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A los 15 dias de iniciado el levantamiento, solamente las provincias que ocupaba el enemigo dejaron de responder al llamamiento de la patria amenazada: Astúrias, Galicia, Castilla la Vieja, Extremadura, Andalucía, Valencia, Murcia, Aragon y Cataluña, las grandes poblaciones y las aldeas, los ancianos y los mozos; sin averiguar si habia medios de resistencia, mejor dicho, sabiendo que la monarquía los habia aniquilado todos, sin preguntar el número de los enemigos, sin esperar á que se levantáran otros pueblos, queriendo todos por el contrario tomar la iniciativa, se lanzaron abiertamente á la lucha.

La primera resolucion de Palafox fué convocar las Córtes de Aragon para el 9 de Junio, y como si no hubiera ocurrido tan largo desuso, concurrieron puntualmente los representantes de los cuatro brazos, legitimaron la insurreccion del pueblo, y dejaron en su representacion una junta de seis miembros. A todo alzamiento era consiguiente la constitucion de una junta directiva y el armamento general; pequeñas poblaciones, sin muros, sin caballos amaestrados, sin pertrechos militares, por boca de un simple alguacil declaraban la guerra á Napoleon; las aldeas, los montes y los valles, ántes tan pacíficos y silenciosos, eran una vasta y activa fragua de la cual salia el grito universal de ¡Mueran los franceses! ¡Viva Fernando! Constituidas las juntas directivas, un interés mútuo de proteccion y auxilio hizo que se ajustasen arreglos entre ellas, olvidando antiguos resentimientos y rivalidades ante el deber de salvar á la patria.

Levantada Andalucía, estableció un centro de accion y declaró la guerra al que habia creido que con los papeles firmados por la familia real tocaba al desenlace y tenía en su mano la gran familia española. Fué aquel un espectáculo nunca bastante admirado: el pueblo, sin tropas, sin armas ni recursos, entregado á sí mismo, se levantó á defender su autonomía con un movimiento unánime; la juventud abandonaba los pueblos y los campos para ir á combatir por nuestra nacionalidad desamparada: aquellos antiguos regimientos, que por tantos años habian robado á los padres el trabajo y el apoyo de sus hijos, al labrador y al industrial gran parte de

sus utilidades; aquellos regimientos, única razon del absolutismo, algunos de los cuales habian llegado á poner las armas de Godoy en sus banderas, no servian más que de cuadros que llenaban voluntariamente reclutas numerosos, no para formar en parada á la puerta de palacio, sino para verter su sangre en los campos de batalla, luchando á la desesperada con el poder colosal de Napoleon: los estudiantes empuñaban las armas, y en algunas universidades formaban batallones que tomaban el título singular de literarios; el clero bajo y las comunidades, que temian las innovaciones francesas, secundaban con miras interesadas la guerra, y áun se lanzaban personalmente á la lucha, preparando así el suicidio de las órdenes religiosas y los gérmenes de las guerras civiles: junto á algunos oficiales viejos, brotaban jefes nuevos como la aurora de la libertad; corazones modestos en el triunfo, porque para ellos, combatir, no era más que aspirar al derecho de morir en primera línea ó volver á las filas del pueblo el dia de la paz; jóvenes brillantes, que despues de salvarse de las balas de Napoleon en la campaña de seis años, perecieron en gran número, fieles á su bandera, en los destierros ó en los suplicios alzados por Fernando VII.

Así comenzó la guerra; así principió nuestra revolucion política: á principios del siglo, el Estado se componia únicamente del trono; el trono desapareció por sí mismo, y el pueblo recobró de hecho su soberanía. «La asonada de Aranjuez,-dice Pacheco (1),-habia conmovido el antiguo gobierno de España; la marcha y la abdicacion de Fernando VII habia acabado de hecho con la monarquía: la insurreccion de las provincias y la creacion de sus juntas, levantaban, en lugar de aquélla, una multitud de gobiernos populares, vagos é indefinidos, es verdad, pero reales y poderosos. El pueblo era en toda su generalidad, en todo su carácter, quien se presentaba... La España, en su gloriosa revolucion de 1808, se vió, repentina é impensadamente, convertida en Estado popular y federativo... Unióse é esto el espíriru filosófico que se diseminó de la córte por las provincias. Instintivamente levantaron su cabeza

(1) Cbra citada.

