Imágenes de páginas
PDF
EPUB

dejado impresas. Violento y en sumo grado repugnante debia ser para un monarca tan orgulloso como Fernando VII verse obligado á compartir el poder con unos presidiarios condenados por él tan injustamente, y que nunca podian ser ya sus verdaderos amigos. Tampoco ellos podrian olvidar, por mucha que fuese su abnegacion, sus recientes ofensas, ni tener en el monarca la mas mínima confianza.

La lucha era, pues, inevitable desde el primer dia, y solo la prudencia podia estorbar nuevas desgracias en lo sucesivo. ¿La hubo por parte de alguien? La historia que vamos á escribir de la segunda época constitucional contestará por nosotros.

Nunca la ley del vencedor parece justa y suave á los vencidos, y aunque en la apariencia se acate, no se perdona medio ni ocasion para eludirla ó anularla.

Jurada ya la Constitucion por Fernando, tuvo que admitir las condiciones que el liberalismo quiso imponerle, sin fuerza para resistirlas ni aun prestigio para modificarlas.

No era ya la sociedad de 1820 aquella que años antes habia luchado con Napoleon y habia admitido las reformas de buena fe • sin que interviniese para nada la política ni el espíritu de partido, unida y compacta en sus sentimientos de monarquía, de religion y de independencia, si bien algo disidente en la marcha del gobierno. Todo habia cambiado en la actualidad.

Fernando VII no era ya el monarca querido y vitoreado del pueblo, sostenido por, la nobleza, respetado por el bando liberal. En los últimos seis años habia descontentado á muchos, perseguido á no pocos y convertido su inmenso prestigio de 1814, si no en a version, eu indiferencia para los mas.

Por el contrario, los liberales habian vuelto á la escena rodeados de la aureola del martirio, tan acepta siempre á los ojos de la impresionable plebe; pero no eran ya aquellos innovadores del año 10, llenos de patriotismo, de ilusiones, de pureza en sus miras, de candor en sus principios.

Ahora eran políticos sistemáticos que volvian en brazos de una sublevacion militar con la vanidad en el alma y el resentimiento en el corazon.

El ejército, por su parte, en vez de ser una institucion salvadora, era un elemento de anarquía y desórden, que ponia la fuerza dictatorial de sus armas á merced de los mas osados ó de los mas ambiciosos.

La nacion, en fin, bastante desmoralizada, sin fe en la política, sin entusiasmo por ningun principio, descreida, desmayada, sin gobierno y sin recursos, ni podia defender á la monarquía de los ataques de la democracia, ni asociarse á esta en una regeneracion completa y radical.

En situacion tan triste se hallaba España en marzo de 1820, cuando Fernando VII juró, obligado por la revolucion, el código de Cádiz. El decreto del 7, como ya hemos dicho, no satisfacia á los conjurados; pues si bien se reconocia en él la Constitucion y se ofrecia jurarla, era preciso que los hechos, por humillantes que fuesen, vinieran á confirmar y muy pronto la buena fe de aquellas promesas.

[ocr errors]

La revolucion no se contenta nunca con dominar de derecho al principio de su reinado. Como es ya un gobierno de hecho, no ve satisfecha su vanidad, ni cree asegurada su victoria, si no practica sus principios y pone por obra sus deseos.

El trono habia reconocido el poder de la revolucion, admitiendo su dogma y ofreciendo jurarle oportuna y solemnemente. Estaba, pues, proclamado y admitido el derecho de la revolucion, si bien entonces era el derecho del mas fuerte, pero faltaba el hecho, es decir, la violencia, el despotismo revolucionario, y fué preciso practicarle. Y como el despotismo de la revolucion solo lo practica el pueblo, que ha sido y será siempre en todas épocas y gobiernos el verdugo de la política, porque él se encarga siempre de ejecutar cuando la política condena, tocóle desempeñar su oficio el dia 9, y despues de haber hecho pedazos las puertas de la Inquisicion y dado libertad á los presos encerrados allí y en las cárceles por opiniones políticas, allanó la ciega muchedumbre el palacio de su rey, imponiéndole su voluntad omnímoda de la manera que acostumbran á hacerlo las turbas: con gritos, imprecaciones y amenazas.

Parodia de la revolucion francesa, cuando el populacho de

Paris obligó á Luis XVI á beber un vaso de vino y á cubrirse la cabeza con un gorro encarnado. El envilecimiento del trono trajo en pos de sí en Francia el regicidio y el terror. En España solo dejó la escena del dia 9 una mancha en la dignidad del monarca, que se borró luego con sangre.

Gracias á los esfuerzos de algunos individuos de la grandeza, fué contenida la muchedumbre en la escalera del regio aleázar, logrando antes sus representantes, que eran seis desconocidos, que el rey mandase la instalacion del último ayuntamiento constitucional, y acordara la formacion de una Junta provisional consultiva, que defendiese y representase en aquellos dias los intereses y derechos de la triunfante revolucion.

En la tarde del mismo dia se presentó en palacio el nuevo ayuntamiento, cuyos dos alcaldes D. Pedro Sainz de Baranda y D. Rodrigo Aranda fueron elegidos por aclamacion popular.

Instado y empujado Fernando por la plebe, y en presencia de seis comisionados populares, que daban la ley en aquellos momentos, juró en el salon de embajadores la Constitucion del año 12, aparentando serenidad y regocijo, pero sintiendo en su alma el dardo de la violencia, y grabando en su mente con rojos caractéres el recuerdo de tanta tropelía y tanto escándalo.

