoma de revueltas y trastornos.

Hay reyes á quienes hacen malos las circunstancias y los estravíos de sus súbditos, así conio hay pueblos que son infelices por lo calamitoso de los tiempos y las locuras de sus reyes.

Sea por la fatalidad de la época en que reinó; sea por los delirios políticos á que se entregaron sus vasallos; sca, en fin, por la falta de condiciones de monarca en tiempos de perturbaciones sociales, la posteridad, es seguro, no enaltecerá mucho en sus anales la memoria de Fernando VII, ni nuestra historia futura consignará su reinado como un paso de adelantamiento y prosperidad en la vida social de España.

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REGENCIA DE D.^ MARIA CRISTINA.

CAPITULO XXXIII.

Cambio político de 1833.

SUMARIO.

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Importancia de este periodo de nuestra historia.-Carácter del reinado de Isabel II.-Diferencia entre las antiguas y las modernas revoluciones.--Necesidad inevitable de las reformas.-Complicada situacion de España á la muerte de Fernando VII.-Organizacion de los partidos.-Situacion política de Europa. Conflagracion general al encargarse del gobierno de España la reina gobernadora.-Primeros síntomas de la guerra civil.-Objeto de las provincias vascongadas en promoveria.-Su egoismo y su política contradictoria.-Fueros de Navarra--Causas del incremento y duracion de la guerra.— D. Santos Ladron.-Política sagaz y acertada de Doña María Cristina.Consejo de gobierno.-Natural vacilacion de la reina.-Equivocada conducta de Zea Bermudez.-Inútil decreto de 4 de octubre de 1833.-Ceremonia de la proclamacion de Isabel II.-Reformas iniciadas por el ministro D. Javier de Burgos.- Amnistía de 31 ex-diputados.- Naturales consecuencias de este acto. Son secuestrados los bienes del infante D. Carlos. - Desarme de los voluntarios realistas. — Fusilamiento de algunos cabecillas facciosos.-Imprevision del ministerio.-Antiguos guerrilleros.-Impaciencia de los liberales. -Oposicion del consejo de gobierno. -Esposicion del general Llauder.-Quesada.-Maquinaciones de las sociedades secretas.-Necesaria caida del ministerio.-Juicio crítico de sus actos.

Hemos llegado por fin al período mas importante de nuestra HISTORIA POLÍTICA Y PARLAMENTARIA; al reinado de Doña Isabel II donde principia la verdadera revolucion de España, último suspiro de las antiguas sociedades y primer paso del mundo moderno en la senda de la civilizacion y del progreso.

Con suma desconfianza de nuestras fuerzas nos proponemos narrar los grandes y variados acontecimientos que constituyen la época actual, la de mas brillantez, mas vitalidad y mas progreso de la historia general de nuestro pais.

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Epoca de actividad y de lucha en las ideas y en las personas, de general desasosiego en los espíritus, soliviantados por el insaciable deseo de buscar lo desconocido.

El reinado de la segunda Isabel, del que con toda imparcialidad y buena fe vamos a ser cronistas, es un vasto palenque donde hace ya veinte y siete años que combaten encarnizadamente las pasiones y los principios mas opuestos, las personas y los intereses mas encontrados de la nacion.

Palenque bullicioso y ensangrentado donde luchan desde entonces á brazo partido y con varia fortuna el derecho divino y la soberania popular, la religion y la falsa filosofía, el egoismo de la escuela antigua y la desmesurada ambicion de la moderna, las deslumbradoras utopias del siglo XIX y la historia de los siglos anteriores, los recuerdos y las esperanzas, las costumbres y la política.

Las frecuentes peripecias de ese combate gigantesco entre todos los elementos constitutivos de la sociedad; el espantoso choque de las fuerzas políticas que mutuamente se repelen; los gritos de los vencedores y los ayes de muerte de los vencidos; el furioso estrépito con que se acometen á la vez los hombres, los principios y los intereses dan al reinado de la hija de Fernando VII un carácter revolucionario, como no lo ha tenido ninguno de los reinados anteriores.

En tiempos pasados se revolucionaba el reino por salvar el principio de nacionalidad, ó el principio religioso, ó el principio de autoridad, y lo revolucioraban los reyes. Hoy, por el contrario, son los pueblos los que inician y dirigen la revolucion, no para salvar sino para perturbar todo lo antiguo con objeto de mejorarlo ó de reformarlo.