la publicidad, la discusion, todos los elementos necesarios al sistema en que de hecho se entraba. La España, volvemos á decirlo, fué, sin saberlo, una confederacion de repúblicas que peleaban por su rey. La democrácia pura co menzó de hecho, para venir más tarde á comenzar su teoría.»>

La nacion se mostraba cada dia más animosa, dando sublime ejemplo de lo que puede la voluntad de un pueblo decidido, envalentonado con las victorias que alcanzaba, sin hacer caso de las derrotas y teniendo por único general invencible al general No importa. Satisfacía á la opinion que el águila orgullosa, habituada á pasear triunfante por toda Europa, se viera por primera vez humillada en Bailén, donde 8.248 hombres rindieron las armas ante las divisiones de Castaños y la Peña, generales que no habian tomado por cierto parte en la victoria y que usurpaban ese honor á Reding y Compigny, á cuyo talento y valor era debida. No importaba que las pocas ventajas de nuestros ejércitos quedaran estériles, ó por la impericia de los generales, ó por rivalidades mezquinas, ó por falta de unidad y concierto en las operaciones; no importaba que de nada sirvieran las batallas de Torralva, Alcañiz, Aranjuez y Tamames; que ningun provecho se sacára de que el enemigo, sorprendido con la derrota de Bailén, se retirára hasta el Ebro; no importaban la sorpresa, la confusion y la espantosa dispersion de las tropas del general Ballesteros; no importaba que los combates dieran por único resultado lagos de sangre. La confianza no conocia límites, y habia pobres ilusos persuadidos de que las parciales victorias obtenidas habian logrado aterrorizar y hacer huir á los franceses; de que todo habia concluido ya, merced á la intervencion de las vírgenes de Atocha, del Pilar y de Covadonga. El Gobierno, que no debia participar de aquella confianza, que era conoceder de la escasez y desbarajuste de nuestros medios de defensa, de lo improvisado, desnudo y falto de instruccion de nuestros ejércitos y de los reveses parciales que sufrian en diferentes partes del territorio, procuraba encauzar el entusiasmo público. Las musas hicieron estremecerse á un tiempo los corazones, hiriendo las fibras del patriotismo y del honor; la música expre

sion sublime de los afectos del alma, vino en ayuda de aquella explosion de sentimiento, y música y poesía se unieron en concierto armonioso que encendió el entusiasmo popular. No fué el clero, como se viene repitiendo, el nervio del alzamiento; en pocas partes le inició y en otras, como en Galicia, las altas dignidades de la iglesia le fueron contrarias; no fué la nobleza, que se escapó con los reyes á Francia, y desde allí aconsejó por miedo la sumision; no fueron los generales, que entregaron las plazas fuertes, desaprobaron la insurreccion y la combatieron; no fué la magistratura, que condenó tenazmente el impulso popular; no fueron las clases privilegiadas las que dieron á la nacion la voz de guerra.

Detrás de los ejércitos caidos en las jornadas de Cardedeu, Molins del Rey, Uclés, CiudadReal, Medellin, Almonacid, Ocaña, Alba de Tormes, etc., estaban las guerillas, la última esperanza del país, aquella á que principalmente debió su salvacion. Dejamos dicho que las guerrillas son en España desde la invasion romana, un elemento de defensa especialísimo, hijo de su suelo y de la índole de su raza; el terreno quebrado y desigual, con ásperas montañas y pequeños valles, brinda á una lucha defensiva, grandemente ventajosa; la altivez, la destreza, el valor, la frugalidad y el sufrimiento que caracteriza al español, así como su apego al rincon en que nace, le disponen á este género de campaña, renovada contra los romanos, contra los godos, contra los árabes, que encontraron siempre generales improvisados, diestros en hacer renacer la esperanza y la guerra en el momento mismo de las derrotas. No hay táctica que formule esa clase de campaña, sostenida por el instinto de conservacion, y la conciencia pública, que empieza y acaba en el momento del peligro. Un hombre generalmente oscuro, pero que inspira confianza por alguna cualidad de carácter, forma la guerrilla con gente diversa, patriota, perturbadora, desocupada, vagabunda ó codiciosa, pero siempre valiente y atrevida. Aquellos hombres, mal armados, mal vestidos y equipados, sin almacenes, sin bagajes, y casi sin víveres, se arrojan confiados á las empresas más arriesgadas; el país los arma, los viste, los alimenta, los re

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