En el sistema de las concesiones por debilidad el mal está en la primera; el pueblo es insaciable en sus deseos revolucionarios, y obtenido un primer triunfo, no tiene ya prudencia ni abnegacion para contentarse con él; cuanto mas victorioso, muéstrase mas exigente; cuanto mas exigente, mas anárquico, y cuanto mas anárquico, mas próximo está á ser vencido y castigado.

Esa es la vida del pueblo en revolucion: vencer, exigir, tiranizar y perecer.

En la vida de los reyes, no resistir es caer; conceder es abdicar; temblar es morir.

Si Fernando VII hubiese resistido, aunque poco, al sublevarse el ejército en la Isla, encaminándose á Cádiz al frente de una division, bubiese reanimado el entusiasmo popular, y sofocado sin disparar un tiro la insurreccion del ejército espedicionario. Pero encerrado en su palacio entre cobardes y aduladores, que lo

abandonaron al asomar el peligro, un insignificante motin popular lo acosó con humillantes exigencias y le arrancó el cetro de las manos, obligándole á prestar un juramento en medio del tumulto, sin formalidad, sin decoro, y ante personas sin autoridad ni representacion.

Consentida esa violencia, tolerado ese ultraje, ¿qué podia hacer ya un monarca débil é irresoluto ante una revolucion triunfante y atrevida? Someterse á todos sus caprichos; adelantarse á todos sus deseos; agasajarla y complacerla, hasta que se la pudiese asesinar.

No carecia Fernando VII de talento para plegarse á las circunstancias con visos de espontaneidad y de franqueza. Conociendo cuánto le convenia adular por entonces à la revolucion, espidió un decreto aboliendo el tribunal de la Inquisicion, considerando que era incompatible su existencia con la Constitucion de la monarquia española, promulgada en Cádiz en 1812; mandó poner en libertad á todos los presos por opiniones políticas, amnistiando á todos los que se hallaban fuera del reino; nombró una Junta provisional, compuesta del cardenal de Borbon, Ballesteros, conde de Taboada, Valdemoros, Queipo, obispo de Mechoacan, D. Ignacio Pezuela, Lardizabal, Tarrius y el general Sancho en calidad de secretario, para prestar en sus manos el juramento á la Constitucion, comprometiéndose á no adoptar ninguna providencia de gobierno hasta la instalacion constitucional de las Córtes, sin consultarla con dicha Junta, y á no publicarla sin su acuerdo.

Por si aun se dudaba de su buena fe, y para contentar en todo á la revolucion, publicó el dia 10 un manifiesto tan humilde, tan cariñoso, tan liberal, que aun los mas desconfiados se enternecieron con su lectura, creyendo á Fernando mas afecto á la Constitucion que io eran ellos mismos.

D

Aquel manifiesto, cuya frase «marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional, se hizo desde entonces tan célebre y proverbial en España, contuvo el osado vuelo de la revolucion, que á haber hallado resistencia, quizá hubiese posado sus negras alas sobre el dosel del trono, destrozando con sus garras la monarquía.

Ese famoso documento, tan hábilmente redactado como prontamente puesto en olvido, hallábase concebido en estos términos:

«Españoles: Cuando vuestros heróicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la mas inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché, apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme, que la nacion deseaba ver resucitada su anterior forma de gobierno, y esta .persuasion me debió decidir á conformarme con lo que parecia ser casi el voto general de un pueblo magnánimo, que triunfador del enemigo estranjero, temia los males, aun mas horribles, de la intestina discordia.

No se me ocultaba, sin embargo, que el progreso rápido de la civilizacion europea, la difusion universal de luces, hasta entre las clases menos acomodadas, la mas frecuente comunicacion entre los diferentes paises del globo, los acostumbrados acaecimientos reservados á la generacion actual, habian suscitado ideas y deseos desconocidos á nuestros mayores, resultando nuevas é imperiosas necesidades; ni tampoco dejaba de conocer, que era indispensable amoldar á tales elementos las instituciones políticas, á fin de obtener aquella conveniente armonía entre los hombres y las leyes en que estriba la estabilidad y el reposo de las sociedades.

Pero mientras Yo meditaba maduramente, con la solicitud propia de mi paternal corazon, las variaciones de nuestro régimen fundamental que parecian mas adaptables al carácter nacional y al estado presente de las diversas porciones de la monarquía española, así como mas análogas á la organizacion de los pueblos ilustrados, me habeis hecho entender vuestro anhelo de que se restableciese aquella Constitucion, que entre el estruendo de las armas hostiles, fué promulgada en Cadiz el año de 1812, al propio tiempo que con asombro del mundo combatiais por la libertad de la patria. He oido vuestros votos, y cual tierno padre he condescendido á lo que mis hijos reputan conducente á su felicidad. He jurado esa Constitucion, por la cual suspirabais, y seré siempre su mas firme apoyo. Ya he tomado las medidas oportunas para la pronta convocacion de las Córtes. En ellas, reunido á vuestros representantes, me gozaré de concurrir á la grande obra de la prosperidad nacional.

¡Españoles! vuestra gloria es la mia y la única que mi corazon ambiciona. Mi alma no apetece siuo veros en torno de mi trono, unidos, pacíficos y dichosos. Confiad, pues, en vuestro rey, que os habla con la efusion sincera que le inspiran las circunstancias en que os hallais, y el sentimiento íntimo de los altos deberes que le impuso la Providencia. Vuestra ventura desde hoy en adelante dependerá en gran parte de vosotros mismos. Guardaos de dejaros seducir por las falsas apariencias de un bien ideal, que frecuentemente impiden alcanzar un bien efectivo. Evitad la exaltacion de pasiones, que suele trasformar en enemigos á los que solo deben ser hermanos, acordes, en efecto, como lo son en religion, idioma

« AnteriorContinuar »