Por eso las antiguas revoluciones no conmovian á la sociedad en sus cimientos, porque eran sacudimientos parciales que tenian un fin particular, y que se valian para conseguirlo de particulares medios.

Las modernas son mas bien cataclismos sociales, que todo lo conmueven y trastornan: religion, política, ciencias, costumbres, derechos, intereses, todo lo que forma la armonía física y moral del mundo se resiente del brusco empuje de la revolucion.

Y cuando la Europa en masa se encontraba desnivelada y vacilante, desde que el siglo XIX, precedido de la revolucion francesa y encaminado por Napoleon I, sembró en el mundo civilizado la semilla de la reforma, ¿cómo España, democrática por carácter é impresionable por temperamento, habia de permanecer indiferente y estacionada en medio de tan general movimiento?

Rotos los lazos que á lo antiguo la ligaban con la muerte del último monarca, dejóse llevar á imitacion de otras naciones por el enmarañado camino de las reformas, arrastrada del huracan revolucionario cual leve arista juguete de encontrados vientos.

Examinemos ahora á la luz de la historia y de la filosofia su rápida y tortuosa carrera, sus adelantamientos y sus desgracias. las dramáticas peripecias por que ha pasado en su trabajosa reorganizacion política y social.

Difícil, irregular y comprometida era por cierto la situacion de España al descender á la tumba Fernando VII. Difíciles, irregulares y comprometidas debian ser necesariamente las medidas de gobierno que para dominarla se adoptasen.

Despues de treinta años de invasionės estranjeras y revoluciones interiores, de venganzas y de locuras, de lucha y de desgobierno, el estado político y moral de España no podia ser otro distinto del que crá en 1833.

El pueblo bajo, ignorante y desmoralizado, era un elemento apropósito para servir á la anarquía ó á la reaccion. Los antiguos partidos, preñados de odio y por la ambicion espoleados, se colocaban frente á frente dispuestos como nunca á acometerse y destrozarse.

El trono, sin poder y sin prestigio para evitar la lucha y conseguir la obediencia de los combatientes, tenía que ser nécesariamente arrastrado por las circunstancias.

Por su parte el gobierno, dudoso y vacilante en la marcha

que convenia seguir, como bajel sin timon en medio de una mar embravecida, no podia administrar con desembarazo, y su sistema de contemporizacion y justo medio servia solo para irritar y exasperar á los partidos estremos.

El realista, apoyado por su numerosa milicia voluntaria, la influencia del clero y el poder oficial de los empleados, enarbolaba osadamente la bandera de D. Carlos, quien, desde las fronteras de Portugal y con una apatía y confianza inconcebibles, única causa de su futura perdicion, alentaba á sus parciales con su negativa á embarcarse para los Estados Pontificios segun las órdenes de la reina gobernadora.

Los cuarteles de los voluntarios realistas, los conventos de frailes y las oficinas del Estado eran otros tantos focos de conspiracion próximos á estallar.

El bando liberal, que solo en el cambio de sistema veia su encumbramiento y la indemnizacion de sus pasados males, se armaba para defender públicamente la regencia de Cristina, y se conjuraba en secreto para derribar la monarquía pura y establecer en su lugar el régimen representativo.

La guerra civil asomaba su asquerosa cabeza por los montes de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa, y poco despues por entre las asperezas de Navarra.

Como si algo faltase para ennegrecer el fatídico cuadro que presentaba la nacion al subir la reina Isabel al trono de sus mayores, el cólera morbo arrastraba su pavoroso carro por algunas provincias del Mediodía, y aumentaba considerablemente el natural desasosiego, la general angustia de los españoles.

La hora de la verdadera revolucion para España habia sonado lúgubre y aterradora en el reloj del tiempo, y su suerte debia cumplirse..

En cuestion el trono, en litigio la Constitucion del pais, enlazada fatalmente la guerra dinástica con la guerra de los partidos, calamidades sin cuento debia encerrar únicamente el desenlace de tan complicado drama..

El estado político de Europa hacia mas grave todavía la situaçion de la península. La revolucion de Francia de 1830 habia alte

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